martes, 24 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO FINAL

 



Los ojos de él se oscurecieron y a ella se le aceleró el pulso. Él se le acercó… y empezó a llover.


—¡Ahora no! —murmuró Paula. Miró al cielo y luego a Pedro—. Podemos ir a mi piso.


Con ojos brillantes, él la tomó de la barbilla.


—Si me invitas a subir, Pau, tardaré un buen rato en marcharme.


—¿Dónde está Melly? —atinó ella a preguntar.


—Con mis padres. Mi padre la llevará a la fiesta de Yvonne esta noche.


—¿Así que no tienes que irte a ningún sitio?


—No.


—Entonces… Bésame, Pedro —gimió ella.


Lo hizo. Y cuando levantó la cabeza, ella apenas podía respirar ni sostenerse en pie. Cuando recuperó las fuerzas, lo agarró de la mano y se dirigió a la escalera que conducía al piso.


—Vamos.


Pedro le quitó las llaves de las manos y la obligó a mirarlo, sin importarle la lluvia.


—No estoy dispuesto a perderte otra vez, Pau. Quiero que sepas que esto —indicó la puerta con un gesto de la cabeza— es para siempre. Y necesito saber que sientes lo mismo.


Pau creyó que el corazón le iba a estallar.


—Para siempre —murmuró. En su vida había estado más segura de nada.


—Te quiero con toda mi alma, Paula —dijo él apoyando la frente en la de ella—. Prométeme que no volverás a huir. Creo que no podría soportarlo.


Se le oscurecieron los ojos al recordar el dolor. Ella le retiró el pelo de la frente.


—Te lo prometo —y lo besó con todo el amor que había en su corazón.


Ambos jadeaban cuando se separaron.


—A cambio —dijo él con voz ronca, mirándola a los ojos—, prometo que te escucharé siempre y que no sacaré conclusiones estúpidas de manera precipitada.


—Ya lo sé —respondió ella. Pero se le ocurrió que, aunque lo hiciera, ambos eran más fuertes. Juntos, lo superarían todo.


Sin saber por qué, se echó reír entre sus brazos, contenta de estar cerca de él y de amarlo.


—¿Qué hacéis ahí arriba, jovencitos? —gritó la señora Lavender escandalizada—. ¿No os dais cuenta de que está lloviendo? Entrad antes de que os pongáis enfermos.


—Será mejor que hagamos lo que dice la señora —observó Pedro sonriendo al tiempo que abría la puerta.


—Desde luego —respondió Paula casi sin poder respirar.


Él extendió la mano. Ella le dio la suya. Y juntos cruzaron el umbral.







VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 46

 


¡No! No quería que se marchara. Sintió la boca seca. No quería que se marchara bajo ningún concepto. Se dio cuenta en ese momento de que al negarse la posibilidad de una vida junto a Pedro, de estar con él, se estaba haciendo tanto daño como le había hecho la falta de confianza de él ocho años antes. ¿Implicaba eso que se convertiría en la persona desesperada y destructiva a quien tanto temía?


Contuvo el aliento, se clavó las uñas en las palmas de las manos, bajó la cabeza y esperó a que la oscuridad y la ira la invadieran de nuevo… y siguió esperando.


Alzó un poco la cabeza, tomó aire temblorosa y contó hasta tres. Levantó la cabeza un poco más y lentamente se percató de que la oscuridad no volvería. Había aprendido de los errores del pasado; era mayor, más fuerte y más sensata y ¡ya no tenía miedo! Quería ponerse a cantar y a bailar.


Miró a Pedro y el deseo de cantar y bailar desapareció bruscamente. ¿No sería demasiado tarde? ¿Se le habrían agotado la paciencia y el amor? Miró el retrato de Frida y volvió a mirar a Pedro.


—Te quiero —dijo ella con sencillez y naturalidad, como él lo había hecho aquel día. No sabía si sería demasiado tarde para decirlo, pero sí que tenía que hacerlo.


Pedro se quedó inmóvil.


—¿Qué has dicho?


Pau se dio cuenta de que las personas más cercanas a ellos se habían dado la vuelta y los miraban. Se arrimó más a él y le susurró:

—Te quiero, Pedro.


—¿Te avergüenzas de tus sentimientos? —le preguntó él al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás y la miraba con ojos centelleantes.


—No, no me avergüenzo de quererte —lo dijo en voz alta y orgullosa—. Como los hombres no suelen ser tan efusivos como las mujeres, creí que preferirías que te lo dijera en privado.


Él se limitó a mirarla, sin moverse, sin decir nada. Pau pensó que tenía que haber oído lo que le había dicho, ya que se lo había repetido tres veces.


—Lo habitual es que, llegados a este punto, el chico bese a la chica —señaló la señora Lavender—. Y si eso es lo que pretendes hacer, Pedro, te sugiero que lo hagas en privado.


Sus palabras fueron mágicas para Pedro. Tomó a Pau de la mano y la sacó de la librería. Una vez en la calle, la soltó y la miró.


—No me has besado —dijo Pau sin poder evitarlo.


—Aún no —la señaló con un dedo que temblaba—. Has dicho que me quieres.


—Sí.


—¿Por qué has cambiado de opinión?


—No he cambiado de opinión. Siempre te he querido —y sentía que él también la había querido siempre.


—¿Qué te ha hecho cambiar de idea con respecto a arriesgarte?


—Frida. No podía acabar su retrato porque estaba bloqueada. Y lo estaba por lo que me dijiste: no estaba viviendo como mi madre habría querido. Cuando vi el retrato acabado, por fin me di cuenta de lo que ella quería que hiciera.


—¿Decirme que me quieres?


—Ser feliz —lo corrigió ella con suavidad—. Y estar contigo es lo que me hace más feliz.



VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 45

 


Paula sintió que el corazón le latía aceleradamente.


Miró el retrato sin terminar de su madre en busca de guía. «¿Qué hago, mamá?». El retrato no le dio la más mínima pista. Tal vez si lo acabara… Pero no podía. Algo la bloqueaba. Algo se interponía entre ella y su capacidad para hallar y plasmar la esencia definitiva de Frida.


¿Querría su madre que se arriesgara de nuevo con Pedro? Paula volvió a mirar por la ventana. El pelo de Pedro brillaba al sol. Se apoderó de ella el deseo, pero…


¡No! Tenía miedo. No podía arriesgarse. Aquel día había conseguido mucho más de lo que había esperado. Debía contentarse con eso. Tendría que bastarle.


La tarde transcurrió plácidamente sin que Paula tuviera que preocuparse de nada. Todos coincidieron en que las lecturas habían sido un éxito, incluidos los escritores, que vendieron decenas de libros.


Pedro recogió la barbacoa y desapareció. Paula hizo lo que pudo para no prestarle atención y justo cuando creía que el día se estaba acabando, vio que Pedro se hallaba en el mismo sitio en que habían estado los escritores y pedía la atención de los presentes. Paula cruzó los brazos y adoptó un aire de despreocupación.


—Como la mayoría sabe, este día no habría sido posible si no hubiera sido por una mujer muy especial: Paula Chaves —dijo Pedro.


Ella tragó saliva y trató de sonreír mientras todos aplaudían.


—Pau ha vuelto a Clara Falls para honrar la memoria de su madre y hacer realidad su sueño. No sabéis cuánto me alegro de que tanta gente del pueblo haya venido a apoyarla.


Paula se percató de que la mayor parte de los turistas se había ido. Los que quedaban eran casi todos del pueblo. Pedro señaló el retrato de Frida que estaba detrás de él.


—Como veis, Pau tiene la intención de dejar un recuerdo perdurable de su madre en Clara Falls. Parece un final muy adecuado para este día que Paula dé los últimos toques al retrato de su madre. Los que estéis de acuerdo, aplaudid para que lo haga.


¡De ningún modo! Pedro no podía obligarla y ella no iba a hacerlo. No podía. Pero se había abierto un pasillo entre Pedro y ella y todo el mundo aplaudía. Algunos lanzaban vítores, otros golpeaban el suelo con los pies, por lo que Pau no tuvo más remedio que avanzar.


—¿Qué es esto? —preguntó ella entre dientes cuando llegó a la altura de Pedro—. ¿Una venganza?


—Acaba el maldito cuadro de una vez, Paula.


El tono de su voz era duro e implacable, pero cuando ella lo miró a los ojos vio que le brillaban.


—No puedo, Pedro —se avergonzaba de cómo le temblaba la voz, pero no podía evitarlo.


—¿En qué te fijas en las fotografías que transformas en tatuajes? —le preguntó él mientras la tomaba de la mano—. ¿Qué ves en esas personas que no conoces pero que captas tan bien que a sus seres queridos se les saltan las lágrimas?


—Detalles —susurró ella. Se centraba en los detalles, de uno en uno.


—¿Confías en mí? —le preguntó él.


—Sí —replicó ella después de mirarlo durante unos instantes. Sabía que no la llevaría por mal camino en algo tan importante, a pesar de que le había hecho daño. Trataría de ayudarla como ella lo había ayudado.


—Olvida que es tu madre —le aconsejó él mientras le entregaba la foto de Frida—. Olvida que la conociste y céntrate sólo en los detalles.


Ella miró la fotografía. Los detalles. Eso era lo que tenía que hacer.


—Pinta, Pau —le dijo él entregándole un pincel.


Entonces, Paula se dio cuenta de que había preparado las pinturas para ella. Y pintó. El aroma de él la envolvía, y pintó. Acabó los ojos y la nariz, la frente y el pelo. Después se centró en la boca, con los labios abiertos porque se reía y las arrugas saliéndole de las comisuras. Luego se centró en la mandíbula, fuerte y cuadrada, con el lunar; después, en el cuello y los hombros.


Como siempre sucedía, cuando acabó no tenía ni idea del tiempo transcurrido. Dejó el pincel y retrocedió, y los presentes lanzaron un grito ahogado. Pau lo entendió como lo que era: un grito reverencial. Había hecho un buen trabajo. Sin embargo, aún no podía mirarlo. Necesitaba que todos los detalles se le evaporaran de la mente.


Se presionó los ojos con las palmas de las manos. Estaba increíblemente cansada. Unos fuertes brazos la rodearon. Quiso que aquellos brazos, los de Pedro, la protegieran para siempre. Había estado detrás de ella todo el tiempo que estuvo pintando, animándola con su presencia, ordenándole que no perdiera la concentración. Y ella le había obedecido. Pero no podía quedarse en sus brazos, al menos, no para siempre. Ya había tomado esa decisión: no podía consentir que lo peor de su naturaleza volviera a liberarse.


Antes de que ella pudiera desprenderse de sus brazos, fue él quien la soltó.


—¿Estás lista para verlo?


Ella tomó aire y asintió con dificultad. Él la condujo hacia la multitud y luego hizo que se diera la vuelta para enfrentarse a su obra de arte. Paula miró el cuadro y se tambaleó ante el impacto que le produjo. Se habría caído si Pedro no la sujetara con un brazo alrededor de los hombros.


Frida se reía al sol. Su madre estaba frente a ella y se reía con la alegría y bondad típicamente suyas. Pau sintió deseos de extender la mano y tocarla. Así querría Frida que la recordara. Así querría que todos la recordaran.


«¡Oh, mamá! Te quería. Lo sabías, ¿verdad?».


«Sí». La palabra le llegó envuelta en una brisa con aroma otoñal y, de repente, comenzó a llorar. La opresión que sentía en el pecho fue disminuyendo.


«¿Qué hago, mamá?». Esa vez no obtuvo respuesta, pero en su corazón comenzó a hallarla cada vez con más claridad según observaba el retrato. Su madre le diría que fuera feliz, porque era lo único que siempre había querido.


¿Se atrevería a serlo? Se secó las lágrimas con manos temblorosas y se giró para mirar a los presentes, que se mantenían en silencio.


—Quiero daros las gracias a todos por venir, por apoyar la librería, a Frida y a mí. Sé que mi madre también os lo agradecería, si pudiera. Cuando volví aquí, lo hice con rencor en el corazón. Pero ya ha desaparecido. Por fin me he dado cuenta de que mi verdadero hogar se encuentra aquí, en Clara Falls, y es estupendo estar de vuelta —dijo con una sonrisa.


La gente rompió a aplaudir. Al cabo de un buen rato, el señor Sears consiguió que parara.


—Muy bien, amigos. Se clausura oficialmente la feria del libro —lanzó a Paula una mirada astuta—. Al menos, por este año.


Pau le dedicó una enorme sonrisa.


—Es hora de que me vaya, Pau—dijo Pedro tocándole el brazo.





VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 44

 


Y eso fue lo que hizo. Y se dio cuenta de que estaba a gusto allí, en Clara Falls. Más a gusto que en ningún otro lugar.


—A tu madre le habría encantado esto —dijo el señor Sears poniéndose a su lado mientras los escritores se preparaban para la lectura.


Todavía había olor a cebolla frita en el aire. Paula miró por la ventana. Pedro se había hecho cargo de la barbacoa.


—Sí, le habría encantado.


—No cometas el mismo error que Frida y yo —dijo el señor Sears siguiendo su mirada.


—¿Cuál? —no era asunto suyo, pero…


—Quise a tu madre desde el momento en que la vi. Entendí que no quisiera tener nada que ver conmigo cuando estaba casado, pero cuando mi esposa murió…


Hacía diez años que había fallecido, cuando Carmen y su hermano eran muy pequeños.


—No entendí por qué no quiso que tuviéramos una oportunidad. Sabía que me quería.


—¿Nunca le dio una explicación?


—Me dijo que no podríamos estar juntos hasta que los niños hubieran crecido, ya que su reputación les pondría las cosas muy difíciles. Y comprendí que le importaba más que yo lo que la gente pudiera pensar —hizo una breve pausa y prosiguió—: Quería quedarme con la librería porque sospechaba que las cartas estaban aquí. Y también porque formaba parte de ella. Te he tratado muy mal, Paula. Perdóname.


—Está perdonado —respondió ella sin dudar—. Pero, hablando de la librería, estoy buscando un socio.


—Los dos podríamos hacer realidad el sueño de Frida —dijo él con los ojos brillantes—. Tenemos que hablar.


—Esperaba que dijera eso.


—Dejé que mi desilusión por que Frida no se quisiera casar conmigo transformara mi amor en algo feo y distorsionado —le tocó levemente la mano—. No cometas el mismo error —y se alejó.