jueves, 12 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 15




Pero no lo hizo.


Pedro soltó una palabrota y después centró su mirada en el dedo herido. Paula lo miró en aquel silencio tenso. Estaba desolada, no por haberse cortado, sino porque había deseado que él la besara. Una sensación de decepción la invadió.


«¡No!», le chilló a Paula su conciencia. Aquello era una locura. Había jurado que aquel hombre no la iba a volver a tocar jamás. El contacto físico era un terreno vedado para ellos y aquello era una decisión irrevocable. Tenía que mantener las distancias. Era una cuestión de supervivencia.


Y aquella mano entre las manos de Pedro no era precisamente mantener las distancias.


—Ya estoy bien —murmuró Paula tratado de apartar la mano. Pero Pedro no la soltó, sino que tomó una servilleta de papel y suavemente limpió la herida.


—Ouch —exclamó Paula sin pensar.


—Perdona —dijo él en un tono brusco.


Sin embargo la forma de tocarla era cuidadosa. Paula se estremeció y Pedro cada vez examinaba la herida más de cerca. Demasiado cerca.


Finalmente levantó la vista y la clavó en los ojos de Paula, quien se estremeció de nuevo. Por un instante fue como si el mundo se hubiera parado. Pedro se aclaró la garganta y dio un paso atrás.


—Creo que vas a sobrevivir —dijo socarronamente.


Paula se las apañó para sonreír.


—¿De verdad?


Una sonrisa encantadora se dibujó en el rostro de Pedro y Paula se excitó aún más. Por Dios, no podía rendirse ante los encantos de aquel hombre. No podía permitírselo. Era demasiado doloroso. Ya le había roto el corazón una vez y después lo había pisoteado. No podía permitirle que volviera a repetir la jugada. De haber estado sólo ella, quizás hubiera asumido los riesgos. Pero no estaba sola.


Teo.


Lo único en lo que tenía que pensar en aquel momento era en su hijo. Emocionada, Paula retiró su mano de las de Pedro. Con aquel movimiento la servilleta se desgarró y la herida comenzó a sangrar de nuevo. Instintivamente, Paula se chupó el dedo.


—No hagas eso —le soltó Pedro.


Ella se sacó el dedo de la boca y fijó su mirada en él.


—Un poco de sangre no hace daño a nadie.


—Voy por una pomada y por una tirita.


—No te preocupes, ya dejará de sangrar —repuso ella.


—Y hasta que deje de sangrar, ¿qué piensas hacer?


—Ésa es una buena pregunta —contestó. Paula no se podía creer que estuvieran teniendo aquella conversación tan estúpida.


—Ahora mismo vuelvo.


Cuando Pedro se marchó, Paula enrolló otra servilleta alrededor del dedo y se apoyó en el fregadero. Las piernas le fallaban después de aquel encuentro.


Tal y como había prometido, Pedro regresó al instante y sin preguntar volvió a tomar su mano.


Paula la retiró y trató de poner distancia ya que vio que Teo estaba entrando por la puerta y se había quedado boquiabierto ante la escena que se había encontrado.


Los ojos del niño se fijaron en el vendaje.


—¿Mamá, te has hecho daño en la mano?


—Sí, cariño, me he cortado, pero ya estoy bien —contestó Paula.


—¿Te ha curado Pedro?


—Sí claro —repuso ella forzando una sonrisa.


—Pero si tú eres la enfermera —comentó el niño.


Pedro soltó una carcajada, y Paula se sintió aún más engatusada por los gestos de aquel tipo. Había pasado mucho tiempo desde que no lo había visto reírse y estaba a punto de derretirse. Era un hombre tan sexual que Paula no podía hacer nada para reprimir su deseo. Si no tenía cuidado, se iba a caer por el precipicio.


—Algún día aprenderás que los doctores y los enfermeros son los peores pacientes del mundo —le dijo Pedro al niño.


—¿Sí? —preguntó Teo con los ojos muy abiertos.


—Es verdad —respondió Pedro guiñándole un ojo.


—Bueno, ya está. Teo, por favor, ve a lavarte las manos. La comida está casi lista.


—¿Vas a comer con nosotros? —le preguntó el niño a Pedro.


Paula miró a su hijo alucinada.


—Estoy segura de que Pedro tiene otros planes. Creo que...


—No, la verdad es que no tengo planes. Además puedo fregar los platos después de comer —declaró él interrumpiéndola.


Se hizo un silencio tenso en la habitación y Paula miró fijamente a Pedro. Él le devolvió una mirada tierna e inocente. Maldición. ¿Y cómo se suponía que tenía que reaccionar Paula?


Teo corrió a sentarse en una silla.


—Para un poco, hijo. Ya sabes que no se corre dentro de la casa. De ninguna casa —le pidió Paula.


—Lo siento —dijo el niño sin dejar de mirar a Pedro, quien no dejaba de sonreír.


Teo también le sonrió y Paula sintió que el corazón le daba un vuelco. Por un momento pudo apreciar el parecido entre padre e hijo. Para ella era tan obvio, que sintió pánico.


—¿Paula? —preguntó Pedro trasladándola de nuevo a la realidad.



—¿Qué? —preguntó ella sin recuperar la compostura.


—¿Estás bien?


—Sí, ¿por qué lo preguntas? —dijo secamente.


Pedro se encogió de hombros y la expresión de su rostro se ensombreció. Miró a Teo quien se estaba dando cuenta de que algo estaba ocurriendo.


—Por nada —respondió finalmente—. ¿Qué hay de comer?


—Sándwiches de carne con patatas fritas y fruta —repuso Paula.


Pedro guiñó un ojo al niño.


—Me encanta el menú. ¿Y a ti, hijo? —le preguntó al niño.


Hijo.


«¡No lo llames así!», pensó Paula. Estuvo a punto de gritar. 


No era el hijo de Pedro. Era sólo hijo suyo. Tenía ganas de gritárselo a la cara. Estaba rabiosa y desesperada. Se asomó a la ventana y vio cómo el sol iluminaba la pradera. 


Aquella imagen milagrosamente logró calmarle los nervios.


—Mamá, tengo hambre.


—Ah, perdona, cariño. Ya voy.


Pedro se levantó y caminó hacia ella.


—Dime en qué te puedo ayudar —le dijo a Paula.


—En nada —respondió ella fríamente.


Él detuvo sus pasos y se dio media vuelta.


—Perdona.


—¿Qué queréis beber, chicos? —preguntó ella tratando de ser agradable.


Tenía que probarse a sí misma que podía estar en la misma habitación que Pedro y seguir siendo una mujer racional y con sentido común. Tenía que conseguir que aquel hombre no le hiciera perder los nervios.


Minutos después, los platos estaban servidos en la mesa y los vasos llenos de té helado. A pesar de que estaban en silencio, Paula se seguía sintiendo igual de excitada y de atraída por Pedro. Se sentía seducida por él. Estaba ante un arma de doble filo, y si jugaba con ella se iba a cortar.


Paula se dio cuenta de que Pedro también estaba pendiente de ella. Lo miró de reojo y se encontró con una mirada ávida y desbordante de lujuria.


—Mamá, ya he terminado —dijo el niño oportunamente y Paula dio gracias al cielo.


—He preparado galletas de postre. ¿Quieres una? —le preguntó.


—¿Pueden ser dos?


—Creo que sí. Has sido un buen chico y te has comido todo el sándwich —le respondió Paula sonriente.


Pedro, ¿tú también quieres? —le preguntó el niño.


Paula se estaba dando cuenta de que Teo veía a Pedro como si fuera un héroe, lo cual era lógico. Su aspecto era como el de los vaqueros de películas. Pantalón vaquero, sombrero y botas.


En aquel momento, Paula se arrepintió de que Teo estuviera pasando tanto tiempo en el rancho. Tenía que haber llevado al niño a la guardería para evitar que Pedro y Teo se acercaran tanto el uno al otro.


Pero era demasiado tarde para lamentarse. Tenía que evitar que pasaran mucho tiempo juntos.


—¡Pues claro que quiero! ¿Quién en su sano juicio se negaría a probar unas galletas caseras recién hechas? —preguntó Pedro.


—Sobre todo las que prepara mi mamá. Están deliciosas.


—Gracias, cielo. Antes de que pases al ataque de las galletas, ¿por qué no le llevamos la comida a la abuela?


—Quiero quedarme aquí con el señor Pedro —declaró el niño.


El hombre arqueó las cejas sorprendido.


—A menos de que necesites ayuda, nos quedaremos aquí los dos cuidando de las galletas —bromeó Pedro.


Aquello no era exactamente lo que Paula había planeado. Ya había comprobado que padre e hijo se parecían. Lo último que quería era que hicieran buenas migas y se convirtieran en inseparables. No quería dejarlos a solas, pero tampoco quería montar una escena. Si lo hacía estaría delatándose a sí misma.


—De acuerdo —murmuró Paula con la bandeja entre las manos.


Cinco minutos después estaba de vuelta en la cocina, donde Pedro escuchaba atentamente las palabras de Teo. El pánico estuvo a punto de paralizarla.


—Bueno, es tu hora de echar la siesta con la abuela —dijo Paula.


—No quiero siesta. Ya soy mayor. Tamy no me obliga a echármela —se quejó Teo.


—Pues mala suerte, porque hoy es el día libre de Tamy. Y no empieces con las quejas —le advirtió Paula. El niño hizo un mohín—. En un minuto yo también iré a la habitación. En cuanto recoja la cocina. Y antes dile a Pedro adiós —añadió acariciando la cabeza de su hijo quien la obedeció a regañadientes.


—Nos vemos luego y si quieres mañana vamos a ver los caballos —dijo Pedro.


—¿Puedo, mamá? ¿Puedo?


—Ya veremos —repuso ella para evitar darle un no rotundo.


—Vale —dijo el niño antes de marcharse.


Se hizo el silencio en la cocina y Pedro fue el primero en romperlo.


—Bueno, vamos a recoger este jaleo.


—No necesito tu ayuda —dijo Paula en un tono seco. Se dio cuenta de que había sido demasiado dura y quiso suavizar su respuesta—. Gracias, de todas maneras.


—Como tú quieras —repuso él fríamente. Paula se dio la vuelta y se dirigió al fregadero—. Cuando hayas acabado me gustaría hablar contigo.


Paula se giró en un movimiento rápido que hizo que sus pechos dieran un bote. Por un instante la mirada de Pedro se posó en ellos y Paula se sintió confundida.


—¿No puedes hablar conmigo ahora?


—No. Necesito toda tu atención. Estaré en el salón —dijo con una voz grave y sugerente.


Mientras terminó de recoger la cocina, Paula no dejó de pensar en lo que le esperaba. Tenía pánico. ¿Habría dicho Teo algo que hubiera hecho sospechar a Pedro? Ojalá que no. El tono de voz había sido tan serio y grave que Paula no pudo evitar preocuparse.


Para cuando quiso reunirse con él, estaba hecha un manojo de nervios.


—Bueno, ¿qué querías? —le preguntó sin más preámbulos.


—Siéntate, por favor —le pidió él algo molesto por la rigidez de Paula.


—Si no te importa, prefiero estar de pie.


—Si estás jugando a poner a prueba mi paciencia, te advierto que me queda muy poca —dijo Pedro.


—Perdona —susurró ella, preparándose para lo peor.


—Supongo que ya habrás escuchado que estoy pensando en celebrar un acto de la precampaña aquí. Al final me he decidido a hacer una barbacoa.


Paula se sintió completamente aliviada y sus ojos recuperaron el brillo.


—¿Es eso de lo que querías hablarme? —le preguntó.


—Sí. ¿Por qué? —preguntó sorprendido ante aquella reacción.


—No, por nada. Bueno, yo me encargaré de todo.


—No. No lo harás.


—¿Perdona? —preguntó Paula confundida.


—No quiero que te involucres en esto. Voy a contratar a una empresa de servicios para que se encargue de todo —explicó Pedro.


—¿Por qué?


—Porque lo digo yo.



Se miraron fijamente.


—Tú me contrataste para hacer ese trabajo —dijo Paula. Pedro se echó a reír y ella se sintió molesta—. ¿Si mi madre estuviera bien, contratarías a otra persona?


—No —contestó sin dudarlo un instante.


—Un punto más a mi favor.


Más veloz que un rayo en una noche de tormenta, Pedro cruzó la habitación y agarró a Paula por el brazo.


Fue como si la habitación se hubiera quedado sin aire. Las palabras también habían desaparecido.


—¿Alguna vez te he dicho que tienes una boca preciosa? —le preguntó Pedro.


—Déjame marchar.


—Cuando llegue el momento —dijo él antes de inclinarse para besarla.


Paula entreabrió los labios para recibir el beso salvaje y húmedo que Pedro le estaba dando. Había perdido el control y la única opción que le quedaba era agarrarse con fuerza a aquel hombre.




PLACER: CAPITULO 14






En un abrir y cerrar de ojos, había transcurrido ya una semana desde que Paula había llegado al rancho. Como Monica la estaba necesitando, había decidido quedarse más tiempo. Al menos, aquellos últimos días, habían pasado velozmente y sin ningún incidente.


Paula había comenzado a hacerse cargo de las tareas de la casa. Tenía tiempo suficiente para organizarse ya que una chica joven llamada Tamy Evans estaba cuidando de Teo, quien seguía feliz en el rancho. Gracias a la ayuda de Kathy en el trabajo y a las indicaciones de su madre, Paula estaba pudiendo realizar las tareas sin problemas.


Pedro y ella habían adquirido el hábito de evitarse mutuamente. Paula estaba contenta con aquel acuerdo tácito, porque las pocas veces que se habían cruzado en el vestíbulo y sus miradas habían coincidido, se había sentido confusa. Además era incapaz de descifrar la expresión del rostro de Pedro y sólo veía la rabia que sentía hacia ella.


Sabía que a Pedro no le agradaba su presencia, pero Paula no podía hacer nada para cambiar la situación. Se fue a la cocina y se puso a partir algunas frutas para el postre de la comida. No podía dejar de pensar que antes o después tendría que hablar con él, no sólo de la casa sino de una fiesta que tenía que dar.


Había oído algo sobre una barbacoa que Pedro quería dar para lograr apoyos en su carrera política. Paula suponía que hablaría con ella a su debido tiempo.


Mientras tanto ella se dividía entre las tareas de la casa, el cuidado de su madre y el de su hijo. Cada uno de aquellos trabajos hubieran completado una jornada laboral. Pero no era el momento de quejarse, había conseguido un arreglo perfecto. Y además del trabajo de la casa, Paula estaba consiguiendo cultivar una de sus aficiones, la jardinería.


Tenía muy buena mano para las plantas y disfrutaba mucho en aquel porche lleno de macetas con hojas de todos los colores.


La ventana de la cocina daba al porche. En aquel momento entraba una luz preciosa que iluminaba las plantas que con tanto mimo cuidaba. Paula se preguntó qué pensaría Pedro de aquel vergel y de las nuevas macetas que ella había puesto. Quizás ni se hubiera dado cuenta.


—Has hecho un gran trabajo en el porche.


Los latidos del corazón de Paula se aceleraron. ¿Acaso tenían telepatía? Se dio la vuelta y se encontró con la mirada de Pedro. Parecía que venía de haber estado montando a caballo y había sudado. Estaba despeinado y las líneas de su rostro se habían acentuado. Tenía los vaqueros y las botas cubiertas de polvo.


—¿Qué te ha pasado? —le soltó Paula.


—Art y yo hemos estado limpiando unas tierras.


—Habréis trabajado mucho.


—La verdad es que sí —contestó él.


—Pareces agotado.


—Lo estoy. Pero no hay nada que no se arregle con una buena ducha y con un té bien frío.


Paula instantáneamente se dirigió a la nevera por el té.


—No hace falta que me sirvas —dijo él.


—Ya sé que no hace falta, pero no me importa hacerlo —añadió ella tras tragar saliva.


Antes de que él pudiera decir nada, Paula le había servido un vaso y se lo estaba tendiendo.


Con cuidado de no tocarla, Pedro tomó el vaso y sin dejar de mirarla, se lo llevó a los labios y tomó un gran sorbo. Aquella mirada estaba cargada de pasión.


Paula quería apartar la vista, pero no podía. Estaba cautivada por el ardor en los ojos de Pedro, por aquel olor tan masculino. De repente se dio cuenta de que le sudaban las manos y de que tenía la boca seca.


Antes de que Pedro se pudiera dar cuenta de los efectos que tenía su presencia sobre ella, Paula se dio la vuelta y continuó cortando fruta.


En un segundo, el cuchillo se le resbaló y se cortó.


—¡Oh! —exclamó.


Pedro se acercó a ella, tomó su dedo y lo apretó hasta que dejó de salir sangre.


—Maldita sea, Paula —soltó Pedro.


—¿Por qué me gritas? —preguntó ella.


Al mirarlo se dio cuenta de que los labios de Pedro estaban muy cerca de los suyos. Y aquellos ojos negros desprendían fuego.


En aquel instante, Paula supo que Pedro quería besarla.