domingo, 23 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 20




Paula terminó su turno a las once, después de catorce horas. Sus pacientes ya estaban dormidos, pero había echado una mano en urgencias.


Si se quedaba más tiempo haría más daño que otra cosa porque estaba agotada. Al menos podría darse un baño, meterse en la cama y dormir sin los sueños que la habían tenido despierta desde que Pedro volvió a su vida. Esos dos días había trabajado sin parar, haciendo turnos extra para olvidarlo. Y Pedro no la había llamado.


Lo echaba de menos y eso demostraba que sería un error volver a estar con él. Terminaría con el corazón roto otra vez.


Las puertas del hospital se cerraron tras ella mientras se envolvía en la cazadora de ante. Las horas extra no habían conseguido hacerla olvidar las manos de Pedro sobre su piel, los labios húmedos, el brillo de sus ojos en el oscuro parque. Caminó a paso rápido hacia su coche, tiró el bolso en el asiento y giró la llave. Nada. Suspirando, apoyó la cabeza en el respaldo del asiento. Tenía ganas de llorar.


Una frustrante hora después, la grúa fue a buscar su coche y cuando por fin llegó a casa, en taxi, encontró a German y Pedro en el salón viendo una película.


–Hola.


Ignorando los salvajes latidos de su corazón, Paula se concentró en dirigirse al dormitorio.


–Oye, espera un momento. ¿Qué ocurre? Pareces enfadada.


–Llevo quince horas trabajando y cuando quería volver a casa mi coche no arrancaba. Me han dicho que no tiene arreglo y lo único que quiero es dormir.


–Buena idea, Pau –oyó que decía German–. Puedes irte cuando quieras, Pedro.


–No, no pasa nada –intervino Paula–. No tienes que irte por mí, yo me voy a dormir.


German tomó el cuenco de palomitas antes de dirigirse a su habitación.


–Gracias por la compañía. Yo también voy a dormir un rato.


Pedro se volvió hacia Paula.


–Siéntate un momento. ¿Quieres un café o un chocolate caliente?


–No, no quiero nada.


Pedro empezó a quitarle las horquillas del pelo, haciéndola suspirar de placer mientras le deshacía la trenza y le daba un masaje en las sienes.


–Arreglaremos tu coche mañana.


–Ya te he dicho que no funciona. Tengo que comprar uno nuevo.


–El bueno de Mauricio se ha rendido, ¿eh?


–Miguel –lo corrigió ella–. No puedo llamarlo cada vez que tengo un problema. He llamado al seguro y la grúa se ha llevado el coche.


Pedro inclinó la cabeza para rozar sus labios, una vez, dos, suavemente, sin exigir nada. A Paula se le doblaron las rodillas y cerró los ojos, sintiendo que se disolvía entre sus manos.


Pero estaba exhausta. Le daba igual que se quedase a dormir o no mientras ella pudiera hacerlo.


–¿Quieres un chocolate caliente o prefieres irte directamente a la cama? –preguntó Paula.


–¿Qué?


Él sacudió la cabeza.


–Quería decir sola. Pareces agotada.


–Una tila, hoy he tomado demasiados cafés –dijo Paula mientras iba hacia su habitación–. Voy a darme un baño.


No iban a hacer el amor, pensó mientras abría el grifo de la bañera. No iban a hacerlo, pero si lo hiciera estaría despierta para disfrutarlo. ¿Tenía sentido?


Probablemente no. Una señal de que su cerebro había dejado de funcionar. Además, Pedro ni siquiera había mencionado hacer el amor. Pau se recogió el pelo y se quitó el uniforme antes de hundirse en el agua caliente. Apoyando la cabeza en el borde de la bañera cerró los ojos…








SEDUCIDA: CAPITULO 19





Una vez en su habitación, sacó un joyero del armario. No solía hacerlo porque en esos años había aprendido a aceptar la pérdida como algo que formaba parte de la vida. 


La caja de madera con madreperla estaba envuelta en un pañuelo de seda… una de las pocas cosas de su madre que había conservado.


Dentro de la caja guardaba recuerdos importantes: la pulserita que le pusieron en el hospital el día que nació, una medallita de oro, la entrada para un concierto de su banda de rock favorita… Y su primera ecografía: la imagen en blanco y negro era todo lo que le quedaba de esa diminuta vida y Paula trazó la imagen con un dedo. Nunca había tenido la oportunidad de sentirlo dentro de ella, de contar sus deditos o escuchar su risa.


–Si tu padre hubiera sabido de ti…


¿Habría sido diferente? ¿Pedro habría aceptado el trabajo en Queensland de haber sabido que estaba embarazada? 


Entonces habría tenido que renunciar a su sueño de ser ingeniero geólogo y estaría trabajando con su padre, una situación que no lo habría hecho feliz.


Al menos Pedro había hecho realidad sus sueños.


Había querido contárselo, pero su padre se lo impidió. Y entonces, en el segundo trimestre, perdió el niño. Tenía que contárselo.






SEDUCIDA: CAPITULO 18




–¿Pau? –Pedro se quedó inmóvil, su tono contenido, ronco, su respiración agitada–. Pensé que querías esto. ¿Me he equivocado?


–No, pero no puedo… lo siento.


–No pasa nada.


Pedro tiró del top hacia abajo con manos temblorosas y la ayudó a levantarse.


El fuego de sus ojos se había convertido en hielo y se apartó para envolverse en la chaqueta, cuando lo que quería era abrazarlo.


Y lo peor era que Pedro no sabía por qué.


Sin pensar, salió corriendo, tropezando en la hierba. Solo sabía que tenía que poner distancia entre ellos.


Aquello le daba miedo y era mucho más complicado de lo que había imaginado.


Pedro la dejó ir porque necesitaba unos momentos a solas para calmarse. Si lo hubiera planeado mejor no estaría allí, con la entrepierna ardiendo y la única mujer que podía apagar ese fuego alejándose a la carrera.


Maldita fuera.


Tenía que ir despacio. Si iban a tener algún tipo de relación tendría que ir con cuidado porque Pau era frágil.


–Oye –murmuró cuando llegó a su lado.


–Lo siento –se disculpó ella–. Ha sido una estupidez. Había olvidado que estamos en invierno. La última vez que estuvimos juntos… era verano.


Pero eso no le decía lo que estaba pensando.


–Debería ser yo quien se disculpara –dijo Pedro por fin, pasándole una mano por el pelo–. ¿He hecho algo mal?


Ella negó con la cabeza.


–Es mi problema, no el tuyo. Solo quiero irme a casa.


–Te acompaño.


Pararon un taxi. Lo que más le preocupaba era ese repentino cambio para el que no encontraba explicación. 


¿Qué había pasado?


–Ahora mismo no soy buena compañía. Creo que es mejor que te vayas.


–Muy bien –Pedro apoyó una mano en el quicio de la puerta–. Lo que hubo entre nosotros sigue ahí, Pau, esta noche lo ha demostrado. Que lo exploremos o no depende de ti.


Paula se apoyó en la pared, esperando hasta que el taxi desapareció al final de la calle. Le dolía la cabeza y eso fue un recordatorio de que su relación con Pedro había tenido consecuencias.


Tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas. 


¿Qué habría hecho Pedro de saber que estaba embarazada?


Se había hecho esa pregunta mil veces y volvió a hacérsela.