sábado, 1 de octubre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO FINAL





Mucho más tarde, Paula permanecía absolutamente feliz recostada sobre el pecho de Pedro. El brazo masculino rodeaba su cintura, pegándola a él, como si Pedro no pudiera soportar la idea de perder el contacto con su piel ni siquiera por un segundo. De pronto, Pau alzó la vista y soltó una exclamación de sorpresa:
—¡El cuadro de Peter! ¡Pedro, fuiste tú!


Pedro miró el cuadro y después la miró a ella con una amplia sonrisa.


—En efecto, yo lo compré.


—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Paula frotando su cara contra su pecho, mimosa.


—Me daba vergüenza que adivinaras que no podía vivir sin tener cerca algo de ti, pero a mí mismo me decía que solo lo había comprado como amante del arte. El que no pudiera dormir sin contemplarlo antes durante un buen rato no parecía importar, ni tampoco que fuera lo primero que miraba cuando me despertaba por la mañana, pero ahora... —. De pronto, Pedro se quedó muy serio. Un segundo después, se sentó en el colchón, la agarró de los brazos y la obligó a incorporarse hasta que sus ojos quedaron a la misma altura. Con el corazón asomado a sus iris grises añadió—: Ahora deseo contemplar el original durante el resto de las mañanas de mi vida. Dime que te casarás conmigo, Paula. No permitiré que te apartes de nuevo de mi lado.


Pau lo miró sin hacer ningún intento de esconder el profundo amor que sentía por él y contestó:
—Sí, Pedro, te quiero. —Él la apretó con fuerza y la besó hasta que entre las brumas de su pasión sintió las palmas de las manos de Paula sobre su pecho, tratando de alejarlo.


—¿Qué ocurre? —preguntó, preocupado.


—Espera, me casaré contigo, Pedro, pero con una condición...


Al ver las motas doradas que destellaban traviesas en sus ojos castaños, Pedro frunció el ceño con un enojo simulado.


—Hmm. Esto no me gusta un pelo.


—Quiero que admitas que ahora crees en las maldiciones.


Por un momento, Pedro no supo a qué se refería, pero enseguida recordó las palabras de aviso que le lanzó Paula la primera vez que la besó; así que, con mucha seriedad, colocó una mano sobre su corazón y reconoció:
—Paula Chaves, admito que me porté como un estúpido incrédulo. Cuando me advertiste que todo aquel que te besaba se enamoraba, irremediablemente, de ti tenías toda la razón; eres una auténtica bruja.


—¿Lo ves? No ha sido tan difícil. —Pau sonrió con malicia.


—Entonces, ¿te casarás conmigo? Paula, contesta de una vez, no me gusta nada esta incertidumbre —ordenó en un tono severo, al tiempo que le daba una ligera sacudida.


Paula lo miró con arrogancia y contestó muy seria:
—Mi querido y estirado vecino, por supuesto que me casaré contigo, no puedo esperar a darte una nueva paliza al ajedrez...


—Malvada —gruñó Pedro antes de abalanzarse sobre ella y apretarla contra sí con todas sus fuerzas.


—¡Ay, me estás aplastando! —protestó la joven, a pesar de que sus propios brazos, entrelazados alrededor del cuello masculino, lo estrechaban como si no fuera a soltarlo nunca más.


—¿Paula...? —El matiz áspero en la voz de Pedro, tan cerca de su oído, desencadenó un calambre que recorrió la columna vertebral de Pau de arriba a abajo y sacudió, una a una, todas sus vértebras.


—¿Si, Pedro? —respondió ella.


—No sé lo que me haces, Paula, pero a tu lado me siento como un animal en celo. Necesito con toda mi alma hacerte de nuevo el amor —susurró, al tiempo que hundía la cabeza en el hueco de su garganta y mordisqueaba la suave piel de su cuello.


La joven se arqueó contra él y sus pechos y su vientre hinchados se clavaron contra el firme torso masculino. En el acto, la excitación de Pedro subió como el mercurio de un termómetro cuando lo acercan a una bombilla.


—Un animal... hmm, me gusta... —El matiz ardiente y sensual de la voz de Paula, que él nunca le había escuchado antes, hizo que cualquier atisbo de cordura desapareciera de la mente de Pedro y ya no pudo pensar en otra cosa que no fuera en fundirse con ella una vez más.


MAS QUE VECINOS: CAPITULO 39




La sinceridad más absoluta se reflejaba en esos ojos castaños que lo miraban con tanto amor, que Pedro sintió una súbita opresión en la garganta y se vio obligado a tragar saliva varias veces. Despacio, el hombre agarró la barbilla de Paula entre el índice y el pulgar y, alzándola hacia él con suavidad, se abalanzó sobre sus sensuales labios como un hombre hambriento se arroja sobre un festín.


Los brazos de Pau se entrelazaron alrededor del cuello masculino y lo atrajo aún más hacia sí. El abrazo fue largo y abrasador y, todo lo que no fuera la sensación de aquellos firmes labios devorando su boca se borró de la mente de la joven. En un momento dado, Pedro se agachó un poco, la alzó entre sus brazos como si no pesara nada y se dirigió con ella hasta su dormitorio. La dorada luz de la tarde, tamizada por los screen de las ventanas, inundaba la habitación. Con suavidad, la colocó sobre la cama y se tumbó a su lado. Pedro apoyó la cabeza sobre su brazo doblado y, al contemplar el rostro de Paula sonrosado por la excitación y sus labios enrojecidos por sus ávidos besos, se dijo una vez más que era la mujer más hermosa que había conocido en su vida. Luego se inclinó hacia ella y susurró roncamente en su oído:
—Paula, te necesito... he estado demasiado tiempo sin ti. —La joven percibió el deseo salvaje que asomaba en la mirada de Pedro y supo que era el reflejo fiel del que ella misma sentía. Sus ojos marrones, enormes y cálidos, lo miraron con profunda ternura y Paula se limitó a contestar:
—Sí.


Con mucha delicadeza, Pedro comenzó a desabotonar el vestido suelto que llevaba la joven. Esta vez, estaba decidido a no apresurarse; no solo quería acostarse con Paula, quería demostrarle hasta dónde llegaba el amor que sentía por ella. 


Cuando terminó de soltar todos los botones se lo sacó por la cabeza, luego desabrochó el sujetador y lo arrojó a un lado e hizo lo mismo con el resto de su ropa. Pedro permaneció un rato contemplando su cuerpo completamente desnudo con reverencia.


—Eres tan hermosa...


Sonrojada al sentir esa mirada candente deslizándose por todo sus ser, Paula preguntó:
—¿A pesar de estar embarazada?


—Eso te hace aún más bella a mis ojos. —Pedro acarició su vientre con suavidad, luego inclinó la cabeza y empezó a rociar de suaves besos la piel, sedosa y tirante, que lo cubría.


Las manos de la chica se enredaron en el cabello masculino y, obligándolo a alzar la cabeza, lo atrajo hacia ella y lo besó de lleno en la boca.


—Te quiero —susurró contra sus labios.


—Me has enseñado a vivir, Paula —respondió él roncamente.


A pesar del calor provocado por las ardientes caricias de Pedro, Pau tembló al escuchar sus palabras y lo estrechó aún más contra ella. Luego, se separó un poco y comenzó a desabotonar su camisa, se la quitó y lo mismo hizo con sus pantalones y el resto de su ropa. Desnudos, se dejaron arrebatar por el delirio y se acariciaron el uno al otro hasta que, sofocados y sin resuello, llegaron al límite de su resistencia. Pedro separó sus rodillas y con un suave empujón se introdujo en el cálido interior femenino, mientras Paula enredaba sus piernas alrededor de las suyas, en un intento de acercarse a él todavía más. En un momento dado, aún dentro de ella, Pedro se alzó sobre sus antebrazos y se quedó contemplando el rostro femenino, cuyos párpados apenas velaban el delirio exultante en que la sumían sus caricias.


Con voz temblorosa, Pau le preguntó:
—¿Es esto una nueva clase de perversa tortura?


Pedro le dirigió la sonrisa más tierna que la joven le había visto jamás y contestó:
—No, esto es el amor, puesto que lo hacemos juntos...


Paula se abrazó a él con todas sus fuerzas y pegó su boca a la suya, al tiempo que arqueaba sus caderas contra él. Ante ese apasionado ataque, Pedro, inerte ante sus caricias, ya no pudo contenerse ni un segundo más y, con movimientos suaves y profundos a la vez, siguió adelante hasta que los dos, jadeantes y con los cuerpos resbaladizos por el sudor, alcanzaron un palpitante clímax que les dejó exhaustos por completo.



MAS QUE VECINOS: CAPITULO 38




Muy despacio, Pedro apartó su boca de la de Paula y permaneció contemplando, maravillado, su precioso rostro sonrojado y esos aterciopelados ojos castaños tan expresivos que no podían ocultar su pasión. Toda ella refulgía como un millón de diamantes y él era incapaz de apartar la vista de semejante espectáculo.


—Vamos, confiesa —El tono áspero de su voz le produjo a Pau un escalofrío que no era de miedo, precisamente.


—Yo... Yo también te espié cuando te quedaste en calzoncillos en la playa.


Su vecino echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.


—¡Paula Chaves ya sabía yo que eras una descarada! Recuérdame más tarde que te de una paliza por tu atrevimiento, pero ahora seguiré con mi historia. —Como si tuviera voluntad propia, su mano acariciaba la tersa mejilla sin parar y Pau arrimó aún más su rostro a esos dedos, largos y cálidos, que tanto había extrañado en los últimos meses—. No sé si eres consciente, Paula, de que hace tiempo decidí abandonar mis planes de seducción. Había llegado a la conclusión de que estaba tan a gusto en tu compañía que prefería no arriesgar eso en aras de una efímera satisfacción sexual. Sin embargo, lo que era incapaz de reconocer, ni siquiera ante mí mismo, era que me aterrorizaba pensar que una vez saciado el deseo, pudieras cansarte de mí y al final lo perdiera todo. Pero la noche que te vi besando a Atkinson, todos mis planes saltaron por los aires...


—¡Alto! Yo no lo besé, fue él el que me besó a mí. Roberto solo quería ofrecerme consuelo tras haberte pillado infraganti besando a Pamela —lo interrumpió Paula, muy interesada en aclarar ese punto.


—Te repito que yo no besé a Pamela. Como bien sabes, desde hace tiempo no tengo ojos para otra mujer que no seas tú —respondió Pedro, impaciente, mirándola con severidad.


—No sé nada de eso —protestó Paula y, sin apartar la vista de los ojos grises, preguntó con ironía—: ¿Y la mujer morena que te acompañó a la exposición? ¿Es ella también una fantasía de mi mente enferma?


—¿Estás celosa? —Pedro esbozó una sonrisa que a Pau le pareció irritante.


—¿Debería estarlo?— contestó la joven, desafiante.


—Lisa es la esposa de Harry, mi mejor amigo. —Pedro recuperó su seriedad en el acto y confesó—: Desde que te conocí, Paula, no he estado con ninguna otra mujer; ni siquiera fui capaz de volver a acostarme con Alicia.


—No tenía ni idea —declaró Pau con sinceridad y sintiendo una profunda emoción alzó los brazos, los enlazó alrededor del cuello de Pedro y hundió los dedos en sus cortos cabellos. Al sentir el inmenso cuerpo de su vecino temblar bajo su contacto, Paula se recreó en su poder recién descubierto.


—Si sigues con eso, no sé si seré capaz de seguir con mis explicaciones —advirtió Pedro que había empezado a respirar con dificultad.


Paula retiró sus brazos en el acto y se puso en jarras. 


Maliciosa, enarcó una ceja y respondió displicente:
—Está bien, sigue vecino, has conseguido despertar mi interés.


—Me alegro de haber logrado semejante hazaña, señorita Chaves, recuérdame que luego te de una doble paliza por tu impertinencia —afirmó, amenazador—. Como te iba diciendo, cuando vi a Atkinson besándote (y tu sin resistirte mucho que digamos) —Pau resopló, indignada—, perdí la cabeza. En ese momento, solo fui capaz de pensar que tenías que ser mía, todo lo demás se borró de mi mente y ya sabes lo que ocurrió después.


—Sí, lo sé muy bien... —Las tórridas imágenes de aquella noche de pasión volvieron a la mente de Paula como habían hecho una y mil veces durante esos largos meses de separación.


—No sé lo que me pasó aquella noche; era como si no pudiera dejar de tocarte ni un segundo... nunca me había ocurrido nada parecido. Dime la verdad, Paula, ¿te asusté? ¿Te hice daño? —En la voz masculina se reflejaba la angustia y el remordimiento que lo habían acompañado durante mucho tiempo y Pau supo, sin ninguna duda, que había llegado el momento de dejar de huir. Debía enfrentarse a lo que había entre ellos y ser completamente sincera.


—No, Pedro, no me hiciste daño y sí, me asustaste... —La joven pasó una mano por el ceño fruncido de él, como si quisiera borrar su expresión atormentada, luego cogió su rostro entre sus manos y clavó sus pupilas en esos ojos grises que tanto le gustaban—. Me asustó tanto darme cuenta de lo que sentía por ti, que salí huyendo como una cobarde.


Pedro se quedó muy quieto, sin apartar la mirada de ella, y al fin se atrevió a preguntar procurando que no le temblara la voz:
—¿Y qué era lo que sentías por mí?


—Me di cuenta de que, por primera vez en mi vida, me había enamorado...


MAS QUE VECINOS: CAPITULO 37



Al rato, Pedro estaba de vuelta con un abundante tentempié. Durante la comida, Paula se olvidó de su enojo y charlaron con la animación que solían, como si esos cinco meses de separación no hubieran existido nunca. Mientras la miraba reír tras escuchar uno de sus comentarios, Pedro se preguntó cómo había podido soportar pasar tanto tiempo sin verla. El hermoso rostro de Paula resplandecía al hablar con él y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarse sobre ella, y besarla, una y otra vez, hasta que por fin la joven se rindiera y aceptara ser suya para siempre.


Al terminar de comer, su vecino le prohibió terminantemente que lo ayudara a recoger y lo llevó todo a la cocina. Al regresar al salón vio que Pau había salido a la terraza. Sin hacer ruido, se acercó a ella, contemplándola hechizado; la joven permanecía en pie, mirando el horizonte repleto de rascacielos, con ambas manos reposando sobre su vientre y una expresión soñadora en su rostro que lo fascinó.


Sin poder contenerse ni un minuto más, Pedro se acercó por detrás y la rodeó con sus brazos. Esta vez, Paula no se resistió y apoyó la cabeza sobre su hombro. Pedro besó su pelo mientras posaba una mano sobre su abultada cintura y, sorprendido, notó un ligero movimiento bajo la suave piel.


—Nuestra hija te saluda —murmuró Pau con los ojos cerrados.


Emocionado, Pedro se quedó callado, incapaz de expresar la cantidad de emociones que en ese momento se acumulaban en su pecho. Después de un buen rato, logró formular la pregunta que deseaba hacerle a Paula desde hacía tanto tiempo:
—¿Por qué lo hiciste, Paula? —El profundo dolor que asomó a su voz le llegó a Pau a lo más hondo y, sin preguntar a qué se refería, contestó.


—Me entró pánico —confesó la joven con desarmante sinceridad—. Cuando desperté a tu lado, en lo único que podía pensar era en alejarme una temporada para pensar, luego descubrí que estaba embarazada y me imagino que eso lo decidió todo.


—¿Me creíste capaz de abandonarte en semejantes circunstancias? —preguntó Pedro, atormentado.


—No sé lo que pensé. Solo sabía que... —Paula se interrumpió angustiada.


—¿Qué era lo que sabías? Dímelo, por favor. Necesito entenderlo —suplicó Pedro.


—Lo único que sabía era que no quería que te vieras obligado a tomar una decisión en contra de tu voluntad por ese motivo —admitió Paula al fin.


Con delicadeza, Pedro la obligó a volverse, sujetó sus hombros con fuerza y clavó sus pupilas en las pupilas femeninas.


—Paula, te amo. Creo que te amé en el mismo instante en que te vi en la terraza cubierta tan solo con esa toalla. En ese momento, aunque de forma inconsciente, supe sin lugar a dudas que eras alguien especial; aún recuerdo las ganas que me entraron de matar a Alberto cuando pensaba que eras su amante.


Paula lo miró atónita.


—¿De veras, Pedro? Estaba convencida de que al principio de conocernos te ponía de los nervios.


—Eso también. De alguna manera, tu sola presencia amenazaba las barreras que tanto me había costado erigir a mi alrededor. Estaba aterrorizado.


La sinceridad de sus ojos grises resultaba incuestionable y, conmovida, la joven alargó una mano con timidez y acarició la áspera mejilla masculina con suavidad.


—¿Tú tenías miedo de mí? No puedo creerlo.


—Pues será mejor que lo creas. Conocerte hizo que los cimientos sobre los que hasta entonces había fundado mi segura existencia se tambalearan; no entendía por qué, pero hacías que me sintiera insatisfecho con la vida que llevaba, lo que me parecía una impertinencia por tu parte. —Paula no pudo evitar que se le escapara una sonrisa al oír sus palabras—. Necesitaba verte, tocarte a todas horas. Cuando bailamos juntos en la gala de Health4U me di cuenta de que me había enamorado de ti.


—¿Por eso estabas tan raro? —Pau empezaba a entender unas cuantas cosas.


Pedro asintió sin apartar sus pupilas de esos ojos acariciadores que lo miraban con ternura.


—Luché conmigo mismo, negándolo una y otra vez; me dije que lo único que sentía por ti era deseo sexual, que una vez que lograra acostarme contigo todo lo demás desaparecería.


—Así que decidiste emborracharme... —Pau lo miró frunciendo el ceño con fingido enojo.


—Te emborraché y, como bien sabes, no logré mis malvados propósitos y solo sirvió para que te deseara aún más. —Con delicadeza, los largos dedos masculinos apartaron un suave mechón de pelo del rostro de Paula y lo colocaron detrás de su oreja—. El día que te vi desnuda en la playa, pensé que estallaría.


—¡Me espiaste mientras me cambiaba! ¡Pedro Alfonso, recuérdame que no confíe nunca más en tu palabra de boy scout, ni en la de caballero, ni...! —Los ojos castaños de la chica echaban chispas y Pedro la encontró completamente adorable. Sin poder contenerse, sujetó con delicadeza el rostro de Paula con ambas manos y posó sus labios sobre los labios femeninos, haciendo que se callara en el acto.


La conmoción que experimentaba cada vez que Pedro la besaba hizo de nuevo acto de presencia, y Pau tuvo que apoyar las palmas de sus manos sobre el pecho masculino para sostenerse.


Pedro —susurró contra sus labios varios minutos después—. Tengo que confesarte algo...






MAS QUE VECINOS: CAPITULO 36




Al salir del hospital, Pedro rompió el incómodo silencio que los envolvía una vez más.


—Tenemos que hablar con tranquilidad, Paula. ¿Quieres que vayamos a tu casa?


—Será mejor que no, comparto el piso con otras dos chicas y es posible que alguna se encuentre allí en este momento.


—Entonces iremos a la mía.


—¿Hoy no trabajas? Me extraña que no tengas que ir un martes a la oficina.


—Hay cosas más importantes que el trabajo —afirmó Pedro, rotundo.


Paula lo miró incrédula.


—Nunca pensé que te oiría decir algo parecido, Pedro.


—Quizá no me conoces tan bien como crees —comentó él mirándola muy serio.


—Quizá... —contestó Pau en un susurro.


Cuando llegaron a su casa, Pedro se ofreció a preparar algo rápido para comer.


—Me encantaría. Como de costumbre, estoy hambrienta. —Pau lo acompañó a la cocina—. ¿En qué puedo ayudarte?


—No hace falta que hagas nada, siéntate en el salón y ahora lo llevaré todo para allá —Pedro ya estaba abriendo y cerrando cajones y sacando cosas de la nevera.


Pedro, no me gusta que me trates como a una inválida, soy perfectamente capaz de preparar una ensalada o lo que me digas. —Una vez más, las mejillas de Paula se sonrojaron por la indignación.


—Parece que el embarazo te ha vuelto muy susceptible —se burló él con una sonrisa maliciosa en los labios.


—Solo porque quiero ayudarte no tienes que... —Sin dejarla acabar la frase, Pedro la cogió en brazos y, a pesar de las protestas de Pau, la llevó hasta el salón y la depositó con delicadeza sobre uno de los sillones.


—Espero que mañana te duelan terriblemente las lumbares por cargar con todo este peso —le deseó Pau con una mirada malvada y Pedro no pudo evitar soltar una carcajada; la cercanía de Paula siempre le hacía sentirse tremendamente vivo.


A la joven le dio rabia encontrarlo tan atractivo, así que apartó la mirada de esa sonrisa deslumbrante que la volvía completamente idiota, cogió una de las revistas de economía que había encima de la mesa y comenzó a hojearla como si le pareciera de lo más interesante.