miércoles, 20 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 9

 


Paula no podía apartar de su mente la noción de que habían dormido en la misma cama. Ella nunca había dormido con nadie en la misma cama, y eso incluía a sus hermanas. Además, no había habido nada platónico en el modo en que habían dormido Pedro y ella. Como él había dicho, ella no había sido capaz de descansar realmente hasta que se había abrazado a él. Aunque el sexo no había intervenido, para su forma de pensar, aquella noche había sido increíblemente íntima.


Pero, seguramente, para Pedro aquello no había tenido nada de extraño, aunque tampoco trataba do tildarlo de mujeriego. Por lo que había visto, tan probable era que se presentara a una fiesta solo como acompañado por alguna belleza. E incluso en ese último caso, nunca parecía que su relación fuera especialmente seria.


—No tienes por qué avergonzarte de padecer migrañas —dijo Pedro mientras se metía la camisa en los pantalones—. ¿Qué ha dicho tu médico? ¿Sabe qué las provoca?


Paula negó lentamente con la cabeza.


—Estoy perfectamente sana, si es a eso a lo que te refieres. Me han hecho muchos análisis y pruebas.


La expresión de Pedro se ensombreció.


—Si todo lo que puede hacer tu médico es extenderte unas recetas, deberías consultar a otro.


—Ya lo hice, y me dijo lo mismo —Paula ya se sentía demasiado vulnerable ante Pedro. No quería que supiera más de lo que ya sabía. —. Pero estoy mejorando. Tuve mi último dolor de cabeza hace dos meses —apartó las mantas para salir de la cama, pero se detuvo repentinamente.


Había estado tan centrada en Pedro y en cómo se vestía que en ningún momento se había parado a pensar en lo que ella llevaba puesto. Enseguida comprobó que solo llevaba el camisón.


—¿Con qué frecuencia te dolía antes la cabeza?


—Eso no importa. ¿Cómo me puse anoche el camisón?


—Te lo puse yo.


—Lo que significa que me quitaste la ropa.


Pedro le dedicó una de sus perezosas sonrisas, con el fascinante hoyuelo incluido.


—No te preocupes. No me aproveché de ti.


—Ni se me había pasado por la cabeza que lo hubieras hecho.


El hecho de que Pedro la hubiera visto prácticamente desnuda hizo que Paula deseara ocultarse por completo bajo las mantas hasta que se fuera. Si había metido una pierna entre las suyas, lo más probable era que el camisón se le hubiera subido casi hasta la cintura y, por tanto…


Volvió a mordisquearse el labio inferior. Nunca se había sentido tan avergonzada en su vida. De ese momento en adelante, cada vez que se miraran a los ojos ambos sabrían que él la había visto prácticamente desnuda. Lo único que podía hacer era evitar ver a Pedro durante los siguientes días. Con el tiempo recuperaría la compostura en su presencia. O eso esperaba.


—¿Habías tenido que usar antes el inhalador? Parecía algo bastante potente.


—No —el médico había advertido a Paula que si lo usaba lo hiciera junto a la cama, porque probablemente perdería a medias el conocimiento. Y así había sido.


—Eso significa que el dolor de cabeza de anoche ha sido uno de los peores que has tenido. Creo que deberías llamar hoy al médico para contárselo.


Paula necesitó hacer un verdadero esfuerzo, pero logró mantener el tipo.


—Agradezco de verdad que me ayudaras anoche, Pedro. El dolor de cabeza era de los fuertes. Pero ahora llego tarde —Paula volvió a mirar el reloj y vio que eran casi las ocho. Le sorprendía que Monica no la hubiera llamado, pero ya que el día anterior estaba al tanto del dolor de cabeza que se avecinaba, probablemente había decidido no molestarla— llego muy tarde, y necesito levantarme y vestirme —salió de la cama y se puso de pie—. Pero antes de que te vayas me gustaría pedirte un favor.


Odiaba estar en deuda, especialmente con alguien que sabía más de ella que los doctores. Miró a Pedro y vio que este tenía la mirada puesta en sus pechos. Ni siquiera tuvo que bajar la vista para saber que sus pezones se habían excitado. Se cruzó de brazos.


—¿Pedro? —cuando él la miró, Paula percibió un calor en su mirada que hizo que las rodillas se le debilitaran. Se aclaró la garganta—. He dicho que me gustaría pedirte un favor.


—Te he oído. Pídelo.


—Te agradecería que mantuvieras en secreto la información que tienes sobre mi problema.


—¿Problema? ¿Te refieres a las migrañas?


—Exacto.


—¿Qué te pasa, Paula? ¿Acaso temes que alguien pueda pensar que tienes una grieta en la armadura?


Como en tantas ocasiones, Pedro trataba de picarla, pero ella no estaba dispuesta a morder el Cebo.


—¿Mantendrás en secreto lo que sabes?


—No deberías ver las migrañas como una especie de fracaso o debilidad por tu parte. Además, no eres la única que las sufre. Varios de nuestros conocidos comunes las padecen.


—¿Cómo lo sabes?


Pedro se encogió de hombros.


—Escucho.


Paula respiró profundamente, molesta consigo misma por la facilidad con que dejaba que Pedro la distrajera.


—¿Lo harás?


—Claro que no se lo diré a nadie.


—Y… ¿el resto?


Pedro tomó su chaqueta del respaldo de una silla y se la puso.


—Lo que ha sucedido quedará entre nosotros.


Paula soltó el aliento. No le había hecho decir las palabras.


—Gracias.


Pedro avanzó lentamente hacia ella y se detuvo a escasos centímetros.


—De nada. Me basta con que se te haya pasado el dolor —inclinó la cabeza y besó a Paula en la frente—. Tómate el día con calma —su boca descendió hasta detenerse a pocos milímetros de la de ella—. No te apresures en llegar a la oficina.


Paula contuvo el aliento mientras un estremecimiento recorría su cuerpo. ¿Iba a besarla?


Pedro le acarició levemente el rostro.


—Come algo antes de irte, y conduce despacio —alzó la cabeza y la miró a los ojos. Luego sonrió—. Nos vemos en unas horas —a continuación giró y se encaminó hacia la puerta.


Ya tenía la mano en el pomo cuando Paula recuperó el sentido.


—¡Espera! ¿Qué quieres decir con eso de que nos vemos en unas horas?


—¿Lo has olvidado? Tenemos una cita a las dos —Pedro salió del dormitorio y cerró cuidadosamente la puerta a sus espaldas.


Anonadada, Paula se sentó en la cama.


¿En unas horas? ¿Era ese todo el tiempo que iba a tener para superar lo que había sucedido? Exhaló un tembloroso aliento. De acuerdo. Aunque contaba con no verlo en una temporada, tendría que encontrar algún modo de enfrentarse a él aquella tarde. Nunca había rehuido los retos, y no iba a hacerlo en esa ocasión.


Aunque no le hubiera pedido a Pedro exactamente que pasara la noche con ella, sí le había pedido que se quedara un poco más. No sabía por qué había sentido que lo necesitaba, y tampoco sabía por qué se había deslizado en la cama hacia él buscando su calor. Y algo más.


Lo único que sabía era que se había sentido extraña y perdida hasta que Pedro la había estrechado entre sus brazos.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 8

 


Pedro se irguió hasta sentarse. Las mantas se apartaron lo suficiente como para dejar ver el elástico negro de sus calzoncillos. Paula suspiró, aliviada. Al menos, no estaba totalmente desnudo.


—Lo cierto es que en ningún momento tuve intención de dejarte sola. Si no hubieras dicho algo, planeaba esperar tras la puerta hasta que te quedaras dormida. Luego habría entrado de nuevo.


Paula parpadeó.


—¿Por qué?


—No podía dejarte sola. Estabas demasiado enferma, demasiada ida como para quedarte sola. Quería estar aquí por si empeorabas, o por si sufrías alguna reacción adversa a la medicación, o por si necesitabas algo.


Paula nunca había visto la mirada de Pedro tan suave como en aquellos momentos. Se mordió el labio inferior. Un instante después se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Aquel gesto era un mal recuerdo de una infancia tensa.


—Y… ¿qué te impulsó a desnudarte y meterte bajo las sábanas?


Pedro sonrió.


—Aún después de que la medicina te hiciera efecto no parecías sentirte cómoda. Pensé que tal vez tuvieras frío, y era cierto. En cuanto me desvestí y me metí en la cama, te abracé. Te relajaste de inmediato.


Paula no podía decir nada al respecto. No había hecho nada de forma consciente y, por tanto, no podía explicar sus acciones. Tenía un vago recuerdo del brazo de Pedro rodeándole los hombros, de sentirse segura y cálida junto a él.


—¿Cuánto tiempo llevas despierto?


—Desde el amanecer.


—¿Y por qué no me has despertado? —preguntó Paula, irritada.


Él respondió con una sonrisa, y Paula se sintió atrapada ante la visión de sus sensuales labios y de su asonante hoyuelo.


—Por educación.


—¿Disculpa?


—No te he despertado porque no habría sido educado hacerlo.


—¿Por qué no?


—Estabas totalmente enredada conmigo.


Paula se quedó sin aliento al recordar de pronto la sensación de su pierna entre las de Pedro y de su brazo rodeándole la cintura. Sintió que el rostro le ardía. Habría jurado que nunca se ruborizaba, pero ya no podía estar segura, porque Pedro entrecerró repentinamente los ojos mientras la miraba.


—Además —continuó él—, estabas tan dormida que no quería despertarte.


—Pero cuando… me he despertado estaba aquí, en mi sitio.


Pedro se encogió de hombros.


—He pasado casi toda la noche en la misma posición. Los músculos empezaban a dolerme y he tenido que estirarme. Te he apartado intentando no despertarte. Lo siento.


Paula asintió, aunque no sabía por qué. Al menos, agradecía no haber despertado entre sus brazos. Eso habría sido demasiado bochornoso.


—¿Cómo te sientes? —Pedro apartó las mantas y salió de la cama. Sus ceñidos calzoncillos negros parecían hechos a medida, y él parecía sentirse tan cómodo moviéndose ante ella semidesnudo como si fuera algo que hiciera a diario. Evidentemente, debía estar muy acostumbrado a vestirse y desvestirse en los dormitorios de otras mujeres.


Paula apenas había asimilado aquel inquietante pensamiento cuando él se volvió a tomar sus pantalones, ofreciéndole una clara visión de su musculosa espalda y su redondeado y firme trasero. La garganta se le secó. Lo conocía hacía dos años, pero nunca había pensado en el aspecto que tendría sin ropa. Sin embargo, ya no necesitaría hacerlo. Aquellos calzoncillos dejaban muy poco a la imaginación.


—¿Paula?


—¿Qué?


—Aún no has respondido a mi pregunta. ¿Te sientes mejor?


En lo que a Paula le pareció cámara lenta, Pedro se puso los pantalones. A la luz del sol, el pelo de sus magníficas piernas parecía más rubio que castaño. Cuando los tuvo en torno a la cintura, Paula oyó la veloz y eficiente subida de la cremallera.


Sintió una punzada de pesar. Aquella era una sensación tan ajena a ella que se quedó totalmente desconcertada. Al ver que Pedro la miraba con expresión divertida, se dio cuenta de que aún no había respondido.


—Bien. Me siento bien.


—¿Se te ha ido el dolor del todo?


—Solo queda el recuerdo.


Pedro volvió a entrecerrar los ojos.


—¿Qué sucede, Paula? —preguntó, preocupado.


—Nada. Es solo que… lamento que sintieras que debías quedarte toda la noche. No te habrás sentido muy cómodo. ¿Has podido dormir algo?


—Sí. Me quedé dormido en cuanto noté que te habías relajado y te habías quedado dormida.


Paula rió forzadamente.


—Supongo que estás acostumbrado a dormir con mujeres.


Pedro le dedicó una enigmática sonrisa y luego tomó su camisa.


—¿Hace cuanto sufres de migrañas?


Paula miró su pecho desnudo.


—No mucho.


Pedro se puso la camisa.


—Respuesta equivocada. He mirado las fechas de prescripción de tus frascos de medicinas. Algunos de ellos tienen casi un año.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 7

 


Algo inquietó a Paula. Un aroma vagamente conocido invadió sus sentidos. Estaba sucediendo algo que no quería que sucediera. Se resistió a moverse y a abrir los ojos. El instinto le dijo que algo iba mal. Se sentía cálida y cómoda… pero también frágil. Extremadamente frágil.


Entonces recordó. La noche anterior había sufrido una migraña. Ya se le había pasado pero, como siempre, su cabeza retenía el recuerdo del dolor. Suspiró suavemente. Hacía más de dos meses que no tenía una migraña, y había llegado a creer que ya las había superado. Evidentemente, no era así. Y para empeorar las cosas, aquella había sido una de las peores.


¿Qué había sucedido? ¿Y qué estaba oliendo? ¿Y sintiendo?


Trató de recordar lo sucedido la noche anterior. La fiesta… había ido bien. Hernan Mathis y Teo Korster estaban a punto de aceptar su propuesta, y esa era la meta principal de la fiesta. Sí, lo recordaba. Incluso había logrado allanar el camino para futuros proyectos.


Champán. Las luces del estanque. Unos ojos marrones. Un pelo que siempre parecía necesitar un peine.


Pedro.


Se había presentado después de que todo el inundo se hubiera ido. Según él, había vuelto porque había sentido que algo iba mal. Eso le había parecido muy extraño.


A veces, Pedro podía ser una auténtica cruz. Nadie conseguía alterarla como él. Cuando trataba de ignorarlo, él se negaba a permitírselo. Y cuando trataba de cortarlo en seco dándole la espalda, se reía de ella.


Unos meses atrás, la invitó a ella, a su hermana Teresa y a unos amigos a volar a Corpus Christie en su nuevo avión. Pero se fue dejándola en tierra. ¿El motivo? Que se retrasó quince minutos y Pedro se negó a esperarla. Se puso furiosa.


Sin embargo, en otras ocasiones se sentía atraída por él. Al menos, hasta que lograba recuperar el control sobre sus sentidos y se recordaba por qué no podía sentirse atraída por Pedro. Dario era el hombre con el que planeaba casarse… si lograba convencerlo, por supuesto.


A pesar de todo… estaba en deuda con Pedro. Por mucho que le costara aceptarlo, así era. Cuando la migraña había atacado, él había estado allí para ayudarla.


Tal vez podría haber superado la crisis por sí misma, pero eso era algo que nunca llegaría a saber. Tendría que encontrar algún modo apropiado de darle las gracias. Tal vez, regalándole una planta para su despacho.


Gimió interiormente. ¿Cómo iba a saber cuál era el modo apropiado de darle las gracias? Lo mejor que podía hacer era esperar a hablar con Monica en el trabajo. De momento, aún se sentía muy aturdida.


Abrió los ojos lentamente y vio que la luz del sol inundaba la habitación. Volvió a gemir interiormente. Lo normal era que, en cuanto el primer rayo de sol entraba por la ventana, saltara de la cama, totalmente dispuesta a enfrentarse al nuevo día. Pero lo cierto era que aún se sentía muy débil, y el impulso de permanecer en la cama era muy fuerte.


Sin embargo, nunca se había permitido utilizar las migrañas como excusa para vaguear. Cuando estaba en el trabajo era más consciente de los primeros síntomas de un ataque de migraña y tomaba rápidamente una pastilla para frenarla. Pero la noche anterior trató de superarla a base de ignorarla, y no había servido para nada.


Volvió la cabeza para mirar el reloj. Eran las siete y media. Normalmente estaba en la oficina a las siete. Si se levantaba ya, aún podía llegar a las ocho y media. Experimentalmente, trató de erguirse en la cama.


—¿Ya te sientes mejor?


Paula se quedó totalmente paralizada. Pedro. Se volvió hacia él y dio un gritito ahogado.


Estaba tumbado de espaldas, con los brazos tras la cabeza y la manta a la altura de la cintura, dándole una visión completa de su pecho desnudo. Una mata de pelo castaño claro cubría este, formando una uve hasta desaparecer bajo las mantas. ¡Dios santo! ¿Estaría desnudo? Paula cerró rápidamente los ojos y volvió a abrirlos…


—¿Qué haces aquí?


Pedro se volvió hacia ella y apoyó un codo en el colchón para erguirse. Su rostro estaba tan cerca que Paula pudo ver su incipiente barba y las vetas doradas de sus ojos.


—¿No te acuerdas?


—Yo… —un recuerdo surgió en la mente de Paula.


Se había mostrado reacia a que se fuera, aunque no recordaba haberle pedido que se quedara. Pero aquel recuerdo trajo otros. El dolor había sido tan intenso que había sentido una necesidad vital de aferrarse a él, como si su fuerza hubiera podido rellenarlo. Pero…


—Recuerdo que rodeaste la cama y te tumbaste encima de las mantas —también recordaba cómo se arrimó a él para tratar de absorber su calor. Pero estaba segura de que las mantas aún se interponían entre ellos.


Y en ese momento reconoció el aroma que había invadido su sueño. Era el aroma vigoroso, sexual y único de Pedro, y probablemente estaría en las sábanas en las que había dormido.


—No esperaba que te quedaras toda la noche y, desde luego, no esperaba que te… desvistieras.