miércoles, 29 de mayo de 2019

DUDAS: EPILOGO




Esperaban ansiosos el resultado, intercambiando sonrisas a través de la atestada sala, tratando de prometerse que, sin importar cuál fuera la votación, estarían bien.


Paula sintió el dolor en la zona lumbar y supo que debería sentarse, pero estaba demasiado excitada e impaciente para hacer otra cosa que no fuera caminar de un lado a otro. El bebé se movía en su interior, aunque aún faltaban varios meses para que naciera.


Cuando se enteró de que iba a tener un hermanito o una hermanita, Manuel se mostró ansioso por comenzar de inmediato esa nueva vida. Para un niño de diez años, nueve meses eran una eternidad y estaba deseando que naciera.


En los dos años que Paula y Pedro llevaban casados, habían construido una nueva vida juntos. Misteriosamente, la familia Chaves había encontrado una casa maravillosa que donó al nuevo sheriff.


Tomy y Ricky Chaves habían cumplido la condena con trabajos para la comunidad después de ser hallados culpables de acoso y actos vandálicos. La familia Chaves había animado a Tomy a aceptar un trabajo de explotación forestal en el noroeste una vez cumplida la sentencia.


La ciudad de Gold Springs había encontrado un sitio en su corazón para el nuevo sheriff. Sólo faltaba el resto del condado.


Se hacía tarde. Pedro observó a Paula frotarse otra vez la espalda, luego atravesó la estancia en dirección a ella con la intención de obligarla a sentarse.


En su interior, había una nueva calidez que atesoraba y temía. Después de casarse y tener a Manuel y a Paula en su vida, podía entender su rechazo inicial a querer involucrarse con él. Pero todos los días agradecía a Dios que se hubiera arriesgado.


—¡Sheriff! —gritó alguien en la ruidosa sala. Se pidió silencio cuando el locutor en la televisión comenzó a dar los resultados finales de la elección.


Pedro llegó al lado de Paula y le pasó un brazo por la cintura.


—Ya se han contabilizado los votos para el puesto de sheriff del condado de Chatner, y el titular Pedro Alfonso ha sido elegido para otros seis años.


Un grito de apoyo salió de las gargantas de sus partidarios. Billy, E.J. y otros ayudantes lo rodearon para estrecharle la mano y felicitarlo. 


Las pocas palabras que dijo Pedro fueron recibidas con vítores.


—Vayamos a casa —susurró al oído de Paula.


—¿Podemos hacerlo?


—Creo que tú debes estar en casa… en la cama. ¿Qué te parece?


—Sé dónde está la puerta de emergencia, sheriff —replicó con sonrisa llena de amor.


—Allí donde tú vayas… —prometió, preguntándose cómo había vivido sin ella—. Te amo, Paula.


—Te amo —le dio un beso rápido y le tomó la mano—. Vámonos.




DUDAS: CAPITULO 43




Finalmente llegó hasta la base de un gran montículo, parte de la excavación del pozo nuevo. Allí no reinaba el bullicio. El parque no se abriría de forma oficial al público hasta después del desfile y las ceremonias de inauguración.


En unas semanas, cuando se concluyera el proyecto, habría unas escaleras permanentes para que los turistas pudieran subir hasta la parte superior del pozo de la mina para observar a través de una ventana de cristal su profundidad.


Para la inauguración, se había levantado una plataforma temporal. Toda la zona estaba decorada con festones rojos, blancos y azules de papel. En el centro, se alzaba un gran podio con un micrófono.


Paula subió a la plataforma, evitando el podio, con la esperanza de disfrutar de una vista mejor del desfile y de la calle principal. Si Pedro estaba ahí abajo, podría verlo. Si no… El corazón le dio un vuelco ante ese pensamiento.


«¿Dónde estás, Pedro?» Echó un rápido vistazo alrededor, pensando que había oído una respuesta a su pregunta silenciosa, pero no había nadie. Tembló al oír otro sonido y se dijo que era el viento. Sonaba como alguien que solicitara ayuda.


El sonido se repitió. Una voz cansada que pedía auxilio.


Lentamente se encaminó hacia el lugar de donde procedía la voz, estorbada por las voluminosas faldas y enaguas de su disfraz del Día de los Fundadores. Sintió un escalofrío al recordar las historias de fantasmas que se habían contado sobre ese pozo.


—¡Ayuda!


Costaba localizarla debido a la cantidad de papel que decoraba la zona. Las tablas de madera que había detrás del pozo estaban rotas, revelando una abertura hacia el viejo pozo.


—¡Ayuda, por favor!


Esa era una voz real, no un fantasma ni el viento. Paula se recogió la larga falda verde y se equilibró con precariedad en el borde de la madera rota, observando la oscuridad de abajo.


—¡Hola! ¿Estás bien? ¿Quién eres?


—¿Paula? —respondió la voz con alivio—. ¿Paula, eres tú?


Se trataba de Ricky Chaves. Paula no podía creerlo.


—Ricky, ¿cómo llegaste ahí abajo?


—Era una broma —respondió con un sollozo—. Se suponía que debía de ser una broma. A costa del sheriff. El sheriff debía pisar el tablón suelto y engancharse el pie en la grieta. Habría quedado como un estúpido cuando diera su discurso. Todo el mundo se habría reído. No sé qué pasó. Las tablas cedieron cuando intenté cortarlas.


—Tendré que ir a buscar ayuda —indicó, enfadada con el joven a pesar del temor que le inspiraba su seguridad—. Aguanta, Ricky. Todo se arreglará.


—¡No me dejes, Paula! Ese otro chico que murió aquí… —gritó—… lo siento aquí abajo conmigo.


—No hables así —suplicó ella, mirando por encima de la multitud con la esperanza de poder llamar la atención de alguien conocido sin tener que abandonar a Ricky—. Todo saldrá bien. Estarás bien.


El desfile estaba en su apogeo. Observó saludar a la familia Chaves en su vehículo negro. Intentó llamar su atención, pero el ruido de la muchedumbre era demasiado alto. Pasaron sin saber que su hijo se hallaba atrapado en el viejo pozo.


—¿Dónde estás, Pedro? —susurró.


—¿Paula? —respondió él como si la hubiera oído.


Lo miró, alto y de hombros anchos, vestido todo de negro con una enorme estrella de plata en el pecho y un bigote postizo sobre sus labios. 


Sostenía una copia del discurso de inauguración que iba a leer después del desfile.


—¡Pedro! ¡Ricky está atrapado en el pozo de la vieja mina! ¡Se cayó a través de los tablones de madera!


—¿Paula? —llamó el joven—. Dile al sheriff que lamento lo de su oficina. Lo hicimos Tomy y yo. Sé que estuvo mal. Dile que no quería que nadie saliera herido. Se suponía que era una broma.


—Podrás decírselo tú cuando él te suba —indicó con firmeza—. No vas a morir ahí.


—Ese chico murió aquí —anunció con voz lastimera.


—Pero tú no vas a morir ahí —le expuso Pedro con voz profunda al arrodillarse junto a ella—. Vas a salir y todo se arreglará. Nadie va a dejar que te pase nada. Quédate con él —le dijo a Paula—. Traeré ayuda.


—Sheriff, quiero compensar a todo el mundo —se puso a llorar—. Sólo quiero vivir. Lo siento.


Paula buscó algo que decirle al hermano pequeño de Jose para tranquilizarlo. No estaba segura de que pudieran sacarlo del hondo pozo.


—¿Ricky? —pronunció su nombre y lo oyó sollozar—. Todo se va a arreglar. El sheriff fue a buscar ayuda. Podrán sacarte de ahí.


—De acuerdo —la voz llegó amortiguada por los quince metros de tierra que lo separaban de la superficie—. ¿Aún no han llegado?


Ella miró alrededor, pero no vio a nadie del equipo de rescate ni a ninguno de los ayudantes del sheriff. ¿Y si Pedro llegaba demasiado tarde? ¿Y si no podían ayudarlo y moría en el pozo?


—¿Paula? ¿Sigues ahí?


Cuando iba a responder, vio a Pedro corriendo hacia ella con una cuerda enrollada al hombro. 


E.J. le pisaba los talones, y las luces parpadeantes del equipo de rescate llamó la atención de la gente.


—Ya vienen, Ricky —se apresuró a decirle—. Te sacarán en seguida.


No había espacio para que Paula se quedara a hablarle. Se apartó y dejó sitio para el rescate.


—Alguien va a tener que bajar con la cuerda —E.J. meneó la cabeza—. Él solo no podrá atársela alrededor.


—Y quien lo haga tendrá que bajar con la cabeza por delante —especuló uno de los voluntarios del equipo de rescate—. En el pozo no hay espacio suficiente para darse la vuelta.


—Iré yo —dijo Pedro, anudándose la cuerda en torno a los tobillos—. Cercioraos de tirar con fuerza cuando os lo indique.


E.J. intercambió unas miradas con los otros trabajadores.


—Cuente con ello, sheriff.


Paula quiso preguntar si no había alguien más que pudiera desempeñar ese cometido, pero ya conocía la respuesta. Eso era parte de la vida de Pedro. Formaba parte de quién era él. 


Comenzaron a bajarlo. Lo amaba. Debía haber alguna posibilidad para su felicidad si Pedro sentía lo mismo.


No lamentaba la vida que había llevado con Jose. No lamentaría la vida que llevaría con Pedro… si le daban la oportunidad.


—¿Qué pasa? —demandó Tomy desde los andamios.


—Ricky está atrapado en el pozo —soltó Paula, queriendo decirle que él era el culpable.


—¿Qué? —inquirió Ana Chaves detrás de Tomy.
María suspiró y se volvió para mirarla.


—Dijo que quería gastarle una broma al sheriff. Quería hacer un agujero lo bastante grande en la plataforma para que Pedro se enganchara el pie cuando subiera a leer su discurso. No se dio cuenta de lo que hacía.


—¿A qué distancia se encuentra? —musitó Joel.


—Tal vez a unos quince metros —Paula se encogió de hombros.


—¿Y quién está ahí arriba? —Tomy tuvo intención de pasar a su lado.


—El sheriff —repuso con voz entrecortada—. Lo van a bajar al pozo sujeto por los pies para que pueda pasar la cuerda alrededor de Ricky.


—¿El sheriff? —Joel Chaves sacudió la cabeza y miró fijamente a su esposa, que se había puesto pálida.


—Quiero saber qué está pasando —indicó Tomy, intentando llegar hasta lo alto.


—Detente ahí mismo, Tomy —ordenó Billy con gesto serio. Era el nuevo ayudante, que se estrenaba en el Día de los Fundadores—. Estamos haciendo lo que podemos por Ricky. No hay suficiente espacio para nadie más aquí arriba.


Tomy se aplacó y se situó junto a sus padres. 


Con el brazo sostenía la cintura estrecha de su madre.


—Me dijo que vosotros dos destruisteis la oficina del sheriff —le reveló Paula—. Tenía miedo de morir.


Ana Chaves experimentó un escalofrío y ocultó el rostro en el abrigo de su marido.


—No puedo perder a otro hijo —sollozó—. No puedo…


—Pequeño tonto —comentó Tomy, frotándose la nuca por encima del cuello de lana de su disfraz.


—Pensaba que podía hacer lo que quería —explicó su padre, mirando a Tomy—. Igual que tú. Y nosotros no le enseñamos otra cosa. Le dejamos pensar…


—Vamos a subir al sheriff —gritó E.J. a los de abajo—. Ya ha anudado la cuerda en torno a Ricky.


—Oh, por favor, Dios —suplicó Ana.


Paula intentó ver la cara de Pedro a través del grupo de rescate. Apenas pudo vislumbrar el disfraz manchado y la cara sucia. La mitad de la camisa se había desgarrado por el metal oxidado que recubría el viejo pozo. Quiso correr a su lado y abrazarlo con fuerza. Quería decirle que lo amaba y que nunca más deseaba volver a una casa en la que no estuviera él.


—Subámoslo —dijo a los hombres que lo rodeaban.


—¿Usted se encuentra bien? —preguntó E.J. al ver una mancha de sangre en el costado de Pedro.


—Lo estaré si podemos sacarlo de ahí —aseguró—. El pozo se estrechó a medida que bajaba, de modo que sólo me cabe esperar que la cuerda aguante hasta que podamos tener a Ricky a nuestro alcance.


Comenzaron el proceso de sacar al adolescente del pozo, con cuidado de que no se soltara la cuerda que lo rodeaba. La multitud se había arracimado en la zona, preguntándose si todo eso formaba parte del Día de los Fundadores.


Paula rezó con sus suegros, aun cuando el corazón se le había calmado al comprobar que Pedro estaba a salvo. No se le escapó la ironía de que fuera él quien se hubiera introducido en el pozo para rescatar a Ricky. Esperaba que tampoco se le escapara a la familia de éste.


—Ya veo su cara —gritó alguien desde el borde del pozo—. ¡Mira hacia arriba!


Unos aplausos esporádicos recibieron su aparición bajo el sol. Temblaba y estaba cubierto de tierra. Alzó el rostro y la gente enloqueció.


—¡Está bien! —gritó Joel Chaves, alzando la cabeza de su esposa—. ¡Está bien!


Los ayudantes acordonaron la excavación y mantuvieron a la multitud lejos de la zona donde los trabajadores del equipo de rescate intentaban colocar al chico en una camilla para llevarlo al hospital más cercano.


Finalmente, lo bajaron por la pendiente con el cuello protegido. En silencio, los padres acompañaron a Ricky; de repente parecían más frágiles y viejos.


—¿Cómo se encuentra? —preguntó Paula cuando Pedro llegó a su lado. Tenía la cara sucia y estaba un poco arañado, pero para ella era la vida y el amor.


—Se pondrá bien —Pedro notó que Tomy estaba al lado de Paula—. Quizá tenga un par de costillas rotas por la caída. Probablemente no sea nada serio.


—Has salvado la vida de mi hermano —musitó Tomy, mirando a Pedro como si nunca antes lo hubiera visto.


—Ése es mi trabajo —no se amilanó ante el escrutinio del otro.


—Tomy —dijo E.J. acercándose a ellos—, será mejor que me acompañes. Habrá que responder a algunas preguntas sobre los actos vandálicos en la oficina del sheriff.


—Ricky no sabía lo que decía —arguyó Tomy.


—No obstante —continuó E.J.—, hagámoslo de forma civilizada, ¿eh?


—No tengo nada que decir —Tomy miró a Paula.


E.J. se encogió de hombros y lo tomó por el brazo.


—Entonces creo que será mejor que esperemos en la celda nueva hasta que llames a tu abogado.


La gente aún seguía agrupada en torno al pozo y el podio, haciendo preguntas y mirando al nuevo sheriff.


Pedro se disculpó con Paula y subió al podio, evitando con cuidado el agujero en las maderas. 


Esperaba no tener que volver a ver jamás el pozo de una mina.


—No creo que hoy vayamos a inaugurar este pozo —comenzó, y con gesto despreocupado se quitó el falso bigote—. De modo que, si todo el mundo se marcha, podremos cerrar la zona y luego abrir el parque.


Les indicó que Ricky Chaves iba a ponerse bien y les deseó que se divirtieran. Se abrió paso entre la gente hasta llegar al lado de Paula entre palabras de ánimo y palmadas de las personas allí reunidas.


Paula caminó a su lado hasta la calle principal. Los ayudantes despejaban la zona y volvían a cerrarla igual que se había hecho cien años atrás con el primer accidente.


—Bueno, ha sido excitante —comentó Pedro, esperando que los peores temores de Paula no se hubieran hecho realidad—. No me dijiste que el Día de los Fundadores estuviera lleno de sorpresas.


—¿Sorpresas? —gritó, plantándose ante él. Sin advertencia previa, se arrojó a sus brazos y lo llenó de besos por encima del polvo y el barro que lo cubrían.


—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó sin soltarla.


—¡Te amo, Pedro Alfonso! ¡Pensé que te había perdido! —volvió a besarlo, y durante largo rato se olvidó de la gente y del pozo negro.


—Paula —habló él al final con tono serio mientras observaba su hermoso rostro bajo el sol—. No creo que pueda dejar lo que hago. Te amo e intentaré tener cuidado…


—Yo no te pediría que lo dejaras —prometió—. Sólo vuelve a casa a mi lado cada noche.


Pedro la besó y le manchó la barbilla con barro.


—No siempre será fácil. No soy Jose. Pero si nos amamos lo suficiente y estamos dispuestos a darnos una oportunidad, podemos conseguir que funcione.


—Te amo —respondió, abrazándolo con fuerza—. Y no eres Jose. Pero eres un héroe.


—Puedo asumir eso —repuso con intensidad—. Quiero ayudar a labrar una vida para ti y Manuel.


—¿Y Raquel? —susurró contra su cuello.


—Amé a Raquel. Y he lamentado su pérdida. He vivido solo con ese error en mi historial y mi alma los últimos quince años.


—Pero ya no más. No estarás solo.


—No estaré solo —coincidió, amándola con los ojos—. Eso me gusta.



DUDAS: CAPITULO 42




Paula esperó el resto del día, sin dejar de preguntarse si Pedro había analizado todo y decidido que no podía confiar lo suficiente en ella como para que trabajara allí. Preguntándose si podría explicarle lo de Raquel.


Aquella tarde, se marchó de la oficina sin saber nada de él. Cerró la puerta y decidió que lo que hubiera pasado en su casa debía ser importante.


El cartel de Doug Ruggles era impresionante. Lo había hecho aún más grande y más elaborado que el que habían destruido.


«Así es como siempre ha sido Gold Springs», pensó, contemplando la ciudad sumida en sombras. Orgullosa y determinada a sobrevivir, recogiendo una y otra vez las piezas rotas.


Recogió a Manuel en casa de los Chaves e intercambió algunas miradas con Tomy mientras esperaba a su hijo. Tuvo ganas de preguntarle abiertamente si era el responsable de los actos vandálicos, pero no fue capaz de encontrar las palabras.


Sin duda no estaba bien, pero un sentido de lealtad la mantuvo en silencio. Nunca habían estado próximos, pero era el tío de Manuel y el hermano de Jose. No tenía el ánimo de preguntárselo.


Manuel se mostraba entusiasmado con la obra de teatro, en la que de pronto tenía muchas ganas de participar. Parecía que uno de los ángeles era una niña de pelo dorado que le había guiñado un ojo mientras cantaban.


—Lleva ortodoncia —explicó, enumerando sus evidentes atributos.


—Parece agradable, Manuel —sabía que sólo era el comienzo de los enamoramientos de su hijo. Algún día, encontraría a una chica, se casaría y tendría hijos propios. Algún día sería abuela.


—Mira —Manuel captó su distraída atención y señaló hacia el porche de su casa—. Ahí está Pedro.


Tenía razón. La camioneta no se veía, pero Pedro se hallaba sentado en los escalones. Llevaba unos vaqueros y un jersey marrón, y cuando se incorporó, el cielo brilló a su espalda con los rayos moribundos del sol.


Paulaa pensó que siempre lo recordaría de esa manera, sin importar qué sucediera entre ellos. 


Lo miró con ojos hambrientos; apagó el motor pero no bajó del vehículo.


—¿Puede quedarse a cenar? —preguntó Manuel al tiempo que abría su puerta.


—Si él quiere… —asintió.


—¡Pedro! —Manuel lo saludó con entusiasmo—. Mamá dice que puedes quedarte a cenar.


—¿Sí? —preguntó él, sin quitarle los ojos de encima.


—Sí —aseguró el pequeño, para añadir con tono confidencial—, y esta vez puede cocinar ella.


Paula recogió el bolso y cerró la puerta de la camioneta. No oyó su respuesta y se sintió incómoda, sin saber qué esperar.


—Me gustaría hablar con tu madre a solas durante un minuto, Manuel —pidió—. Si no te importa.


—No, está bien —aceptó de inmediato. Había oído los rumores sobre su madre y el sheriff en la casa de sus abuelos.


—Entraré en seguida —le prometió con sonrisa vaga. No tuvo que alzar la vista para saber que su hijo miraba por la ventana—. ¿Has averiguado algo sobre el incendio?


—Los especialistas creen que es obra de dos personas que estaban de paso —se encogió de hombros—. Los capturaron en el escenario de otro incendio por la zona. Probablemente me han hecho un favor. Además, la casa no era gran cosa. Creo que voy a intentar vender la tierra.


Entonces, ella lo miró. Casi todo su rostro se encontraba oculto por las sombras.


—¿Vas a dejar que te echen de la ciudad? No pensé que abandonaras con facilidad.


—Voy a intentar encontrar un lugar con una casa —le sonrió; sólo deseaba abrazarla y besarla—. En este momento, no dispongo de tiempo para construirla yo, pero necesito un lugar mío.


—Oh.


—¿Habría importado? —preguntó, deseando oír cómo lo decía.


—Creo que Gold Springs te necesita —cruzó los brazos a la defensiva.


—Paula, sobre lo de la noche pasada, esas cosas estúpidas que dije… no las pensaba. Las dije porque Manuel, tú y Gold Springs significáis algo para mí. Algo que temía perder —apoyó las manos en sus brazos—. Quiero hablarte de Raquel.


—La mujer de las octavillas —tragó saliva. Se sentaron en los escalones del porche, sin mirarse.


—Lo que ponía el texto es verdad —explicó, reviviendo la noche de quince años atrás—. Raquel y yo estábamos prometidos para casarnos. Nunca le gustó que pusiera mi vida en peligro. Empezó a beber. No me di cuenta. Me encontraba ocupado, y me pareció que ella estaba como siempre. Esa noche, llamó un amigo mío desde un bar y me informó de que debía ir a recogerla —hizo una pausa y Paula le tocó el brazo.


—No tienes que…


—Está bien —manifestó con pesar—. ¿Te acuerdas de lo que te comenté sobre el dolor y aprender a superarlo? Yo he pasado por lo mismo. A veces aún lo paso —Paula guardó silencio—. Llegué y nos pusimos a discutir. Ella lloraba cuando la metí en el coche. Me suplicó que dejara el cuerpo de policía, me dijo que me necesitaba más que el resto del mundo. Yo le indiqué que mi trabajo era importante para mí. Se puso histérica y empezó a pegarme y a tratar de que parara el coche. Se tiró sobre el volante y afirmó que quería morir —alzó la vista al cielo oscuro—. Nevaba y los caminos estaban resbaladizos. Perdí el control del vehículo, que terminó dando la vuelta sobre una zanja. Raquel se vio expulsada al suelo y quedó atrapada por el coche. Murió antes de que pudiera llegar auxilio.


Se le quebró la voz y Paula apretó con más fuerza sus rodillas, sintiendo la pérdida de ambos.


—Al principio pensaron que yo también había estado bebiendo. Me suspendieron de empleo y sueldo, pero jamás presentaron cargos contra mí. Con el tiempo, volví a mi puesto, pero sabía la verdad. Yo era responsable de su muerte. Era joven y ambicioso. Nos empujé a los dos al punto de ruptura. No lo comprendí hasta que ya fue demasiado tarde. Ella odiaba que corriera riesgos, riesgos que yo consideraba necesarios para mejorar mi carrera, se volvió hacia ella y le tomó la mano. Cuando te conocí y me contaste lo de Jose, me di cuenta de lo que debió sentir Raquel. Jose murió como un héroe, pero eso no importa. Su ausencia era real. No quería lastimar a Raquel. No quiero lastimarte a ti y a Manuel.


Paula se acercó a él hasta que sus fríos alientos se entremezclaron en el crepúsculo.


—¿Así que decidiste vivir solo en vez de volver a herir a otra persona o a ti mismo? Eso es lo que yo he hecho, Pedro. Por eso tú y yo no podemos…


La besó antes de que pudiera pronunciar esas terribles palabras. Los labios de Paula se abrieron y su calor se unió contra el frío de la noche.


—Ambos tenemos mucho que superar —susurró él, acariciándole la mejilla, húmeda por una lágrima—. A ambos nos aguarda un largo camino —Paula parpadeó—. Será mejor que me vaya —dijo él al fin, soltándola y poniéndose de pie—. Quería que conocieras la verdad y darte las gracias por todo el trabajo que has realizado en la oficina.


—¿Y qué hay de las octavillas? —preguntó sin desear que se fuera—. ¿Qué hay de tu trabajo?


—Esta mañana hablé con Mike Matthews y algunos de los comisionados. Sue Drake sabía todo desde el principio —explicó—. Pretenden convocar una reunión después del Día de los Fundadores. Quiero contárselo a todo el mundo.


Suspiró. No se iba a marchar de la ciudad.


—Puede que surjan algunas preguntas. Pero creo que todo el mundo está dispuesto a darte una oportunidad, Pedro.


La miró y deseó su contacto. Pero podía percibir la duda en su voz, y el sabor de su propia duda le sabía a cenizas en la boca.


—Creo que funcionará, Paula —acordó—. Has sido de gran ayuda.


—Gracias —repuso con seriedad—. Lo lamento tanto, Pedro. Lo de Raquel —«y todo», pensó.


—Fue hace mucho tiempo —musitó y meneó la cabeza—. Mañana es el Día de los Fundadores, ¿verdad?


—Llueva o truene —se obligó a responder.


—Nos veremos entonces.


Lo observó alejarse en la oscuridad. Quiso llamarlo, pero no pudo encontrar las palabras.


—¿A dónde va, mamá? —sonó la voz aguda de Manuel desde la ventana.


—Ha de ocuparse de algunas cosas —le contestó. Tembló por el frío y algo más.


Estaba aterrada. Pensaba que ya se había librado de sus temores de que fuera sheriff, pero todas las viejas pesadillas la invadieron.


Ella podría haber sido Raquel. Pedro podría haber sido Jose. Los dos habían perdido a las personas que amaban porque pensaban que lo que hacían era más importante que sus vidas.


—¿Vas a entrar, mamá?


—Sí, Manuel —dijo cansada y subió despacio los escalones.


Cerró la puerta a la fría noche, luego permaneció horas despierta en la cama después de haber acostado a Manuel, incapaz de desterrar el calor de los brazos de Pedro a su alrededor.


El Día de los Fundadores amaneció soleado. A las ocho, ya había multitud de visitantes detrás de las barricadas que alineaban las calles de la zona vieja de la ciudad. En cada esquina, había puestos de sidra de manzana atendidos por rostros familiares con ropas antiguas.


Paula dejó a Manuel en la carroza que él había ayudado a decorar y atravesó con paso vivo el Parque de la Mina de Oro en el centro de la ciudad para alcanzar la ruta del desfile.


¿Y si se había ido de la ciudad antes de que tuviera la oportunidad de verlo? ¿Y si se había equivocado en dejar que se fuera la noche anterior antes de haber tenido la oportunidad de pensar?


La larga noche le había brindado la oportunidad de meditar. A las tres, se había obligado a levantarse y a sentarse para ver llegar la mañana.


Comprendió que eso era lo que le había hecho Pedro a su vida. Había sido una cálida mañana que habían atravesado su gélida oscuridad. Una parte de ella había muerto con Jose, pero otra había cobrado vida al besar a Pedro Alfonso. Aún le aterraba perderlo, tal como le había sucedido con su marido, pero la idea de no verlo nunca más resultaba devastadora.