miércoles, 17 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 43





Paula regresó a su casa, contenta de haber salido de la de Pedro sólo con el pelo revuelto y la blusa por fuera. Como llegara tarde al almuerzo de su madre, alguien pagaría las consecuencias.


El teléfono sonaba cuando abrió la puerta de entrada.


Era Naomi.


—La página Web ha recibido algunas visitas, pero, en general, el retorno sobre la inversión es deprimente tendremos que pensar en un plan mejor.


—Sí. ¿Sabes, Naomi? Necesito a alguien que se ocupe del negocio en cuanto esté en marcha. Verás, yo nunca planeé llegar a dirigirlo de verdad. Esperaba que a ti te interesara.


Durante un momento, Naomi guardó silencio.


—Bromeas, ¿verdad?


—No. Hablo muy en serio.


—Me encantaría —chillo su amiga—. La tela me parece fantástica y tengo muchos planes. La que has encargado va a estar lista muy pronto. Necesitaremos encontrar un sitio donde almacenarla.


—Lo arreglaremos —la desanimaba que la campaña de muestras no funcionara. Iba a tener que pensar en otra cosa.


Naomi cortó y ella subió a su habitación a vestirse. Sintiéndose de repente triste, trató de identificar la causa.


Se sentó para retocarse el maquillaje, pero descubrió que los ojos se le humedecían. 


Parpadeando para contener las lágrimas, se las secó con una toallita de papel.


Movió la cabeza. Se sentía triste porque iba a poder regresar a Nueva York en cualquier momento. El negocio iba en marcha, a pesar de las muestras, y su cuenta bancada estaba saneada con el salario generoso que Pedro le pagaba. Iba a echar de menos a Naomi y a la tía Eva.


Iba a echar de menos a Pedro.


Muchísimo.




SUGERENTE: CAPITULO 42




Paula se sumergió en el negocio de Pedro, llamando a diseñadores y haciendo más prendas con la tela, principalmente para mantener la mente ocupada. El tiempo transcurría. El lunes apareció y se fue y la semana pasó volando. Llegó el sábado y el momento de la fiesta en el jardín de su madre.


No había tenido ni una oportunidad de ver a Pedro. Sus ocupadas agendas no coincidían. 


Quizá había decidido que no quería ir, después de todo. Debería preguntárselo para cerciorarse.


Fue a su casa y suspiró aliviada al ver el coche en la entrada de vehículos. Con la boca seca, llamó a la puerta. Tenía ganas de verlo, de oír su voz sexy. Él no contestó. Giró el pomo y descubrió que estaba abierta.


Probablemente estaba enfrascado en algo y había aislado de su mente todo lo demás. No lo habría molestado, pero necesitaba una respuesta. Se preguntó a quién quería engañar. 


Quería verlo.


Empujó la puerta y llamó.


—¡Pedro!


—Arriba —respondió.


Sonó distraído… y sexy.


—Espero no molestarte.


—No lo haces. Sube.


Al llegar a su habitación, lo vio sentado ante la ventana, con unas hojas en la mano y el ordenador portátil en las rodillas.


—Pareces ocupado.


—Terminaba un artículo para una revista. Nada importante.


Ella respiró hondo.


—Bueno. Me preguntaba si aún seguía en pie que me acompañaras a la fiesta de mi madre. Entendería…


Él dejó los papeles.


—¿Y dejarte a merced de tu madre? —movió la cabeza—. Imposible. Iré. Además, apuesto que hay una comida rica y me estoy muriendo de hambre. No he desayunado.


—Oh. Me alegro.


—¿Paula? —su voz se tornó ronca.


Sin saber por qué, ella se preparó para lo peor.


—¿Sí?


—¿Te has mantenido alejada de mí porque querías o porque pensabas que necesitaba espacio?


Ella avanzó mientras él cerraba la tapa del portátil y lo dejaba junto a la silla. Al estar más cerca, vio las líneas de tensión alrededor de sus ojos, de la boca.


—Creí que necesitas espacio.


—El espacio es para los astronautas. Te echo de menos.


—Oh, Pedro —le tomó la mano entre las suyas. Él apartó la vista.


—No. Es verdad —cuando volvió a mirarla, lo hizo con expresión perdida—. Sé que vas a regresar a Nueva York, pero ahora estás aquí.


—Sí —sonrió.


—Así que no perdamos tiempo, ¿de acuerdo? —tiró de ella hasta que cayó sobre su regazo—. Eres preciosa, dulce y complicada —la acomodó con facilidad de costado.


Ella le acarició la cara y él la giró para pegar los labios en su palma, luego le enmarcó el rostro y la atrajo a un beso.


La dejó sin aliento y lo mismo sucedió con sus pensamientos conscientes. Y cuando creyó que ya no podría soportar mucho más, saqueó aún más profundamente, exigiendo más. Y ella se entregó sin cuestionar nada. Pedro le recorrió
el cuerpo con las manos mientras también ella realizaba algunas exploraciones por su propia cuenta.


Cuando al fin apartó la boca de ella, Paula tenía la blusa medio abierta y Pedro el pelo revuelto. 


No dijo nada, simplemente pegó la frente contra su mejilla y la abrazó mientras respiraba de forma entrecortada. Ella le acarició el pelo, el cuello, la espalda, recobrándose también, a pesar de que sus pensamientos se proyectaban al futuro.


En el breve tiempo que habían estado juntos, sentía como si realmente hubiera llegado a conocerlo. Entenderlo. Y, sin embargo, ésa era una parte de él que no había esperado. Algo más profundo, más emocional, más… complicado.


Pedro giró la cara para poder frotarle el cabello.


—Empieza a gustarme lo desordenado —comentó con sorprendente emoción.


—Pero no es algo a lo que estés acostumbrado.


—No —respiró hondo y soltó el aire despacio—. Estoy acostumbrado a la cautela. A pensar bien las cosas. Mis padres jamás esperaron tener hijos. De modo que cuando llegué, se preocuparon por todo. Mi madre fue sobreprotectora. Por desgracia, nada era únicamente mío. Tenían que saber dónde estaba, qué hacía, en qué me metía, todo. Me volví introvertido para protegerme. Tú has sido la única persona que he dejado que se acercara tanto —volvió a respirar hondo—. Por eso Emilia y yo no duramos. No me abría y ella odiaba eso.


—¿Por qué es diferente conmigo?


—Lo es. Como he dicho, tienes algo que sobrepasa mis defensas. No puedo explicarlo.


—Yo siento lo mismo contigo. Estamos moldeados por la gente que nos rodea —murmuró, pensando en su madre, en la presión de hacerla feliz siempre—. Mi madre puede ser difícil, pero ella me empujó a tener éxito, lo que, supongo, puede ser un arma de doble filo. Todo lo que hacía tenía que ver con los concursos de belleza, hasta que sólo viví, respiré y comí concursos —se encogió de hombros—. Ese estilo de vida se convirtió en el mío —le acarició la cara y luego le alzó el mentón hasta que sus ojos se encontraron—. Pero siempre tendremos esta conexión.


Él asintió y luego miró el reloj.


—Falta una hora para esa fiesta, así que creo que será mejor que nos preparemos. Si llegas tarde, me lo achacará a mí.


Ella sonrió y asintió.


—¿Puedo conducir yo el cupé?


—¿Qué? No sé si es una buena idea dejar que lo lleves tú.


Paula hizo un mohín.


La acercó y le dio un beso lento en esa ocasión. 


Ella se relajó contra su cuerpo y se preguntó si alguna vez llegaría a cansarse de eso, de él. No lo creyó. Era una pena que estuvieran tan hechos el uno para el otro de esa manera, y no de ninguna otra. Si tan sólo se hubieran conocido en otras circunstancias…


«Este camino lleva a la locura, Paula». 


Reunirse con Pedro había sido estupendo en muchos y maravillosos sentidos, empezando por el mejor sexo que jamás llegaría a tener. Pero para su cordura era mejor callarse y disfrutarlo mientras durara. Mucho mejor que no haberlo experimentado jamás.


Pedro terminó el beso con un suspiro.


Paula se movió en su regazo.


—Vamos, Pedro. Por favor.


—No puedo oponerme a ti.


SUGERENTE: CAPITULO 41




Se levantaron y en silencio se vistieron. Ninguno pronunció palabra de camino a casa. Y cuando llegaron, Paula abrió la puerta, lo miró y le tendió la mano, enfrentándolo a su necesidad de estar solo, por un lado, y de disfrutar de la presencia de Paula, por otro. Ganó su amor por ella, al pensar Pedro que el tiempo del que disponían era finito. Los dos lo sabían.


Justo dentro de la casa, ella lo rodeó con los brazos. Dominado por una marejada de emociones, Pedro la abrazó y cerró los ojos, acariciándole la espalda desnuda. Subió la mano y le acarició la nuca y la oyó tragar saliva, comprendiendo que también ella sentía unas emociones descarnadas.


Le acarició la mejilla y, respirando hondo, le cubrió la boca con un beso suave, tratando de ofrecerle algo de consuelo. Por lo quieta que se quedó, supo que no esperaba eso y Pedro experimentó un toque de furia. Fue como si Paula esperara que la empujara y se marchara para estar solo.


Decidido a demostrarle que esa noche era especial para él, con tono imperativo le susurró sobre la boca:
—Ábrete a mí.


Ella cedió y Pedro adaptó la posición de la boca y profundizó el beso con minuciosa lentitud. Bebió de ella y disfrutó de su sabor. Paula volvió a contener el aliento, pero al final respondió y él enroscó los dedos en esas hebras sedosas de su cabello. Le masajeó la parte baja de la espalda y sintió que relajaba los músculos, como si acabara de liberar por completo la tensión que llevaba dentro.


Ella lo rodeó con un brazo e imitó su caricia, y Pedro soltó el aire contenido, con una debilidad eléctrica emanando de la parte inferior de su cuerpo. Paula lo repitió y él apretó más la mano que tenía en torno al cabello de ella, sintiendo que se ponía duro.


Finalmente, la tomó en brazos y subió por las escaleras hasta su dormitorio.


La tumbó en la cama, se quitó la ropa y luego la desnudó a ella. Se echó a su lado y la recuperó para sus brazos.


Le besó la oreja y trazó su forma con la punta de la lengua, antes de bajar a su cuello. La respiración de Paula se tornó irregular. 


Encontró el pezón compacto y duro y lo frotó con el dedo pulgar.


Ella gritó y le tomó la mano, pegándosela contra el pecho hasta que Pedro pudo sentir el latir frenético bajo la palma. La asió por las caderas, rodó con ella y la situó debajo. Apoyando su peso en los codos, le enmarcó el rostro entre las manos y la besó con una pasión que hizo que su propio corazón se saltara algunos latidos. La deseaba locamente.


Flexionó las caderas y ella subió a su encuentro, contrajo los músculos alrededor de él y la mente de Pedro se nubló por el deseo. Lo más probable era que se fuera a la tumba sin haber llegado a saciar ese deseo.