jueves, 8 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 15




—Pau… Pau…


Escucho susurrar en mi oído.


Aún estoy adormilada, apenas logro abrir los ojos y veo dos caritas mirándome.


Sara y Felipe se encuentran en mi cama uno a cada lado. 


Sonrío con ese dulce despertar y extiendo mis brazos para que se acurruquen junto a mí.


Beso sus coronillas y no es nada nuevo que se cuelen debajo de mi cubrecama. No es la primera vez que lo hacen, pero si es la primera vez que al dejar la puerta entornada el señor Alfonso puede vernos.


Lo pesco de pie en la puerta observando nuestra interrelación. Usa jean y camisa blanca por fuera, mantiene una de sus manos dentro de su pantalón, mientras que con la otra sostiene una humeante taza.


—Buenos días —saluda.


Muero de vergüenza. Me siento desubicada y atrevida al encontrarme con sus hijos en mi cama como si fueran míos. Pero la verdad es que adoro a esos niños, y me emociona ver sus caritas de alegrías ante lo mínimo que pueda darles.


—Buenos días, señor Alfonso —respondo. Por un instante pienso en salir de la cama, aunque luego recuerdo que me encuentro con un pijama de short y musculosa «no apropiado para usar frente a mi jefe»


Sara y Felipe al escuchar a su padre comienzan a reír, luego se meten debajo de las mantas y gritan… “no estamos aquí papito”


Yo sonrió ante las cosquillas que me hacen y tomo asiento en medio de la cama. Alfonso ingresa lentamente y mi corazón se desboca. Todo él es hombría y sexo.


Y tenerlo dentro de la habitación, hace que mis fantasías…«esas que solo salen a la noche cuando nadie me ve» surjan en este preciso instante y acaloren mis mejillas.


Alfonso desprende sensualidad y alguna especie de feromona, seguramente, la que activa mis neurotransmisores… o como sea que se llame esas “cositas” de mi cerebro, las que hacen que mi cuerpo se ponga loquito.


—Ustedes sí que la pasan bien señorita Pau. ¿Es frecuente este tipo de relación entre ustedes?


«Mierda está enojado»


—Bueno, ejem… —aclaro mi garganta —en realidad, ellos no siempre entran aquí, solamente cuando quieren pedirme algo y… —palabras, palabras y ningunas de ellas logran armar una frase con sentido. ¿Qué le digo?... Que últimamente los niños se pasan para mi cama a charlar. «No puedes Pau… eres del personal de esta casa, eso no estaría bien» y ya me imagino su discurso… “señorita Pau, no le pago para que juegue a la niñera, usted es la cocinera y debe limitarse a eso… ¡a cocinar!”


—Pienso que son muy suertudos—suelta luego de mi malogrado discurso.


—¿Disculpe? —digo sorprendida.


—Ellos pueden hacer algo que yo no. O debería decir, que ellos hacen algo que yo no he hecho, aún.


Me ahogo como una estúpida y comienzo a toser. Necesito distancia, necesito alejarme de este hombre como sea, porque la cosa viene de desafío y claramente mi cuerpo responde ante todo su ser. ¡Vade retro Satanás!


Me pongo de pie y camino al baño. Siento como me mira. No volteo, pero puedo intuir que los ojos de Alfonso me comen con la mirada.


—Bajo en unos minutos niños —grito desde dentro, y debo tomar asiento en el borde de la bañera para no caer de culo al suelo.


«¿Se quiere meter en mi cama?»


Vamos Pau… no te hagas la tonta. «Esa es mi consciencia» sabemos que el hombre esta loquito por ti. En parte es verdad, puedo darme cuenta que el hombre se siente atraído desde que la otra noche en un arrebato de furia se metió en mi habitación y me rompió la boca de un beso.


Pero…


«Siempre hay un pero»


Y en este caso es nada más ni nada menos que ¡mi salud mental y emocional! Él me gusta… y yo le gusto, hasta ahí vamos bien, pero nadie me asegura no terminar con el corazón más roto y triste de lo que ya se encontraba hace un par de meses.


Y continuemos, él es mi jefe y yo su empleada y no solamente nos vincula una relación contractual, sino que ¡vivo en su casa!


Si hablamos de tener un “approach” con el jefe, no solo pondría en juego mi corazón, también mi reputación como empleada, y necesitaría buscar un lugar donde vivir.


Lo mire por donde lo mire, un encuentro intimo con el señor Alfonso no entra en mis planes «Pienso con amargura»


Salgo de la ducha y camino derecho al dormitorio para vestirme.


Cuando lo hago, algo en la esquina llama mi atención.


Un movimiento… una persona.


—¿Mamá?


Mi madre se pone de pie y me da un apretado abrazo. Sin soltar mis hombros me aleja de ella unos cuarenta centímetros y suelta su tan característico…


—Anoche se lo comenté a tus hermanas… ¡Has perdido mucho peso!… ¿te encuentras bien?


—¡Naaa! —aúllo.


Y es que para ella… delgadez es sinónimo de enfermedad, en cambio a los tan odiados kilitos en las caderas y mofletes rechonchos le gusta llamarlo “lozanía” y es que luego del divorcio… y no me pregunten el por qué perdí unos diez kilos, no solo me siento mucho mejor, ¡si no que parezco cinco años menor! ¡Gracias Ricardo, gracias Samantha!


—¿Qué haces aquí?


—¡Vine a quedarme unos días con mi nena! — exclama llena de energía —y de paso compartir con los niños.


—Pero mami, tú no puedes venir a instalarte como si esta fuera mi casa y los niños tus nietos.


—Ojalá lo fueran, son tan dulces.


Asiento de acuerdo con su pensamiento, pero de todas formas no puedo permitir que se quede. El terreno no es seguro y con Alfonso la tensión puede olerse a kilómetros y seguro “la sabueso” de mi madre, se dará cuenta al instante que nos sentimos atraídos el uno para el otro.


—Ese hombre se siente atraído por ti hija.


¿Ya lo olfateó? «¡Joder con mi madre!»


—No mami, el tan solo es mi… es mi… jefe.


—Puedo intuir que tiene otras intenciones —dice mientras comienza a sacar su spray para el cabello, cepillo y maquillajes sobre mi tocador.


Camino hasta ella y tomo nuevamente las cosas que acaba de desempacar y una a una las guardo de nuevo en su bolso.


—Mamá, esta no es mi casa, tan solo es mi trabajo y tú no puedes invitarte, así como así.


—Pero, si Pedro me invitó querida. Él mismo fue quien me sugirió venir a quedarme unos días contigo.


—¡Oh! —. Quedo muda ante su comentario. “Pedro me invitó” ¿lo llama por su nombre antes que yo?... ¿y él la invita a nuestra casa? Digo... ¡A su casa!



Socorro, su casa, y que Dios me ayude.


—Además… mañana a la noche tenemos la fiesta de tu prima, y pensé que podríamos arreglarnos juntas—. Aplaude feliz su gran idea.


—No iré mami. Ricardo y Samantha estarán allí. No hay chance de que me presente por nada en el mundo.


Toma asiento en la cama y apoyando su mano sobre el cubre me indica sin palabras que me siente junto a ella. Lo hago y apoyo mi rostro en su pecho. Me acaricia el cabello de una forma muy suya, miles de personas podrán hacer lo mismo, pero reconocería las manos de mamá a kilómetros.


—Pronto el amargo sabor quedará en el olvido, cuando llegue tu verdadero amor, ese que cure tus heridas y sane a tu corazón.


—¿Quién dice que Ricardo no era mi verdadero amor, má?... porque yo sí estaba enamorada.


—¿O creías estarlo?


Pienso por un momento y no estoy segura de ello. Tampoco estoy segura si me dolió más la traición de Ricardo o la de mi mejor amiga.


—No lo sé. Sea lo que haya sido, yo no iré, no estoy preparada para verlos y mucho menos para que me vean ellos a mí.


En la cocina, mi jefe desayuna con los niños cuando bajamos. Me vestí con unos gastados jeans, los que no me podía prender desde hacía tiempo, pero para mi asombro, ahora calzan perfecto, realzando mis piernas y trasero. No es que me los ponga a propósito para provocar a mi jefe ¡no qué va!







ENAMORAME: CAPITULO 14



La despedida de soltera de mi prima ¡fue genial!... salvo por el detalle de encontrar a Samantha en ella.


Y es que mi prima Mariana y Samantha son amigas de siempre, y no podía pedirle que la dejara afuera del festejo por lo ocurrido. Éramos aproximadamente unas quince mujeres en el bar, incluyendo a mi madre y hermanas. 


Calculo que Samantha se debe de haber ido con mal de ojo de la fiesta.


Todas saben de su aventura y actual relación con Ricardo.


Por lo que su entrada no fue muy bien recibida.


“Pero la educación ante todo niña” dijo mi madre mientras se ponía de pie para saludar a mi ex amiga.


Y con su habitual sentido del humor un tanto “cítrico” le regaló unas bellas palabras.


“Samantha querida… espero seas muy feliz con el bastardo de mi ex yerno, el tiempo en que él te sea fiel. Porque tu bien debes saber que el lobo puede perder el pelo, pero no las mañas”


«Gracias» Respondió Samantha, tomando rápidamente su lugar en el extremo opuesto de donde nos encontrábamos con mi clan.


Admito que por momentos siento pena de ella. ¡Les juro!


Solo debo estar agradecida, pues gracias a Samantha me libré de la bolsa de patatas que tenía por marido. Y es que recién ahora logro ver con claridad lo ciega que estaba.


Es que realmente mi vida junto a Ricardo no me hacía feliz… ¡pero yo si lo hacía!


Permítanme que les explique… Siempre busqué la felicidad, con mi familia, mis clases de danza, la tienda, mis clientes, en fin… ser feliz es un compromiso de vida, no un estado de ánimo, por tal razón solo depende de uno mismo.


El hallarme repentinamente sin nada, me hizo dar cuenta que nada de eso era necesario para mi felicidad. Y me encontré mejor que nunca junto a una desconocida familia, que me acogió y brindó hogar y protección.


La noche avanzaba y junto a ella los tragos. Intenté controlar el alcohol que ingería, ya que en un arrebato de provocación vine con mi coche y no en taxi como lo había planeado. Y todo por huir de Alfonso.


¡Es que no pude evitar incitar al sinvergüenza!


Toda una revelación enterarme que no es pareja con André y peor aún saber que le gusto.


¿Se puso celoso?


«Excelente» Pienso con deleite.


Mi madre bailando con uno de los strippers, mis hermanas bebiendo tequilas y yo cuidando de ellas, era el patético panorama que tenía en el instante que decidí marcharme.


«¡Niñas, basta!»


—¡Me marcho! — Digo finalmente como saludo y salgo.


La noche se encuentra hermosa. Luna llena y ni una gota de viento. Es primavera y se huele aroma de flores. Llego a casa con ganas de cocinar. Espero no despertar a nadie, porque tengo ideas para un nuevo pastelillo… masa de caramelo y chocolate, con cobertura de galletas Oreo.


Me descalzo ni bien entro y me pongo el delantal a lunares. 


Enciendo el horno y coloco casquetes de papel en la chapa de cupcakes.


Bowl y tres tubos de mis galletas favoritas. Las abro en dos y retiro la deliciosa crema en un recipiente y las tapitas en otro. Machaco las galletas con un palote de amasar y luego comienzo a batir nata con un par de cucharadas de azúcar glas. Una vez que está a punto, incorporo la crema que retiré de las galletas hasta lograr que se unifique todo. Después agrego un tanto del polvillo de chocolate que machaqué y reservo en el refri la preparación.


Para el bizcocho, utilizo una preparación básica de cupcake y cambio parte de la harina por cacao. Luego de hornear y que se enfríe rellenaré el interior con caramelo líquido, que siempre tengo preparado para el helado de los niños.


Programo el temporizador y cuando giro para colocar la bandeja en el horno, ahí está él.


El señor Alfonso se encuentra de pie en la entrada de la cocina.


Está usando solamente los pantalones de su pijama, dejándome de esa forma admirar sus marcados abdominales.


«Vaya tableta de chocolate para los ojitos de esta repostera»


Reconozco que mi mirada se clava en su cuerpo por un momento, hasta que logro reubicarlos en su rostro. No tiene cara de dormido, todo lo contrario, se lo ve despabilado y algo molesto.


—Buenas noches —. Saluda.


—Buenas noches —respondo.


—Veo que trae mucha energía, señorita Pau.


—Sí. Mucha en verdad —respondo de forma insolente.


Camina lentamente hasta un banco y toma asiento en él. 


Cruza sus brazos y los músculos se le marcan al instante.


—¿Qué tal su cita?


«¿Cita?»


Ohh… ¡Claro! Ya entiendo su expresión de ogro malo. El pobre hombre sigue pensando que tuve una cita con su amigo. Si supiera que la que está disfrutando de su socio es Concepción, estaría agradecido sin dudas. Pero luego de lo que hizo hoy a la tarde en su arrebato de celos, creo que no se merece saber ese “pequeño” detalle.


Por un momento pienso qué hacer… ¿Comunicarle que solamente fui a una despedida de solteras? o…
…dejarlo creer que acabo de llegar de una caliente cita, en la cual probablemente haya tenido ¡sexo!


«¡Hacerlo sufrir!» grita Red mi alter ego y curiosamente yo me encuentro de acuerdo.


—Mi cita estuvo muy bien. Gracias por preguntar —respondo gentilmente.


—Me alegro mucho —expresa mientras veo su nuez de Adán hundirse al tragar. No deja de observarme y mantiene una gélida mirada sobre mí, la cual provoca que comience a ponerme nerviosa.


—Gracias. Si me disculpa me voy a la cama, es tarde y mañana debo madrugar.


Camino en busca de libertad.


No me gusta la expresión que está tomando el rostro de Alfonso cuando me habla. Se nota que es hábil declarante, y que en este juego del gato y el ratón soy yo quien sale perdiendo.


Antes de llegar a la escalera me detiene algo que dice.


—¿Usted sabe que es cuestión de tiempo, señorita Pau?


«Touché»


—Soy consciente de eso, señor —respondo y volteo para verlo


Para ver al hombre que me está amenazando con una pronta relación vaya a saber uno de qué tipo. Cuando volteo lo encuentro de pie, brazos cruzados y cuerpo recostado contra la mesa de la cocina. Comienza a caminar en mi dirección y mi corazón galopa como un estúpido.


—Que descanse —suelta al pasar junto a mí, ignorando su caballerosidad y subiendo velozmente la escalinata antes que yo



ENAMORAME: CAPITULO 13




«¡Me desafío!»


Al fin logré sacar algo que no fuera trato laboral y afable.


Quiero ver la sangre tana debajo de la cordial y simpática mujer que trabaja para mí.


¿Qué no cree en el amor?


Ya veremos…


Subo en mi coche y marcho a la oficina. En el primer semáforo en rojo, me sorprendo a mí mismo viendo mi rostro en el espejo retrovisor, con una sonrisa tonta plasmada en mi rostro. Esa sonrisa que tengo reservada únicamente para mis hijos.


Ahora la pregunta es: ¿Cómo se conquista a una persona como Paula Chaves?


Mi hermano Augusto me presentó a una chica, hace un par de días; bella y simpática, de eso no cabe dudas, ¡es muy hermosa! Lo malo es que hoy es viernes y quedé en cenar con ella, pero también acepté el reto de Pau para conquistarla. Y no quiero tener que marchar precisamente hoy a una cita y volver a la madrugada oliendo a sexo.


Pienso estrategias y las descarto automáticamente. Dejaré que fluya. Le permitiré a la vida que por una vez me sorprenda. Después de todo… ¿así es como lo hacen las personas comunes verdad?


Una vez en mi despacho todo es un caos. Los viernes son los peores días de la semana. Últimamente decidí no venir a trabajar los sábados, así que tengo que dejar todo pronto ¡hoy!


Golpean y entran todo a la vez.


«Detesto que hagan eso» Por lo que puedo suponer quien será.


—Querido, tenemos que hablar.


Levanto la cabeza de mi laptop y lo miro. Nunca es bueno escuchar el famoso “tenemos que hablar” venga de quien venga.


—¿Qué cuernos pasa, André?


—El viejo Goldshmidt acaba de aparecer asesinado.


—Es una broma, ¿verdad?


—Ojalá. Pero no creo que el disparo que le dieron en la nuca fuera algún tipo de terapia alternativa.


—Y, ¿entonces?... ahora tenemos un caso de homicidio en vez de un puto acuerdo de divorcio.


—La policía no tardará en llegar, y como representantes legales del viejo querrán saber todo sobre el testamento, relacionamiento con familiares, amigos y ni hablemos de la loba.


—¡Viejo estúpido! Eso le pasa por confiar en las mujeres… setenta y siete años y meterse con alguien de treinta.


André asiente en silencio y presiona el intercomunicador para llamar a mi secretaria.


—Clarita amor de mis amores… ¿nos podrías conseguir un almuerzo decente y dos botellas de agua mineral con gas heladas? Gracias dulce.


Sin levantar la mirada de los expedientes gruño…


—No me gusta que le hables con tanta familiaridad a mi secretaria, con la tuya haz lo que se te antoje, pero con la mía no.


—¿Celoso? —ríe a carcajadas y se coloca sus gafas cuando no logra leer la letra chica de un informe.


—¿Presbicia?


Da insultos entre dientes y ahora soy yo quien ríe.


—Respeto idiota, de eso se trata. En donde se come no se caga.


—Muy fino lo suyo Alfonso y hablando de respeto, de tus empleadas y demás… invité a cenar a tu sexy nana hoy a la noche.


Me pongo de pie tan rápido que muevo conmigo unos centímetros mi enorme y pesado escritorio.


—Ella aceptó —remata André y yo siento un enorme malestar brotar de mi interior.


Mis puños cerrados y mis nudillos contra la mesa, contienen las ganas de tirarme sobre él y estrangularlo con la corbata.


¿Qué puedo hacer?


¡Nada!


Después de todo, si ella aceptó, es porque le gusta.


«Mierda»


—¿Algún inconveniente? —pregunta mi amigo y socio.


Y en contra de mi voluntad, con una fuerza admirable respondo…


—No. Ningún problema.


Continuamos trabajando a toda prisa antes que nos caiga algún detective por el caso de Goldshmidt.


Agradezco el trabajo y la distracción. Cualquier cosa es buena para quitar la imagen de mi amigo y la señorita Pau juntos.


Esa noche cuando llego a casa, encuentro a Felipe haciendo los deberes en la pequeña mesa del living y a Sara jugando con las Barbies. Beso a mis niños y saludo a Concepción.


Camino a la cocina en busca de la señorita Pau. Necesito algunas explicaciones… después de todo, ella es mi empleada y no le pago para andar armando citas con mis amigos.


«A quien intento engañar»


En la cocina como de costumbre, encuentro la cena en una fuente cubierta con papel de aluminio lista para calentar, pero ni rastro de ella.


Hoy es viernes, por lo que concluyo se debe encontrar en casa y no en su clase de salsa.


Subo las escaleras y llego al pasillo que une nuestras habitaciones. Veo luz por debajo de la puerta de su dormitorio.


«La encontré»


Golpeo y aguardo.


No soy hombre de esperar. Cuando quiero algo voy por ello. 


Pero en este caso y en este preciso momento toca esperar.


Nada.


Intento nuevamente. Golpeo y espero. Pero nadie responde.


Pruebo abrir la puerta, y para mi sorpresa, esta se encuentra sin trancar.


Ingreso y cierro tras de mí. Mi respiración está alterada como si hubiese corrido veinte kilómetros. Y lo que veo sobre la cama me hiela la sangre y hace que el ogro Alfonso entre en acción.


Sobre la gran cama veo un justo, corto y escotado vestido negro.


«¡Puto André, puto vestido y puto el universo!»


Su recámara se encuentra en penumbra y únicamente se mantiene encendida una de las lámparas de las mesas de luz. En el estéreo termina una canción que no reconozco y comienza una empalagosa melodía de Ricardo Montaner… 


Castillo Azul. Nunca soporté este tipo de música, pero hoy y ahora solo reavivan el fuego.


La puerta del baño se abre y la señorita Pau sale en medio del vapor que produjo la reciente ducha, vistiendo únicamente un caliente conjunto de ropa interior.


Ricardo Montaner canta en ese momento…



“Ven y te explico lo que somos,
en nuestra habitación…”

Negro y rojo.


De encaje.


Con el pelo mojado cayendo como una cascada hacia un lado, pide sexo a gritos.


Cuando me ve, se asusta e instintivamente intenta cubrir sus pechos.


—¿Rojo y negro? —digo más para mí que para ella. El dolor de la traición sale junto a mis palabras.


Me duele pensar en ellos dos juntos.


«Si un día desnudando a una mujer, ves que su corpiño coincide con la tanga… fue ella quien decidió llevarte a la cama» no tengo mejor momento para recordar ese dicho, que éste.


Miro a la señorita Pau y luego la puerta.


La puerta… el escape y libertad, versus la señorita Pau.


La melodía continúa sonando y el trance en que me encuentro cada vez es peor.



“Poco a poco y el amor no se aguantó,
No hay prisa, pero no puedo esperar,
Boca a boca te doy un respiro.
Tu cuerpo y el mío encuentran la posición.
En este castillo azul se escribirá una historia, basada en nosotros dos…
…ven y te explico lo que somos en nuestra habitación…”


Jamás pensé que esta canción me fuera a gustar. Y mucho menos que me calentara tanto como lo está haciendo, aquí y ahora.


—Disculpe —digo finalmente y camino hasta la puerta.


Tomo el pestillo y coloco el pasador.


El chasquido que produce me dicen que ya no hay vuelta atrás.


Cierro los ojos y apoyo la frente en la fría madera de la puerta.


Lentamente giro y comienzo a aflojar mi corbata… de otra forma no podré seguir respirando.


—Señor Alfonso… ¿Qué hace acá? —susurra atemorizada, dando un par de pasos atrás, mientras lentamente camino en su dirección.


Prácticamente está dentro del baño, cuando me abalanzo sobre ella y la atrapo en el preciso momento en que intenta cerrar la puerta.


La tomo por la cintura y la levanto hasta que su culo alcanza la mesada del baño. La siento sin mucha delicadeza y gruño… —¿Rojo y negro? —herido por la traición que siento.


«La estúpida e imaginaria traición»


Abre grande sus ojos y parece desconcertada.


Cuando intenta decir algo en su defensa, no lo logra.


Atrapo su boca con la mía y con mi mano en su nuca, la inmovilizo.


—Usted… no se va a ningún lado ¿entendió? —comento entre jadeos.


—Pero… —intenta alegar cuando nuevamente introduzco mi lengua en su boca y con la otra mano, aproximo sus nalgas hasta el borde. Dejándola con una pierna a cada lado de mi cadera.


Forcejea y eso me calienta más.


Restriego mi erección en su entrepierna y ella suelta un gemido. Pero para mi sorpresa me empuja.


—¿Qué hace? —grita entre sollozos.


—No quiero que salga con André.


—¿Y eso le da derecho a entrar a mi dormitorio y manosearme?


—¿Manosearla?


Recién en ese instante me doy cuenta de lo que estoy haciendo.


Me retiro asqueado por mi conducta.


—Disculpe.


—¿Qué lo disculpe? —suelta en medio de gritos —¿quién demonios se cree que es, para entrar de esa forma?


—Disculpe, es que cuando me enteré que hoy saldría con André me puse como loco.


—Piensa muy mal de mi señor Alfonso —. El dolor que hay detrás de esas palabras me hace mierda —yo jamás saldría con alguien que está en pareja. Ya me lo hicieron a mí una vez y no camino en esa misma dirección.


—Lo lamento mucho —. Reitero con vergüenza. Camino en dirección de la puerta intentando por todos los medios no mirar a la mujer por la que perdí los estribos. Pero antes de irme aclaro… —De todas formas, André no se encuentra en pareja. Solo fueron estúpidos celos míos.


—¿Ustedes ya no son pareja?


—¿Cómo? —su comentario me hace frenar y girar nuevamente para enfrentarla. Necesito que repita lo que acaba de decir…—¿Cree que somos pareja?


—¿Ustedes ya no son…?


—¿Cree que soy gay señorita Pau? —la furia vuelve a mí.


—Si —responde sincera elevando sus hombros. Y yo estoy entre que la mato o me la cojo para demostrarle que tan gay soy.


Respiro hondo y cierro los ojos intentando contenerme.


—No, señorita, no soy gay.


—¡Oh!


—Nuevamente le pido disculpas. Y le doy mi palabra que no volverá a suceder, aun no entiendo qué fue lo que me ocurrió.


—¿Por qué no va a volver a ocurrir?


—¿Disculpe?


—Nada —se apura en responder.


Luego ingresa al baño y sale anudando el lazo de su albornoz.


Nuestras miradas se cruzan y ninguno está dispuesto a retroceder. Palabras no dichas, sentimientos que crecen minuto a minuto, soledad… ¿amor? Son fragmentos de lo que pasa por mi mente.


Desde fuera se escuchan pasos y la voz de Concepción llamándome.


—Señor Alfonso en la entrada lo buscan dos policías —. Llama la insistente mujer desde fuera de la puerta de mi dormitorio, solo que ¡no estoy ahí!


«Mierda»


Miro a Pau y ella sonríe pícaramente. Oh no cariño… no te burles de mí porque luego vas a arrepentirte.


—Usted tendrá que ayudarme señorita Pau.


La ecuación no era muy complicada. Me buscaran en mi dormitorio, luego en el despacho y la biblioteca. Si no me encuentran las lenguas no demoraran en hacer locas conclusiones vinculando a la cocinera con el jefe.


«Aunque en este caso no serían tan “locas”»


—Usted entretenga a Concepción y haga que baje a la cocina.


La carita de miedo en el rostro de ella me mata de amor. 


Está preocupada por ser pescada infraganti. Y para mí lo primordial es resguardar su reputación.


Después de todo, fui yo quien irrumpió en su dormitorio.


—Pero… ¿no puedo bajar de bata si hay policías?


—Rápido, vístase con algo.


Me observa por un instante y luego con una sonrisa extraña en el rostro desata lentamente su bata. La deja caer al suelo y toma el vestido que reposa en su cama.


Se lo coloca con una admirable gracia y tras tomar un sobre de mano, sube sobre sus altísimos zapatos negros, camina hasta la puerta, y con la mano en el picaporte, suelta algo de su descaro.


—No se preocupe, que ya la distraigo señor Alfonso. Que tenga bonita noche.


Guiñó uno de sus cautivantes ojos, algo que ya es muy típico en ella y se marchó.


«¿Si esto no fue un desafío?... ¡Yo no sé nada de la vida!»


Quedo solo.


Con la boca abierta por el asombro, una sensación de vacío en el pecho y un abultado y duro bulto en el pantalón.


Desde fuera se escucha a Pau llamar a Concepción.


—¿Tienes un minuto, niña? Es que tengo que mostrarte algo de la cena, urgente —hasta ahí estábamos bien, salvo que luego remata con un… —ya me voy, es que tengo una cita.


Y gracias a Dios escucho el sonido de ellas descender por las escaleras, porque juro por Dios que estaba a punto de salir al ataque.


Salgo sigilosamente de su dormitorio y cierro la puerta. 


Rápidamente ingreso al mío y me quito el saco. Estoy a punto de colgarlo en el despojador que se encuentra a un lado del ventanal, cuando veo el portón de casa abrirse y la camioneta de la señorita Pau salir.


«Ya me las pagará señorita Chaves»


¿Una cita?... veremos quien ríe último. Tomo mi móvil y llamo a mi amigo.


Ni bien responde al llamado suelto un seco y demandante…


—André, te necesito ya mismo en casa, la policía está aquí.


—¿La policía?


—¡Ya! —grito molesto.


«La mierda compartida es mejor» Piensa mi yo interior. Ya me imagino a la señorita Pau en casa en una hora, plantada por su “cita” y yo aquí dispuesto a consolarla en mi cama.