jueves, 3 de noviembre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: EPILOGO





Pedro Alfonso observó en silencio cómo dos hombres entraban en el callejón oscuro de la calle K de Washington D.C.


El detective seguía aceptando misiones, pero se había vuelto últimamente más cauteloso, sobre todo desde que Pau había descubierto, hacía poco, que estaba esperando un hijo.


Se habían casado sin pensarlo ni un segundo, en medio de un torbellino, y la paternidad iba a ser algo parecido.


Pedro hizo una mueca, pero le gustaba que fuera así, pensó sonriendo. De hecho, con su mujer no podía ser de otra forma.


El padre de Pau también estaba feliz y bastante recuperado. 


Había incluso encendido una nueva luz en su vida social tras más de una década de viudedad. Mildred, la secretaria de Victoria Colby, era su última conquista.


Parecía que de pronto todas las piezas empezaban a encajar en su sitio.


Fin.




PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 28




Lo guió hacia la cabaña del jardinero. En su cabeza estaba desplegando un mapa interior. Estaban casi en agosto y el nivel de humedad rondaba el noventa por ciento, pero aquello no iba a detenerla.


La cabaña estaba en penumbra y la temperatura era unos diez grados más baja, pero seguía siendo sofocante.


Paula cerró la puerta, dejándolos en una semioscuridad. 


Tres ventanas altas al fondo de la cabaña permitían la entrada de un poco de luz.


Pedro se giró hacia ella.


-¿Qué quieres que haga?


El deseo que brillaba en sus ojos era inconfundible. Su voz también lo delataba. Paula sintió una ola de calor que le atravesó los muslos hasta alcanzar aquel rincón oculto que sólo Pedro había alcanzado.


-Quítate la ropa -le ordenó sucintamente.


-Eso puedo hacerlo sin ningún problema.


Una tenue sonrisa le asomó a los labios mientras despacio, muy despacio, se fue desabrochando la camisa. Sin apartar los ojos de los suyos, se la sacó por los hombros. A Pau le latía el corazón a toda prisa. La visión de aquel pecho perfecto siempre le provocaba aquella reacción. El cuero silbó al rozar la tela vaquera cuando se sacó el cinturón de la trabilla con un sólo movimiento. Luego se sacó las botas, se inclinó e hizo lo mismo con los calcetines. Pau estaba cautivada por sus movimientos y por su bien definida musculatura.


El inconfundible sonido de la cremallera al bajarse la obligó a mirarlo de nuevo a los ojos. La siguiente respiración se le quedó atrapada en los pulmones. El calor que desprendían aquellos ojos oscuros la hizo temblar de deseo.


-Quiero que me hagas el amor, Pedro - murmuró.


La media sonrisa del detective se transformó en un gesto radiante.


-Pensé que nunca me lo pedirías.


Con los pantalones desabrochados, dejando al descubierto todavía más aquel torso increíble, Pedro avanzó hacia ella muy despacio, tomándose su tiempo, convirtiendo cada paso en un acto de seducción.


-Yo... hablaba en serio cuando te dije que te quería.


Ya estaba, ya lo había dicho. El corazón de Pau se le iba subiendo poco a poco a la garganta a cada paso que él daba.


-Bien.


Pedro se detuvo a unos centímetros de ella, la miró y colocó la boca sobre la suya. El beso duró sólo unos segundos, fue muy breve... Sólo un adelanto de las cosas que vendrían después. Daba la impresión de ser una promesa.


-Porque no me gustaría nada estar yo solo en esto -murmuró Pedro sobre sus labios-. Te quiero, Pau. Por favor, no permitas que mi trabajo en la Agencia te aparte de mí.


Ella se apartó un momento para observar su expresión expectante.


-Tu dedicación hace que te quiera todavía más -aseguró Pau con una sonrisa, sintiéndose de pronto muy traviesa-. Así que déjate de rodeos. Ya he esperado demasiado para esta actuación.


Pedro volvió a besarla, profunda y apasionadamente.


Esta vez, ella supo que era una promesa.




PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 27




Paula se sentó a la cabecera de la cama de su padre. Había pasado dos semanas en el hospital, la última de ellas en condiciones de extrema gravedad, pero iba a recobrarse. No se pondría bien del todo, pero casi. Encontraron los fármacos en el suero intravenoso que David había utilizado para acabar lentamente con la vida de su padre. 


Afortunadamente el daño que le había hecho podría ir recuperándose, pero si no hubiera detenido a David las consecuencias habrían sido fatales. La excelente condición física de Adrian Chaves y su férrea voluntad de vivir habían jugado un papel fundamental en su lucha contra aquel fármaco mortal.


Tardaría meses en volver a recuperar su fuerza, pero lo conseguiría. Aquello era lo único que importaba.


Pedro había llamado muchas veces. Había vuelto a ser Pedro Alfonso, detective de la Agencia Colby. Durante sus conversaciones había mantenido un tono estrictamente profesional. A Pau se le encogía el corazón cada vez que pensaba en él. Estaba claro que el tiempo que habían pasado juntos no le había afectado al detective del mismo modo que a ella. Por supuesto, no fue él quien pronunció las palabras prohibidas. Aunque tampoco había sacado el tema de que fuera ella quien las había dicho.


Pau se secó las lágrimas con un pañuelo de papel y exhaló un profundo suspiro. Si había sobrevivido a Crane podría sobrevivir a aquello.


¿O no?


Su vocecilla interior no estaba tan segura. Amaba a Pedro.


Deseaba estar con él más de lo que deseaba cualquier otra cosa en el mundo. Pau miró a su padre y sonrió. Bueno, más que casi cualquier cosa. Las mejillas de Adrian volvían a tener color y disfrutaba de buen apetito. Pau les estaba muy agradecida a Pedro y a Victoria Colby por todo lo que habían hecho para ayudarla.


No habría cantidad de dinero suficiente para darles las gracias como se merecían.


Su padre abrió los ojos. Parpadeó un par de veces. Luego se giró y la encontró sentada en su silla favorita, al lado de su cama. Ella sonrió con calor.


-¿Qué tal te encuentras hoy?


Durante las dos últimas semanas le habían prohibido prácticamente hablar. Los médicos le habían ordenado que utilizara toda su energía para recuperarse. Pau había dejado relegada cualquier discusión sobre el pasado, sobre David... O sobre Roberto y Kessler. Y también sobre su gemela, Pamela.


-Bien -susurró su padre-. Contento de estar vivo.


Adrian tragó saliva. Los ojos se le llenaron de lágrimas.


-Y feliz de que estés a salvo.


-Deja que te sirva un poco de agua.


Pau vertió en un vaso el contenido de una jarra y después metió una pajita de plástico.


-Toma -dijo colocándole la pajita en los labios-. Bebe despacio.


Adrian dio un sorbo y después sacudió la cabeza.


-Hay algunas cosas que quiero decirte.


-Papá, podemos hablar más tarde. Ahora tienes que concentrarte en recuperarte. Son órdenes del doctor.


Pau le sonrió y dejó el vaso en la mejilla.


-Yo no lo sabía -murmuró con tristeza-. Roberto no me lo dijo hasta...


-Lo sé -lo interrumpió su hija con suavidad-. David me lo contó todo. Nada de esto ha sido culpa tuya. Fue culpa de David. Él nos utilizó a todos.


Adrian parpadeó varias veces.


-¿Y... y ella?


Paula le tomó la mano entre las suyas.


-Hablaremos más tarde de eso. Ahora mismo no estás como para preocuparte de nada de esto. Todo ha vuelto a la normalidad. Ya hablaremos de los detalles en otro momento.


No pensaba permitir que nada ni nadie se interpusiera en la recuperación de su padre. Adrian asintió con la cabeza.


-Lo lamento tanto...


Pau lo besó en la mano.


-No es culpa tuya. Ahora, duerme.


En cuestión de minutos, su padre había vuelto a sumirse en un sueño profundo. Pau volvió a colocarle con delicadeza la mano en las sábanas y luego lo besó en la mejilla. Lo dejaría solo un rato. Si se despertaba querría volver a hablar, y no le convenía fatigarse. Pau cruzó la habitación y le sonrió a la enfermera antes de salir. A ésta la había contratado ella misma. Salió y cerró la puerta muy despacio tras de sí.


Estaba cansada. Seguramente ella también necesitaba echarse. Muchas mañanas la luz del alba la pillaba sentada en la cabecera de su padre, mirándolo. Aunque sabía que las enfermeras eran muy competentes, tenía miedo de perderlo.


Perder a Roberto y a Pedro ya había sido demasiado doloroso. 


No podía verse sin la única persona en el mundo que le quedaba.


Pau trató de desviar la atención hacia otros asuntos. Bajó las escaleras en busca de Carlisle. Necesitaba hablar con alguien. No conseguiría relajarse lo suficiente como para dormir. Le sucedía lo mismo todos los días, todas las noches. Caminaba arriba y abajo o se sentaba al lado de su padre hasta que se sentía demasiado agotada como para seguir sujetando la cabeza. Entonces se dejaba caer en la cama.


Cuando descendía el último escalón, sonó el timbre de la puerta. Pau se encaminó a ella con el ceño fruncido.


-¿Desea que abra yo, señora?


La joven sonrió al escuchar la voz del siempre fiel mayordomo.


-No hace falta. Yo misma lo haré.


Carlisle volvió a desaparecer por el pasillo. Pau abrió la puerta. Cuando ya era demasiado tarde se le ocurrió pensar que tendría que haber mirado antes por la mirilla para ver quién era. Pero es muy difícil adquirir nuevos hábitos. Y hasta hacía unas pocas semanas ella no se había dado cuenta de lo vulnerable que podía llegar a ser una persona.


-Hola, Paula.


Era Pedro.


La joven sintió como si le hubieran quitado un peso enorme del pecho, y de pronto el mundo le pareció un sitio maravilloso. Una sonrisa se abrió paso en sus labios hasta alcanzarle los ojos.


-Pedro...


Paula se mordió el labio inferior y se contuvo para no lanzarse a su cuello y abrazarlo con toda su alma. 


Seguramente el detective sólo andaría por la zona y habría querido saber cómo se encontraba su padre. De hecho, tal vez lo hubiera enviado Victoria.


Pedro le devolvió la sonrisa y ella sintió que se le derretía el corazón. Todo su ser se moría de ganas de abrazarlo.


-Se me ocurrió pasarme por aquí para ver sin necesitabas algo -dijo con palabras perfectamente escogidas.


La sonrisa de Pau se desvaneció ligeramente. Igual que sus esperanzas.


-Todo va muy bien. Mi padre se recupera rápidamente y yo...


La joven suspiró.


-Bueno, yo estoy muy ocupada poniendo otra vez las cosas en su sitio en Cphar.


Pedro asintió con la cabeza.


-Me alegra escuchar eso. Han señalado ya la fecha de juicio contra Pamela.


Pau trató de contener el nudo en la garganta que se le formó en aquel instante por la emoción.


-Me alegro.


Al menos eso intentaba. No quería pensar en que aquella mujer seguramente culparía de todos sus males a lo que Roberto y su padre habían hecho con ella. Y aunque Pau simpatizaba con ella en ese punto, consideraba que los extremos a los que la había llevado su sed de venganza eran imperdonables.


-¿Has hablado con ella ya? -preguntó Pedro con voz pausada.


Pau negó con la cabeza.


-Tal vez algún día. Pero en este momento, sencillamente, no puedo hacerlo.


-Lo comprendo. Hay mucho dolor en este asunto. Tal vez cuando haya sanado un poco las dos podréis tener algún tipo de acercamiento.


Siguió entonces un silencio incómodo. Pau se sonrojó.


-Lo siento -dijo abriendo más la puerta-. ¿Quieres pasar?


Pedro la miró un instante a los ojos. Los suyos resultaban inexpugnables.


-Lo cierto es que me gustaría que me acompañaras a dar un paseo.


-Me encantarí... Me gustaría mucho.


“Cálmate, Pau. Tranquila. No hagas el ridículo”.


La joven salió y cerró la puerta tras ella.


-¿Te gustaría ver el jardín?


-Me encantaría -respondió Pedro con entusiasmo contenido.


Había algo intenso en aquellos ojos oscuros.


Caminaron durante un rato mientras Pau le iba explicando las variedades de rosas que cultivaban y otros macizos de flores que el jardinero cuidaba con tanto amor. Pedro parecía verdaderamente interesado en cada palabra que salía de su boca.


Seguramente parecería una completa idiota al hablar.


Mientras caminaban, Pau lo iba observando. Era tan guapo... 


Estaba perfectamente hecho. Le gustaba todo él. Y lo que más le gustaba era el modo en que la había protegido, cómo la había llevado por aquel río lleno de barro, cómo había hecho de escudo humano contra aquellos asesinos. Era un héroe de verdad. De esos que sólo se ven en las novelas.


Un hombre de esos que sólo aparecen una vez en la vida, y sólo cuando la mujer tiene mucha, mucha suerte.


No podía dejarlo escapar de ninguna manera.


-Por cierto -dijo tratando de aparentar un tono de voz desenfadado-, quería agradecerle a la Agencia Colby una vez más que se haya hecho cargo de la Seguridad de Cphar. Yo no habría sabido por dónde empezar.


Victoria había enviado un equipo en el que estaban Simon Ruhl, el enérgico Ric Martínez y el carismático Ian Michael. 


Paula no pudo evitar preguntarse de dónde sacaría Victoria aquel material masculino de primera clase. Al único que no había conocido era a Max. Pero después de haber pasado tanto tiempo en su cabaña, Paula tenía la impresión de conocerlo ya.


-La Agencia Colby está encantada de ayudar -aseguró Pedro con una voz sensual que sirvió para acrecentar un punto más su ya creciente deseo-. Si necesitas cualquier otra cosa no tienes más que decírmelo.


Pau sabía lo que tenía que hacer.


-Hay una cosa más que puedes hacer por mí, Pedro.


Él la miró profundamente a los ojos.


-Lo que sea. Pídemelo.


Paula trató de descifrar la emoción que brilló en sus ojos pero no fue capaz.


-Sígueme -dijo haciendo un esfuerzo para apartar los ojos de él.