miércoles, 28 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 49

 


Volvieron al palacio después de un paseo de tres horas en el coche y de una breve parada en un pequeño pueblo para comer. Pedro la acompañó a la habitación de Mia, donde descubrieron que acababa de quedarse dormida.


–Avísame en cuanto se despierte –le pidió Paula a Karina, luego se volvió hacia Pedro y le lanzó una de esas miradas que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.


Pero esa vez Pedro propuso que fueran a su habitación, en lugar de a la de ella.


–Pero, Pedro, si alguien nos viera entrar juntos…


–Esa zona del palacio es completamente privada. No tenemos por qué hacer nada, excepto hablar, y podríamos dejar la puerta abierta si tú quieres.


–No sé.


A pesar del riesgo que existía de que los viera algún empleado, Pedro la agarró de la mano.


–No nos queda mucho tiempo. Dame la oportunidad de que al menos comparta contigo una parte de mi vida.


La vio ablandarse frente a sus ojos y finalmente sonrió.


–Está bien.


Los empleados con los que se cruzaron por el camino hacia su habitación se limitaron a saludarlos con una inclinación de cabeza, sin ningún tipo de mirada sospechosa.


–¡Vaya! –exclamó Paula en cuanto abrió la puerta–. Pero esto es todo un apartamento.


–Tiene cocina, despacho, salón y dormitorio.


–Es muy bonito –se volvió hacia él–. Ya puedes cerrar la puerta –otra vez tenía esa mirada.


–Pensé que habíamos dicho que…


–Cierra la puerta, Pedro. Con llave.


Pedro obedeció y luego fue hasta ella, que le pasó la mano por el pecho lentamente antes de empezar a desabrocharle la camisa.


–¿Entonces has cambiado de opinión?


–Puede que sea por el peligro, pero cuanto más nos acercábamos, más excitada estaba –se puso de puntillas y lo besó en la boca–. Y a lo mejor es porque cuando estoy a solas contigo, no puedo controlarme. Sé que está mal, pero es superior a mis fuerzas. Soy una persona horrible, ¿verdad?


–Si lo eres, yo también lo soy –porque el sentimiento era mutuo–. Puede que eso quiera decir que nos merecemos el uno al otro.


Entonces la levantó del suelo y se la echó al hombro, a lo que ella respondió con un grito de sorpresa y con una carcajada.


–¡Pedro! No es que me importe, pero, ¿qué haces?


–Es para demostrarte que no soy tan amable como tú crees –le dijo mientras la llevaba al dormitorio.


–Me queda claro –dijo Paula en cuanto la dejó en el suelo, luego le puso las manos en los hombros, lo tiró de espaldas sobre la cama y lo besó apasionadamente.


Cada vez que hacían el amor pensaba que era imposible que fuera mejor que la anterior, pero Paula siempre acababa superándose. Parecía saber qué tenía que hacer para volverlo completamente loco. Era una amante atrevida, sexy y segura de sí misma. Si había un amante ideal para cada persona, estaba claro que él había encontrado la suya.


Claro que quizá no fuera tanto por sus dotes como amante como por el amor y el cariño que había entre los dos. Estaba pensando eso cuando notó su mano colándosele bajo los pantalones y agarrándole la erección, y apenas pudo seguir pensando. Solo pudo preguntarse cómo sería esa vez, lento y tierno o rápido y apasionado. O quizá pondría esa mirada traviesa y haría algo por lo que muchas mujeres se sonrojarían.


Paula se sentó encima de él y se quitó el vestido.


Rápido y apasionado, pensó él con satisfacción mientras ella bajaba sobre su erección y comenzaba a sentir ya su interior caliente y húmedo. Entonces tuvo que dejar de pensar hasta que, después de alcanzar juntos el clímax y quedar rendidos el uno en los brazos del otro, se dijo a sí mismo que tenía que haber una manera de convencerla para que se quedara.


Pero al mismo tiempo, su conciencia le planteó una nueva duda: ¿para qué?




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 48

 

Después de una semana de lluvias torrenciales, el cielo por fin se despejó y salió el sol, atrayéndolos al exterior a pesar de lo mucho que Pedro habría deseado pasar un día más en la habitación de Paula.


Dejaron a Mia con Karina, que parecía contenta de tener por fin algo que hacer, ya que Paula se hacía cargo de su hija en todo momento, y salieron los dos juntos en su coche.


–Mi abuelo y yo solíamos salir a pasear por el campo en este coche y me contaba historias de cuando era niño. Él se había convertido en rey con solo diecinueve años; en ese momento a mí me parecía emocionante, pero luego fui dándome cuenta de la responsabilidad que implicaba y empezó a preocuparme que mi padre muriera y yo tuviera que reinar sin estar preparado.


Paula guardó silencio unos segundos.


–¿Qué te parece si en lugar de salir a navegar como habías propuesto, me llevas al campo, adonde ibas con tu abuelo?


–¿De verdad?


–Sí. Me encantaría ver los lugares a los que te llevaba.


–¿No te aburrirás?


Paula se acercó, le agarró la mano y sonrió.


–Contigo, imposible.


–De acuerdo.


Paula parecía disfrutar de cosas tan sencillas como charlar, jugar con su hija o salir a pasear en coche. No pedía ni exigía nada, pero lo daba todo, mucho más de lo que él jamás le pediría. Ni siquiera había imaginado que pudieran existir mujeres como ella. Por eso le parecía tan ridículo haber podido creer que pudiera tener motivos ocultos.


–¿Puedo hacerte una pregunta? –le dijo y, al ver que él asentía, continuó–: ¿Cuándo dejaste de pensar que iba tras la fortuna de tu padre?


Parecía que, además, tenía el don de leerle el pensamiento.


–Cuando fuimos al pueblo y no utilizaste ni una vez la tarjeta de crédito que te dejó mi padre.


Paula lo miró boquiabierta.


–¿Lo sabías?


–Me lo dijo la secretaria de mi padre porque estaba preocupada.


–La verdad es que ni siquiera la he sacado del cajón.


–Si no hubiese bastado con la tarjeta de crédito, me lo habría confirmado el modo en que reaccionaste cuando te regalé los pendientes.


Ella se llevó la mano a las orejas.


–¿Por qué?


–Porque nunca había visto a una mujer emocionarse tanto por un regalo de tan poco valor.


–Lo que importa es que me los compraste porque quisiste, porque sabías que me gustaban, no porque estuvieses intentando ganarte mi cariño. Me compraste los pendientes porque eres amable.


–Yo no soy amable.


–Claro que lo eres –aseguró ella, riéndose–. Eres uno de los hombres más amables que he conocido.Tengo la sensación de estar tentando a la suerte quedándome tanto tiempo porque en cualquier momento alguien podría darse cuenta de lo que está pasando y la noticia podría llegar a oídos de Gabriel. No quiero hacerle daño.


Tampoco él quería hacer daño a su padre, pero cada vez le resultaba más difícil la idea de dejarla marchar.


–¿Y si se enterara? Entonces a lo mejor no tendrías que marcharte, podríamos explicárselo y hacérselo comprender.


Paula cerró los ojos y suspiró.


–No puedo, Pedro. No podría hacerle eso, ni a él ni a ti. Jamás me perdonaría haberme interpuesto entre vosotros.


–Acabaría superándolo. Estoy seguro de que no le costará tanto cuando vea lo mucho que significas para mí.


–¿Y si no es así? No estoy dispuesta a correr ese riesgo.


Si fuera como las mujeres que había conocido hasta entonces, no le habría importado quién saliera perjudicado. Pero claro, entonces él no se habría enamorado de ella. También sabía que si había decidido marcharse, nada podría hacerla cambiar de opinión.


Esa obstinación suya era muy frustrante, pero también admirable. Le gustaba que siempre le desafiara y lo obligara a ser sincero. La amaba demasiado como para correr el riesgo de hacer algo que provocara que ella dejara de respetarlo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 47

 


–¿No te alegras de haber llamado?


Al levantar la mirada se encontró con Pedro, desnudo en la puerta del baño, secándose el pelo con una toalla y se preguntó cuánto tiempo llevaría allí. ¿La habría oído decir que lo amaba?


–Le he dicho lo que sentía y, en lugar de ponerse furioso, me ha pedido disculpas.


–Has sido muy valiente.


–Puede que sí que lo sea después de todo. No soy tan ingenua como para pensar que a partir de ahora todo va a ser muy fácil. Estoy segura de que volverá a ser el mismo de siempre porque él es así y tendré que mantenerme firme. Pero al menos es un comienzo.


Pedro dejó caer la toalla y fue hacia la cama. Estaba impresionante, era puro atractivo. Resultaba inconcebible que una mujer hubiera podido serle infiel; su ex debía de estar loca.


Apartó las sábanas, tiró de ella hacia abajo y se tumbó encima, entre sus piernas.


–Gracias por hacerme creer en mí misma –le dijo ella, acariciándole la cara recién afeitada.


–Eso no lo he hecho yo –respondió Pedro, acompañando sus palabras con un beso en los labios–. Yo solo te he señalado algo que ya estaba ahí. Tú decidiste verlo.


Pero sin él jamás lo habría hecho. Ahora era alguien completamente distinto, alguien mejor. Y en gran parte, era gracias a él.


–Otra cosa –le susurró al tiempo que la besaba en la mejilla y luego en el cuello.


Ella cerró los ojos y suspiró.


–¿Sí?


–Yo también te quiero.