sábado, 28 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 17




Después de despedir a su vecino para que se encontrara con Paula, Carolina se alejó caminando hacia la barra que estaba del lado opuesto. Su intención era conseguir un buen puesto de vigilancia, pero mientras avanzaba un pensamiento se instaló en ella y era que, si Pedro Alfonso estaba en ese barco, Mauricio también estaba allí.


Como si lo hubiesen invocado, él apareció frente a ella vestido con un suéter de cuello alto gris y unos vaqueros oscuros. Parecía salido de un comercial. Su andar felino captaba las miradas femeninas, algo que él ni siquiera notaba. Ella sintió que necesitaba un trago de verdad, y pronto.


Cuando estuvo frente a la barra pidió un bourbon amargo y se sentó, tratando de concentrarse en la escena que se desarrollaba frente a sus ojos. Pedro Alfonso, su vecino y uno de los solteros más cotizados de California, estaba detrás de su mejor amiga decidiendo si abordarla o no.


Pedro nunca había sido tímido con las mujeres, pero tampoco era de los que se interesaba en algo distinto a un rollo de una noche. No porque fuera un mal tipo, sino porque estaba realmente comprometido con su profesión. Mauricio le contó una vez que la medicina había sido su único acto de rebeldía. Era su vida. Y la vida de un médico que estaba un día sí y el otro también haciendo guardias no encajaba con el ideal de una familia estable.


Carolina ahogó la risa cuando su amiga derramó el trago sobre su vestido, y tomó un sorbo del suyo.


—¿Divirtiéndote?


La voz de Mauricio acarició sus oídos. Ella se reprendió por estar idealizando la situación. Habían sido amigos por años, las cosas no tenían que cambiar por haber tenido sexo ¿o sí?


—Solo un poco —se volvió para mirarlo y sintió que se le secaba la garganta. ¿Era imaginación suya el fuego que había visto arder de repente en los ojos de Mauricio, o cómo se le dilataban las aletas de la nariz? Ella señaló la silla vacía a su lado.


—¿Qué vemos? —preguntó él.


—A tu hermano tratando de no ser un idiota con mi amiga —respondió Carolina tratando de ocultar su turbación.


—¿Es eso posible? —se burló Mauricio. Probablemente, había intentado sonar calmado, pero se había notado su nerviosismo. Su tensión.


A una distancia prudente el uno del otro, observaron la escena con atención que se desarrollaba al otro lado de la pista, envolviéndose en un silencio cómodo propiciado por
ocuparse de la vida ajena. Concentrados como estaban en lo que sucedía entre Pedro y Paula, no tenían que pensar en sus propios asuntos.


Carolina había querido decirle a su amigo lo arrepentida que estaba por haber huido después de que él dijera que la amara. Pero luego Mauricio se había retractado y ahora se sentía insegura. Le daba vueltas a esa idea mientras paladeaba su trago, y casi se ahogó cuando vio el beso entre Pedro y Paula. La escena era mágica. Las luces de colores bailando a su alrededor y el humo de la máquina que habían instalado en la pista le daba ese toque sensual, como si se trataran de una película.


—Tengo que escribir eso —dijo con un tono demasiado alegre.


—Pensé que escribías ficción, no que te encargabas de retratar a tus amigos —se burló Mauricio ignorando la escena que se desarrollaba frente a ellos—. Ahora tendré que comprar tus libros para saber si has escrito sobre mí y poder cobrar mi comisión.


Ella se volteó para mirarlo. Arqueó una ceja y sonrió seductoramente. Mauricio estaba perdido porque no podía dejar de mirarla.


—Oye, soy escritora… cualquier cosa que digas o hagas frente a mi puede ser usada en mis novelas —respondió ella como si recitara el diálogo de una novela policial.


Cuando volvieron su atención al frente, Paula había desaparecido y Pedro tomaba un trago en la barra.


—¿Eso realmente pasó? —Carolina hizo una pausa y se volvió hacia Mauricio, como pidiendo su ayuda para entender lo que acababan de ver sus ojos—. ¿Él solo la besó así y dejó que se fuera sola? Acabo de perder mi fe en la humanidad.


—Estoy tan sorprendido como tú, nena —dijo él encogiéndose de hombros.


Carolina no pudo evitar reírse de eso.


—Tú no hubieses dejado pasar la ocasión, ¿no es cierto?
Contigo no lo haría, pensó.


—Se hace lo que se puede —fue lo que respondió Mauricio en su lugar.


A pesar de que se estaba comportando igual que siempre, ella no terminaba de sentirse cómoda junto a él. Los recuerdos de su intensa noche de pasión volvían como rayos a su mente. Sin que ella lo supiera, lo mismo le ocurría a él. 


Se odió por haber corrido a su casa para retractarse cuando lo único que deseaba era hundirse en ella como si no hubiese mañana.


En ese momento ambos agradecían silenciosamente no tener mucho alcohol corriendo por su sistema.



*****


Paula caminó hacia su camarote con pasos vacilantes. No podía negar lo evidente. Pedro le gustaba. Listo. Lo admitía. ¿Pero cambiaba eso algo?


Ella no tenía idea sobre las verdaderas intenciones de él. No sabía si a él le gustaba de verdad o si solo estaba haciendo caso a las palabras de Sergio y buscaba una aventura sin complicaciones.


Debería estar bien con eso, pensó ella. Después de todo ella tampoco quería involucrarse en una relación. Pero la idea de ser usada y descartada la asqueaba.


Apartó esos pensamientos de su cabeza mientras se cambiaba el vestido por un cómodo pijama y se sentaba frente al espejo para remover el maquillaje. Mientras masajeaba su rostro con el algodón humedecido recordaba la trama que había estado creando en su mente antes de que Pedro llegara, así que dejó lo que estaba haciendo y voló sobre su bolso para sacar su computadora portátil. 


Entonces se dejó llevar por la fantasía.


El día había sido duro. Después de varias semanas de discutir los términos de la negociación, Jake había logrado convencer a la junta directiva de la principal empresa de catering del país para que se asociara con la cadena de restaurantes de su familia. Una intensiva investigación le hizo saber que sus nuevos socios tenían un contrato para operar en las principales instalaciones deportivas de la ciudad por lo que, indirectamente, eso se convertiría en un activo común.


Sonreía pensando en eso mientras saboreaba su café antes de volver al trabajo. Miró su reloj y vio que le quedaba poco tiempo antes de la siguiente junta. Tomó el último sorbo, levantó su chaqueta del asiento contiguo y se levantó para abandonar el local. Depositó el vaso en la papelera más cercana y caminó hacia la salida. Casi estaba en la puerta cuando sonó su celular y se detuvo para atender la llamada.


En ese momento una joven mujer entró a la cafetería sosteniendo varias carpetas repletas de papeles y chocó contra él. Su primera reacción fue la de gritarle que se fijara por donde iba, pero entonces ella se inclinó a recoger sus papeles y susurró una disculpa, levantó la cabeza del desastre que tenía entre manos, le miró y… sonrió. Y así, sin más, ella le nubló el sentido.


Eso fue lo que él sintió mientras ella sonreía y volvía a poner su atención en los papeles tirados. Él también se agachó, aunque sólo lo hizo por instinto, dado que ninguna de sus facultades funcionaba en ese momento.


—De verdad lo siento —repuso ella con sinceridad. Sus ojos, de un profundo y brillante color verde, no se apartaron de los de él—. Le prometo tener más cuidado la próxima vez.


Con una educada inclinación de cabeza, él terminó de recoger las últimas hojas y se puso de pie. Ella lo imitó y replicó su inclinación antes de seguir su camino hacia la barra del café. Solo entonces Jake se dio la vuelta y atravesó la puerta para volver a su oficina.


Durante un buen rato, después de que él estuviera de vuelta en sus asuntos, la mente de Jake vagaba de regreso a aquel café. El primer pensamiento que le vino fue el de regresar a ese lugar, las veces que fueran necesarias, para volver a verla. ¿Cuán patético era eso?


En su imaginación, un hombre podía enamorarse sinceramente de una mujer con solo una mirada. En la ficción, los hombres no se acercaban a ella con segundas intenciones ni la engañaban. Pero de nuevo… era una ilusión, nada de eso era real.








INEVITABLE: CAPITULO 16




—¿Lista para empezar las mejores 3 semanas de tu vida? —fue el saludo mañanero de Carolina cuando fue a despertar a Paula. El tono casi infantil hizo sonreír a la escritora, a pesar de no haber dormido absolutamente nada y no tener café corriendo por su sistema.


—Sí, ya estoy lista —informó Paula con un voz cansada.


—Oye, tanto entusiasmo me impresiona —se burló su amiga—. Saca tu trasero gruñón de la habitación y vamos por café… de allí al aeropuerto.


Paula asintió y salió arrastrando la maleta que arregló junto a Carolina la noche anterior, la colocó junto a la puerta y volvió a entrar para sacar el bolso de mano con el resto de su equipaje. Ajustó las correas del bolso para llevarlo de bandolera, y cuando estuvo lista hizo su camino hacia la sala.


La escritora dejó la maleta en la sala y caminó hacia la cocina donde estaba su amiga, la observó mientras empezaba su pelea contra la cafetera y empezó a reír.


—Déjame hacer eso —le dijo abriéndose paso.


Empujó su bolso hacia atrás antes de inclinarse en el estante y atrapar el envase con el café molido. Abrió el depósito de la cafetera y sirvió cuatro cucharadas antes de cerrarla. 


Luego midió el agua para dos tazas y echó a andar el cacharro.


Cuando la cafetera emitió el pitido para avisar que había calentado el agua, ya la primera taza estaba en posición para recibir la bebida; y cuando se llenó, fue rápidamente reemplazada por la segunda. Ambas escritoras tomaron su café de pie y lanzándose miradas de reojo mientras luchaban por contener la sonrisa.


—Tonta —dijo Carolina.


—Inútil —respondió Paula, y ambas rompieron a reír en voz alta.


Un par de horas después de la taza de café que tomaron como desayuno, las amigas estaban en el aeropuerto abordando el avión que las llevaría hasta Miami.


El vuelo fue relativamente tranquilo. Llegaron a Florida con tiempo suficiente para almorzar y contratar un servicio de taxi que las llevara hasta el lugar del abordaje. Tampoco tuvieron contratiempos allí, pues rápidamente les asignaron sus camarotes y recibieron una copia con las actividades recreativas que tendrían disponibles en las diferentes áreas de la embarcación.


—¿Ya te fijaste? —preguntó Carolina con la mirada perdida en uno de los folletos—. Tienen actividades para solteros —se burló—. ¿Serán del tipo “hacer rodar la botella”?


—¿Uhmm? —respondió Paula distraída.


Su amiga se detuvo bruscamente y le golpeó la frente con los folletos que tenía en la mano.


—Tu actitud vacacional apesta —la miró frunciendo el ceño y conteniéndose para no perder el modo—. Tienes que poner de tu parte.


Paula tenía que admitir que su amiga actuando como Jerry Maguire, toda “ayúdame a ayudarte”, era algo gracioso de ver; así que empezó a hacerse la tonta solo por pincharla un
poco.


—No entiendo de qué hablas, mi actitud está bien —le dijo.


—¡Ya! ¡Me rindo! —bufó Carolina indignada—. Eres un caso perdido, Chaves; si quieres pasar tres semanas encerrada en el camarote, genial. Yo voy a arreglar para disfrutar de la fiesta de bienvenida. Si quieres puedes quedarte encerrada y aburrirte como ostra.


Ella se adelantó taconeando fuerte hasta la puerta, usó la llave para entrar y fue directa a la que sería su habitación esperando desaparecer de la vista de Paula, que la miraba marcharse con una sonrisa en los labios.


La escritora entró poco después, atravesó el área común y llegó entonces a su propia recámara. La combinación de blanco ostra con azul la hizo sonreír. Colocó su maleta junto a la cama Queen Size y se quitó su bolso dejándolo sobre una mesa auxiliar. Abrió el equipaje y sacó sus artículos de aseo. Localizó su ropa interior y un sencillo vestido de coctel de color negro, con cuello halter y falda tubular que llegaba debajo de las rodillas, con una abertura lateral, y lo extendió sobre la cama. Completaba el atuendo con unas sandalias negras de tacón.


Se desvistió y entró a la ducha para refrescarse llevando consigo su neceser. Si bien el viaje no había tenido ningún contratiempo, la humedad en el ambiente ya había empezado a incomodarla.


Cuando terminó de asearse se aplicó una capa de crema hidratante como base. No exageró con el maquillaje, limitándolo solo a un poco de rubor y máscara de pestañas. 


Recogió sus rizos rubios en una sencilla coleta baja, se puso sus argollas favoritas, se calzó los tacones y contempló su imagen en el espejo.


—Necesitas un bronceado, Chaves —se dijo al notar el tono pálido de su piel.


Paula aclaró su pensamiento y fue por el vestido. Había sido elección de Carolina y ahora no estaba muy segura de usarlo. No era de su estilo, pero claro… su estilo eran pantalones vaqueros, camisetas y zapatillas deportivas. Algo para sentirse cómoda, no para sentirse linda.


Evitó dar otro vistazo al espejo y salió de la habitación para buscar a su amiga. Cuando estuvo en el área común del camarote fue hasta el minibar y se sirvió un refresco. Una extraña agitación empezaba a formarse en su estómago.


¿Miedo a relacionarse?


Nunca antes lo había tenido, ¿por qué empezar ahora?


Tomó toda su fuerza de voluntad hacer a un lado el nerviosismo y tocar la puerta de Carolina. Su amiga no había terminado de arreglarse, en cambio se paseaba en ropa interior como ella lo había hecho minutos atrás mientras se maquillaba. Carolina terminó de perfilar sus ojos con el delineador y le dedicó un silbido de apreciación a su amiga.


—Casi perfecta —le dijo y corrió a su equipaje para sacar una pequeña caja acrílica de color negro que colocó en la cama. La abrió con cuidado y sacó unos pendientes largos de platino con diamantes que quedarían mejor con el vestido de Paula que las sencillas argollas que llevaba. Se los tendió a su amiga y ella los aceptó a regañadientes. Cuando se colocó los zarcillos, Carolina sonrió.


—Ahora sí —aplaudió—. Toda una reina. Ahora ven y ayúdame con mi vestido.


La escritora admiró el modelo vintage que llevaría su amiga.


Un vestido de paillettes con tirantes muy finos y plumas en la falda. Parecía salido de una película ambientada en los años 20. Para completar su atuendo llevaba unas sandalias con tiras en plata y un clutch con toques brillantes.


—No sé qué hacer con mi cabello —confesó Carolina.


Paula le pidió que se sentara en el borde de la cama mientras iba por un par de gomas para el cabello. Regresó rápidamente y separó secciones de la melena rojiza de su amiga para hacer una sencilla diadema trenzada.


Ya estaban listas para su primera noche a bordo del crucero. 


La primera noche de las mejores vacaciones de sus vidas, en palabras de Carolina.



*****


A pesar de haber salido con anticipación de Los Ángeles, iban a llegar tarde al barco. Eso era lo que pensaba Pedro mientras daba vueltas por su habitación de hotel. Su hermano tenía horas encerrado en el baño tratando de comunicarse con alguien y, si su instinto no le fallaba, ese alguien tenía nombre de mujer. Carolina James.


—Tenemos que llegar antes de las 5pm. —dijo Pedro apurando a su hermano—. El barco zarpará a las 8, pero la última verificación la harán a las 6, más nos vale estar a bordo para entonces.


Podía entender sus ganas de hablar con ella, especialmente después de lo que pasó entre ellos. Pero podía intentarlo luego, desde el barco, pensó él.


—Es cosa de un minuto —lo aplazó Mauricio mientras revisaba algo en su celular.


—No tengo otro minuto, Mauricio —advirtió el doctor—. Mueve tu trasero o me voy sin ti.


—Está bien, gruñón —bufó él—. Estaciono mi vida para seguirte y no puedes esperarme un minuto… muy justo, ¿no?


Pedro rodó los ojos ante la elección de palabras de su hermano. Estaba teniendo un comportamiento contradictorio.


Primero estaba loco por salir de Los Ángeles, igual que él, por lo que decidieron tomar antes el vuelo. Ahora parecía tener ganas de volver a casa.


—Deja el drama, Mauricio. Ya nuestro taxi está aquí.


Los hermanos Alfonso salieron desde su hotel al muelle donde tenían que abordar su embarcación. Tardaron poco en llegar, a pesar del tráfico. Justo a tiempo para la verificación final. Se instalaron en su camarote, cada cual en su habitación, y empezaron a alistarse para la fiesta que ofrecía la tripulación para celebrar el inicio de la travesía.


Pedro se dio una ducha rápida y se afeitó la barba que estaba empezándole a crecer. Sacó un traje gris oscuro de su maleta y lo combinó con una camisa blanca en la que dejó dos botones sueltos. Prefirió no llevar corbata y mantener el atuendo casual. De cualquier modo, tampoco se trataba de un evento formal… solo era una fiesta.


Cuando estuvo listo salió al área común del camarote y esperó a su hermano. Al cabo de unos minutos caminaban por la cubierta siguiendo el sonido de la música y las risas del resto de los pasajeros.


La fiesta había comenzado.



*****


La fiesta de bienvenida estaba en pleno apogeo. El espacio había sido transformado con cortinas ondulantes del piso al techo, luces de colores, gogo dancers y estatuas vivientes, dándole ese toque fantástico al ambiente. Había 2 barras dispuestas a los lados de lo que sería la pista de baile, que estaba presidida por los equipos del dj, y camareros
elegantemente trajeados paseaban bandejas con comida y bebidas para atender a los invitados.


Las chicas caminaron hacia una de las barras, se sentaron para esperar que alguien les tomara su orden.


—¿Qué tomaremos esta noche? —preguntó Carolina.


—No lo sé… ¿un cosmo? —dijo Paula.


—¿Qué tal un poco de “sexo en la playa”? —se carcajeó su amiga.


—Creo que las dos necesitamos eso —apuntó la escritora con complicidad.


Ambas se rieron de la broma sin notar que alguien estaba parado frente a ellas, al otro lado de la barra, escuchando la conversación.


—¿Puedo ofrecer algo a las damas? —preguntó el anfitrión. 


La mirada cómplice que les dedicaba no se le escapó a Carolina, que se la devolvió con creces.


—Sí —se adelantó a responder—. Mi amiga, aquí presente, y yo queremos sexo en la playa…


Los ojos de aquel hombre brillaron con diversión. Carolina le ofreció una sonrisa seductora y se inclinó ligeramente sobre la barra, dándole un vistazo de su escote.


—Aunque si me preguntas, no me importaría tener sexo en el barco, o en altamar, o en cualquier otro sitio —le guiñó el ojo con picardía.


—Marchando “sexo en la playa” para las damas —dijo el barman con una sonrisa antes de retirarse a preparar los tragos.


Paula no sabía si reír o no sobre el comportamiento de su amiga.


—¿Tu estrategia para desintoxicarte de Mauricio es comportarte como una gata en celo? —preguntó Paula.


—¿Gata en celo? ¿Yo? —Carolina no podía creer lo que su amiga acababa de decirle—. Pero si no he hecho nada.


—Exactamente —respondió su amiga dándole la razón—. Esta persona está disponible —le guiñó el ojo.


El anfitrión regresó con sus bebidas y las colocó frente a ellas, deslizando también una tarjeta en dirección de Carolina. Empezaron a disfrutar de sus tragos cuando un hombre un poco mayor que ellas se acercó para pedirle a Caro que bailara con él. La chica aceptó, dejó a su amiga como encargada del clutch y del trago, y se encaminó hacia la pista.


Varias parejas se movían frenéticamente al ritmo de la música electrónica. Carolina se dejó llevar y mientras bailaba, las plumas de su falda se agitaban de un lado a otro. El hombre que la había invitado se movía con torpeza tratando de imitar sus movimientos, por lo que ella le dedicó una sonrisa que pretendía ser alentadora. Un movimiento a su derecha la distrajo y luego alguien tocó repetidamente su hombro desnudo para llamar su atención.


—¿Carolina?—la voz familiar hizo que sus ojos se abrieran como platos y se volviera para enfrentarlo rápidamente.


—¿Qué… qué haces tú aquí? —preguntó ella.


—De vacaciones —dijo él sonriendo, sorprendido por corroborar que su vecina estuviera allí. Eso solo podía significar que…


—Oye, ella está bailando conmigo —se quejó el hombre que la había invitado.


—Lo siento cariño, es un amigo y tenemos que ponernos al corriente —le dio un beso en la mejilla y dio un par de palmadas en su hombro.


Pedro se quedó impresionado por la manera en que Carolina se deshacía de lo que parecía ser su cita. Solo había visto tal velocidad y habilidad en una persona. Su hermano.


—Vas a decir que es una locura, pero justo estaba pensando en ti.


Pedro enarcó una ceja empezando a sospechar de lo que seguía.


—Verás… tengo esta amiga a la que conoces, y que estoy convencida te gusta. Ella está en aquella barra, sola —le indicó señalando el lugar donde se encontraba Paula—. ¿Por qué no vas a ofrecerle una bebida?


El doctor estrechó sus ojos solo para darse cuenta de que la amiga a la que Carolina se refería era Paula. Lucía hermosa en ese vestido negro, y la abertura en su muslo le confería un aire elegante y sensual que lo atraía. Se veía tan diferente a todas las veces que habían coincidido que le costó un poco reconocerla.


—¿Y bien? —preguntó Carolina sacándolo de su ensoñación.


—No sé si te lo dijo, pero antes me comporté como un idiota con ella.


—Y ahora estás siendo un imbécil conmigo… —sugirió ella asintiendo—. Ya espantaste a mi pareja de baile, así que ahora ve allí, invítale un trago, habla con ella…


—Está bien —aceptó Pedro. Se despidió de Carolina con un beso y se encaminó hacia la barra. Encontrarla en el lugar menos esperado debía significar algo, y aprovecharía esa oportunidad.


El doctor se sentía nervioso. Estaba consciente de que había cometido un error al juzgar a la chica según las palabras de su novio, o exnovio, o lo que fuera… Carolina no lo había confirmado, pero tampoco había negado que ciertamente se había comportado como un idiota con ella. Ahora estaba parado detrás de ella, observándola tomar su bebida y suspirando como un acosador. ¿Cuán patético era eso?


Ella estaba ensimismada, totalmente ajena al debate interno de Pedro. Su mirada vagaba por las parejas que se habían ido formando a lo largo de la noche, creando historias alrededor de ellos. Paula empezaba a darle forma a lo que sería el inicio de su historia:


No sabía qué había cambiado. Cuando había comenzado a salir de juerga con sus amigos, poco después de que su hermano se hubiera casado, aquel tipo de vida había sido su única preocupación. Con las relaciones y el dinero de su familia, Jake no tenía nada de ningún problema. Pero pronto acabó la diversión y él empezó a sentirse insatisfecho. Frustrado. Un hombre sin ningún tipo de meta.


Jake había estado más que dispuesto a abandonar su lujosa vida en Los Ángeles y regresar a su casa en Boston, asumiendo el control de los negocios de la familia; pero se preguntaba si la vida allí también le resultaría vacía y carente de emoción. En el fondo de su mente le rondaba la pregunta de si aquel profundo hastío se debía a su vida social o, más preocupante aún, si algo estaba mal con él.


A los pocos días de regresar a la ciudad, había logrado, por lo menos, resolver esa duda en cuestión. De repente, su vida estaba llena de propósitos. Una agenda organizada, tareas por cumplir, gente que dependía de él. Siempre había un desafío o cualquier otra cosa reclamando su atención, exigiendo que se pusiera en acción. Desde que regresó a Boston apenas tuvo tiempo para pensar.


La inquietante sensación de vacío se evaporó, dando paso a una nueva inquietud.


Ya no se sentía inútil —evidentemente la vida de un empresario en Boston, la vida para la que había nacido y sido educado, era su verdadera vocación—, pero aun así seguía faltando. Aunque no tenía idea de qué sería.


Paula le gustaba lo que había empezado a formarse en su mente. Un protagonista inconforme con su vida, buscando algo más. Se sentía identificada, de alguna manera.



Quizás eso era lo que necesitaba, pensó. Unos días lejos de todo lo que la estresaba.


El viaje apenas empezaba y ella ya tenía el punto de partida.


Uno muy bueno, a su parecer.


Su mirada siguió vagando alrededor hasta que notó una sombra detrás de ella. Se volvió rápidamente sobre su silla, dando de lleno contra un amplio y bien formado pecho masculino y derramando un poco del contenido de su vaso sobre el vestido en el proceso.


—Lo siento —se disculpó él—. No quería asustarte.


Paula alzó su rostro para encontrarse con un sonriente Pedro. La última vez que lo había visto fue en el portal de su casa, cuando Sergio dijo ese montón de mentiras sobre ella. Entonces él había lucido decepcionado y se había marchado sin darle oportunidad de explicarse.


—¿Tú?


—Hola Paula —saludó él. Estaba nervioso, y la certeza de ser responsable de eso hacía que la escritora sonriera por dentro.


—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.


—Tratando de conseguir un trago —Pedro se encogió de hombros.


—No me refería a eso… quiero decir, ¿qué haces aquí, en el barco? —quiso saber ella—. ¿Carolina te dijo algo? Voy a matar a esa…


—Estoy de vacaciones aquí… ha sido casualidad —le aclaró—. Carolina no ha tenido nada que ver. Pero me gustaría aprovechar la oportunidad para decirte algo.


—Lo que sea… no importa —respondió Paula—. Me tengo que ir.


Ella se levantó de su silla y dejó los vasos, ahora vacíos, sobre la barra y tomó el clutch de su amiga.Paula había arrasado con el contenido de ambos tragos luego de que Carolina fuera llevada a la pista por aquel desconocido.


—Espera —Pedro la sujetó por la muñeca cuando ella intentó alejarse—. Yo quería disculparme por haber actuado como un tonto en tu casa.


—Está bien —aceptó ella—. Ahora deja de actuar como un tonto aquí y deja que me vaya.


El doctor liberó el agarre que tenía sobre ella, pero Paula no se movió ni un centímetro. Repentinamente se sintió atrapada en la mirada celeste de Pedro y recordó el momento, en el bar, en que todo lo que deseaba era que él la besara.


Estúpida, se reprendió mentalmente. Acababa de salir de una relación con un imbécil certificado y necesitaba paz para terminar su manuscrito. ¿En serio quería involucrarse con alguien?


—Paula —susurró él avanzando un paso—. Todavía no he dicho lo que quería.


—¿Y qué querías? —preguntó ella con la voz ronca.


—Esto —dijo Pedro antes de tomarla por la cintura y acercarla a él para besarla.


Paula se dio cuenta rápidamente que Pedro era un hombre que sabía cómo besar a una mujer. Jugó con sus labios abiertos, su boca se movió seductoramente sobre la de ella de una manera que la dejó estremeciéndose de la cabeza a los pies. Ella deslizó sus manos por su pecho, confirmando lo bien formado que estaba, y se permitió por un momento rendirse ante aquel ataque.


Él extendió su mano para ahuecar el rostro de Paula, profundizando el beso mientras su lengua se enredaba apasionadamente en torno a la suya. Exploró su boca con posesión, haciendo un ruido sordo con su pecho cuando ella respondió mordisqueando juguetonamente su labio inferior.


Pedro se separó, mirándola intensamente mientras pasaba su pulgar por su labio inferior.


—Buenas noches, Paula —dijo él antes de posar un beso en la punta de su nariz—.Hasta mañana.


A ella le costó unos segundos recuperarse y recordar que antes de ese beso pretendía volver a su camarote. Asintió en dirección a Pedro y empezó a alejarse, apretando el clutch fuertemente contra su pecho, pretendiendo que aquel hombre no había sacudido su mundo unos minutos antes.


Cuando Paula se marchó, Pedro se sentó en la barra dejando caer su cabeza entre las manos. Una sensación agridulce lo embargaba. Por un lado, había besado a la chica que le gusta… pero por el otro, no habían aclarado nada. Estaba visto que tenía un largo camino por recorrer, solo esperaba que tres semanas en el Caribe favorecieran su causa.





INEVITABLE: CAPITULO 15




El día se les pasó sin que apenas lo notaran entre depilaciones con cera, manicure y otros tratamientos de belleza. Solo quedaban horas para emprender su viaje, así que hicieron votos para disfrutarlo al máximo. Cuando lograron hacer a un lado todas las cosas que las deprimían, Carolina y Paula se entregaron al hedonismo.


Por la tarde organizaron juntas lo que llevarían para el viaje. 


Si bien Paula había arrastrado dos grandes maletas hasta la casa de su amiga, su intención había sido que ella le ayudara a escoger las cosas que le favorecían más.


Nunca se le había dado demasiado bien a Paula el asunto de la coquetería y la seducción. Sabía que era atractiva porque en repetidas ocasiones los chicos de su escuela, y luego en la universidad, se lo habían dicho; pero ella no sabía cómo sacarse partido. En cambio Carolina era una máquina de seducción bien engrasada; conocía todos los trucos y secretos que una mujer debe saber, tomaba lo que quería y hacía salidas espectaculares. Nunca entregaba su corazón, por eso Paula sentía tanta pena por su situación actual… aunque no se lo dejaría saber. Si había algo que Carolina odiara era la compasión.


En su faceta como escritora Paula había sacado ese lado romántico y sensual que no exteriorizaba en su vida cotidiana. Era como una especie de alter ego que solo salía a flote cuando estaba frente al procesador de texto creando sus historias; por eso se sorprendió a sí misma al verse en sus sueños siendo atrevida en la habitación con ese amante desconocido. La escritura fue algo que descubrió por casualidad y le permitió explorar partes de ella que no conocía, por eso era tan importante; ahora se estaba jugando su futuro y su único escape de la realidad por culpa del idiota de su ex, que había robado su inspiración.


Pensaba en eso cuando Carolina se dejó caer en un mueble puff, extendió las piernas y cruzó sus brazos detrás de su cuello. Una amplia sonrisa se extendió por su cara mientras veía a Paula de pie frente a ella.


—Bueno, bueno… señorita Chaves—habló con un tono distante y profesional, como de operadora telefónica—. Empecemos a revisar su equipaje.


—Tonta —se carcajeó Paula—. ¿Te hago pase completo de lo que voy a llevar?—se burló mientras hacía algo que pretendía ser una pose sexy como las que hacen las modelos de Victoria’s Secret.


—Claro, Pau —sonrió Carolina—. Tenemos que sacarle provecho a las vacaciones, no pretenderás que te deje llevar calzones de abuelita, ¿o sí?


Paula negó con la cabeza y, entre risas, sacó el primer conjunto de bañador, que era un traje a dos piezas de color rojo. La parte superior no tenía tirantes, sino que tenía un broche en medio de los pechos; la parte inferior, por su parte, era un discreto tanga de corte clásico. Completaba el atuendo con un sencillo vestido playero azul marino anudado en el cuello que dejaba al descubierto sus clavículas y la mitad de la espalda, la tela caía con fluidez por su cuerpo y le llegaba unos pocos centímetros sobre las rodillas. A Carolina parecía gustarle el atuendo, o al menos eso pensó Paula hasta que ella se levantó del puff y caminó hacia el armario. Sacó un par de sombreros muy grandes que Paula no recordaba haber visto jamás y se los lanzó como si se tratara de un frisbee, luego empezó a sacar vestidos suyos… y zapatos… y lentes de sol.


Paula bufó resignada a que, si así había reaccionado a su mejor conjunto de baño, lo demás lo quemaría en una hoguera.


—Nena, si quieres tener las vacaciones de tu vida… debes arreglarte para conseguirlas —aconsejó Carolina—. Saca fuera ese espanto que llamas vestido —ordenó.


La escritora siguió las instrucciones de su amiga y se deshizo del vestido azul, dejándolo caer en el piso. Entonces Carolina le tendió un vestido de baño negro con transparencias.


—Pruébate esto —le pidió.


Paula tomó la prenda con dudas. No estaba segura de que aquello le fuera a cubrir algo.


—Deja de hacer esa cara —la regañó Carolina.


—¡Pero esto no me va a tapar nada! —se quejó Paula indignada.


—Esa es la idea.


Estuvieron cerca de dos horas probando y combinando atuendos. Al final terminaron preparando una tercera maleta con todas las sugerencias de Carolina para Paula, y descartaron casi totalmente lo que ella había llevado. El nuevo equipaje de la escritora contaba con atuendos reveladores, accesorios y zapatos a juego, ropa interior de lujo además de un par de vestidos de coctel.


—No sabemos si consigas una cita a bordo —le había dicho Carolina cuando empacó un vestido azul rojo, descotado, totalmente entallado que le llegaba hasta debajo de la rodilla, pero con una sugerente abertura en el muslo derecho.


Cuando terminaron de arreglarlo todo, las chicas tomaron una cena ligera y se despidieron para descansar. Al día siguiente debían tomar un vuelo a Miami y desde allí abordarían el crucero. Pero Paula, aunque estaba cansada, no tenía sueño; todo el día había estado pensado en Pedro, en lo que había pasado con Sergio y en la mala impresión que tendría él ahora sobre ella.


—Aunque si es tan imbécil como su hermano mejor ni me molesto —se dijo cuando estuvo sola.


Paula sacó su libreta negra del bolso de mano, tomó un bolígrafo y empezó a escribir frases que empezaban a llegar a su mente.


Él fijó su mirada azulada en el cuerpo de Paula Jena recordando la última vez que estuvieron en la misma habitación. En aquel momento estaban desnudos y sudorosos sobre la cama, meciendo sus caderas contra el otro, al unísono, mientras buscaban desesperadamente alcanzar el éxtasis. Ahora estaban separados por algo más que las capas de ropa… una historia contada a medias destruyó algo que apenas empezaba a construirse. Su confianza. Él, con sus acciones, había construido un muro entre ellos… un obstáculo que ahora parecía insalvable.
Jena había perdido su fe en un futuro con él… Pedro Jake no quería escuchar ninguna palabra que viniera de sus labios. 


Los mismos labios que había besado con reverencia algún tiempo atrás.


Antes su amante, ahora era su enemigo. El hombre contra el que debía luchar para conseguir lo que quería, y pelearía con todas sus armas… incluyendo la seducción.


Paula cerró su libreta y la devolvió al bolso junto con el bolígrafo. Hasta ahora solo tenía unas pocas escenas inconexas, pero venían de un modo que no podía controlar. 


No sabía si eso era bueno, o si duraría, por lo que estaba haciendo notas en su libreta.


La escritora acomodó las almohadas y las ahuecó para estar cómoda, pero por más que intentaba dormirse no lo lograba. 


Dando vueltas en la cama pasó las horas, hasta que los primeros rayos del sol empezaron a colarse por la ventana. 


Finalmente el día había llegado



*****


Pedro había tenido el peor día de su vida. No solo porque era la primera vez en sus treinta años de vida que despertaba con resaca, sino porque los recuerdos de la noche anterior no dejaban de atormentarlo.


Él trató de permanecer el mayor tiempo posible encerrado en su habitación y así evitar al metomentodo de su hermano Mauricio, quien lo había animado a ir por Paula en primer lugar. Si no le hubiera hecho caso…


—Probablemente seguirías suspirando por ella, imbécil —se dijo. Como si su interés por ella hubiese muerto cuando la vio con aquel tipo en su portal.


Las palabras que el novio de Paula había utilizado lo ofendieron. Que ella lo viera como una aventura… él nunca se sintió tan insignificante en su vida. Pedro sabía que, tal vez, no era material para novio; sus largas jornadas en el hospital le hacían imposible socializar, peor la tenía para mantener una relación. Perdió la cuenta de las veces que tuvo que posponer citas o cancelarlas porque surgía una emergencia. También había perdido la cuenta de las veces que escuchó el “no me malinterpretes… eres médico y tienes una carrera exitosa, pero eres un tipo complicado y ya tenemos una edad. Estoy pensando en el futuro y, ¿sinceramente? No te veo en ese futuro.”


Él se había tenido que reír cuando le dijeron que era un tipo complicado, porque en realidad todo en él era demasiado sencillo; pero era cierto que tenía una relación comprometida con su carrera y eso nadie lo iba a cambiar.


Cuando decidió dejar de actuar como un quejica y enfrentar al mundo ya era hora del almuerzo. Mauricio parecía no estar de mejor humor que él. Cuando se cruzó con él en la sala estaba murmurando por lo bajo algo sobre ser idiota. 


¿En qué lío se habrá metido?, pensó mientras quitaba de la nevera una tarjeta con los teléfonos del delivery que usaba cuando estaba de guardia en el hospital. Pidió un servicio doble de comida china a domicilio para compartirlo con su hermano y luego empezó a revisar mentalmente los detalles de su viaje.


En unas horas se iría de la ciudad… lejos del caos del hospital y de perturbadoras rubias con ganas de utilizarlo como un juguete sexual. No es que Pedro tuviese problemas con que una mujer sea sexualmente abierta y tome el control de su vida, pero el ser manejado como un objeto era algo que no lo ponía en absoluto. Mucho menos que lo trataran como la perra de alguien.


Definitivamente el viaje le serviría para poner algunas cosas en perspectiva. Había tenido relaciones de todo tipo, generalmente breves, pero nunca una donde fuera él quien resultara utilizado y descartado al final. Que la señorita Chaves lo viera de ese modo lo hizo dudar de la primera impresión que había tenido sobre ella.


—Entonces, doctor, ¿qué hay para almorzar? —preguntó Mauricio intentando sonar divertido.


—He pedido algo, debe llegar en unos minutos —respondió él.


Mauricio asintió, caminó hacia la nevera y sacó una botella de agua mineral. Desenrolló la tapa y bebió un sorbo.


—¿Estás seguro de que no podemos irnos antes? —quiso saber él—. No estoy muy seguro de poder estar más tiempo aquí sin hacer algo potencialmente estúpido.


—¿Por ejemplo? —se burló Pedro—. Sorpréndeme.


El doctor tampoco tenía muchas ganas de quedarse más tiempo. Cuando antes saliera de la ciudad, mejor. Mauricio no alcanzó a responder la pregunta de su hermano, pues en ese momento sonó el timbre.


—Yo abro —se excusó y empezó a caminar fuera de la cocina mientras sacaba su billetera.


Pedro se quedó solo por un momento, pensando en la posibilidad de tomar un vuelo al final de la tarde hasta Florida, tener algo de tiempo para pensar sin correr el riesgo de terminar caminando hacia el portal de Paula para encontrarse con otra mala sorpresa.


Mauricio regresó con tres bolsas de papel que dejó en la encimera de la cocina mientras iba por un par de vasos limpios y un zumo que había en la nevera. Acercó una silla y se sentó para compartir los fideos con vegetales.


Empezaron a comer en un silencio poco habitual, degustando cada alimento y regodeándose en su sabor. 


Ninguno de los dos hermanos era la alegría de la cuadra ese día, y Pedro sabía el motivo de su mal humor, pero ¿su hermano? Él era el alma de la fiesta, ¿por qué estaba con esa actitud tan huraña? Estaba claro que tenía sus razones, pero Pedro quería saber qué sucedía.


—Por tu actitud de hoy debo presumir que te fue muy mal con la chica —dijo Mauricio anticipándose al interrogatorio de su hermano. Tomó un bocado de su comida y esperó la respuesta, aunque dudaba que Pedro compartiera algo con él; siempre había sido excesivamente reservado con sus cosas. El que se abriera un poco mientras estaban en el bar había sido obra, exclusivamente, del poder del Jack Daniels.


—No quiero hablar del tema —masculló Pedro—. Mejor hablemos de lo que sea te pasó a ti después de despedirnos, y del humor de mierda que tienes.


—No es asunto tuyo—respondió su hermano.


—Entonces supongo que ambos tuvimos una mala noche... —asintió el doctor—. Y… ¿sabes? Yo tampoco quiero pasar más tiempo aquí, así que ciertamente podríamos adelantarnos y tomar nuestro vuelo hoy. Nos instalamos en un hotel y salimos por allí... quizás el cambio de ambiente nos ayude a dejar de pensar en tonterías.


—Debo estar de acuerdo con tu plan, hermanito —respondió Mauricio—. Mis cosas están listas para salir cuando estés preparado.


Pedro se sorprendió de que tuviese todo preparado para salir corriendo. Por lo general su hermano es de los que retrasa las salidas porque le falta algo.


—Bien, haré un par de llamadas cuando terminemos de comer. Supongo que no tendremos problemas para salir a media tarde —consideró—. Si paso otra noche aquí voy a terminar haciendo algo potencialmente suicida.


—Estaba pensando exactamente lo mismo —dijo Mauricio soltando un suspiro cansado.


Pedro estaba aún más sorprendido que antes. Su hermano no era de los que sentía remordimientos o vergüenza, lo que le daba una idea de cuán malo fue lo que sucedió con él.


—¿Se puede saber en qué lío estás metido? —increpó el doctor a su hermano con un tono más duro del que pretendía, porque sí, era su hermano mayor pero no su padre.


—En ninguno que te afecte —respondió él replicando su tono—. Antes te dije que no era tu asunto, así que apreciaría que no intervinieras en esto.


—Sabes que puedes hablar conmigo… soy tu hermano —insistió Pedro bajando la guardia—. Yo también tuve una noche de mierda, como te habrás dado cuenta. ¿Crees que te fue peor que a mí? —lo retó.


—Ayer me dejaste en el bar para ir a lo de esta chica —empezó a explicar—. Y regresé a casa en un taxi. Cuando llegué apenas y podía mantenerme en pie por la borrachera, pero eso ya deberías imaginarlo… ya estaba bastante mal cuando te largaste. El asunto es que, no recuerdo los detalles, pero de repente estaba besando a Carolina y terminamos teniendo sexo aquí —suspiró derrotado—. Le dije que la amaba y ella salió huyendo —confesó pasaba se frotaba el rostro.


Pedro sintió pena por su hermano, pero no podía evitar reír de la ironía.


—¿Te dieron a probar tu propia medicina, finalmente?


—No estoy para tus burlas —replicó él—. Ahora supera eso.


—Lo siento, hermano —dijo Pedro—. Siempre supe que este momento llegaría, pero… mierda… ¿Con Carolina? ¿Ella es la amiga de la que dices estar enamorado? —cuando vio la expresión ofuscada en el rostro de su hermano decidió dejar de molestarlo—. Ya, lo siento… no quise juzgarte, es solo que… estoy sorprendido ¿está bien?


—Espero resultarte más entretenido que Chatty Man—bufó Mauricio—. ¿Vas a contarme lo que sucedió contigo anoche? Llegaste más tomado que yo y derribando todo a tu paso…


—Pues nada que, por una vez que decido hacer caso a tus consejos, todo me sale mal —se quejó el doctor—. Paula estaba con su novio.


—¿Pero hablaste con ella? —quiso saber Mauricio—. Tampoco es que ustedes sean grandes amigos… se acaban de conocer… además, planificaste bien tu excusa. Era un plan a prueba de tontos. ¿Fue mucho para ti?


—Estaba en la puerta de su casa, casi desnuda, reconciliándose con su novio —aclaró Pedro—. Parece que tiene por costumbre ir teniendo aventuras a diestra y siniestra, y yo parecía estar en su lista de próximas víctimas.


—Eso es estúpido —respondió Mauricio—. Para empezar, fuiste tú quien la abordó en la cafetería; el encuentro en el bar, según me contaste, no fue planificado…


Pedro pensó en eso por un momento y asintió. Era verdad.


—¿No pensaste que tal vez este tipo lo único que quería era eliminar la competencia? —sugirió el hermano menor—. Yo en su lugar, si tuviese a alguien rondando algo que considero mío, lo haría.


—Pero ella no lo desmintió —Pedro cruzó los brazos sobre su pecho.


—¿Le diste oportunidad siquiera? —Mauricio arqueó una ceja a su hermano.


—No —admitió él—. No lo hice.


—Pues bien, allí está. El novio, o exnovio, o lo que sea, de tu chica te mintió en la cara y tú le compraste la historia. No me extrañaría que ella quisiera patearte el trasero si te vuelve a ver.


—Aunque tuvieras razón, eso no quita que ella tenga una relación con alguien —aclaró Pedro.


—Eso es algo que no sabrás hasta que hables con ella —insistió Mauricio—. Ve, discúlpate por ser un idiota y dale oportunidad de hablar a la chica. Yo puedo esperar sin meterme en más líos, creo.


—Eres bueno dando consejos que nunca aplicas para ti —se burló el doctor.


—Pero sé cómo arreglar mis desastres —señaló él—. Ya me disculpé con Caro esta mañana.


—¿Por decirle que la amabas? —Pedro creyó alucinar—. ¿Es mentira acaso?


—No lo es, pero… admitámoslo —respondió Mauricio encorvándose—. Carolina es de las que sueña con un felices para siempre… si hay algo que ella sabe bien que yo no le daré es eso. Hemos sido amigos desde siempre, me conoce incluso mejor de lo que yo mismo me conozco. Hizo bien en correr.


—¿Te rindes, así nada más?


—No me rindo —respondió—. Pero si ella no me quiere a mí, más que como amigo, no puedo hacer nada. Pudo haberme dicho algo cuando fui a verla, en cambio aceptó mis disculpas y sonrió como si todo volviera a estar en orden. Si me preguntas, prefiero tenerla como amiga antes que perderla definitivamente.


—Nunca entenderé cómo funciona tu mente, Mauricio —dijo su hermano—. Pero deberías saber que con las mujeres es otro juego completamente.


Mauricio asintió dándole la razón a su hermano. Odiaba mentirle, pero no quería revelar su verdadero plan. 


Conquistar a Carolina. Le daría el espacio que necesitaba, pero solo lo que duraba el viaje. Cuando regresara… allí sería otra historia.


—¿Sabes qué? —preguntó Pedro—. Tienes razón… hablaré con ella. Cuando regresemos del viaje. Con suerte, si está cabreada conmigo, se le habrá pasado el enojo cuando regrese. Entonces no habrá riesgos de que me decapite o algo peor. Es amiga de Carolina después de todo.


Los hermanos rieron ante esa posibilidad y terminaron de tomar su almuerzo. Un par de horas después iban camino al LAX para tomar un vuelo a Miami, que finalmente tomaron alrededor de las 6 de la tarde. Mientras estuvieron en el aeropuerto Pedro miró varias veces su celular, tentado a ponerse en contacto con Paula; pero recordó que no tenía su número y que, si todo resultaba ser como Mauricio sugería, probablemente ya le habría contado a Carolina y ella no estaría dispuesta a ayudarlo. Un asco de panorama si le preguntaban.


Mauricio, por su parte, no dejaba de darle vueltas a la idea de que posiblemente se había precipitado. Empezó a dudar y eso lo tenía bastante nervioso. Pero ya estaba hecho y estaba por alejarse varios cientos de kilómetros. No tenía otra alternativa, salvo esperar.