sábado, 13 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 40

 


Ambos repitieron la operación una y otra vez, hasta que se terminaron la botella. Estaban tan excitados que, cuando hicieron el amor, salpicaron agua por todo el cuarto de baño.


Cuando esta se hubo quedado fría, recogieron el cuarto de baño, se envolvieron en dos enormes toallas y volvieron a su habitación de puntillas, aunque a las once y media de la noche no era probable que nadie los oyese.


Según Pedro, allí todo el mundo se levantaba antes del amanecer, así que Elisa debía de acostarse pronto.


Al llegar a la cama volvieron a hacer el amor y luego hablaron un rato, sobre todo del funcionamiento del rancho. Volvieron a hacer el amor y después, ella envuelta en una manta y él en una toalla, bajaron a la cocina a calentar el estofado que había sobrado, que se comieron otra vez en la cama. Eran más de las dos cuando se durmieron abrazados. Paula lo hizo pensando que había sido una noche perfecta, de la que no habría cambiado nada. Se dio cuenta de que se divertía más haciendo cosas sencillas con Pedro que cuando había estado con hombres de gran éxito profesional y económico. Le daba igual que no la llevase a sitios elegantes ni le comprase joyas o una casa, nada de eso podía cambiar lo que sentía por él.


Lo quería.


Se había enamorado sin darse cuenta, pero su tiempo juntos casi había terminado. Eso significaba que tenía exactamente dos semanas para desenamorarse de él.


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Aquel iba a ser un buen día.


El ganadero había comprado las yeguas y un semental. Y casi no había regateado el precio. Pedro había tenido que hacer algo más de papeleo, pero en esos momentos, con el cheque encima de la mesa y los animales en el camión, ya estaba el trato cerrado.


–Ha ido mejor de lo esperado –comentó Claudio al ver desaparecer el camión–. Pensé que iba a intentar que bajases el precio.


–Supongo que sabía que ya era un buen precio. ¿Puedes ensillar a Buttercup y a Lucifer?


–Por supuesto, je… quiero decir, Pedro.


–Anoche casi se te escapa también.


Claudio sonrió.


–Lo siento. Es la costumbre. Y seguro que al resto de los hombres les pasa igual, así que mantén a tu amiga alejada de los establos.


–Lo haré.


Pedro dejó a Claudio y volvió a la casa, tomando un tulipán rojo de camino.


–¿Se ha levantado Paula? –le preguntó a Elisa, que estaba cortando verduras para hacer una sopa.


–La he oído moverse, pero no ha bajado todavía. Veo que no está acostumbrada a levantarse temprano.


–Suele hacerlo, pero anoche no la dejé dormir mucho.


Elisa hizo una mueca y sacudió la cabeza.


–No hacía falta que me lo contaras.


Él se echó a reír.


–¿Qué le parece esa cosa horrible que tienes en la cara?


Pedro se tocó la barba.


–Dice que le gusta.


–Espero que eso no signifique que vas a dejártela. Tienes la cara demasiado guapa para taparla.


–Ya veremos.


–Veo que estás de buen humor. Supongo que has cerrado la venta.


–Sí.


–Me alegra verte tan contento para variar.


De hecho, era estupendo sentirse tan feliz.


–¿Has visto la lista que te he dejado?


Elisa señaló la cesta que había encima de la mesa.


–Lo tienes todo ahí.


–Eres una joya –le dijo él, dándole un beso en la mejilla y tomando una zanahoria de la tabla–. Voy a buscar a Paula.


Se metió la zanahoria en la boca mientras salía de la cocina y fue a buscar a Paula pensando que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía estupendamente. La vida era genial.




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