sábado, 9 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO FINAL




«Me estaba comportando como una tonta. Enfócate Paula y dile que lo quieres escuchar, deja el miedo». Me repetí mentalmente.


—Me regalas un vaso con agua. —Fue lo único que dije después que aclaré mi garganta.


—Desde luego. —se levantó con rostro resignado a buscarme la bebida. Me quedé observando a Emma mientras jugaba con una de sus muñecas nuevas. 


Preguntándome: ¿esta es la vida que quiero llevar? ¿Estaré preparada para este nuevo rol?


La voz de Pedro me trajo de vuelta a la realidad.


—Te traje una botella.


—Gracias. —La acepté y le di un trago—Contestando a tu pregunta: sí, me gustaría que termináramos esa conversación pendiente. —Él sonrió y sacó su IPhone para marcar con rapidez.


—¿Qué haces? —lo miré sonriendo y sin comprender.


—Llamo a Irma para que se apure antes de que cambies de opinión, fue a comprar unos ingredientes para la cena. —No pude evitar reír y negar con la cabeza.


—Me he creado mala fama, que mal concepto tienes de mí. —Él soltó una carcajada, para luego apartarse un poco y hablar por teléfono. Eso me tranquilizó, el momento incómodo había pasado.


—Ni hablar. Irma estará aquí en unos minutos. —La alegría lo hacía lucir aún más irresistible—Vuelvo enseguida. —Se dirigió hasta donde estaba Emma jugando. Le habló al oído y ella asintió tranquila. Luego ella le dio a su padre un beso en la mejilla.


Casi enseguida la puerta del departamento de abrió y apareció Irma cargada con unas bolsas, Pedro salió a su encuentro y se las quitó de las manos.


—¿Dónde las quieres Irma?


—En la cocina doctor, gracias. —Él desapareció por una puerta lateral mientras Irma se dirigía hacia Emma para darle un beso.


—Hola Irma. —Me senté junto a la niña.


—Hola doctora. Es bueno verla por aquí —dijo la mujer con una sonrisa.


—Bueno Irma, nosotros nos vamos. —Le notificó Pedro mientras se dirigía hacia nosotras .Me puse los zapatos y tomé el bolso—No deje que abuse, a las nueve a la cama.


—No se preocupe, doctor.


Me despido de Emma con un beso mientras él se calza los zapatos. Después de despedirme de Irma, Pedro colocó su mano en mi espalda y me dirigió todo el camino hasta el todoterreno. Me fue imposible evitar que los nervios aparecieran para torturarme cuando ya estaba dentro del vehículo.


«Ha llegado el momento Paula, relájate, todo va a salir bien», me repetía como un mantra.


—¿Te molesta si vamos a tu casa?, necesito que estemos en un lugar tranquilo para lo que tengo que contarte. Aprovechemos que tu padre se quedará con Alicia esta noche, ¿te parece?


Sonreí con algo de nerviosismo y asentí con la cabeza ante su propuesta. El momento para poner en orden mi vida había llegado.


Tan pronto como entramos al departamento, me desplomé en el sofá y, me saqué los zapatos porque no los soportaba ni un segundo más. Me senté con las piernas dobladas y me masajeé el talón.


—Túmbate, y coloca los pies sobre mis piernas, deja que yo lo haga. —Vacilé por un momento, pero hice lo que me decía. Su propuesta era tentadora.


Pedro comenzó masajeando mi pie derecho, hundiendo sus dedos en la parte baja de la planta, se sentía tan bien que enseguida logré relajarme. Sin premura atendió uno y luego al otro, varios gemidos se me escaparon.


—Gracias, no tenía idea de lo bueno que eres. —Él me sonrió de medio lado y ladea la cabeza. «Por todos los santos, esta para comérselo a besos»—Creo que es hora de ponernos serios… —Pedro se aclaró la garganta y se acomodó en el asiento.


—No sé cómo empezar, no te rías, pero te confieso que he estado practicando este momento, ahora que te tengo en frente… —Tomé su mano y la apreté ligeramente—Gracias, necesitaba sentir tu contacto. —Él se volvió a acomodar en el sofá, estaba visiblemente incómodo—Desde la muerte de Irene, la mamá de Emma, me he estado echando la culpa del accidente. Era de noche, veníamos de una fiesta en casa de unos amigos, los dos habíamos tomado unas copas de más… —Movió la cabeza negando y siguió—Bueno el resto es historia. Ahora que me he reencontrado contigo, veo las cosas con más claridad, me he dado cuenta que sin querer he estado castigándome por su muerte. Me volqué en la bebida y en algunas ocasiones consumí una que otra droga. Evadirme era mi objetivo, ataduras con mujeres no estaban en mi lista de cosas por hacer, sólo las usaba para complacer mis caprichos, y desde hace un año para acá, he estado practicando lo que se conoce como intercambio de pareja. —Su mirada se concentró en un punto muerto del piso, eso me hizo pensar que estaba avergonzado. Le pasé la mano por el cabello, su reacción me partió el corazón. 


Cuando su mirada se encontró con la mía estaba empañada.


—Por favor Pedro, continúa —dije en voz baja.


—No soy ningún santo, Paula, y tampoco me arrepiento de lo que he hecho. Te cuento todo esto para que sepas la verdad por mí y no por terceros, pero algo sí tengo claro. —Me miró fijamente al hablar—Si me dejas entrar en tu vida, te prometo que no te arrepentirás. —Me gustó como sonaba eso de «dejarlo entrar en mi vida», un escalofrío recorrió mi espalda, ¿estaba hablando en serio? «¿Es esto lo que quieres Paula? ¿Él será capaz de mantener su promesa? ¿Está buscando una compañera de vida?» ¡Oh, por Dios!, su confesión me abrumó sentía que mi cabeza estaba a punto de explotar —Di algo, lo que sea.


—Me has dejado sin palabras… no sé qué decir… —Pedro se levantó del sofá y me ofreció una mano.


«!No! No quiero que se vaya. ¡Oh. Dios, no lo permitas!».



—Ven aquí. —Colocó mi palma sobre la de él, y en seguida estuve entre sus brazos—Tic… Toc… el tiempo se agotó. —Susurró y posó sus labios sobre los míos dándole paso al interior de mi boca. Su beso fue desesperado y posesivo, no podía negar que su iniciativa me gustaba mucho.


Mis dedos se deslizaron por su cabello y mi cuerpo se tensó. 


Lo deseaba tanto que anhelaba que me devorara entera, que hiciera conmigo lo que quisiera. Pedro llevó su boca a mi oreja y gimió antes de mordisquearme con suavidad el lóbulo. Cerré los ojos, quería olvidarme de todo, sentirlo dentro de mí. Estaba desesperada, necesitaba sentir su piel desnuda contra la mía.


Como si hubiera leído mis pensamientos, él me alejó para quitarme la ropa, lanzándola a un lado. Hice lo mismo con la de él, le saqué con ansiedad la camisa, pasé mis dedos por su pecho hundiéndolos en el suave bello que lo cubría.


—Te Amo, Paula, y no estoy dispuesto a seguir esperando. —Su voz era gruesa, apasionada.


—Tienes razón, es una tontería seguir esperando. —Con manos temblorosas abrí el cinto del pantalón, el botón y la cremallera, para finalmente empujarlos hacia abajo junto con su ropa interior.


Pedro se arrodilló delante de mí. Me sostuvo de las caderas para dejar un camino de besos por todo mi estómago mientras masajeaba mis nalgas y muslos arrancándome gemidos ansiosos. Se puso de pie y me cargó entre sus brazos para llevarme a la habitación. Me colocó sobre la cama, y se acostó a mi lado, estuve tan excitada que poco me faltó para alcanzar el clímax solo con sus caricias.


Sus manos se detuvieron en uno de mis pezones, los frotó y luego se lo llevó a la boca succionándolo con devoción. 


Repitió la misma operación con el otro, generándome temblores en todo el cuerpo, aumentado la humedad en mis partes íntimas y una urgencia de sentirlo dentro de mí.


Metió una de sus manos entre mis piernas, rozando mi sexo con dos dedos, introduciéndolos con suavidad. Los movió de una manera que me hizo enloquecer, me retorcía de placer bajo su tacto.


Cuando se detuvo pensé en insultarlo, pero al verlo llevarse los dedos a la boca saboreando mi esencia, mi deseo terminó de encenderse.


Pedro, por favor, te necesito dentro de mí. —Él besó mi cuello y comenzó a bajar.


—Primero necesito probarte. —Por un instante me miró, sus ojos eran puro fuego. Lo perdí de vista cuando se sumergió entre mis piernas—Ábrete para mí —lo obedecí inmediatamente. Mi cuerpo era un traidor cuando estaba con él. Solo respondía a sus mandatos.


Con la punta de su lengua acarició mi clítoris y succionó mis pliegues para luego mordisquearlos con suavidad.


«¡Maldición! Lo hacía tan bien que estaba a punto de explotar».


—No aguanto, Pedro. —Él levantó la cabeza y buscó mi mirada—Ven aquí —mi voz fue tan baja que parecía un susurro.


Con la gracia de un felino se levantó lentamente, pasó el dorso de su mano por sus labios para limpiar el resto de mis fluidos. Abrió mis piernas y se introdujo dentro de mí. Buscó mi mirada antes de empujar con fuerzas una y otra vez. Mis caderas se movían solas, llevando su ritmo.


Nos besamos con pasión percibiendo mi sabor en sus labios. 


La mezcla fue fulminante, tanto, que logró estimular todos mis sentidos.


—Dime que eres mía, necesito escucharte. —La respiración de Pedro era entrecortada, estábamos llegando al límite.


—Soy tuya, Pedro, soy tuya. —Me sentía sofocada y desesperada.


Me aferré de sus hombros mientras nos movíamos con rapidez. Nos consumíamos mutuamente. Dentro de mí lo sentía caliente, frenético y descontrolado. Me penetraba una y otra vez. La intensidad de nuestras miradas, al cruzarse, demostraban lo que sentíamos.


Con las pieles sudadas y resbaladizas, gemimos con desesperación al borde del placer. El momento estaba cerca. 


No podía contenerme por más tiempo, mi orgasmo llegó
duro y preciso.


—¡Pedro!… Ohhh, Pedro. —Se formó una sonrisa de satisfacción en mi rostro.


—¡Paula!… Ahhh —gruñó—Ohh Paula, me vas a matar. —Me gustó cómo sonaron esas palabras.


Su cuerpo se desplomó a mi lado. Ambos respirábamos con agitación. Me envolvió entre sus brazos mientras esperábamos a que nuestros organismos se estabilizaran.


—¿Te das cuenta, Paula? —Me volteé para mirarlo embelesada.


—¿Cuenta de qué, Pedro? —Él pasó un dedo por mis labios. Sus ojos poseían un brillo diferente.


—Tú eres todo lo que necesito para sentirme completo. —Tomó mi rostro entre sus manos y pegó su frente a la mía—Te amo, Paula Chaves. —Su confesión me desarmó, había esperado tanto tiempo por escuchar esas palabras que mis ojos se empañaron.


—También te amo, Pedro Alfonso… siempre te he amado.


Fin






MISTERIO: CAPITULO 22




Finalmente fui a reunirme con los abuelos que se habían instalado en la habitación de papá. La abuela estaba sentada en la orilla de la cama y el abuelo se hallaba a su lado sacándose los zapatos.


—Te traje un regalo, Paula —dijo ella mientras extraía una caja rectangular forrada con un papel dorado y una cinta roja aterciopelada.


—¡Abuela!, para que te molestaste, no es mi cumpleaños. —Sonreí, ella sabía cuánto me gustaban los regalos. Tomé el paquete y lo examiné con atención.


—No es nada. —Su voz se tornó un susurro—Ábrelo, quiero ver si te gusta. —Lentamente desenvuelvo el paquete.


Al destapar la caja encontré una fotografía enmarcada que nos habíamos tomado la última vez que los había visitado. 


Aparecíamos los tres abrazados, yo estaba en medio de los dos y todos teníamos unas sonrisas gigantes, con los cabellos alborotados por la brisa y un cielo azul de fondo. 


Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Abracé la foto y traté de sonreírle a la abuela.


—Abuela, es preciosa, gracias. —Nos abrazamos los tres.


—Roberto nos contó acerca del diario, Paula. —La voz del abuelo en esa ocasión fue suave—Quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti, has sido valiente al querer enfrentar el pasado. Tu sabes cuánto te queremos hija y que con nosotros cuentas para lo que sea. —La abuela pasó su brazo sobre mis hombros.


—Gracias por todo, por el cariño, por la paciencia y por estar siempre presente en mi vida. Los adoro. —«Las lágrimas volvieron a salir, pero estas eran de alivio. Nunca fuimos capaces de decirnos esas palabras ».


—El amor no se agradece Paula —dijo la abuela. Su voz era dulce—El amor se siente y lo único que siempre hemos querido hija, es que seas feliz. —Con eso dejamos atrás los secretos, no había nada más que ocultar. Desde ese momento me sentía completa, preparada para seguir adelante sin tener que mirar atrás.



************


Una semana después, papá, Alicia, las niñas y yo, nos fuimos juntos a la fiesta de Emma. El evento se realizó en un club cuya fachada exterior ara similar a la de un castillo medieval pintado de color rosa. Niñas corrían y gritaban por todos lados.


Junto a la puerta nos esperaba Pedro. Papá se encargó de bajar a las niñas, Alicia y yo nos acercamos a la cumpleañera.


—¡Hola princesa! —Saludé a la cumpleañera y ella corrió hacia mí para abrazarme.


—¡Paula, Paula, viniste! —Envolvió mi cuello en sus bracitos con ternura.


—No me perdería tu fiesta por nada del mundo. ¿Cuántos años estás cumpliendo? —Pregunté bajándola al suelo e inclinándome para quedar a su altura.


—Seis, ya soy una niña grande. —Era demasiado linda, no me resistí y le di un beso en la mejilla.


—Vamos, Emma, enséñame dónde puedo dejar el regalo. —Ambas caminamos tomadas de la mano para llegar hasta Pedro.


—Papá, Paula me trajo un regalo. Guárdalo, nosotras vamos a jugar. —Cuando se lo entregué, nuestros dedos se rozaron. 


Una pequeña descarga de electricidad se encargó de recorrer mi cuerpo. Nos miramos, podría jurar que él había sentido lo mismo.


—Lo mantendré seguro, vayan a divertirse. —Me guiñó un ojo.


Nos encontramos con Alicia y las pequeñas, Emma se unió a las niñas y las tres salieron corriendo, persiguiéndose y gritando sin parar.


Por el rabillo del ojo veo a mi padre conversando con Pedro y el gusanillo de la curiosidad me invadió. La pregunta de Alicia me hizo reaccionar.


—¿Vas a hablar con él? —Aly pasó el brazo sobre mi hombro. Se refería a Pedro—Ustedes hacen una bonita pareja —Negué con la cabeza.


—Eres una traidora, ¿estás de su parte ahora? —Alcé una ceja.


—¡Nunca amiga! —alegó con picardía, dándome un ligero empujón.


—No sé Aly. La noche en que mi padre te propuso matrimonio hablamos un momento en la terraza, pero la conversación quedó en el aire. De verdad no sé qué va a pasar con nosotros —le dije sintiéndome frustrada.


—Si tienes otra vez la oportunidad de hablar con Pedro, te pido que lo escuches. Ya después que lo hagas podrás tomar una mejor decisión. —Asentí, no quería seguir hablando del tema. No sabía si volveríamos a retomar esa conversación y nada más pensar en ello me entristecía.


—Oye, no te hagas la loca amiga, ¿para cuándo es la boda? —Pregunté para cambiar de tema. Una gran sonrisa se forma en su rostro.


—Esta noche vamos a discutir lo de la fecha, después de dormir a las niñas. He planeado una pequeña velada a la luz de las velas con sushi, vino y una música de fondo. Roberto ha sido muy paciente, se merece eso y bueno… un cariñito de más. —Cubrí mis oídos y simulé alejarme de ella sin parar de reír.


—Demasiada información, no quiero saber más. —Nuestra diversión fue tan efusiva que atrajimos sin querer la atención de quienes nos rodeaban.


Dos horas más tarde nos encontramos alrededor de la mesa de la torta, cantamos cumpleaños, y Emma pidió un deseo mientras soplaba las velas. No soltó mi mano ni la de Pedro en ningún momento, ese cariño tan genuino que sentía por mí me ablandó el corazón.


Por el rabillo del ojo lo capturé varias veces a Pedro mirándome. Me gustaba que lo hiciera, a quien quería engañar. Seguía estando enamorada de él como una adolescente. Solo esperaba que su interés no decayera por haberme tomado todo ese tiempo en darme cuenta. Sin embargo, la conversación seguía pendiente, y lo que tenía que decir me inquietaba.


—Paula, es hora de irnos, las gemelas están cansadas —anunció papá después de comer pastel. Me acerqué para despedirme de Emma, pero su manito se aferró a la mía.


—Paula no te vayas tan pronto, ven a casa con nosotros, por favor —lo dijo con la vocecita más dulce que había oído.
La voz de Pedro resonó detrás de nosotras sobresaltándome.


—A mí también me gustaría que vinieras Paula, además, hoy debemos hacer todo lo que la princesa Emma diga. —la niña sonrió y me abrazó, ese gesto tan efusivo hizo que aceptara la invitación


—Acepto su invitación su majestad —le dije sonriendo mientras nos separábamos. Pedro me agradeció en silencio con una sonrisa.


—Amiga nos vamos, las gemelas están agotadas —me indicó Alicia para luego acercarse a mi oído y murmurar—Escúchalo y pásala bien, deséame suerte a mí. —Le guiñé un ojo.


Al terminar la fiesta ayudé a Pedro a guardar los regalos en el todoterreno. Emma se subió sola en su silla y nos llamó apurándonos.


—Ya casi terminamos —dije para calmarla.


—Listo, la última bolsa. Vamos, Paula. Princesa Emma, ¿quiere ir a palacio?


—¡Sí! —gritó la niña, aunque se notaba cansada.


Pedro se giró hacia mí antes que subiéramos al auto y posó su mirada azul en mis labios. Como un reflejo, acaricié su mandíbula. Él atrapó mi mano y la besó con afecto.


Al subirnos al todoterreno, puse música mientras Pedro manejaba. El trayecto era corto y en menos de quince minutos aparcó el vehículo en el estacionamiento de su edificio. Entre los tres logramos bajar todos los paquetes, y subimos a un viejo elevador. Emma pulsó el botón de su piso y las dos comenzamos a contar hasta que las puertas se abrieron. No podía negar que la pasaba muy bien con ella y Emma se mostraba feliz conmigo. Al igual que Pedro, que en todo momento nos observaba con cariño y satisfacción.


Entramos al departamento y quedé impresionada por su tamaño. Era muy espacioso y estaba decorado con practicidad, utilizando un estilo moderno con muebles coloridos y muy pocos adornos.


—Es precioso, Emma, me gusta tu castillo. —Ella se rió y tiró de mi mano para sentarnos en el sofá—Deja que me quite los zapatos, ya no los aguanto. —Ambas nos descalzamos en medio de risas.


—Ayúdame a abrir los regalos, ¡vamos, vamos! —La euforia de la chica era contagiosa. Entre las dos rompimos los papeles y abrimos cajas.


—¿La están pasando bien?, aquí les traigo pizza por si quieren. —Pedro colocó la bandeja sobre una mesa, ubicada en el medio de la sala. Estaba vestido de manera informal. 


Me pareció tan sexy que no pude evitar suspirar al verlo.


—Gracias Pedro, creo que princesa Emma la está pasando súper. —le guiñé un ojo a la niña.


—Papá, este es el mejor cumpleaños de mi vida —dijo emocionada y se levantó para tomar un pedazo de pizza.


—Gracias por venir con nosotros. —Pedro se acercó y se sacó los zapatos antes de sentarse a mi lado, muy cerca, tan cerca que nuestros cuerpos podían rozarse. Inhalé hondo, mientras él pasaba su brazo por encima de mis hombros, esta vez no lo rechacé, me gustaba cómo se sentía. Cerré los ojos y recosté mi cabeza sobre su hombro—Tenía tantas ganas de tenerte en mis brazos —susurró cerca de mi oído. Giré el rostro hacia él al escuchar sus palabras—¿Vamos a terminar esa conversación que dejamos pendiente? —Me perdí en su mirada, en esos ojos que me hacían olvidarme de todo, las palabras no salieron de mi boca. Estaban atoradas en mi garganta. El miedo a lo que sucedería era más fuerte que yo.









MISTERIO: CAPITULO 21




Al día siguiente el departamento olía a gloria. Eso era sinónimo de que los abuelos habían llegado. Tiré todo en el sofá y me apresuré a entrar en la cocina para saludarlos. La abuela Esther estaba cocinando. Lucía tan regia como siempre, solo ella era capaz de arriesgarse a cocinar vestida con pantalones blancos.


La abuela Esther y el abuelo Thomas habían volado desde Florida. Ellos vivieron en Nueva York por más de sesenta años, y hasta hacía sólo tres, tomaron la decisión de retirarse a vivir a un clima más cálido. Se compraron un condominio con vista al mar en Tampa.


La abuela Esther, era más que una abuela para mí, la sentía como una madre, siempre atenta, cariñosa, paciente y amorosa conmigo. Desde pequeña me apoyó ocultando todas mis travesuras y ayudándome con papá y con el abuelo cuando me encaprichaba por algo muy costoso. Papá era hijo único. Los abuelos eran los únicos familiares que teníamos.


—¡Paula!, querida —exclamó la abuela, al tiempo que se levantaba para darme un abrazo.


—Abuela, te he echado de menos. —Mis ojos se llenaron de lágrimas. «Debía contarle lo del diario que el detective me había entregado».


—Un momento, Esther, no la hagas llorar. —El abuelo apareció mientras nos separábamos. Después de abrazarme me seca las lágrimas con uno de sus pañuelos perfumados.


—Estoy bien abuelo, no pasa nada —me quejé pero igual acepté su gesto con una sonrisa—Creo que es la emoción acumulada —dije más calmada.


—Ven aquí, Paula, cada día estás más hermosa. —Ésta vez el abuelo me dio un abrazo de oso polar. Él era grande y robusto, y aunque tenía cara de gruñón, en el fondo era muy dulce.


—No me gusta que vivan tan lejos, los extraño mucho. —La abuela pasó su mano por mi cabello.


—Paula, sabes que puedes ir a visitarnos cuando quieras. —Me miró con ternura, como sólo ella sabía hacerlo.


—Lo sé, pero ahora que trabajo mi tiempo es reducido. En fin, estoy feliz de que estén aquí con nosotros. —Abrí el refrigerador y saqué una botella de agua—¿Ya conocieron a Alicia y a las gemelas? — La abuela frunció el ceño. Me pareció que había metido la pata.


—No, todavía no. Roberto nos buscó al aeropuerto y luego nos dejó aquí. Él fue a comprar unos ingredientes especiales que necesito para la cena. —Justo en ese momento entró papá.


—Hijo estamos hablando de ti, que bueno que llegaste. —La voz del abuelo era tan fuerte que retumbaba—¿Trajiste todo lo que te pedí?


—Eso creo, espero no haber olvidado nada. —Papá se nos quedó mirando a todos. «Oh, oh, parece que va a decir algo importante»—Esta noche tendremos a varios invitados adicionales. Entre ellos esta Alicia y sus dos gemelas, Tara y Amy, también vienen Pedro y Emma. —Se pasó una mano por el cabello, parecía estresado—Les quiero decir
otra cosa —La pausa que hizo fue eterna, la abuela no podía aguantar el suspenso.


—Hijo, por Dios, habla de una buena vez. Me tienes con los nervios de punta. —Solté una carcajada, tanta tensión me pareció graciosa—Paula no te rías, y Roberto termina de hablar. —«Tan linda, la abuela nunca cambiará».


—Quédate tranquila mamá no es nada malo, en realidad es una buena noticia. Sé que no conocen a Alicia todavía, pero estoy seguro que les va a encantar tanto o más que a mí. Ella además de hermosa, es una mujer maravillosa y una excelente madre, es divorciada y tiene dos niñas. No tenemos mucho tiempo juntos aunque la conozco desde hace unos años… bueno lo que realmente quiero decir, es que esta noche le voy a pedir que se case conmigo delante de todos ustedes, después de la cena. —La última parte la dijo tan rápido que a todos nos costó un par de segundos digerirlo.


La abuela se llevó la mano al corazón, él abuelo le pasó un brazo al verla llorar.


—Abuela no te pongas así, ella de verdad es una buena muchacha, es mi mejor amiga. Fui yo quien los presento. —Me acerqué y sequé sus lágrimas con el pañuelo perfumado del abuelo.


—Lo siento hijo, lloro por lo que has dicho, me haces tan feliz. No tienes idea de cuánto he rezado para que una buena mujer aparezca en tu vida. Eres tan bueno hijo, te mereces lo mejor. —Papá la abrazó con afecto.


—Te felicito hijo, sabes lo orgulloso que estamos de ti y de Paula. Mira lo bonita que se ve en su uniforme —Todos reímos, esa ocurrencia tranquilizó el ambiente.


Los invitados comenzaron a llegar. Primero lo hicieron Pedro con Emma, mi corazón se aceleró a más no poder al verlos, la abuela pudo percibir mi estado.


El abuelo hizo de anfitrión, recibiéndolos en la entrada.


—Cuanto tiempo Pedro, años sin verte, aunque déjame decirte, te ves igualito. —La abuela se le guindó del brazo y no paraba de hablar. Él le sonreía con dulzura y le seguía la corriente guiñándome un ojo.


En seguida volvió a sonar el timbre, el abuelo nuevamente saltó a abrir la puerta, esta vez fue Alicia y las niñas. Las tres lucían como sacadas de una revista de modas. Papá, como todo un caballero, salió a su encuentro.


—Adelante, tú debes ser Alicia —indicó el abuelo sonriente. Mi amiga asintió—¿Y estas princesas? Ah, ya sé, son Tara y Amy. —El abuelo era un experto, Aly sonrió de oreja a oreja, sus nervios se habían esfumado.


—Alicia te presento a mi padre, Thomas Chaves y a mi madre Esther Chaves. —La abuela soltó el brazo de Pedro y se acercó a ellas.


—Encantada de conocerlos, Roberto me ha hablado mucho de ustedes.


Tara y Amy enseguida congeniaron con Emma, el trio se distrajo jugando en la sala, alrededor del árbol de navidad. Mientras Alicia acompañaba a mi abuela a la cocina, para supervisar que todo estuviera listo para la cena.


Aproveché la ocasión y le hice señas a Pedro para que me siguiera a la terraza. Como la noche era fría tuvimos que ponernos las chaquetas antes de salir al exterior.


—Gracias por la invitación —inició él mirándome con sus hipnóticos ojos.


—Sabes que papá te aprecia mucho. —Pedro colocó su mano en mi cintura y me atrajo hacia él.


—¿Y tú Paula? —Murmuró acercándose a mí.


—Pedro… Yo… sé que tenemos una conversación pendiente. —Di un paso hacia atrás.


—Sólo quiero que sepas que no tuve nada que ver con lo que pasó en mi oficina. Paula, desde el incidente del avión, no he estado con otra que no seas tú. —Lo miré sorprendida.


«Entonces, ¿el no tuvo nada que ver? Pero… necesitaba que me aclarara la historia que Oscar me había contado».


—Yo tampoco he estado con más nadie Pedro —Le confirmé. Su mirada se oscureció, acunó mi rostro entre sus manos y me besó con suavidad.


—Papá, Paula, vengan, vamos a cenar. —Emma corrió hacia nosotros, me agaché para recibirla con los brazos abiertos.


—Gracias, princesa, por venir a buscarnos. Déjame abrazarte, hace mucho frio. —Pedro se quitó la chaqueta y la envolvió en ella. Caminamos juntos en dirección a la sala pero antes de entrar a la calidez del departamento Pedro me susurró al oído.


—Esta conversación no ha terminado Paula…


El ambiente era perfecto, Alicia no paraba de hablar con los abuelos, eso era una buena señal, las tres niñas jugaban animadas y mi padre no podía dejar de sonreír con satisfacción, sentado junto a la mujer que amaba.


Entre conversaciones, Alicia, la abuela, y yo nos ocupamos de poner la mesa y servir la comida. Los hombres se hicieron cargo de las bebidas y del cuidado de las niñas.


La cena transcurrió entre chistes malos de médicos, risas y anécdotas de los abuelos en su nuevo condominio de la playa. Cuando saqué el postre: una rica torta de manzana acompañada con helado de vainilla, las niñas gritaron por la emoción. El momento del subidón de azúcar había llegado.


Al terminar de comer, papá alzó una copa y le dio unos golpecitos con la punta de un tenedor.


—Atención, por favor. —Se levantó, metió la mano dentro del bolsillo de su pantalón y sacó una cajita aterciopelada color negro—Gracias a todos por venir. Quiero aprovechar la oportunidad de que mis padres están presentes, así como mi buen amigo Pedro y por supuesto, mi hija, que ha hecho de cupido en esta historia, la atención que les pido es para hacer una petición. —Se acercó a Alicia, puso una rodilla en el piso y le tomó una mano a mi amiga, cuyo rostro se sonrojó de tal manera que por un momento temía le fuera a dar algo—Alicia Lowen. —La miró con tanta intensidad y amor que yo no pude evitar que mis ojos se empañaran por la alegría. La abuela se secó las lágrimas con una servilleta mientras Alicia atendía con devoción a sus palabras—Desde que te vi en mi cocina con las gemelas haciendo galletas con chispas de chocolate, supe que había caído rendido a tus pies. No puedo vivir un día sin verlas. Te amo Alicia. —Ella no soportó más, con manos temblorosas trató de limpiar las lágrimas que rodaron por su rostro—Por favor, no llores mi vida, yo solo quiero hacerte feliz. —Aly procuró tranquilizarse—¿Quieres casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz del mundo?


Mi amiga lo observó con una ternura indescriptible. El amor que se tenían era palpable. Papá abrió la cajita y le enseñó la flamante roca de diamante montada en oro blanco que se hallaba dentro de ella.


—¡Sí… Sí… Roberto, te amo. —Él sin poder ocultar su emoción, le colocó el anillo en el dedo y la ayudó a ponerse de pie. Las niñas saltaron de sus sillas y los abrazaron.


—Felicidades, hijo. —El abuelo lo abrazó tan fuerte que todos comenzamos a reír.


—¿Y para cuando es la boda? —preguntó la abuela con una súper sonrisa.


—No asustes a Alicia, mamá, lo importante es que dijo que sí —dijo papá alegremente.


—Quédate tranquila mujer, ya nos avisaran, no nos pongamos fastidiosos — intervino el abuelo en su vozarrón y las risas no pararon.


La abuela se acercó a Alicia y le tomó ambas manos. Todos hicimos silencio porque queríamos escuchar. El momento se volvió serio.


—No quiero ser fastidiosa, Alicia. Lo que estoy es desesperada por ver a Roberto casado como Dios manda y lo veo tan feliz a tu lado que… —La voz de la abuela se quebró por la cantidad de emociones que la embargaban—Lo que quiero decir es que no te vayas a arrepentir de entrar en nuestra familia. —Las dos se abrazaron y papá se les unió.


Una hora más tarde Pedro anunció que debía irse. Después de las despedidas lo acompañé a la puerta.


—Nos vemos en tu fiesta de cumpleaños, pórtate bien princesa. — Le di un beso y un abrazo a Emma. En ese momento apareció papá junto con las gemelas y Alicia.


—Felicidades a los novios una vez más. —Pedro le dio una palmada en la espalda.


—Gracias por venir, bajemos juntos, voy a acompañar a las chicas.


—Buenas noches, Paula. —Pedro cogió a Emma en brazos, quien estaba tan cansada que enseguida acomodó la cabeza en el hombro de su padre.


—Buenas noches Pedro, gracias por venir. Que descansen.


Pedro me regaló una última mirada antes de que las puertas del elevador se cerraran. Suspiré aliviada al recordar nuestra conversación en la terraza. Pero sabía que tenía más cosas que aclarar y como él mismo lo había mencionado, la conversación estaba pendiente









MISTERIO: CAPITULO 20




—Tú dirás. —Pasé al interior, pero dejando la puerta abierta


—Estaba a punto de irme.


—Emma te manda esto, me dijo que te la entregara personalmente. —Era una tarjeta, la tomé mirando mi nombre plasmado en color púrpura. Una invitación para su fiesta de cumpleaños.


—Gracias, dile que cuente conmigo, allí estaré. ¿Eso es todo, doctor Alfonso? —Él me sonrió, podía intuir que quería decirme algo más, pero no lo hizo.


—Es todo doctora Chaves, puede retirarse. —Asentí y le regalé una sonrisa antes de desaparecer.


Cuando me hallaba a pocas cuadras de distancia del edificio, le mandé un mensaje de texto a mi amiga.


Paula: A punto de llegar, te veo en la puerta de mi departamento en cinco minutos.


Alicia: Perfecto, voy por la vecinita.


Después del de ella, otro mensaje de texto entró. Lo miré rápido porque creía que era de mi amiga.


Pedro: Gracias por aceptar la invitación de Emma, todavía estoy esperando que aceptes la mía.


Paula: Pronto.


Pedro: Tic… Toc… no seas tan dura conmigo.


Paula: Tic… Toc… pronto.


Una sonrisa genuina se instaló en mi rostro, tan solo había sido un mensaje de texto, pero para mí lo que realmente importaba era que Pedro seguía mostrando interés por mí.


Me bajé del taxi y subí al departamento, Alicia me esperaba con una sonrisa marcada en los labios. Nos saludamos con un abrazo.


—Cuéntame todo, desahógate. —Entramos en la casa y corrimos a mi habitación, echándonos sobre la cama entre risas.


—Estoy feliz, nerviosa y asustada, Paula, tu papá me pidió matrimonio. —Ahora su sonrisa era permanente.


—¿Lo amas, amiga? —La tomé de las manos. Aly asintió, no podía hablar, estaba sollozando de alegría—¿Le contestaste? —Negó con la mano.


—Lo siento. —Trató de calmarse—Lo amo como nunca había amado a nadie. Roberto es un hombre maravilloso. —Se tapó la cara y siguió llorando.


—Cálmate Aly. Entonces, ¿cuál es el problema? —Ella tomó una bocanada de aire y poco a poco lo soltó.


—Todo es tan rápido, Paula. Tengo miedo a que se arrepienta, es mucho de repente: las gemelas, yo, mi trabajo, su trabajo. No sé, temo a que fracasemos. —Yo sonreí y le aparté un mechón de pelo que le caía sobre uno de los ojos.


—Papá las adora a las tres, no tengas miedo. Mi padre se ha enamorado de ti, los dos se merecen y yo estoy feliz por ustedes. —Nos volvimos a abrazar.


—¿De verdad crees que funcionemos?


—Sí, tonta. Ya verás que todo va a salir bien, no seas tan dura contigo misma. Eso sí amiga, prepárate, porque él se va a encargar de consentir a las chicas. —Ella me miró con timidez.


—Ya lo hace Paula, cada vez que lo encuentro coloreando con ellas o leyéndoles un libro mi corazón se llena tanto. ¡Oh, por Dios!, creo que voy a volver a llorar. —La ayudé a pararse de la cama—Le dije que me diera unos días, que le daría respuesta para la nochebuena.


—Amiga, eso suena tan romántico, pero espera, ¿eso es mañana? —Aly asintió y en medio de risas, la llevé hacia el baño—Vamos, arréglate, papá va a llegar en cualquier momento. ¿Quieres algo de tomar? —La vi desde el marco de la puerta mientras ella abría la llave del agua del lavamanos.


—Sí, un café. Gracias, Paula, gracias por escucharme. —Le froté la espalda con cariño antes de dejarla para que se retocara el maquillaje y me fui a la cocina.


Una hora más tarde papá entró en a la cocina y nos consiguió charlando alegremente.


—Hola, hola. ¿Cómo están las mujeres más bellas de todo Manhattan? —Se acercó a Alicia y le dio un beso sobre los labios. La escena fue tan tierna que sonreí sin querer.


—Hey, hey, les recuerdo que no están solos —bromeé—Los dejo, me voy a duchar.


—No tan rápido, ¿les provoca comida china? —propuso mi padre a las dos con atención—¿Y las gemelas?


—Con la vecinita —respondió Alicia—Las iré a buscar —completó pero mi padre la detuvo y le dedicó una mirada que me inquietó. Creo que necesitaban privacidad.


—La comida china me parece genial, mejor voy a prepararme para la cena. —Me levanté y traté de escapar.


—Espera Paula —pidió mi padre—Te recuerdo que los abuelos llegan mañana, por la cena de nochebuena —Había olvidado que ellos vendrían. El trabajo en el hospital me había absorbido todos esos días.


—Aly, vas a conocer a los abuelos, prepárate… —Le guiñé un ojo—Gracias por recordarme papá, tengo muchas ganas de verlos.


—Otra cosa, Paula. Cenaremos aquí en el departamento, la abuela quiere cocinar, pero Pedro y Emma también vienen, los invité —me confesó con una sonrisa pícara. No pude evitar abrazarlo. Papá me conocía demasiado bien.


Desaparecí y los dejé hablando de manera confidencial sobre las gemelas, la cena y quien sabía cuántas cosas más. Los dos se veían tan bien juntos y tan enamorados que parecían sacados de una novela rosa.