jueves, 1 de diciembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 23






Paula miró hacia el patio desde la ventana y observó cómo su padre inspeccionaba el gimnasio que Pedro le había construido a Juliana. Los dos hombres se habían hecho muy amigos, como si compartieran algún lazo secreto. Los miró mientras ambos observaban uno de los travesaños. El padre de Pedro, David, había fallecido dos años antes, y por eso Pedro había acompañado a su hermana pequeña hasta el altar el día de su boda. Paula sabía que David era un hombre tranquilo y maravilloso y sospechaba que Pedro lo había heredado de él.


—No sabes qué hacer contigo misma, ¿verdad, cariño? —dijo la madre de Paula.


Ella se volvió y vio que la madre de Pedro y su madre compartían a Juliana como si fuera un gran premio. La niña estaba en el paraíso de los abuelos.


—Vais a malcriar tanto a Juliana que me tiraré de los pelos cuando no estéis aquí.


—Tenemos el privilegio de las abuelas —dijo Laura, la madre de Pedro—. Tenemos derecho a divertirnos todo el rato y a no trabajar nada —Laura le dio una galleta a Juliana—. ¿Tienes chocolate? —bromeó.


Paula se rió, y entró en la cocina. La madre de Pedro era encantadora. Todo era… perfecto. Pero le parecía extraño tener a Pedro en casa, que sus cosas estuvieran en el baño. 


Sin embargo, despertarse a su lado, cenar frente a él y quedarse hablando hasta altas horas de la noche era muy reconfortante. A Juliana le encantaba que su padre estuviera cerca, y Paula temía que llegara el momento en el que Pedro se marchara para servir a la patria.


Laura entró en la cocina con una bandeja llena de platos con los restos de la barbacoa.


—Ya lo hago yo —Laura comenzó a meterlos en el lavavajillas—. ¿Cómo lo llevas, cariño?


—Bien. En realidad, estupendamente.


—Pareces asombrada.


—No esperaba que fuera tan fácil.


—No fue fácil llegar a este punto, verdad?


—No, señora.


—Sabía que había algo entre vosotros en la boda de Lisa —cuando Paula la miró, Laura arqueó las cejas. Paula se rió y enseguida supo de dónde había sacado Pedro su encanto—. No sabía qué era, pero cuando Pedro me llamó para decirme que era papá, supe que eras tú.


—Me alegro de que des tu aprobación, Laura.


—Sé por lo que estás pasando. A veces funciona y eso nos asusta. Esperamos que se nos rompa el otro zapato, o que se caiga el tejado. Pero a veces tenemos más que un poco de suerte.


Paula preparó una cafetera.


Pedro es un buen hombre. Estamos casados y somos amigos.


—¿Amigos? ;Tal y como os miráis el uno al otro? ¿Y compartís la cama, no? No podéis mantener las manos alejadas del otro, aunque sabemos que habéis hecho un gran esfuerzo. No quiero ni veros cuando nos vayamos todos de aquí —Paula se sonrojó—. He visto cómo te mira Pedro—dijo Laura entre risas—. Está ebrio de amor.


—Oh, no creo —dijo Paula. Laura se cruzó de brazos.


—Conozco a mi hijo. Sé qué motivos tenía para casarse contigo, y quizá hayáis hecho un trato, pero puedo verlo en su mirada. Puede que sea agente secreto y aparente ser duro y distante, pero se derrite cuando te mira. Así que continúa diciéndote que es solo por el bien de mi nieta si esto te ayuda a aceptarlo. Pero yo lo sé bien —Laura se acercó a ella—. Te quiere, con locura.


Paula cerró el lavavajillas y lo puso en marcha. Laura salió de la cocina mientras Paula miraba a Pedro desde la ventana. ¿La amaba? Él le había dicho que no podía ofrecerle amor. Paula se preguntaba qué clase de tonta era para creer las fantasías románticas de la madre de Pedro


Laura deseaba que fueran felices y estuvieran enamorados, pero no era así. El matrimonio no hacía que la pareja fuera
feliz para siempre, y menos cuando se habían casado por otros motivos y no por amor.


Y si él la amaba, ¿qué? ¿Podía confiar en él? Al fin y al cabo, Andy y Craig le habían dicho lo mismo, y terminaron mal. Pero recordó que Pedro no se lo había dicho, y admitió que con él las cosas eran diferentes. Nunca había deseado estar con un hombre veinticuatro horas al día hasta que conoció a Pedro.


Lo miró una vez más. Estaba muy atractivo y la camiseta negra le combinaba con su cabello oscuro.


Laura pasó junto a ella y le dijo con una sonrisa:
—¿Lo ves? Ya te lo había dicho.


Pedro quería que Paula estuviera en su cama, quería estar cerca de su hija y que su nombre apareciera en el certificado de nacimiento de Juliana. Había ido a cambiarlo el mismo día que regresaron de la luna de miel. Ya había conseguido lo que quería. ¿Se marcharía? Paula no iba a engañarse a sí misma, ni a vivir en un mundo de fantasía, creyéndose que él la amaba. Podría volverse loca solo con pensar en ello.


¿Por qué? ¿Por qué deseaba su amor?


El era amable y considerado. No tenía muchas cosas que a Paula no le gustaran.


«Lo adoras», le dijo una vocecita en su cabeza.


Así era. Se había enamorado de Pedro, pero había una parte de su ser que se negaba a aceptarlo. Como si pudieran engañarla y traicionarla de nuevo.






CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 22




Pedro se abrochó el albornoz. Se pasó los dedos entre el cabello mojado y miró a Paula. Estaba tumbada boca abajo y la sábana solo le cubría el trasero. Se fijó en su melena, en la espalda y en las piernas que lo habían atrapado por la noche. Sonrió de satisfacción.


Afuera, el sol se alzaba en el cielo, sobre el río. Pedro agarró el teléfono inalámbrico y salió al balcón donde había servido la mesa para el desayuno. No había permitido entrar al botones. No quería interrupciones, nada que estropeara esos momentos que pasaban a solas. Muy pronto volverían a la vida real.


Sin dejar de mirar a Paula, llamó a su casa y esperó a que su madre contestara. Paula se despertaría nerviosa por saber cómo lo había pasado Juliana sin ella. Pedro no anhelaba saber cómo se las arreglarían sus mujeres sin él. 


Pero cada vez le quedaba menos tiempo, su permiso estaba a punto de acabarse. Pronto, la patria lo llamaría.



****


Paula se incorporó sobresaltada y, cuando se dio cuenta de que no tenía que cuidar de su hija, volvió a tumbarse. Se desperezó y, respiró hondo. Al ver que estaba sola en la cama, recorrió la habitación con la mirada hasta que encontró a Pedro. Estaba sentado en el balcón, leyendo el periódico y tomando café, y cuando pasó cerca de él, levantó la vista y sonrió.


—Que vista tan agradable de buena mañana. 


Ella sonrió y se puso el albornoz.


—Vaya.


—No creo que la ciudad esté preparada para el nudismo.


Él sonrió otra vez y ella se sentó a su lado. Le sirvió una taza de café mientras ella disfrutaba del calor de los rayos del sol sobre su rostro.


—¿Qué te apetece hacer hoy?


—Tengo que llamar a mi madre.


—Ya lo he hecho yo. La princesa está a punto de irse al parque, después a la playa y después de compras.


Paula sonrió, tratando de no echar de menos a su hija y de centrarse en Pedro.


—¿Tenías algo pensado para hacer hoy? —la miró de arriba abajo y ella dijo: —Aparte de eso —la noche anterior habían explorado sus cuerpos. Y Paula pensó, «no va a marcharse a una misión. Todavía voy a tenerlo cerca unos días».


—¿Navegar? ¿Hacer un tour? ¿Ir de compras?


Ella sonrió al ver la cara de horror que ponía solo de pensar en la última posibilidad.


—Ni se me ocurriría obligarte a ir de compras. Además, no necesito nada.


—Teniendo en cuenta tu género, es una prioridad.


—Machista.


Pedro sonrió, y sintió que se le encogía el corazón al ver que Paula se retiraba el cabello de la cara y el sol iluminaba los brillantes de su alianza. La última vez que le había hecho el amor, tuvo que salir de la cama temprano para marcharse a Asia. Nunca se olvidó de ella.


De pronto, era su esposa. Miró el anillo que ella le había colocado durante la boda. «Para siempre», pensó.


—No puedes llevarlo en las misiones, ¿verdad?


—No. No podemos llevar marcas identificativas. ¿Te importa?


—No, no me gustaría que te hirieran por un anillo, y no creo que un anillo te convierta en casado. Es más que eso —bebió un sorbo de café y se comió un pedazo de magdalena.


—Continúa.


—Es el compromiso, la compasión, la sinceridad. La confianza. Esas cosas se sellan con una ceremonia y un anillo, pero no es esto último lo que hace que existan. Lo aprendí por la vía dura.


Él le sujetó la barbilla y la besó en los labios.


—La escuela ha terminado, cariño.


—Lo sé —dijo ella mientras le acariciaba el rostro—. De verdad, lo sé —continuó con voz temblorosa.


—Háblame —dijo Pedro al ver temor en la expresión de su rostro.


—No quiero decepcionarte, Pedro. Has hecho tanto por mí…


—Eh, no se trata de ver quién hace más, Paula. Yo salgo ganando… una esposa, una hija… una amiga.


—No has dicho una amante.


Él sonrió.


—Bésame otra vez, teniente.


—Sí, señora.


Paula sintió que su interior se ponía tenso en el momento que sus labios se rozaron.


—Quiero hacer esto siempre —susurró él, y la hizo sentarse en su regazo.


Paula sentía lo mismo que él. No se habría casado con él si no hubiera estado segura de que entre ellos había algo más que puro sexo y un bebé. No podía reconocer que lo amaba. 


Todavía no. Su corazón ya la había engañado antes. Hubiera jurado que amaba a sus prometidos, pero esta vez era diferente. Pedro era diferente, fuerte, paciente, poderoso.


Pedro metió la mano bajo su albornoz y Paula perdió el hilo de sus pensamientos. Le acarició los pechos, y le contó lo mucho que le gustaba sujetarla.


—Estás haciendo algo más que sujetarme, Alfonso, y será mejor que pares o que te pongas manos a la obra —bromeó, y él llevó la mano entre sus piernas.


Se las separó e introdujo dos dedos en su interior.


—¿Te parece suficiente?


—Oh, sí —gimió ella, y se acurrucó junto a Pedro mientras él la acariciaba con pasión.


Cuando Paula comenzó a mover las caderas, Pedro se puso en pie y la llevó hasta la habitación.


Paula estaba encendida y se apresuró para quitarse el cinturón.


—Deprisa —dijo ella—. Ahora, Pedro.


El se quitó el albornoz y dejó al descubierto su potente masculinidad.


—Ya voy, ya voy, señora —dijo él.


Le separó las piernas y la poseyó.


—Oh, Pedro —dijo ella mientras se movían acompasadamente y se besaban hasta devorarse.


Con cada movimiento, Pedro hacía que aumentara su excitación, y cuando pensaba que le había hecho daño, ella le pidió más. Y él se lo dio. Pedro la penetró con fuerza y ella lo atrapó con las piernas hasta que ambos llegaron al clímax.


La explosión hizo que ella gimiera. Pedro se mordió el labio para no gritar de placer y su cuerpo comenzó a temblar.


Una vez saciados y relajados, Paula se rió.


—¿Te estás riendo? ¿Te ríes cuando yo apenas puedo respirar?


—No, me reía porque recordé por qué fui contigo a la habitación del hotel la primera vez.


—¿Por mi encanto?


—Sabía que iba a ser muy emocionante.


—Lo tomaré como un cumplido.


—No lo hagas. Ya eres bastante presumido —se puso en pie y él observó cómo llegaba hasta el baño.


Segundos más tarde, oyó correr el agua de la ducha.


—Eh, Alfonso —lo llamó ella—. ¿Esperas una invitación o qué?


«Estoy esperando para recuperar el aliento y. volver a la carga», pensó él. Sonrió, salió de la cama y se fue al baño. A través de la mampara la vio en la ducha, mojada y enjabonándose. Solo hizo falta que Paula arqueara una ceja y se enjabonara el pecho para que Pedro estuviera preparado para poseerla de nuevo.


Se metió bajo el chorro de agua y murmuró:
—Vas a matarme, mujer —la levantó contra los baldosines y la poseyó.







CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 21




Pedro le retiró el pelo de la cara y la besó con tanta pasión como antes. Ella respondió al instante. No tenía elección, él era el dueño de su deseo. La había poseído cuando ella no creía que pudiera desearlo tanto. Y cuando se tumbó sobre la espalda, sin dejar de abrazarla, Paula quedó tumbada sobre él y suspiró de satisfacción.


Ninguno de los dos habló. Ambos intentaban recuperar el aliento. Pedro le acariciaba la espalda y el trasero con suavidad. Paula levantó la cabeza, cruzó los brazos sobre el pecho de Pedro y apoyó en ellos su barbilla. Él tenía los ojos cerrados y la expresión de su rostro era de serenidad.


Ella quería decirle lo que sentía, pero no estaba segura. Y no estaba preparada para comprometer su corazón de manera tan profunda, aunque sabía que su vida había cambiado desde que Pedro había regresado. Volvían a estar juntos en la cama, y la había hecho sentir mucho mejor que la otra vez.


—Hola —dijo Pedro cuando abrió los ojos.


—Hola, teniente.


—Casi me da miedo oír lo que tienes que decir.


—No tengo mucho que decir, Pedro —le acarició los labios con la lengua antes de besarlo. El la abrazó con fuerza—. Juntos somos increíbles, ¿verdad? —dijo ella, y él se giró hacia un lado y le acarició la curva de la cadera.


—Oh, sí.


—¿Y qué pasó cuando estuviste en el agua durante horas?


—Creía que no me estabas escuchando.


—No lo hacía, pero de eso sí me enteré.


—Al final nos dejaron salir y nos comimos las sobras de la comida anterior que estaban en la basura.


—Aghh —dijo ella, y se sentó—. Qué asco.


—Es cuestión de supervivencia, cariño. Cuando se tiene hambre, se come lo que hay —no pudo resistir la tentación de tocar su pecho desnudo. Alzó la cabeza y le acarició el pezón con la lengua.


Paula gimió y él le cubrió los pechos con las manos, masajeándoselos a la vez que succionaba. Ella comenzó a acariciarle el pecho y el vientre. Al ver que sus músculos abdominales se tensaban, sonrió.


—Paula.


Ella lo miró y deslizó la mano hasta cubrir su miembro viril. Al sentir que ya estaba excitado lo miró arqueando las cejas.


—Es mi estado habitual cuando tú estás cerca.


Entonces, ella se agachó y se lo acarició con la lengua. El gimió y se agarró a las sábanas. No podía soportar lo que ella le hacía sentir. Quería soportarlo, pero era superior a sus fuerzas.


La agarró por las axilas y tiró de ella hacia arriba.


—Será mejor que hagamos algo al respecto —dijo él—. Ahora mismo.


—En eso estaba —dijo Paula con una sonrisa, y se sentó a horcajadas sobre Pedro.


Él no le dio tiempo ni para respirar y la penetró. Ella se rió y, apoyando las manos sobre su pecho, comenzó a cabalgar, moviéndose con fuerza y sin dejar de mirarlo. Pedro se incorporó, hizo que Paula lo abrazara con las piernas y comenzó a moverse más rápido. Ella lo agarró por los hombros y empujó con fuerza.


—Estás muy caliente —dijo él, y ella le contó lo que sentía al tenerlo en su interior. Pedro la tumbó sobre la cama y continuó penetrándola, cada vez más rápido, mientras ella se reía y pedía más. Se giraron en la cama y cayeron al suelo. Sin parar.


Entonces, moviéndose al mismo ritmo, alcanzaron el clímax.


—Paula —la llamó una y otra vez hasta que se estremeció y tensó todo su cuerpo, vertiendo la semilla en su interior. 


Después, se tumbó a su lado.


—Guau —dijo él.


—Bravo, marino —dijo ella entre risas.


Él soltó una carcajada y la besó.


Al cabo de un rato, regresaron a la cama.