lunes, 29 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 26




Hacía años que Pedro no subía más al norte de Florencia, de modo que cuando se encontró en la autopista que serpenteaba entre los Dolomitas, la parte italiana de los Alpes, se quedó absolutamente embelesado con el paisaje.


—Nunca había estado aquí antes —le dijo Paula mientras contemplaba una montaña altísima con un rastro de nieve en la cumbre—. Esto es precioso.


—Yo hacía años que no venía. Me había olvidado de lo bonito que era.


—La casa a la que vamos… ¿alguna vez has llevado allí a alguna mujer? —le preguntó, tímida.


Pedro se echó a reír.


—No. Sólo estuve una vez, visitando a su propietario, mi amigo, pero fui solo. Su familia es originaria de Italia y posee esa villa desde hace siglos. Increíble pero cierto.


—¿Está ocupada ahora?


—No, la utiliza solamente en vacaciones. Estaremos completamente solos.


Paula se estiró en su asiento y bostezó.


—Anoche no he dormido bien.


—Encontrar a un tipo armado en tu apartamento suele tener ese efecto.


—¿Te ha pasado eso alguna vez a ti?


—Una o dos veces. ¿Sabes? Ese tipo, Kostas… Ya tengo unas cuantas pistas de dónde podría alojarse en Roma.


—Trabajas rápido.


—Contamos con alguna información sobre tu ex y su grupo. Tiene una pequeña célula en Roma, no muy activa, ya que sus preocupaciones se centran exclusivamente en políticos griegos. Pero los están vigilando. Es posible que esté viviendo con otro miembro de ese grupo.


Paula se estremeció.


—Desde el Once de Septiembre, la palabra «terrorista» me pone enferma. Mi hermano estaba trabajando en aquel entonces para la Organización Mundial del Comercio, y yo me pasé el día entero buscando noticias como una desesperada para saber si le había pasado algo.


—Lo siento.


—Nunca me habría enredado con Kostas si hubiera sabido en qué andaba metido.


—Todos nos equivocamos alguna vez con nuestros amantes. Pero no te preocupes: acabaremos capturándolo. Lo entregaremos a las autoridades griegas.


De repente le vibró el móvil: acababa de recibir un mensaje de texto. Lo leyó. Era un nuevo mensaje de Lucía.


—Hablando de equivocaciones con nuestros amantes… es una suerte que mi ex amante no pertenezca a un grupo armado.


Se imaginó a Buda moviendo la cabeza con expresión decepcionada. Siempre había tenido problemas para no confundir la filosofía de la «no violencia» con la del «no compromiso».


—¿Una mala ruptura?


—Para mí no. Supongo que para ella, sí, porque ya ha pasado un mes y sigue mandándome mensajes como éste y le dejó leer el texto.


—Guau. Se expresa bien, ¿eh?


—Es intérprete, y estuvo trabajando durante un tiempo para la embajada. A lo mejor es que siento una especial debilidad por la lingüística —bromeó—. Ya sabes, como tú eres profesora de inglés…


—Ya, claro.


Había estado cerca de meter la pata. 


Definitivamente no era porque había estado leyendo su blog… En absoluto. Por un instante, había vuelto a sentir el impulso de confesarle que conocía su blog. Seguía sin saber de dónde procedía aquel impulso: sólo que sentía la necesidad de ser sincero y abierto con ella.


Pero él no era un tipo abierto con la gente. En su trabajo, ese tipo de cosas podían acarrearle la muerte.


Seguía mirando al frente, a la carretera, con un nudo en el estómago. Todo aquello se estaba tornando absurdo, irreal. Mezclar su trabajo con su vida personal había sido un error, pero ya no podía dar marcha atrás.


Nunca había tenido un acceso tan íntimo a los pensamientos de una amante, y en parte podía racionalizar o justificar su comportamiento diciéndose que de esa manera podía satisfacer mejor sus deseos, sus anhelos. Cuando más supiera sobre ella, mejor amante podría llegar a ser.


¿Cierto? Cierto.


—¿Te molesta que tu ex siga en contacto contigo?


—Claro. Quiero decir que preferiría no saber nada de ella. Y sobre todo que no estuviera enfadada conmigo.


—¿Qué sucedió?


—Básicamente, que yo puse fin a nuestra relación y ella no estaba preparada para ello.


—¿Las cosas no estaban marchando bien?


¿Cómo responder a esa pregunta? ¿Cómo decirle que siempre había quedado como un canalla delante de sus amantes?


—Supongo que para mí no.


—Pero ella estaba contenta con la relación, así que supongo que tu decisión la sorprendería.


—Más o menos.


—Eso no es nada divertido. Lo sé por experiencia.


—Estoy obligado a advertírtelo —le dijo Pedro en un arranque de buena conciencia—. No me caracterizo precisamente por ser un gran aficionado a las relaciones a largo plazo.


—¿De veras? —Paula parecía casi… divertida.


Pedro pensó entonces en su blog, en toda aquella charla de sexo por el sexo, saltando siempre de un tipo a otro… y se dio cuenta de que finalmente había encontrado a su media naranja en el campo de los alérgicos a los compromisos.


—La culpa la tiene en parte mi trabajo. No puedo implicarme demasiado, porque continuamente estoy cambiando de misión.


—Y en parte también es tu naturaleza, ¿no?


—Bueno…


—No te preocupes, yo soy igual. También tengo mi cupo de ex amantes despechados, no lo dudes.


—Hey, al menos yo no tengo ex amantes persiguiéndome y torturándome.


—Quien no se consuela es porque no quiere…


Pedro pudo detectar la sonrisa en su voz. Lo comprobó cuando se volvió para mirarla.


—Muchas gracias. Ahora me siento mucho más reconciliado con mi condición de playboy.


—Prueba a ser playgirl. La sociedad es mucho más intolerante con nosotras.


—En todo caso, tú y yo formamos la pareja perfecta, ¿no te parece? Ambos deseamos terminar con nuestra relación más pronto que tarde.


—La pregunta es: ¿quién la terminará primero?


—Será mejor que no hagamos apuestas —bromeó Pedro. Pero, por dentro, estaba empezando a sentirse de todo menos animado ante la idea de romper con ella.




BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 25




Desesperación

¿Existe alguna mujer que no se haya planteado el lesbianismo como una alternativa razonable al género masculino? No es posible que yo sea la única. Supongo que el único gran obstáculo sería, ya sabéis… que no podríamos practicar el sexo con hombres.

Adoro a las mujeres y todo eso, pero, enfrentémonos a ello, chicas. Estamos perdiendo de vista el elemento clave.
Necesitamos a los tíos.
De poco me sirve eso ante la sensación de desesperación que me invade cada vez que me imagino comprometiéndome con un solo tipo a largo plazo.
Hablo en serio. ¿Un solo tipo? Puedo soportarlo por un tiempo, pero supongo que la frase «por toda ¡a eternidad» me saca de quicio. ¿No os parece demasiado tiempo?
Soy alérgica a los compromisos. Eso ya os lo he dejado claro.
Pero volvamos al tema de la desesperación. He entrado en este estado recientemente, en el marco de mi relación con X. Es la desesperación asociada al hecho de estar con un tipo que me gusta… sabiendo al mismo tiempo que todo terminará tarde o temprano. Más temprano que tarde, me temo.


Comentarios:
1. Kenya dice: personalmente me encanta estar sola y al mismo tiempo desesperadamente cachonda, que es el estado en el que ahora mismo me encuentro.

2. Nuguy dice: ¿dónde vives, Kenya? ¿Te apetece que chateemos un poco?

3. Eurogirl dice: ¿en qué se ha convertido esto? ¿En un blog de contactos?

4. Nuguy dice: perdona, Eurogirl. ¿He roto alguna regla de protocolo?

5. Eurogirl dice: supongo que estoy dolida y furiosa porque me estáis ninguneando. Se supone que este blog va sobre mí.

6. Backwoods dice: Eurogirl, eres la cosa más caliente que se ha inventado desde la salsa de Tabasco.

7. 2horny dice: yo estoy desesperada por encontrar a un tipo que pueda aguantar cinco segundos despierto después de hacer el amor.

8. Anónimo dice: yo estoy desesperado por encontrarte. Y, créeme, sé dónde buscar.

9. Willow dice: ¿quién es ese imbécil anónimo? ¿Te importaría dejar de decir burradas, pedazo de asno?

10. Tanenbaum dice: me alegro de que hayas vuelto a colgar entradas regularmente, Eurogirl. Te echaba de menos.

11. CKCKCK dice: mi favorita forma de desesperación es tener demasiadas mujeres y no tener suficiente tiempo para todas.

12. Veracruz dice: ah, sí, CK nos recuerda por qué a veces nos asaltan tantas ganas de hacernos todas lesbianas.

13. TiaMaria dice: estoy con vosotras, chicas. Sólo necesitamos que nuestros falos rudimentarios empiecen a creer y dejaremos de necesitar a los nombres.

14. Tanenbaum dice: ¡ja! ¿Falos rudimentarios? ¿Eso es como pezones superfinos?

15. TiaMaria dice: sí, pero los falos rara vez son superfluos.

16. Willow dice: mmmm… falos rudimentarios…




BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 24



Abandonar Europa era la única solución. 


Pensaba gastarse sus últimos ahorros en el billete de vuelta. Kostas no se molestaría en perseguirla hasta California.


Pero de repente descubrió que no quería marcharse sin haber profundizado su relación con Pedro. Ese pensamiento la aterraba tanto como que le pusieran una pistola en la cabeza.


Sacó una maleta y empezó a llenarla. Sabía que necesitaba conectarse a internet y comprar un billete, pero estaba tan nerviosa que era incapaz de sentarse tranquilamente ante el ordenador.


Dio un respingo cuando oyó que llamaban a la puerta.


—Paula, soy yo, Pedro. Abre.


Lo dejó pasar, procurando disimular su agitación. Como si no estuviera a punto de estallar en sollozos.


—¿Te encuentras bien?


Asintió con la cabeza y volvió a la cama para seguir haciendo la maleta.


—¿Qué estás haciendo? ¿En serio piensas abandonar el país?


—No voy a quedarme aquí para seguir tentando a mi suerte.


—Espera un momento —se interpuso entre la maleta y ella—. Quizá yo pueda ayudarte más de lo que crees.


—¿Cómo? ¿Acaso eres de la mafia y vas a darle una lección a ese tipo?


Pedro no sonrió: su expresión seria le provocó un escalofrío. Como si de pronto la hubiera asaltado la sensación de que realmente no era quien decía ser.


—Necesito contarte algo… que deberás mantener absolutamente en secreto.


—¿Qué? —Paula guardó un par de sandalias en la maleta—. ¿Vas a darme tu dirección personal de correo electrónico?


—Yo puedo protegerte de ese tipo.


—¿Cómo?


Se la quedó mirando durante un buen rato, en silencio.


—En realidad no soy un simple guardia de seguridad de la embajada —le confesó al fin—. Soy un agente de la CÍA infiltrado. Me llamo Pedro Alfonso.


Por una parte, quería creerlo. Por otra, en cambio, estaba segura de que era mentira.


—Ya, y yo soy una espía rusa. Somos los protagonistas de una mala película sobre la Guerra Fría.


—Paula estoy hablando en serio. He trabajado de agente secreto durante la mayor parte de mi vida adulta. Rara vez revelo a alguien mi verdadera identidad. Necesito que guardes un absoluto secreto sobre ello.


Estaba empezando a sospechar que no estaba bromeando.


—¿Me has estado espiando a mí?


Pedro bajó la mirada al suelo por un instante.


—Quizá un poco —sonrió, tímido.


—¿Qué? —de repente Paula se sintió como si estuviera en el auditorio de su instituto, durante la fiesta de graduación… completamente desnuda. Una pesadilla que había tenido a veces.


¿Qué podría saber él sobre ella? ¿El blog? 


«Dios mío, que no sepa lo del blog…»


—Tu nombre me saltó en una base de datos de terrorismo a causa de tu relación con Kostas, eso es todo.


—Pero… ¿cómo empezaste a fijarte en mí?


—Mirando las películas de nuestras cámaras de videovigilancia, en la embajada, vi que aparecías vigilando el edificio… o tal vez a Giovanni Lucci, el político.


Paula se ruborizó al recordar al tipo al que había estado siguiendo como si fuera una lunática. Y pensar que alguien la había visto haciendo eso… Humillante.


—¿Quién? —preguntó, esperando que no fuera el que ya estaba temiendo que era.


—El hombre al que parecías estar siguiendo. Alto, bien vestido, de treinta y tantos años.


«Oh», exclamó para sus adentros, y se quedó callada.


—¿Y bien?


—¿Qué? —intentó hacerse la despistada.


—¿Lo estuviste siguiendo?


—No sabía quién era. Debía de estar aburrida… o algo así.


—¿Te dedicaste a seguirlo porque te aburrías?


Evidentemente Pedro… no se creía aquello.


—Er, yo… sí, más o menos.


—Explícate, por favor.


—Me sentía atraída hacia él. Cada mañana desayunaba en el mismo café que yo y lo observaba mientras procuraba encontrar el coraje necesario para abordarlo. Pero me sentía como… rara.


—¿Rara?


—Normalmente soy muy confiada en lo que se refiere a los hombres. Pero después de mi experiencia con Kostas… fue como si me hubiera entrado miedo.


—¿Así que seguías a Lucci porque no te atrevías a abordarlo? ¿Porque te sentías tímida?


—Sí. Nunca me decidí a abordarlo. Luego apareciste tú y ya perdí todo interés —experimentó algo parecido a una náusea cuando de repente se dio cuenta—. Espera un momento… te acercaste a mí para sonsacarme información, ¿verdad?


—No exactamente.


—Explícate.


—Te vi, te encontré atractiva, yo estaba aburrido así que… decidí investigarte.


Paula cerró la maleta de golpe y corrió la cremallera.


—¿Siempre ligas así?


Pedro volvió a interponerse entre la maleta y ella.


—No te enfades tan pronto. Antes tienes que escucharme.


—Tienes treinta segundos.


—Puede que al principio mis motivaciones no fueran muy puras, pero durante este fin de semana me convencí de que tu vinculación con ese terrorista griego era puramente casual, una coincidencia. Y si he venido ahora es porque me siento atraído hacia ti y me preocupa que pueda pasarte algo.


Paula lo fulminó con la mirada. Su corazón deseaba creer en él, pero su cerebro le gritaba que sería una completa estúpida si lo hacía.


—Por favor, créeme. Es la verdad.


—¿Por qué me estás contando todo esto ahora?


—Porque, como te dije antes, puedo protegerte. Puedo llevarte a una casa de seguridad o ayudarte a esconderte hasta que Kostas sea capturado.


—Debería volverme a los Estados Unidos y ahorrar un montón de problemas a todo el mundo.


Pedro cerró la distancia que los separaba y la abrazó.


—No quiero que te vayas —susurró contra su cabello.


—¿Por qué?


—Me gusta estar contigo. Creo que compartimos una conexión muy especial. Algo que no ocurre todos los días.


Paula sintió un nudo de emoción en la garganta. 


Detestaba sentirse tan conmovida por una estupidez semejante… ¡Una conexión! Muy probablemente Pedro quería seguir teniendo sexo con ella de manera regular y punto. 


Conocía el truco. Ella era una especialista.


—Todo esto es demasiado… raro —se apartó—. ¿Esperas que me quede tan tranquila después de enterarme de que me has estado escuchando? ¿Qué más has averiguado sobre mí, husmeando en mis antecedentes?


—Nada. Estás completamente limpia.


Pedro no se sentía precisamente orgulloso de ser un mentiroso redomado, sobre todo con Paula. Estaba seguro de haber violado la regla de no-hacer-daño-al-prójimo de la que tanto hablaban los filósofos budistas.


Ansiaba poder contarle toda la verdad, y supuestamente habría podido hacerlo, pero si ella se hubiera enterado de que había leído su blog… entonces jamás habría podido convencerla de que se dejara proteger por él.


Ante todo tenía que pensar en la seguridad de Paula. Su mala conciencia no importaba.


—¿Has husmeado también en mi apartamento? ¿Has entrado en mi ordenador? ¿Has revisado los números de mi móvil?


—Sí, no y sí.


Arqueó las cejas, asombrada.


—¿Qué?


—Lo siento. Forma parte de mi trabajo, ya sabes.


—¿Por qué no has revisado mi ordenador?
—Estaba protegido por una contraseña y no he tenido tiempo de acceder. Para entonces, ya había comprobado que estabas limpia y no tenía ningún motivo para seguir investigándote.


—Esto es repugnante.


—Lo siento, pero para mí no es más que un trabajo —replicó. Demasiado tarde se dio cuenta de su error—. No he querido decir con eso que…


—Así que acostarte conmigo formaba parte de ese trabajo —intentó rodearlo y recoger su maleta, pero él se lo impidió.


—No. Nunca me he acostado con alguien para sonsacarle información, te lo juro.


—Hasta ahora.


Lo miraba como si estuviera cubierto de maloliente porquería. Y, metafóricamente al menos, así era.


—Me sentí atraído por ti desde el primer momento. Ésa fue la razón por la que me puse a flirtear y la razón por la que terminé acostándome contigo.


—¿Y si no hubieras sospechado de mí? ¿Te habrías acercado entonces?


Pedro sabía que no lo habría hecho. Pero ella no lo comprendería, así que decidió mentirle de nuevo:
—Sí.


Aunque no era del todo mentira. Si se hubiera tropezado con ella en un café o en un club, habría intentado llamar su atención.


Parecía más relajada, pero aun así le lanzó una mirada dubitativa. Luego miró su maleta.


—¿Dónde pensabas esconderme? —le preguntó tras un incómodo silencio.


—Conozco un lugar cerca del lago Como. Está aislado y en un paraje precioso. Podrías tomártelo como unas vacaciones.


—Voy a perder mis clases… —repuso, como resignada ante la idea.


—Quizá no. Si les explicas que…


—¿Que un terrorista griego antiguo amante mío pretende torturarme y matarme? Seguro que si se lo digo seguirán queriendo confiarme a sus hijos…


—Está bien, diles entonces que has tenido una emergencia personal y que tienes que ausentarte de la ciudad por un tiempo.


Se estaba mordiendo el labio, pero a cada momento parecía más convencida.


—Ese lugar del lago… ¿es caro? Porque mis ahorros están casi a cero y necesito apartar el dinero del billete, por si necesito volver de pronto a los Estados Unidos.


—No te preocupes por eso. No gastaremos nada. La casa pertenece a un amigo mío que sólo la usa unos pocos meses al año.


—¿Dónde está?


—En las afueras de Bellagio. Con vistas al lago, totalmente aislada de los vecinos. Nadie sabrá que estamos allí.


—Después de los últimos acontecimientos… tengo que reconocer que la perspectiva me atrae.


—Podemos salir mañana por la mañana. Esta noche puedes quedarte en mi casa —Pedro apenas podía dar crédito a su buena suerte—. Sólo déjame hacer antes unas llamadas: para alertar a la agencia sobre Kostas y para avisar a mi jefe de que estaré ausente por una temporada.


Paula y él a solas en una villa italiana.


Una verdadera bendición.


Dejando aparte el hecho, por supuesto, de que la estaba escondiendo de un terrorista…