jueves, 8 de octubre de 2015

QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 3




Paula se dirigió por el pasillo hacia la parte trasera de la casa, con Patricio a su lado. Incluso aunque no podía oír los pasos de Pedro, podía sentirlo siguiéndola. Qué extraño. 


Cada sentido que poseía lo alertaba de su presencia. 


¿Quién diablos era ese hombre y por qué lo había contratado Barbara? No encajaba en el perfil de las personas que se dedicaban a ese tipo de trabajos. No demostraba la más mínima deferencia, le gustaba más dar órdenes que recibirlas y él mismo había admitido que era su primer empleo como asistente personal.


Eso le devolvió a su pregunta original. ¿Por qué estaba allí? 


A la primera oportunidad en que se quedara sola, iría a buscar a Barbara para exigirle respuestas. Abrió la puerta trasera de la cocina y se dirigió a un edificio contiguo. Antaño había sido un garaje, pero cuando Vilma y Patricio se fueron a vivir con ella, Paula había convertido el primer piso en unas habitaciones de uso general y el segundo en un apartamento privado para sus nuevas amistades.


—Ahora todo está muy tranquilo, ¿no?


—No sabes lo que está pasando allí, porque si lo supieras nunca dirías eso —la advirtió Patricio.


—Estupendo. Sencillamente estupendo —suspiró Paula.


—¿Por qué no voy yo primero? —sugirió Pedro.


Antes de que Paula pudiera protestar, Pedro abrió la puerta y entró. Inmediatamente se colocó entre ella y las demás personas que estaban en la habitación, como había hecho cuando llegó el tío Reynaldo. Era encantadoramente protector, pero también irritante. Paula asomó la cabeza detrás de su corpachón y se quedó asombrada. Dos mujeres estaban discutiendo a gritos, en diferentes lenguas, mientras los niños corrían por la enorme habitación riendo y chillando. 


Se oía una música procedente de un aparato portátil y todo el suelo estaba regado de ropa. Una tercera mujer se hallaba sentada en una esquina, con expresión desolada. Paula contemplaba la escena con la boca abierta.


—¿Qué sucede? —demandó. No la escuchó nadie—. ¡Hey!


—¿Puedo? —inquirió Pedro.


—Claro —consintió, dado que a ella no le habían hecho caso—. ¿Por qué no?


Pedro miró a su perro y le hizo un rápido gesto. Ladrando, Loner entró en la sala, y al momento todo el mundo se quedó quieto.


—¿Tienen algún problema, señoras?


Corrieron hacia él en masa, explicando cada una su particular motivo de preocupación. Para asombro de Paula, Pedro impuso silencio con un simple gesto.


—Una a una, por favor.


La mayor de las mujeres, Daría, cambió de lengua y pasó del español al inglés.


—No tenemos el programa y no nos ponemos de acuerdo sobre lo que hay que hacer.


—¿Dónde está Rosario? —preguntó Paula—. Ella debería tener una copia.


—Rosario tiene una cita con el médico —Daría señaló el grupo de niños—. Así que no tenemos a nadie que cuide de los críos. He estado intentando conseguir un atuendo adecuado para Vilma, pero Carmela se empeñó en hacerse cargo personalmente del maquillaje y del peinado.


Paula esbozó una mueca al mirar a Vilma: un arco iris de colores teñía su rostro, y su pelo era una especie de masa informe que ocultaba la mayor parte de sus rasgos. La pobre parecía estar al borde del llanto. Patricio sacudió la cabeza, disgustado.


—¿Ves lo que le han hecho a mi hermana? ¿Cómo va a poder conseguir un empleo con esa pinta?


—Vilma, ¿por qué no te lavas la cara en el cuarto de baño? —le sugirió Paula—. Dado que no tenemos a nadie que se quede con los críos, ya nos ocuparemos en otra ocasión de tu peinado y de tu maquillaje. Podemos aprovechar el día de hoy para elaborar tu currículum, ¿no te parece?


—Sí que me gustaría —murmuró Vilma, inmensamente aliviada.


—Anda, ve a la sala de ordenadores cuando hayas acabado de lavarte.


—Esa es una buena idea —intervino Daría—, lo que pasa es que Leonardo se ha retrasado ya una hora, y no hay nadie que pueda ayudarla con ese ordenador. Paula se volvió entonces hacia Pedro.


—¿Tú sabes algo de ordenadores?


—¿Es que tú no?


—La verdad es que no es mi punto fuerte. Y no me mires con esos aires de superioridad. Podría aprender si me pusiera a ello. Lo que pasa es que aún no… Bueno, en cualquier caso, eso no importa ahora. ¿Eres capaz de ayudar a Vilma o no?


—Sospecho que sí.


—Estupendo —Paula concentró nuevamente su atención en las mujeres—. ¿De acuerdo, Daría? ¿Por qué no escoges una ropa adecuada para Vilma? Dado que ya no piensa trabajar como bailarina oriental o adivinadora, queremos algo sencillo y a la vez profesional. Sé que yo no soy precisamente un buen ejemplo, pero procura evitar los colores demasiado chillones o contrastados —luego se volvió hacia Carmela—. Teniendo en cuenta que no podemos contar con Rosario, ¿te importaría cuidar de los niños?


—No hay problema.


—Fantástico —Paula se dirigió otra vez a Pedro—, y en cuento a ti… la sala de ordenadores está por allí.


—¿Por qué no me explicas de paso de qué va todo esto? —le sugirió.


—Claro —no empezó a explicárselo hasta que no entraron en la sala—. Daría y Carmela son parientes de mi ama de llaves, Rosario. Cuando me enteré de que estaban buscando trabajo, las contraté para que ayudaran a Vilma. Bueno, y a Rosario también, dado que el mes que viene dará a luz.


—¿Ayudar a Vilma a qué?


—A conseguir un empleo.


Pedro tardó algunos segundos en asimilar esa información.


—¿Has contratado a dos mujeres para que ayuden a otra a conseguir un empleo?


—Exactamente.


—¿Y por qué no contratar directamente a Vilma?


—Porque Daría y Carmela también necesitaban trabajar.


—Me he perdido.


—Ninguna de ellas está mínimamente capacitada. El marido de Daría falleció, dejándola a cargo de cuatro niños. Carmela tuvo sus dos hijos cuando ella misma era poco más que una niña, y está recibiendo clases de adultos para conseguir su diploma.


—¿Todos esos niños son suyos?


—Sí. Tener los niños aquí mientras trabajan les permite ganarse la vida y ahorrarse los gastos de una guardería. Y dado que ninguna de ellas ha podido conservar nunca un trabajo de verdad, pues…


—Ya entiendo por qué están tan capacitadas para ayudar a Vilma —musitó Pedro—. A propósito, ¿qué tipo de nombres son esos tan raros de Vilma y Patricio?


—Los que ellos mismos han elegido —respondió fríamente—. Por eso los llamamos así. ¿Tienes alguna objeción a eso?


—Lo siento, Paula —suspiró profundamente—. Ha sido una grosería por mi parte.


—No te preocupes, aunque me gustaría que limitases tu sarcasmo al mínimo, al menos por lo que respecta a esas mujeres. Están haciendo todo lo posible por sobrellevar sus difíciles circunstancias y no quiero que accidentalmente llegues a minar su autoestima.


—Tienes razón. Me disculpo de nuevo.


—Disculpa aceptada —Paula sonrió.


—Me estabas diciendo que contrataste a Carmela y a Daría para que ayudaran a Vilma a conseguir un empleo —le recordó.


—Sí. Sin preparación adecuada, no tenía muchas posibilidades. Ni siquiera podía permitirse comprarse ropa adecuada para asistir a una entrevista de trabajo. Y tampoco sabría qué hacer o cómo comportarse en una situación semejante. Se siente completamente intimidada por la simple idea de solicitar un trabajo.


—Así que tú la estás preparando en esos aspectos.


—Así es.


—Le estás facilitando ropa y enseñándola a arreglarse convenientemente, además de ayudarla a elaborar un currículum.


—Sí, supongo que Vilma viene a ser como un proyecto conjunto. Yo la estoy formando. Daría está a cargo de su guardarropa. Carmela trabaja con su imagen.


—A riesgo de ofenderte de nuevo, tal vez podrías considerar la idea de dar lecciones también a Carmela.


—La verdad es que se ha entusiasmado mucho con los colores del maquillaje, ¿verdad? —rió Paula entre dientes.


—Desde luego. Supongo que Leonardo está a cargo de los currículums, ¿no?


—Y también de practicar con Vilma las entrevistas. Es muy tímida. Todavía no he podido hacer que hable en voz alta, y no en murmullos. Pero confío en que pronto hagamos grandes progresos.


—Quizá pueda ayudarla yo en eso.


—¿De verdad?


Paula le tocó un brazo sin pensar, y aquel breve contacto le transmitió una extraña tensión. ¿Por qué su madre había contratado a alguien tan atractivo? ¿No podía haber elegido a alguien mayor… o al menos más feo? Se apresuró a retirar la mano y le señaló el ordenador.


—Bien, aquí tienes —anunció con tono ligero—. Todo lo que necesitas para ayudar a Vilma a elaborar un currículum y a practicar sus entrevistas. ¡Ah, mira! Aquí viene.


—¿Paula?


Paula se inquietó; nuevamente Pedro estaba usando aquella voz tan sexy que tenía.


—Voy a ver a Carmela y a Daría, y a asegurarme de que Loner no se ha comido a ninguno de los niños —forzó una sonrisa, retrocediendo—. Es una broma, claro. Bueno, supongo que nos veremos después.


Pedro la miró con expresión divertida.


—De acuerdo. Nos veremos más tarde.


—Hasta luego —levantó una mano.


—Hasta luego.


Paula giró sobre sus talones y se marchó. Pudo sentir su mirada fija en su espalda mientras se alejaba. No se atrevió a volverse, porque de otra manera habría sido testigo de que la diversión de Pedro se convertía en una abierta carcajada. 


Qué situación más humillante…


Sólo pudo dejarlo cinco minutos a solas con Vilma antes de que la curiosidad la impulsara a asomarse a la sala de ordenadores. Vilma estaba sentada frente al ordenador pulsando cautelosamente las teclas mientras Pedro permanecía de pie a su espalda, con sus gafas de lectura puestas. De vez en cuando la joven lo miraba por encima del hombro y sonreía con timidez. Paula observó agradada que la había impresionado muy favorablemente: algo que también había conseguido con ella, por cierto… Y teniendo en cuenta las ganas que tenía de concebir un hijo…


—¿Algún problema?


Pedro la había sorprendido espiándolos.


—Oh, solamente me preguntaba si necesitarías ayuda —repuso azorada.


—Todo está bajo control.


—Es maravilloso —le confesó entonces Vilma—. Me ha dicho que podré practicar con él.


—¿Practicar? —inquirió Paula, arqueando las cejas.


Un brillo de inteligencia iluminó los ojos de Pedro.


—Se refiere a la entrevista, claro está. Yo representaré el papel de un potencial empleador.


—Oh. ¿Sabes qué tipo de preguntas hay que hacer?


—Creo que puedo arreglármelas. Después de todo, te tengo a ti como modelo.


—Se supone que tendrás que ponerte duro con Vilma. Ella necesita estar bien preparada.


—Descuida.


—Quizá yo debería… —se dispuso a entrar en la sala.


Pedro se disculpó con Vilma antes de tomar del brazo a Paula para sacarla de la habitación.


—¿Qué es lo que pasa?


—Si me conocieras mejor, no te habría parecido necesario fiscalizarme de esta manera.


—Pero tú nunca has hecho esto antes —protestó—. Pensé que podrías necesitar ayuda.


—¿Te parezco incapaz de hacerlo?


—Tengo que admitir que es la última palabra con que se me hubiera ocurrido describirte.


—¿Es que no puedes imaginarme desempeñando el papel de empresario?


—Claro que puedo imaginarte en ese papel.


—¿Entonces por qué pensaste que podría necesitar ayuda?


—Porque eres nuevo aquí —Paula se aferró a la primera excusa que puedo encontrar.


—Entiendo.


No, se dijo Paula: no lo entendía. Su tono irónico no le había pasado desapercibido. Pedro la soltó de inmediato, cruzando los brazos sobre el pecho. A pesar de su aire distante, Paula sospechaba que una corriente de emoción circulaba bajo la superficie. No podía recordar una sola ocasión en que se hubiera sentido tan intimidada por alguien. Incluso los hombres más duros se habían derretido ante sus sonrisas. 


Pero Pedro era distinto. Muy distinto.


—Dado que no he visto tu currículum, no podía saber lo que eres capaz de hacer y lo que no.


—Si te digo que puedo arreglármelas bien… ¿confiarás en mí?


—Absolutamente —a Paula le pareció la respuesta más inteligente.


—Pues tendrás que disculparme, porque voy a entrar otra vez en la sala de ordenadores.


—¿No quieres que entre contigo, verdad?


Pedro se limitó a esbozar una deliciosa sonrisa.










QUIERO UN HIJO PERO NO UN MARIDO :CAPITULO 2





—¿Que quieres contratar a alguien para qué? —Paula se levantó bruscamente de su silla. ¿Por qué parecía tan sorprendido? Él le había dicho que lo había contratado su madre, que Barbara sabía lo del anuncio. ¿Entonces por qué reaccionaba así?


—Para engendrar a mi hijo, claro está. ¿No es de eso de lo que hemos estado hablando hasta ahora?


—Tal vez tú sí, pero yo…


—¿Es que no lo comprendes? Escogí este método porque una clínica es tan… clínica…. Es demasiado impersonal. Tener un hijo no debería ser un proceso clínico —cedió a la tentación y tomó otro bombón de chocolate. Al instante se sintió algo más tranquila, y le tendió la caja—. ¿Quieres uno?


—No. Lo que quiero es una explicación.


—Quiero saberlo todo del hombre que engendrará a mi hijo o a mi hija. Quiero saber qué tipo de genes se combinarán con los míos. Quiero conocer su aspecto, saber lo que piensa, si tiene más de dos neuronas albergadas en su cerebro…


—¡Un momento! —exclamó Pedro sin poder contenerse.


—¿Qué pasa?


—¿Es por eso por lo que están esperando todos esos hombres, en el vestíbulo?


—Por supuesto.


—¿Estás buscando un padre para tu bebé?


—Bueno —Paula frunció el ceño—, quizá debí haber programado también un examen psicológico, para tener mayor seguridad.


—Te sugiero que te programes también uno para ti.


Pedro se levantó, avasallándola con su estatura. Paula pensó que quizá fuera su ropa negra lo que encontrara tan intimidante. O quizá la manera en que su camisa se tensaba bajo aquel pecho tan ancho… O tal vez su forma de clavar en ella aquellos penetrantes ojos grises. Tuvo que recurrir a toda su capacidad de autodominio para no ponerse a temblar como una colegiala. No se había sentido así desde, desde… Bueno, pensándolo bien, nunca antes se había sentido así.


—¿Es que has perdido el juicio? —le preguntó él.


—Supongo que sí. Quizá si guardaras un poco más las distancias… —señaló el pecho musculoso que tenía delante de los ojos—… podría pensar con mayor claridad.


—¿Es que estoy demasiado cerca? —inquirió, arqueando las cejas.


—Sí. Para ser sincera, soy una de esas típicas personas que no tienen sentido alguno del espacio personal. Pero contigo… —sacudió la cabeza—… puede que tenga que instalarme un parachoques.


Pedro retrocedió un paso.


—¿Así está mejor?


—Sí, gracias.


—Estupendo. Ahora quizá puedas responder a mis preguntas. ¿Pusiste un anuncio en el periódico demandando donantes de semen?


—Sí. Aunque lo expresé de una manera algo más cuidadosa.


—¿Cómo de cuidadosa?


—¿Es que Barbara no te enseñó esto? —le preguntó Paula a su vez, entregándole un periódico.


Pedro volvió a sacar sus gafas de lectura y leyó en voz alta: 


Se necesita hombre de entre veinticinco y cuarenta años para participar en breve encuentro romántico. Se requieren frutos positivos de la labor mencionada. Necesario firmar contrato, aclarando que cualquier producto o resultado de tal encuentro será propiedad exclusiva de la persona recipiente.


—¿Lo ves? Me he expresado con mucho tacto.


—Quieres decir que te has garantizado la asistencia de todos los chiflados de este lado del Misissipi —Pedro se guardó nuevamente sus gafas—. Al menos habrás tenido el buen sentido de alquilar un apartado de correos para recibir las respuestas.


—Por supuesto.


—Supongo que también habrás pedido que te envíen una foto, currículum y referencias.


—Sí, yo… —de pronto se interrumpió. Había algo que no tenía sentido en aquella situación, y solo tardó un instante en averiguarlo: ¡él no había visto antes el anuncio! Lo miró con expresión desconfiada—. Ahora que caigo en la cuenta, yo no recibí ni tu foto ni currículum. En ese caso me acordaría —de eso estaba segura—. Así que si no has venido por el anuncio… ¿por qué estás aquí?


—Barbara contactó conmigo después de trasladarse a su apartamento. Le preocupaba que te quedaras sola aquí y pensó que podrías necesitar ayuda. No creo que se diera cuenta de hasta qué punto.


—¡Hey! Quizá deberíamos empezar por el principio. ¿Quién eres tú y qué relación tienes con mi madre?


—Ya sabes quién soy. Pedro Alfonso, por si lo has olvidado. Barbara me contrató como regalo de cumpleaños. Se supone que trabajo para ti. En el sentido más tradicional del término, podría añadir. Cuando vi a los otros en el vestíbulo, supuse que estarías haciendo una ronda de entrevistas para el empleo para el que me contrató tu madre.


—¿Y qué empleo es ese?


—«Chico para todo», asistente personal, ayuda de cámara —se encogió de hombros—. Lo que tú gustes.


—Pues no, gracias. No necesito ese tipo de ayuda. Puedo cuidar de mí misma, y las demás tareas de la casa ya están cubiertas.


—¿Excepto la de que alguien te ayude a fabricar un niño?


—Eso no es asunto tuyo.


—Qué gracioso. Hace cinco minutos me estabas entrevistando como padre potencial.


—Eso fue hace cinco minutos —Paula le señaló la puerta—. Y ahora, quiero que te vayas.


—Seguro. Me encantará volver con Barbara y contarle que ya no necesitas un empleado —se interrumpió un momento—. ¿O debería sugerirle que te ofreciera mis servicios como semental? Quizá ese pueda ser tu regalo de cumpleaños en vez del asistente personal.


—¡No! No quiero que le cuentes nada de esto.


—Terminará descubriéndolo un día de estos. ¿O es que pensabas mantenerlo en secreto hasta que dieras a luz al bebé?


—Tengo intención de decírselo —Paula intentó no adoptar un tono defensivo, pero no dio resultado—. Lo que pasa es que no quiero apresurarme.


—Lo que quieres decir es que si ella descubre tus intenciones antes de que la buena acción sea realizada, hará todo lo posible para hacerte desistir, ¿no?


—Bueno, seguro que me expresaría su opinión al respecto —confesó Paula, haciendo una mueca.


—Comprendido —Pedro esbozó una sonrisa de suficiencia—. ¿Tengo que inferir entonces que has decidido aceptar tu regalo de cumpleaños?


—¡Eso es chantaje!


—Sí que lo es —cruzó las manos sobre el pecho.


—¿No tengo otra elección?


—No la tienes. Le di a tu madre mi palabra de que desempeñaría ese empleo, y no pienso echarme atrás.


Hablaba terriblemente en serio. Paula examinó las posibilidades que tenía. Quizá no fuera tan malo tenerlo cerca: parecía fuerte, capaz, inteligente, y quizá pudiera ayudarla con las entrevistas. Se animó de repente. Podría resultar divertido tenerlo de asistente personal. Solamente necesitaban aclarar un pequeño detalle.


—¿Harás lo que te diga?


—Seré tu empleado, si es eso lo que quieres decir.


—Pareces tener problemas para recibir órdenes —comentó, sospechosa—. Este es tu primer trabajo como asistente personal, ¿verdad?


Pedro abandonó su expresión fría y adoptó otra peligrosamente atractiva.


—¿Tan obvio resulta?


—Bueno, no te preocupes —repuso con un tono de compasión—. Confío en que podrás arreglártelas. No me sorprende que te comportaras de una manera tan extraña. No sabías en lo que te habías metido.


—¿Quiere eso decir que vas a permitirme que me quede?


—Claro. ¿Cómo podría rechazarte sabiendo que esta es la primera vez que realizas ese trabajo? Debiste habérmelo explicado desde el principio. Me habría mostrado mucho más comprensiva.


—Espera, a ver si lo entiendo bien. Si yo hubiera tenido alguna experiencia, me habrías rechazado. Pero me conservas precisamente porque no la tengo.


—Exacto —Paula le dio una palmadita en el brazo—. Oye, ¿por qué no te tomas el día libre? Tranquilízate y procura no preocuparte demasiado. Podrás empezar mañana —se dirigió a la puerta y la abrió—. Si me disculpas, tengo que seguir con las entrevistas.


Pedro echó un vistazo al vestíbulo.


—Querrás decir con la entrevista.


—¿Perdón? —lo miró confundida.


—La entrevista, y no las entrevistas. Tus potenciales padres parecen haberse evaporado. Todos excepto ese caballero que se ha subido a la cómoda —Pedro volvió a mirar divertido al hombre en cuestión—. No me parece un candidato muy prometedor.


Paula miró y se quedó con la boca abierta.


—Bájese ahora mismo de ahí —ordenó.


—No pienso moverme —el tipo sacudió la cabeza—. ¡No hasta que se lleven a este lobo de aquí!


Paulaobservó con interés cómo Pedro ordenaba en silencio a Loner que se retirase.


—De acuerdo, ya no hay peligro. Ya puede bajarse.


—Es inofensivo —intervino Pedro.


—¡Inofensivo! —el hombre rió sin humor—. Nos ha echado a todos uno a uno, gruñéndonos, ladrando, enseñando los dientes. Si no me hubiera subido aquí, no sé lo que me habría pasado.


—Exactamente lo que ha pasado: nada —Pedro señaló a Loner, que se había tumbado en el suelo—. ¿Lo ve? Completamente inofensivo.


El hombre bajó de la cómoda y se dirigió apresuradamente hacia la salida.


—Espere un momento —protestó Paula—. ¿Qué pasa con la entrevista?


—Olvídelo. No estoy tan desesperado.


La puerta se cerró a su espalda, y Paula se volvió hacia Noah con las manos en las caderas.


—¿Y ahora qué se supone que debo hacer?


—Yo tengo una sugerencia. Búscate un marido. Así podrás concebir todos los hijos que quieras. Es más seguro. Y más inteligente.


—Oh —exclamó de pronto una voz desde la entrada—. ¿Interrumpo algo?


Pedro se apresuró a colocarse delante de Paula.


—Pues sí, si es que ha venido para la entrevista.


Paula le dio un golpe en la espalda.


—Hazte a un lado, tonto. Él no ha venido para la entrevista.


—¿Loner? —Pedro hizo una seña al perro, que se había puesto inmediatamente alerta. Cuando logró que se relajara, se hizo a un lado—. Vale. No hay peligro.


—¿Tú crees? —Paula abrazó al recién llegado, contenta de disponer de un momento para recuperarse—. ¡Tío Reynaldo! ¡Qué alegría verte!


—Hola, querida. ¿Cómo estás?


—Estupendamente —le dio un rápido beso en la mejilla—. ¿Dónde has estado? Es como si de repente hubieras desaparecido de la faz de la tierra. Te he echado de menos.


—Lo siento, cariño. A veces los negocios se interponen en el camino del placer —miró a Pedro—. ¿No nos vas a presentar?


—Oh, perdón. Este es Pedro AlfonsoPedro, te presento a mi tío Reynaldo Alfonso.


Reynaldo enarcó las cejas mientras le estrechaba la mano.


—Alfonso… Alfonso… ¿por qué me resulta tan familiar ese apellido?


—Estás pensando en Manuel Alfonso —se apresuró a explicarle Paula—, el ex prometido de mamá. Pedro es un pariente lejano suyo.


—¿Es que ha vuelto Manuel a la vida de Barbara? —una extraña emoción cruzó por el rostro de Reynaldo—. Yo creía que eso estaba acabado.


—No, no ha vuelto a su vida —Pedro no esperó a que Paula respondiera—. Y no es por eso por lo que yo estoy aquí —se interrumpió por un instante—. Soy un empleado contratado por Paula.


—¿Un empleado? —inquirió sorprendido Reynaldo, y en sus ojos azules apareció un brillo de curiosidad mezclada con preocupación—. Creo que he estado demasiado tiempo fuera. ¿Cuándo sucedió eso?


Paula miró a uno y a otro, percibiendo una tácita e intensamente masculina comunicación entre los dos hombres que no pudo menos que inquietarla.


—Ahora mismo.


—Soy un regalo de cumpleaños de Barbara—Pedro cruzó los brazos sobre el pecho, sosteniendo firmemente la mirada del tío de Paula—. Lo que necesite la señorita Chaves, yo se lo procuraré.


—¿Cualquier cosa? —Reynaldo arqueó una ceja.


—Lo que sea —confirmó Pedro.


Paula se interpuso entre ambos. Un codazo en el estómago de Pedro la ayudó en esa tarea, aunque sospechaba que con eso se hizo más daño a sí misma que a él.


—Creo que te olvidaste de mencionarme esa parte.


—Tendrás que disculparme ese olvido —pronunció Pedro con un tono a todas luces nada apologético—. No hemos tenido mucho tiempo para describir con profundidad mi trabajo. Pensé que podríamos hacerlo una vez que me instalara aquí.


—¿Que se instalara aquí? —Reynaldo miró a uno y a otra, alarmado—. ¿Cree que eso será prudente?


—¿De qué otra forma podría atenderla en todo lo que necesitase? —inquirió a su vez Pedro, con una sonrisa de inocencia tan falsa como la de un ángel caído.


—Discúlpenos, por favor —Reynaldo tomó a su sobrina del brazo y se la llevó aparte—. ¿Has investigado los antecedentes de ese hombre? —le preguntó en voz baja—. ¿Será seguro tenerlo en la casa contigo?


—No, no he investigado sus antecedentes —respondió Paula con tono paciente y miró a Pedro, sospechando que podía escuchar todas y cada una de las palabras que estaban pronunciando—. Barbara lo contrató. Si eso hace que te sientas mejor, me encargaré de revisar su historial.


—Ya sabes lo mucho que quiero a tu madre. Pero a veces… —Reynaldo suspiró—. No quiero molestarte, querida, pero tu madre no se distingue precisamente por su prudencia. No me sorprendería que hubiera contratado al señor Alfonso nada más que por su impresionante apariencia física, basándose en su tan a menudo desafortunada intuición con los hombres.


—Es cierto que no ha tenido demasiada suerte con ellos —le concedió Paula—. Estoy segura de que pensó que necesitaría alguna ayuda, ahora que se ha ido de aquí y se ha quedado sola —añadió, con la esperanza de cambiar de tema.


—Entonces… —su tío se aclaró la garganta—… ¿es que tu madre está envuelta en otra relación?


—Si es así, no me ha contado nada al respecto.


—Pero es solamente en esos casos cuando se va de casa, ¿no? Bueno, supongo que pronto recibiremos invitaciones para su boda número cinco.


—Seis —Paula le tocó un brazo—. Ella amó a papá más que nadie, tío Reynaldo. Tú lo sabes. Nadie más ha sido capaz de reemplazarlo en su vida.


—Pero aun así continúa intentándolo.


—Quizá el próximo sea diferente.


—¿Lo conoces?


—Ya te lo he dicho. Si es que hay alguien nuevo, ella todavía no me ha dicho una sola palabra —Paula esbozó una mueca—. Ya sabes cómo es Barbara.


—Sí, querida —murmuró con una melancólica sonrisa—. Soy muy consciente de las excentricidades de tu madre.


—Bueno, todo esto es nuevo para mí. Ella siempre ha esperado a comprometerse antes de irse de casa. En esta ocasión casi ni ha avisado. Hace un par de días hizo las maletas, me dio un beso en la mejilla y salió por esa puerta. Solamente la veo cuando pasa por aquí para recoger la correspondencia.


—¿Qué estará tramando esa mujer?


—Quizá quiera vivir sola durante una temporada. Está usando el apartamento de Nob Hill.


—Tu madre no es de las personas que puedan vivir solas durante mucho tiempo —Reynaldo se irguió con una pose tan estirada como la de un militar, llevándose una mano al cuello almidonado de su camisa—. Sospecho que deberíamos prepararnos para lo peor.


—Quizá esta vez se trate de lo mejor.


Por alguna razón, eso lo deprimió aún más.


—Tendremos que esperarlo. Tu madre se merece la felicidad. Quizá la encuentre si deja de mariposear de… —se interrumpió de pronto, ruborizado.


—¿De marido en marido? —inquirió secamente Paula.


—Perdóname, querida. Ha sido una intolerable indiscreción por mi parte.


—No te preocupes, tío Reynaldo —le dio una palmadita en el brazo—. Más que indiscreción, ha sido sinceridad.


—¿Señorita Chaves? —la llamó en ese instante Pedro—. ¿Puedo saber ya cuál es el veredicto? ¿Va a arriesgar su vida y su integridad conservándome a su lado? ¿O debo marcharme ahora mismo?


Paula le regaló a su tío una reconfortante sonrisa antes de reunirse nuevamente con su «empleado». Le resultaba ridículo referirse a él con ese nombre. Nunca en toda su vida había encontrado a una persona tan independiente y segura de sí misma.


—¿Cómo podría rechazar un regalo de cumpleaños de mi madre? —exclamó con tono ligero—. Pero comprenderás que necesito revisar tu currículum y referencias.


—Eso no es ningún problema.


—Entonces, ¿cuándo piensas instalarte aquí?


Antes de que Pedro pudiera responder, un niño pequeño, de menos de diez años, irrumpió en la casa.


—¡Hey, Paula! Deberías ver el coche que está aparcado justo enfrente. Es larguísimo. Y luego está ese tipo tan grande, esperando en la puerta. Lleva uniforme y todo.


—Hey, Patricio —Paula lo saludó con alegría—. Llegas tarde. ¿No te habrán vuelto a castigar en la escuela, eh?


—Qué va. He estado por ahí, echando una mano… ¡Oh! —de pronto chasqueó los dedos—. Casi me olvidaba. Será mejor que vengas rápido. Era eso lo que quería decirte.


—Creo que debo marcharme ya —anunció Reynaldo.


—Oh, no —protestó Paula—. ¿No puedes quedarte a cenar?


—Me temo que no en esta ocasión —lanzó una rápida mirada a Pedro—. Pero ya me aseguraré de que nos veamos pronto.


—¿Lo prometes?


—Ya sabes que siempre cumplo mis promesas, querida.


—¿Ese coche es tuyo? —le preguntó en ese momento Patricio—. ¿Ese enorme coche de ahí fuera?


—Desde luego, jovencito —Reynaldo sonrió divertido.


—¿Y el gigante también?


—Es mi chófer.


—¡Guau!


—¿Patricio? ¿No dijiste que tenías un problema? —inquirió Paula.


—Oh, sí. Será mejor que vengas rápido. La situación se está complicando por momentos.


—Bueno, ahora ya sí que tengo que irme —Reynaldo le dio a Paula un rápido beso en la mejilla—. Hablaremos pronto, ¿de acuerdo?


—Por supuesto —repuso con tono ausente, percibiendo algo extraño en su actitud—. Puedes venir cuando quieras.


—Querida… —Reynaldo se interrumpió, sacudiendo la cabeza con una triste sonrisa—. Olvídalo. En otra ocasión.


—Tío Reynaldo, ¿qué pasa?


—No importa. Ya te lo contaré —después de darle un último abrazo, salió de la casa.


—¿Cuál es ese problema, Patricio? —preguntó Pedro, y desvió la mirada del niño a Paula—. Quizá pueda servir de ayuda.


Paula comprendió que aquel era un hombre habituado a hacerse cargo de cualquier situación.


—No hace falta, yo puedo encargarme de ello —se apresuró a decir—. Ibas a descansar durante el resto del día, ¿recuerdas? No empiezas a trabajar hasta mañana.


—¿Te parezco que necesito descansar? —inquirió arqueando una ceja, y no le dio tiempo a contestar—. Podría echar un vistazo, para acostumbrarme al funcionamiento normal de las cosas por aquí.


Patricio insistió entonces, tirándola de un brazo:
—¡Date prisa!


Paula sopló para apartarse los rizos de los ojos. Tenía la inequívoca sensación de que carecía de capacidad alguna de elegir. Pedro pretendía seguirla tanto si ella quería como si no.


—Vale, de acuerdo. Pero no asustes a nadie.


—¿Asustar? —clavó en ella sus ojos grises—. ¿Qué quieres decir con eso?


—Puedes llegar a ser muy inquietante, en caso de que no lo sepas —Paula se plantó ante él, con las manos en las caderas—. Y preferiría que no molestaras a nadie soltando alguna provocación o lanzándole una de tus miradas.


—¿Qué miradas?


Pero Patricio ya no podía más de impaciencia.


—Si no os dais prisa, acabarán matándose entre sí —los advirtió.


Una vez más, Pedro volvió a colocarse delante de Paula.


—No mientras yo pueda impedirlo.


El primer impulso de Paula fue apartarlo de su camino, pero se lo pensó mejor. Mientras lo rodeaba, le dijo con tono bromista.


—Esa mirada que tienes ahora mismo, tarzán.