sábado, 2 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 31

 


Pedro la acompañó a su coche y permaneció a su lado mientras ella trataba de abrir la puerta.


–¿Problemas? –le preguntó.


–No pasa nada. Hace falta un poco de habilidad para conseguir que abra –respondió ella cuando consiguió abrir la puerta.


–Supongo que tienes ahí dentro todo lo que has comprado hoy.


–Sí.


–Algo arriesgado dado lo fácil que sería abrirte el coche.


–Bueno, yo diría que la seguridad del club de tenis se encargaría de que mis paquetes están a salvo –replicó–. Además, están en el maletero, por lo que no los puede ver nadie.


–No, pero cualquiera te podría haber visto meterlos ahí –insistió él–. No me gusta el hecho de que tu seguridad se pueda ver comprometida tan fácilmente. Mañana me encargaré de facilitarte otro coche. No quiero que discutas conmigo, Paula –añadió cuando ella se disponía a protestar–. Necesito que tengas un coche fiable en el que ir y venir al trabajo o realizar otras salidas que tengas que hacer conmigo. Tiene sentido poner un coche a tu disposición.


Paula no pudo pensar en nada que pudiera hacerle cambiar de opinión. Pedro dio un paso al frente y le levantó la barbilla con un dedo.


–¿Estás enfadada conmigo ahora? –le preguntó.


Consciente de que el conductor de la limusina los estaba escuchando porque estaba esperando a Pedro, Paula negó con la cabeza. En realidad, no estaba enfadada, pero se sentía frustrada por haberse visto puesta en una situación que no podía rechazar.


–Entonces, parece que tendré que remediar eso, ¿no te parece?


Antes de que Paula pudiera protestar, Pedro la besó lenta y persuasivamente. Ella emitió un pequeño suspiro de capitulación. Entonces, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, lo abrazó con fuerza y le hundió los dedos de una mano en el corto cabello para sujetarle la cabeza como si jamás se fuera a hartar de él.


Cuando la lengua de él rozó la de ella, Paula sintió que el cuerpo le prendía fuego. Se inclinó sobre él y apretó los senos contra la dureza de su torso, dejando que las caderas se movieran contra las de él en una silenciosa danza de tormento.


Entonces, igual de rápido, él rompió el contacto. Como si hubiera demostrado que hiciera ella lo que hiciera, pensara lo que pensara o dijera lo que dijera, era suya. Cuando y donde la deseara. Debería haberle molestado comprender esto, pero se esforzó en tratar de tranquilizar el deseo que se había apoderado de ella.


–Dulces sueños –susurró él contra sus labios–. Te veré por la mañana.


Ella asintió y se metió en el coche. La mano le temblaba un poco mientras trataba de meter la llave en el contacto para arrancar el coche. Pedro le cerró la puerta y se hizo a un lado para que ella maniobrara. Cuando miró por el retrovisor, vio que él seguía allí, observándola mientras se dirigía hacia la salida del aparcamiento.


No tenía ni idea de cómo iba a controlar el abrumador efecto que tenía sobre ella. Mientras que todas las células de su cuerpo la animaban a que cediera a lo que sentía, a que cediera a él, la lógica le decía que eso sólo le provocaría sufrimiento.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 30


Paula lo pensó durante un instante. Gabriela y Sara, sus mejores amigas, se sorprenderían, pero se mostrarían muy felices por ella si creían que aquel compromiso era de verdad. Facundo era el único problema.


Sin embargo, estaba haciendo todo aquello por él. Para evitar que su hermano perdiera su trabajo. Para evitar que fuera a los tribunales o incluso a la cárcel.


¿Cómo podía haber pasado aquello por alto? ¿Cómo podía haber permitido que su gozo por su nuevo aspecto, por su nuevo guardarropa, por el sencillo hecho de pasar el tiempo con un hombre guapo pudiera haberle hecho olvidar sus responsabilidades hacia su hermano? Sus padres se avergonzarían de que ella hubiera permitido que se le desviara con tanta facilidad de la seriedad de la situación en la que Facundo y ella se encontraban. Se sentía avergonzada.


Vio que estaban llegado al club de tenis. Extendió la mano y golpeó sobre el cristal. Se bajó inmediatamente para dejar al descubierto al conductor.


–¿Podría dejarme aquí, por favor? Tengo el coche en el aparcamiento.


La limusina se dirigió hacia el lugar donde el coche de Paula estaba completamente solo.


–¿Estás segura de que no quieres quedarte aquí en el club? Puedo hacer que te preparen una habitación si no quieres quedarte en mi suite –dijo Pedro con una mirada que le provocó a Paula una extraña calidez en el vientre.


Por mucho que hubiera pasado aquel día, una mirada de Pedro era suficiente para hacer que se deshiciera por dentro.


–No, tengo mi casa. Me gustaría mantenerlo así.


–¿Has sido siempre tan independiente? –le preguntó Pedro con una sonrisa.


–Supongo que desde que mis padres murieron. Se ha hecho costumbre –admitió.


Pedro descendió de la limusina para ayudarla a salir.


–Tal vez vaya siendo hora de que compartas esa carga que llevas –comentó él.


¿Estaba criticando a Facundo? Se sintió automáticamente dispuesta a defender a su hermano.


–Me las arreglo bien –dijo por fin.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 29

 

Vio cómo los cálidos dedos de Pedro rodeaban la mano que ella tenía en el regazo. Entrelazó los dedos con los de ella y se lo llevó a los labios para darle un beso en los nudillos.


–Siento que la velada haya tenido que terminar así, Paula.


–No ha sido culpa tuya.


–No, pero me enoja que tú hayas tenido que sentirte incómodamente simplemente por ser tú. Hermosa.


Aquellas palabras fueron como un bálsamo para el alma de Paula, pero sabía que no debía ni podía aceptarlas.


–No. No soy hermosa –dijo mientras levantaba la mano para acallar las protestas de él–. No estoy diciendo eso para que tú puedas discutir sobre ese punto conmigo. Conozco mis limitaciones y hablando de las mismas –añadió mientras soltaba la mano que él aún tenía agarrada–, tenemos que hablar de cómo vamos a llevar este asunto en el trabajo.


Pedro la observó con cautela. El silencio se extendió entre ellos hasta resultar incómodo. Por fin, él se aclaró la garganta y tomó la palabra.


–Es fácil, ¿no te parece? Tú te comportarás como si fueras mi prometida y mi asistente personal a la vez.


–Pero esto del compromiso es tan repentino… ¿No crees que la gente va a hablar? ¿Estás seguro de que es eso lo que quieres? –protestó ella.


–Nadie se atreverá a hablar de nuestra relación a nuestras espaldas ni tampoco a la cara. De eso puedes estar segura, Paula. Me aseguraré de que no seas tema de conversaciones habituales.


–Tú no puedes controlar la naturaleza humana. La gente va a hablar.


–Si los amenazo con despedirlos, te aseguro que no lo harán –gruñó él en la oscuridad.


–Te ruego que no lo hagas. Después de que hayas regresado a Nueva York, yo tendré que seguir trabajando con estas personas.


Pedro lanzó un gruñido antes de asentir con la cabeza.


–Está bien –dijo de mala gana–. No amenazaré con despedir a nadie, pero dejaré muy claro que nuestra relación no es asunto de nadie más que de nosotros.


«Pues buena suerte con eso», pensó Paula con una triste sonrisa.


–Gracias. Ahora, en el trabajo, ¿va a saber todo el mundo que estamos… juntos?


–Sí –dijo él–. Creo que eso terminará con las conjeturas desde el principio. Eso me recuerda que tenemos que comprarte un anillo. Maldita sea, eso lo tendría que haber pensado hoy. A la gente le extrañará que no lleves uno.


Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Un anillo? Ni siquiera lo había pensado. Sólo pensar en lo que diría Facundo cuando llegara a casa con su nuevo guardarropa era suficiente para provocarle escalofríos.


–¿De verdad es necesario? ¿No podríamos esperar un poco para eso? La gente va a pensar que es todo demasiado precipitado.


–Quiero que lleves mi anillo aunque sólo sea para tu protección, Paula –afirmó él solemnemente–. Nadie se atreverá a cuestionar nuestra relación. Tenemos que mantenernos tan pegados a la realidad como sea posible. Si alguien pregunta, podemos decir que nos conocimos en el baile de San Valentín y que nos hemos estado viendo muy discretamente desde entonces, pero que ahora hemos decidido sacarlo todo a la luz. ¿Te causará eso a ti algún problema entre tus amigas?





MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 28

 


Paula estaba sentada al lado de Pedro sobre el fresco asiento de piel mientras el coche se alejaba suavemente de la entrada de Jacques’. Era como si estuvieran aislados en una burbuja protectora. La sensación le resultaba profundamente más tranquilizadora que el momento en el que el jefe de contabilidad la había reconocido en el restaurante con Pedro. La horrible mirada que se le reflejó en los ojos le había dado náuseas. Era exactamente la clase de mirada que había estado tratando de evitar toda su vida.


Lo peor de todo aquello era que la esposa de aquel hombre trabajaba en Recursos Humanos y era una verdadera chismosa. A Paula no le sorprendería descubrir que era el principal tema de conversación antes de las nueve de la mañana siguiente.


Miró por la ventana para contemplar el paisaje, pero no consiguió captar ningún detalle de lo que veía. Lo único que podía hacer era castigarse en silencio por haber sido tan idiota. ¿Quién creía que era? Se había permitido creer que ella podía pertenecer a aquel mundo, pero hacía falta mucho más que ropa y maquillaje para dar el salto. En realidad, no era nada más que una herramienta de un juego muy elaborado que Pedro Alfonso había diseñado y en el que ella se había mostrado dispuesta a participar.


Había sido divertido vestirse así aquella noche, permitir que sus sentidos se vieran exaltados por el glamour de la ropa que llevaba puesta y dejar que la mujer que tanto se esforzaba por ocultar saliera a la superficie. Sin embargo, por mucho que deseara que todo fuera verdadero y real, no lo era.


Todo había terminado por aquella noche. Tendría que marcharse a casa y enfrentarse a las silenciosas acusaciones de su hermano. O no tan silenciosas, dada la inclinación que Facundo tenía a decir lo que pensaba. Sabía que a su hermano no le gustaría aquella nueva versión de Paula, en especial por el hombre que había sido artífice de todo aquello.


Además, estaba el mañana. El trabajo. En silencio, dio las gracias a Patricia por la consideración con la que había ayudado a Paula elegir su nuevo guardarropa de trabajo. Aunque las prendas eran más ajustadas que las que solían llevar normalmente, resultaban bastante sutiles a la hora de enfatizar sus evidentes atributos. Al menos, no se vería sometida a la clase de mirada del restaurante.


Resultaba extraño cómo la mirada de un hombre podía hacer que se sintiera incómoda. Incluso sucia. Sin embargo, un fuego seguía ardiendo lentamente bajo todo aquello a pesar de todas sus preocupaciones.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 27

 


Todo fue muy bien hasta que un grupo de varias parejas entraron en el restaurante. Los hombres eran directivos de Industrias Worth que habían sobrevivido a la absorción. Uno de ellos saludó a Pedro con una inclinación de cabeza y se quedó muy asombrado al reconocer a la mujer que lo acompañaba. Entonces, algo menos agradable y más lascivo tiñó la mirada del hombre mientras viajaba por la suave columna de marfil que era la garganta de Paula y después más abajo aún, hasta el escote.


Un inesperado sentimiento de posesión y la necesidad de protegerla de tan insultante interés se apoderaron de Pedro. Se dio cuenta de que ella había palidecido bajo el escrutinio del otro hombre para luego volver a dejar su taza de café sobre el platillo con gesto muy tranquilo. Pedro se percató de que estaba retorciendo la servilleta que tenía en el regazo con los dedos.


Pedro miró fijamente al directivo hasta que él apartó la mirada del busto de Paula y lo miró a él. Bastó con que Pedro entornara los ojos y lo mirara con frialdad para que el hombre entendiera.


–¿Nos vamos? –preguntó Pedro. Se sentía ansioso por sacarla de allí.


Sus actos contrastaban con lo que había pensado que quería. Ni siquiera el interés mostrado por ellos cuando se encontraron por casualidad con el periodista del corazón del Seaside Gazette al llegar al restaurante no había provocado aquella necesidad de proteger a Paula de un interés no deseado en su relación. No se había parado a considerar las ramificaciones de aquella relación lo suficiente y se prometió que, en el futuro, pensaría más en la reputación de Paula. A pesar de que no había dudado en utilizarla para su propio beneficio, no quería ver cómo ella se convertía en objeto de rumores y de comentarios malintencionados en el trabajo.


–Gracias, sí. Me gustaría marcharme –replicó Paula.


Ninguno de los dos había bebido más de una copa de vino durante la cena, pero Pedro se alegró de tener chófer. Así, podía tener la oportunidad de observar a Paula un poco más y aprender sus gestos. Hasta aquel momento, no le había encontrado fallo alguno, lo que era estupendo si quería convencer a sus padres de que ella era la elegida. Los dos se darían cuenta de que todo era una farsa si él saliera con alguien que careciera de modales.


Mientras la ayudaba a que se acomodara en el asiento trasero de la limusina, vio el encaje que coronaba las medias que llevaba un instante antes de que se alisara la falda por las hermosas caderas. El deseo se apoderó de él con fuerza. El lado racional de su pensamiento le dijo que su reacción no era mejor que la del directivo al que él había reprendido con la mirada en el restaurante. Sin embargo, el lado menos racional, el que había visto a Paula en el baile de San Valentín y había sabido que no se detendría en nada para poseerla, le recordó que él había podido refrenar su pasión a lo largo de la exquisita cena que habían disfrutado en el restaurante. Había sido el perfecto caballero, el perfecto anfitrión. Sin embargo, en aquellos momentos, en el ambiente íntimo del coche y con la pantalla colocada para que el chófer no viera nada, el pensamiento se le desbocó al imaginar todas las cosas que quería experimentar con la señorita Paula Chaves.