miércoles, 9 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 23

 


Después de la cena, los dos hombres fueron a los establos para ver al semental de Hector mientras Cecilia y Paula se quedaban en la mesa, charlando sobre bebés y maternidad. Paula le había advertido de que ella era nueva todavía, pero Cecilia decía necesitar sus consejos, de modo que Paula le habló de los pañales y los biberones, las cosas que conocía.


–Cuando volvamos a casa habrá que vacunarla. Afortunadamente, tengo una agenda médica para no perderme ninguna vacunación.


–Ah, muy bien, pero… –Cecilia no terminó la frase.


–¿Qué?


–No, es que… en fin, déjalo, no es asunto mío.


–Te estás preguntando por mi relación con Pedro.


Su regreso a Red Ridge debía ser la comidilla del pueblo, de modo que la reacción de Cecilia no era una sorpresa.


–Has dicho «cuando volvamos a casa», pero yo he notado cómo miras a Pedro.


Paula apartó la mirada.


–Tú también estás casada con un Alfonso y sabes lo encantadores que pueden ser, pero mi relación con Pedro es complicada.


–Hector y yo también hemos tenido problemas, pero hemos logrado resolverlos.


–Tú estás embarazada y los niños pueden unir a una pareja… a veces. O pueden separarla para siempre si uno está dispuesto a formar una familia y el otro no.


–Pero ahora tienes a Maite.


–Sí, pero no es hija de Pedro.


–No quería decir…


Paula puso la mano sobre la de su cuñada.


–Ya lo sé, pero lo que iba mal en mi matrimonio no tiene nada que ver con Maite. Solo he vuelto por unos días. Tengo que volver a Nashville y seguir adelante con mi vida. Pedro ya me rompió el corazón una vez y no voy a dejar que vuelva a hacerlo.


–Lo siento –se disculpó Cecilia. –Había pensado que si Héctor y yo hemos logrado resolver nuestros problemas, tal vez vosotros también podríais hacerlo. Me encantaría tener a mi cuñada cerca y Maite sería parte de la familia.


Un bonito sueño en un mundo perfecto.


–Siempre seremos amigas –dijo Paula. –Y vendré a visitarte cuando nazca el niño, te lo prometo.


–¿Sabes una cosa? Tú miras a Pedro como Pedro te mira a ti… perdona, tenía que decirlo. Pero ya no digo nada más.


Paula sacudió la cabeza, sin decir nada.


Cuando volvieron los hombres del establo, Paula sirvió el pastel de limón, que estaba más rico de lo que había esperado. Hector y Pedro tomaron dos buenas porciones y la felicitaron por él. Cuando terminaron el postre, Paula estaba lista para volver a casa. Le había gustado charlar con Cecilia y pasar un rato con Hector, pero mientras recordase por qué había ido al rancho Alfonso, todo iría bien.


Sujetando a Maite con un brazo, alargó el otro para abrazar a sus anfitriones.


–Gracias por la cena y por la compañía.


–Soy yo quien debería darte las gracias por tus consejos –dijo Cecilia. –Estar con Maite me hace desear que mi hijo llegue lo antes posible.


–A mí me pasa lo mismo –Hector besó a su mujer en la mejilla antes de volverse hacia Paula. –¿Te importaría darle a Cecilia la receta del pastel de limón?


–No, claro que no.


Su mujer le dio un codazo en las costillas, pero a él no le pareció importarle.


–Es un tragón.


–En fin, tengo que meter a Maite en la cuna. Si no lo hago, empezará a protestar.


–Te acompaño –se ofreció Pedro, tomando la bolsa de los pañales.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 22

 

Pedro llamó a la puerta y se quedaron esperando, él con el pastel y la bolsa de los pañales en la mano y Paula con Maite en brazos. Cualquiera que no los conociese pensaría que eran una familia…


Pero Paula apartó esa idea mientras se abría la puerta. Cecilia no parecía sorprendida al verlos, al contrario.


–Entrad, entrad. Me alegro mucho de que hayas venido, Paula. Te quedas a cenar, por supuesto. He hecho cena para un regimiento.


–No, no. Solo he venido para traeros un pastel de limón que he hecho con ayuda de Elena. Me ha dicho que es el favorito de Hector.


Hector apareció detrás de su esposa.


–¿Pastel de limón?


Aparentemente, Paula estaba empezando a ganar puntos con aquella familia.


–Quería daros las gracias por prestarme el cochecito y todo lo demás.


No les habló del accidente que Maite había tenido esa tarde porque, afortunadamente, el cochecito había quedado como nuevo. Además, pensaba comprarles otro antes de volver a Nashville.


–Encantados de poder ayudar –dijo Hector. –Y no voy a decirte que no deberías porque me encanta el pastel de limón.


–Pero tienes que quedarte a cenar –intervino Cecilia. –Tengo que hacerte un millón de preguntas sobre bebés –añadió, acariciando el pelito de Maite antes de volverse hacia Pedro. –Menudo susto nos diste ayer, por cierto. ¿Cómo estás?


–Estoy bien –Pedro se encogió de hombros, como si no tuviera importancia, mientras Cecilia los llevaba al salón.


–No soy una experta en bebés, te lo aseguro –dijo Paula– pero he traído unos libros que a mí me han venido muy bien.


–No sabes cuánto te lo agradezco. Sentaos, la cena estará lista enseguida.


Paula suspiró. No iba a poder negarse, estaba claro. Parecería una desagradecida.


–Gracias otra vez por el pastel –dijo Héctor. –No sé por qué llevo días soñando con un pastel de limón.


–Espero que te guste.


–Tendrá que pelearse conmigo para tomar una segunda porción –bromeó Pedro.


–Parece que ya te has peleado con alguien –dijo Héctor, señalando su cara.


–Si quieres que te sea sincero, ayer me encontraba fatal, pero esta mañana me he despertado de maravilla –Pedro la miró de soslayo y Paula tuvo que hacer un esfuerzo para disimular. Pero lo estrangularía si mencionaba lo que había ocurrido entre ellos por la noche.


Afortunadamente, Hector cambió de conversación para hablar del precio del ganado y del nuevo coche de Pedro. Cuando se fue a la cocina para ayudar a Cecilia, Paula sacó una mantita de la bolsa de los pañales para sentar a Maite en el suelo.


–Me han dicho que te has encontrado con Federico en Penny's Song –dijo Pedro.


–Sí, me he alegrado mucho de verlo. Es el mismo de siempre –dijo ella, dejándose caer sobre la alfombra para sujetar a la niña.


–Algunas cosas no cambian nunca.


–¿Te ha contado lo del fiasco del cochecito?


Pedro no respondió y Paula se dio cuenta de que no había sido Federico sino Susy quien le había hablado del encuentro.


Parecía estar en contacto con él todo el tiempo y, sin duda, Pedro habría recibido la información desde la perspectiva de Susy.


–Bueno, da igual, no tiene importancia.


–No, ya lo sé.


Pedro se sentó en la alfombra, a su lado, y Maite lanzó una carcajada infantil, moviendo los bracitos.


–Ah, es tan fácil hacer felices a algunas mujeres.


De repente, Pedro se inclinó para rozar sus labios, tomando a Paula por sorpresa.


Cuando se apartó, Pedro la miró a los ojos con una mezcla de burla y deseo.


–Yo nunca he sido «algunas mujeres» –dijo ella.


–Ya lo sé.


–¡La cena está lista! –gritó Cecilia desde la cocina.


Paula se apartó, incómoda. Se sentía como una adolescente a la que hubieran pillado besando a un chico en la puerta de su casa.


–Estoy muerto de hambre –dijo Pedro, tomando a Maite en brazos. –¿Nos vamos, pequeñaja?


Maite parecía encantada con aquel hombre tan grande y su intención de evitar que la niña se encariñase con él parecía destinada al fracaso.


Y esa noche Paula se sentía incapaz de evitarlo.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 21

 


Paula detuvo el coche frente a la casa de Hector y respiró profundamente. Había conseguido superar la humillación de esa tarde y racionalizar el asunto del pañal. En realidad, se había desprendido. Era un accidente que podría ocurrirle a cualquiera, se decía a sí misma, aunque en silencio le prometía a Maite esforzarse más en el futuro. Pero había conseguido limpiar el cochecito ya que, afortunadamente, el material estaba hecho a prueba de accidentes de ese tipo.


–Dejaremos el pastel y nos marcharemos –le dijo a la niña.


Maite la miró con sus ojitos llenos de confianza y Paula sintió una oleada de amor. No podía creer cuánto quería a aquella cosita.


Se había preguntado si sería así tras la muerte de Karina, cuando todo era tan difícil porque Maite añoraba a su madre y no dejaba de llorar. Había tardado semanas en aceptarla, pero ahora la niña ponía toda su fe en ella y Paula esperaba que la perdonase por sus errores.


Después del día que había tenido, decidió no tentar a la suerte llevando a Maite con una mano y el pastel en la otra, de modo que lo dejó en el coche. Le pediría ayuda a Hector o Cecilia cuando abriesen la puerta.


Pero cuando salía del coche, una camioneta apareció por el camino y Paula dejó escapar un suspiro.


Aquel día estaba siendo imposible relajarse.


–Hola –la saludó Pedro, mirándola como si recordase cada centímetro de su cuerpo desnudo.


–Hola.


–No me habían dicho que estarías aquí.


–No les había avisado. Solo he pasado un momento por aquí porque les he hecho un pastel.


–¿Qué tipo de pastel?


–De limón. Elena me ha ayudado, por supuesto.


Pedro sonrió. Seguía teniendo un hematoma en el pómulo, pero Paula solo podía ver su hermoso rostro.


–¿Y dónde está el pastel?


–En el coche.


–Voy a buscarlo.


–No hace falta… –Paula sacudió la cabeza cuando, sin hacerle caso, Pedro se dirigió al coche. Cuanto antes dejase el pastel y le diera las gracias a los Alfonso, antes podría marcharse. –¿Te importaría sacar mi bolso?


–Ahora mismo.


Pedro no solo llevó el pastel y el bolso sino la bolsa de los pañales. Debería decirle que no era necesario, que no pensaba quedarse más que cinco minutos, pero el gesto la había tomado por sorpresa.


–Está muy bien que visites a tu hermano –le dijo.


–En realidad, he venido porque no tenía más remedio. Cecilia ha insistido en invitarme a cenar y no voy a discutir con una señora embarazada.


–¿Te encuentras mejor?


No debería haber preguntado.


–Tú me curaste anoche, ¿recuerdas?


Paula se puso colorada.


Pedro


Paula no podía controlarse con él a su lado, respirando su aroma, escuchando el tono ronco de su voz…


Afortunadamente, la niña empezó a moverse y eso la devolvió a la realidad. Paula puso las cosas en perspectiva mientras se la colocaba en el otro brazo.


Un punto para Maite.