domingo, 25 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO FINAL

 


—Cuánto te he echado de menos, Paula —le susurró contra el pelo—. He intentado olvidarte, he intentado sacarte de mi cabeza y seguir con lo que se esperaba de mí.


Le acarició la espalda, el cuello, la mejilla.


—Pero no podía seguir adelante y casarme con Lidia, cuando mi corazón lo ocupa otra mujer. Es a ti a quien quiero, Paula. No como mi amante, sino como mi esposa.


Paula echó la cabeza hacia atrás y buscó en aquellos asombrosos ojos azules, si su dueño era sincero. Sin embargo, mucho se temía que sólo fuera un sueño, que en cualquier momento se despertaría y estaría sola, en su cama, y Pedro no estaría con ella.


—He roto mi compromiso con la princesa Lidia. Sé que he herido los sentimientos y que he causado algunos problemas políticos entre nuestras naciones, pero nada que el tiempo no pueda curar. Y he informado a mi familia, a mi madre, especialmente, de que venía a Estados Unidos a buscarte y que no regresaría a menos que volvieras conmigo.


Introdujo los dedos entre la mata sedosa de cabello y le deshizo el elaborado recogido que se había hecho en la coronilla, sujeto con unas pequeñas horquillas de diamantes.


—Dime que me amas, Paula, tanto como yo te amo a ti. Dime que vendrás conmigo a Glendovia, que te casarás conmigo y serás mi princesa. Mi esposa.


Las pestañas de Paula se estremecieron, mientras trataba de absorber toda aquella información. La determinación de Pedro, su declaración de amor, su disposición a anteponerla, a todas sus responsabilidades hacia la familia real y su país.


Tenía muchas preguntas que hacerle, pero cuando abrió la boca, sólo consiguió decir una cosa.


—Te amo —murmuró, rodeándole los hombros con los brazos y pegándose a él con todo su ser—. No me habría dolido tanto abandonar Glendovia de no ser así.


La boca de Pedro se curvó en una suave sonrisa.


—Me alegra oírlo. ¿Significa eso que serás mi esposa?


Paula sintió como se le llenaba el corazón de alegría. Lo único que deseaba era decirle que sí y cubrirlo de besos, pero el miedo la hizo retraerse. Tenía que asegurarse de que aquello no sería un error que pudiera amargarles la existencia.


—¿Y qué pasa con tu madre? —preguntó—. No creo que sea necesario que te diga lo poco que le gusto y lo mucho que se enfadó cuando vio aquellas fotos en los periódicos. Imagino que no le hará ninguna gracia saber que me has pedido que me case contigo.


—Los problemas que tenga mi madre son asunto suyo, y tendrá que aprender a vivir con ellos. Lo que importa es lo que yo siento por ti, y puedo decirte sin temor a equivocarme que te adoro.


Esta vez sonrió de oreja a oreja y se detuvo un momento para besarla en los labios.


—Y quiero que sepas que al resto de mi familia también le gustas. Me apoyaron al cien por cien, cuando les dije que pensaba venir a buscarte. También mi padre, y te aseguro que hará todo lo que esté en su mano para convencer a mi madre.


—¿Estás seguro? —preguntó Paula con un hilo de voz—. No quiero hacer nada que pueda herirte o causarte problemas con tu familia o con tu país.


—No podría estar más seguro —respondió él con total determinación, para gran alivio de Paula—. Renunciaría a mi título por ti, y si me pides que lo haga, lo haré. Tú eres lo único que quiero y haré todo lo que tenga que hacer para tenerte.


Paula no sabía si reír o llorar de puro gozo.


—¿Podrías llevarme a un hotel, uno que no tenga balcones, y hacerme el amor?


Los ojos de Pedro resplandecieron peligrosamente y la estrechó aún más fuerte.


—Las obligaciones de un príncipe nunca tienen fin —murmuró, un segundo antes de inclinarse y besarla.




EN SU CAMA: CAPÍTULO 44

 


Pedro, ataviado con sus mejores galas, se abrió paso entre la multitud. Un par de musculosos guardaespaldas vestidos de negro lo seguían de cerca, lo cual hacía resaltar su presencia aún más.


Paula abrió la boca, pero no pudo articular palabra.


Pedro se detuvo al llegar al extremo de la pasarela, y levantó la vista hacia ella. Le tendió una mano, su rostro no mostraba nada.


—¿Me permites? —le preguntó con su voz profunda e intensa, que le provocaba escalofríos.


Sin pensar de forma coherente, Paula tomó la mano que le ofrecía. Dejó que la bajara de la pasarela y que la escoltara hasta la parte trasera del edificio. Dejó que se la llevara de la subasta benéfica que ella había organizado, lejos de las miradas curiosas, hasta la limusina que esperaba fuera, en el camino de acceso pavimentado del club de campo.


Pedro la invitó a subir al vehículo y después subió él. Al segundo, Paula oyó que el chófer cerraba la puerta, pero la mampara que separaba la parte del conductor y el asiento de los pasajeros estaba levantada, por lo que sabía que a todos los efectos era como si Pedro y ella estuvieran a solas.


—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, cuando por fin se recuperó de la sorpresa y pudo hablar.


—Te he comprado —respondió él con calma, ignorando a propósito la seriedad de su pregunta.


Pero debió de ver por la mirada que había en los ojos de Paula, que estaba caminando sobre arenas movedizas, porque suspiró y se removió ligeramente en el asiento de cuero.


—Ha habido algunos cambios en Glendovia desde tu marcha. Positivos, diría yo. Para empezar, los planes para la puesta en marcha de la fundación siguen según lo previsto. Creemos que podremos estar funcionando en marzo.


—Me alegro —dijo ella con suavidad. Se alegraba de que hubiera servido de algo el trabajo que había hecho antes de marcharse. Pero dudaba mucho que Pedro hubiera ido hasta Estados Unidos sólo para ponerla al día de los avances.


—En segundo lugar, he reconsiderado mi deseo original de convertirte en mi amante —dijo sosteniéndole la mirada—. Fui un ingenuo al creer que tenerte temporalmente sería suficiente.


Se deslizó por el asiento y la estrechó entre sus brazos.


Paula se dejó ir de buena gana.