sábado, 4 de marzo de 2017

APUESTA: CAPITULO FINAL




Pedro no estaba en la oficina. Paula corrió hacia el embarcadero, y al fin lo vio, con un grupo de turistas que estaban esperando una de las embarcaciones de recreo que recorrían el lago.


Nada más verla, el rostro de Pedro se iluminó, y se dirigió hacia ella.


—¡Eh, Chaves! Estaba esperando que…


Paula no lo dejó acabar.


—¡Pedazo de alcornoque! —masculló dándole con el índice en el pecho—. ¿Qué es eso de que lo dejas?


—No es lo que crees. Yo…


Pero ella no lo estaba escuchando.


—¡No podías quedarte y luchar por mí!, ¿no es cierto? No, el gran Alfonso no…


—Espera, si me escucharas un momento…


—Te partirías el cuello por cualquiera de tus nobles causas, pero no eres capaz de mover un dedo por mí, ¿por qué?, ¿por qué? —exigió saber irritada.


—Paula, por favor…


La joven lo miró con ojos relampagueantes.


—¿Por favor qué? ¿Que me calme? ¿Que hablemos de ello en otro sitio? ¿O es que te estoy asustando?


—Paula…


—¿Qué? Vas a irte a la India en otra de tus cruzadas, según me acabo de enterar por Cata —le gritó furiosa—. Y digo yo, ¿por qué viajar tan lejos para matarte cuando yo puedo ayudarte a hacerlo… aquí mismo? —y lo empujó con todas sus fuerzas, haciéndolo caer al agua.


—Espero que disfruten de la visita —le dijo Paula con una dulce sonrisa a los turistas, que habían observado la escena anonadados.


Se giró sobre los talones, pero antes de que hubiera dado dos pasos, Pedro emergió escupiendo agua y llamándola a gritos.


—¡Paula! ¡Paula, por amor de Dios, espera!


Un turista japonés lo fotografió cuando se encaramó chorreando al embarcadero, entre las miradas divertidas de los demás.


—Pelirrojas… —les dijo Pedro esbozando una media sonrisa—, tienen un carácter horrible.


Y salió corriendo tras ella.


—¡Paula!, ¿quieres esperar? —pero ella no se detenía—. ¡Chaves, por favor! ¡No voy a dejar mi trabajo, ni me voy a ningún sitio!


Paula se paró en seco y se giró hacia él. ¿No lo dejaba? ¿No se iba? Pero Cata había dicho… Pedro seguía acercándose jadeante hacia ella.


—Le pedí a Cata que te dijera eso porque no se me ocurría otra cosa para hacerte venir hasta aquí —confesó.


Aquello volvió a enfadar a la joven. ¡Cata la había engañado!, ¡su propia amiga la había engañado! Resopló y siguió andando.


—¿Me has oído? —la llamó él desesperado—. ¡Oh, vamos, Chaves!, ¿no irás a hacerme hacer esto aquí, verdad?


Paula no estaba dispuesta a prestarse a sus ridículos juegos infantiles. Si quería hablar con ella que la llamara por teléfono, se dijo apretando el paso.


Aquella vez la voz de Pedro sonó más alta y clara todavía:


—¡Paula Chaves! ¿Querrás casarte conmigo y ahorrarnos más sufrimientos a los dos?


Paula se quedó de piedra. Inspiró profundamente, y se giró para mirarlo.


—¿Y por qué diablos querría hacer algo tan estúpido?


Pedro se encogió de hombros y extendió los brazos hacia ella. El peso del agua estaba deformando las mangas de su jersey, y parecía el tierno espantapájaros de El Mago de Oz.


—Porque estoy tan loco por ti que ni siquiera puedo pensar cuando no estás a mi lado.


Paula sintió que el corazón iba a salírsele del pecho, pero se cruzó de brazos en un intento de mantenerse inflexible.


—¿De veras? ¿Y cuándo tuviste esa revelación?


—Pues… supongo que… bueno, más o menos… hará unos doce años.


Paula se quedó boquiabierta, y Pedro echó a andar hacia ella mientras los turistas sonreían divertidos.


—Fue exactamente el día de tu cumpleaños.


Paula abrió los ojos como platos. 


—¿Cuando cumplí los dieciocho? 


Pedro asintió, deteniéndose frente a ella. —Me dijiste que estabas enamorada de Kieran, y aun así no podía quitarte los ojos de encima.


En ese momento llegó la embarcación de recreo, pero los pasajeros se negaron a subir ante la perplejidad del patrón, que bajó al embarcadero para ver qué pasaba.


—Me sentía como un canalla, deseándote de aquel modo cuando estabas con Kieran —le estaba diciendo Pedro a Paula—, pero no podía evitarlo. Después de todo, yo te conocí antes que él.


La joven esbozó una pequeña sonrisa.


—Doce años, Pedro… —murmuró—. ¿Todo ese tiempo estuviste enamorado de mí y nunca me dijiste nada?


Pedro se encogió de hombros y dio un paso más hacia ella.


—Tú me dejaste —le dijo con una sonrisa—, dos veces si no recuerdo mal. Una de ellas incluso fui detrás de ti. Y no hacía más que pedirte que volvieras, ¿recuerdas?


—Si me hubieras dicho la razón, tal vez hubiera vuelto antes —respondió Paula con suavidad.


Pedro le pasó una mano mojada por la mejilla y se miró en sus ojos verdes.


—¿Y por qué volviste, Chaves?


—Por ti, Alfonso, volví por ti —le susurró ella poniendo su pequeña mano sobre la de él—, porque estoy enamorada de ti, porque estaba enamorada de ti desde que nos conocimos, solo que no lo sabía.


Pedro sonrió.


—Perdóname, Paula, por haber dudado de ti, pero es que, siendo aquello por lo que más debería haber luchado, eras también lo que más temía perder.


Paula lo abrazó, y permanecieron así un buen rato, hasta que él se apartó un poco de ella para mirarla a los ojos con una sonrisa traviesa.


—Eh, Chaves, ¿estarías dispuesta a hacer una última apuesta?


—Oh, no, la época de las apuestas se acabó para mí, vaquero.


—De acuerdo… un reto entonces —murmuró Pedro—. Te reto a pasar conmigo el resto de tu vida.


Una enorme sonrisa se dibujó en los labios de Paula.


—Acepto el reto.


Pedro se inclinó hacia ella.


—Mmmm… respecto a aquello de los doce críos…


Paula abrió los ojos como platos.


—¡Has picado! —se rió Pedro. Y aprovechando su distracción, la besó, mientras los turistas prorrumpían en aplausos.


APUESTA: CAPITULO 41




—Lo sabías.


Cata observó impertérrita el airado rostro de Pedro.


—Sabías que no se había ido con Kieran.


—Todo el mundo lo sabía —respondió muy calmada.


—¿Ah, sí?, ¡pues yo no! —le gritó él fuera de sí.


—Bueno, pues ahora ya lo sabes —dijo ella encogiéndose de hombros.


—¿Y dónde ha estado todo este tiempo?


—Tampoco es que sea un gran secreto ni nada de eso —farfulló—. Todo el mundo sabía que se había mudado a su casa.


Pedro sintió deseos de estrangularla.


—Pero yo no.


—Bueno, no me lo preguntaste, y te pasaste semanas como un zombi, de casa al trabajo y del trabajo a casa.


—¿Y por qué no me dijo que él la estuvo engañando con otras?


—¿Para qué? ¿Para que fueras a machacarlo? Paula no quería que acabaras en la cárcel —le dijo con una sonrisa.


—Ese canalla… —murmuró Pedro sacudiendo la cabeza—.Y pensar que la pobre Nieves no sabe nada.


Cata esbozó una sonrisa traviesa.


—Bueno, por eso no hay que preocuparse. Creo que se hizo una pequeña idea de qué clase de hombre es Kieran en realidad antes de que se marcharan.


Pedro se quedó mirándola boquiabierto.


—¿No le dirías…?


Cata se fingió ofendida.


—¿Por quién me tomas, Alfonso? Simplemente le hice saber que Kieran me había dicho que quería hablar con ella de algo, antes de que empezara la subasta, y que la esperaba en el pasillo, detrás del escenario.


Pedro se rió con ganas por primera vez en varios días.


—¡Dios, Cata, eres terrible!



****

—¿Que Pedro ha hecho qué? 


Cata se encogió de hombros con aire inocente. —Sí, va a dejar el trabajo, con quince días de preaviso según he entendido.


—¿Pero por qué?, ¿y qué va a hacer ahora? 


—¿Y a ti por qué te importa Pedro de repente?


—¡Cata!, ¿cómo puedes decir eso?


—¿Qué? Te lo digo en serio, Paula. ¿No te parece que lo has castigado bastante por lo que hizo? Lo de ir a ese baile con Nico Scallon fue un golpe bajo.


—Yo solo quería darle celos a ese idiota, que se diera cuenta de lo que se está perdiendo, pero no reaccionó. Bueno, sí reaccionó, pero no como yo quería —aclaró al ver que su amiga enarcaba una ceja.


—Esto se te ha ido de las manos, Paula —murmuró Cata sacudiendo la cabeza—. Pedro te quiere, pero es muy orgulloso, y se va porque no soporta verte con otro hombre, ya sea Kieran, Scallon, o cualquier otro.


Paula sentía deseos de ir a estrangularlo.


—¿Y si me quiere por qué demonios no lo dice? ¿Tanto le cuesta? —masculló irritada, conteniendo lágrimas de rabia—. Además, ¿adonde diablos se supone que piensa ir?


—No sabría decirte. Lo oí decir algo de unos tigres en peligro de extinción en la India o algo así… —Paula había salido disparada hacia la puerta de la tienda—. ¡Eh, Paula!, ¿adonde vas? —pero no trató de detenerla y, cuando la hubo perdido de vista, sonrió triunfal.







APUESTA: CAPITULO 40




La primera vez que Pedro volvió a ver a Paula tras el incidente del festival, fue en un baile organizado por el ayuntamiento. El primer evento público al que se decidía a ir en semanas, y tenía que ir a encontrársela allí… ¡bailando con aquel condenado Scallon!


Sin pensar lo que hacía, se dirigió derecho a ellos, abriéndose camino entre las parejas que bailaban, y con los ojos de toda la comunidad fijos en él.


—¿Se puede saber qué diablos estás haciendo aquí? —le espetó a Paula.


La joven y Nico se detuvieron.


—Creo que lo llaman bailar —masculló ella, enarcando una ceja.


Pedro se quedó mirándola, entre atónito y furibundo.


—Déjame tranquila, Pedro. No es asunto tuyo lo que esté haciendo o con quién.


—¡Ya lo creo que lo es!


—Escuche, Alfonso —le dijo Scallon en un tono conciliador—, la señorita le ha pedido que la deje en paz. Me parece que está muy claro que no quiere hablar con usted.


Si hubiera podido, Pedro lo habría fulminado con la mirada.


—No se meta donde no lo llaman, Scallon, a menos que quiera que le parta los dientes.


—¡Pedro!


—Lo digo en serio. Como vuelva a decir otra palabra te juro que lo tumbo aquí mismo —le aseguró Pedro. Miró en derredor, ignorando las miradas de los demás asistentes—. ¿Dónde está?


—¿Dónde está quién? —contestó Paula frunciendo el ceño.


—Sabes muy bien a quién me refiero. ¿Dónde está Kieran?


Paula se cruzó de brazos y frunció los labios.


—Oh, te refieres al hombre en cuyos brazos prácticamente me echaste. Pues no sé, supongo que estará en Dublín… con su prometida—y girándose hacia Scallon, entrelazó su brazo con el de él y le dijo—: Nico, ¿te importa si vamos a otro sitio? La verdad es que detesto los lugares atestados de gente.


Pedro se había quedado paralizado, pero al verla alejarse la agarró por el brazo para retenerla.


—¡Espera un momento! ¿No te fuiste con Kieran?


Nico cometió el error de interponerse entre los dos. apartando la mano de Pedro.


—¿Por qué no la deja tranquila, Alfonso? Como le dije antes ella le ha dicho que no quería…


No pudo terminar la frase. Pedro le pegó un puñetazo, derribándolo. Hubo algún «¡oh!» entre los asistentes, y la gente empezó a cuchichear.


—¡Por Dios, Pedro! ¿Qué crees que estás haciendo? —le gritó Paula—. ¿Estás bien, Nico? —inquirió arrodillándose junto a Scallon.


—Se lo advertí —dijo Pedro, con la mandíbula tensa mientras se frotaba el puño—. ¿Dónde has estado hasta ahora si no has estado con Kieran?


Paula ayudó a Scallon a levantarse antes de enfrentarse a Pedro.


—Eres un completo idiota, ¿lo sabías? ¿Quién diablos te has creído que eres para venir aquí con exigencias cuando me entregaste a Kieran? Por mí puedes irte al infierno, ¿me oyes?


—¡Lo besaste!


—¡Y tú besaste a Marie Donnelly!


—¡Eso fue distinto!


—¡Y un cuerno!


Se quedaron mirándose, retándose con la mirada, hasta que finalmente fue Pedro quien decidió que aquella era una batalla perdida.


—Como quieras —masculló furioso—. Quédate con tu donjuán de tres al cuarto —le espetó señalando con la cabeza a Scallon, que estaba sujetándose dolorido el carrillo derecho.


Paula no pudo resistirse cuando vio que se daba la vuelta para alejarse en dirección a la salida.


—Oh, y por cierto, ese amigo tuyo al que ibas a entregarme tan caballerosamente…


—¿Qué pasa con él? —inquirió Pedro con aspereza, girándose en redondo.


—Que fue él quien fastidió lo nuestro, no yo.


—¿Qué?


Paula estuvo a punto de ablandarse cuando vio la expresión de asombro en su rostro, pero se dijo que ya era hora de que afrontara los hechos.


—Sí, al poco tiempo de que yo empezara a tener dudas sobre nuestra relación me demostró que no estaba equivocada: me engañó no una, sino varias veces. Así que, ¿qué?, ¿todavía crees que soy lo suficientemente masoquista como para volver con él?


Distintas emociones cruzaron por el rostro de Pedro.


—Yo… no tenía ni idea, Paula. Lo siento de veras… Si lo hubiera sabido… —balbució sacudiendo la cabeza.


Los ojos verdes de Paula lo miraron sin pestañear.


—Esa es precisamente la razón por la que no te lo dije, porque sabía exactamente lo que habrías hecho.


Y, agachando la cabeza, se dio la vuelta para volver junto a Nico.


—Paula… —la llamó él. Ella se detuvo y se volvió despacio hacia él.


—¿Por qué lo besaste?


—Yo no lo besé —suspiró la joven—, me besó él. Si hubieras esperado diez segundos más, te habrías enterado exactamente de lo que pensaba de él y de ese beso.


La orquesta había empezado a tocar una melodía melancólica, y Pedro y Paula se habían quedado en medio de la pista de baile, rodeados por las parejas que giraban, mirándolos con curiosidad.


—He fastidiado lo nuestro, ¿verdad? —murmuró Pedro.


Paula tragó saliva.


—Fue esa estúpida apuesta, Pedro. Eso fue lo que lo ha fastidiado todo. Tal vez las cosas deberían haberse quedado como estaban.


Hizo ademán de volverse otra vez, pero él la retuvo una vez más por el brazo.


—Paula, espera, por favor… ¿Qué puedo hacer para solucionar esto?


La joven lo miró con tristeza.


—Si todavía no lo sabes, Alfonso, no creo que sea yo quien deba decírtelo.


Paula se quedó esperando una respuesta, pero, al ver que no llegaba, se soltó suavemente y se alejó.








APUESTA: CAPITULO 39




Paula no se había sentido tan vacía en toda su vida. Antes, cuando se había sentido sola, siempre había tenido a su lado a Pedro; cuando había estado asustada, allí había estado Pedro; cuando se había sentido confundida, allí había estado Pedro… ¿Cómo podría seguir viviendo sin él?


Tras recoger sus cosas de casa de Pedro se había ido a la que estaban construyéndole. Después de todo estaba prácticamente acabada y tenía lo poco que podía necesitar para empezar a vivir allí.


El primer día, lo había pasado alternando pensamientos de odio hacia Pedro e hinchándose a llorar, y al cabo de una semana tenía un aspecto realmente terrible y ya no le quedaban lágrimas que derramar. ¡Aquella estúpida apuesta…! Tal vez debería haber vuelto a Estados Unidos, pero estaba pendiente de un encargo para hacer unas fotografías del parque natural, y Cata estaba a punto de dar a luz, y no podía dejar la tienda desatendida por más tiempo y…


En realidad sabía que todo eran excusas, que la verdad era que no quería, que no podía volver a marcharse. «El hogar está donde esté tu corazón», le había dicho siempre su madre, y el corazón de Paula estaba en aquel pequeño rincón del mundo donde estaba Pedro.


Aquella tarde, Cata había ido a visitarla, así que Paula hizo té y se sentaron las dos a merendar en el porche trasero.


—¿Cómo va la tienda? —inquirió Paula.


—Bien, va bien. El chico de los Forrester aprende muy rápido.


—Estupendo.


—¿Y cómo llevas el embarazo?


—Bien, aparte de las patadas, el dolor de espalda y todo lo demás, lo llevo de maravilla.


Paula se rió un poco.


—¿Y cómo le va a Paul con…?


Finalmente Cata explotó.


—¡Por amor de Dios, Paula!, ¿es que no piensas preguntarme por Pedro?


Paula la miró con tristeza y agachó la cabeza.


—¿Cómo está Pedro? —musitó.


—Oh, tiene mejor aspecto que nunca… si es que se puede decir eso de los zombis.


Paula se levantó y fue a apoyarse en la barandilla del porche, dándole la espalda a su amiga. Creía que ya había llorado todo lo que tenía que llorar, pero según parecía no era así.


—Paula, ¿no crees que es hora de que pongáis fin a esto?


—¿Vas a hablarme como mi madre?, ¿que esto es culpa mía por haber salido corriendo en lugar de haber hecho que se explicara? ¿Es que no cuenta para nada que besara a otra mujer delante de todo el pueblo para vengarse de mí por algo que ni siquiera le había hecho? —alzó la vista hacia el lago—. Pedro le dejó el camino libre a Kieran, Cata, decidió que no merecía la pena luchar por mí. Si me hubiera amado la mitad de lo que yo lo amo a él, jamás se habría dado por vencido de ese modo, y yo no puedo conformarme con que solo me quiera al cincuenta por ciento, Cata… —su voz se quebró—. Yo quería… yo quería que se enamorara de mí… tan perdidamente como me he enamorado yo de él.


—Tal vez esté asustado, Paula.


—¿Pedro Alfonso, el superhéroe? —le espetó Paula, soltando una risotada amarga—. Lo dudo.


—Quizá tenga miedo de que en el fondo sigas enamorada de Kieran, o de que vuelvas a marcharte a América y le rompas otra vez el corazón.


—Yo nunca le rompí el corazón por irme a América —replicó Paula girándose hacia ella.


—¿Eso crees?