domingo, 5 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 14





Paula condujo a la casa donde vivía con tía Helena. Era una casa pequeña de dos pisos en Evergreen Lane. No era mucho en comparación con la finca en la que él había crecido, con sirvientes, pista de tenis y un camino bordeado
de árboles de casi un kilómetro antes de llegar a la puerta principal.


Helena le había dejado la habitación de invitados y la había ayudado a transformar la habitación de la plancha en una habitación para Dany. Habían utilizado su cocina para hacer pruebas con las recetas de su familia hasta que se habían sentido con fuerza para abrir la panadería.


A cambio, Paula la había ayudado al mantenimiento general de la casa, había plantado flores en los maceteros del porche y en el camino, y había enseñado a Helena a utilizar el ordenador para comunicarse con sus amigas de la escuela, con las que jamás había pensado que volvería a estar en contacto.


Aunque Paula pensaba que nunca podría recompensar a su tía por todo lo que había hecho por ella cuando más lo había necesitado, Helena insistía en que disfrutaba de su compañía y se alegraba de volver a tener tanta juventud y actividad en su casa.


Respiró hondo y se miró en el espejo del cuarto de baño por última vez, aunque no sabía por qué se molestaba. Era cierto que hacía tiempo que no tenía ningún motivo para arreglarse, sobre todo, dos veces en un mismo día.


No pretendía impresionar a Pedro esa noche. No, solo quería apaciguarlo.


Después de haberlo conducido hasta el hostal y haber permitido que la dejase después en La Cabaña de Azúcar, Paula había terminado su jornada en la panadería, había cerrado y se había ido a casa con Dany y con su tía.


Mientras que Helena se había preparado la cena y había entretenido a Dany, Paula había corrido al piso de arriba a cambiarse de ropa y a retocarse el maquillaje.


Le dijo a su reflejo que no se estaba arreglando para Marc. No. Solo estaba aprovechando la invitación a cenar para parecer una mujer, para variar, en vez de una madre trabajadora.


Ese era el único motivo por el que se había puesto su vestido favorito, rojo y de tirantes, y los pendientes de imitación de rubíes. Iba demasiado arreglada hasta para el mejor restaurante de Summerville, pero le daba igual.


Tal vez no tuviese otra oportunidad de volver a ponerse aquel vestido… o de recordarle a Pedro lo que se había perdido al dejarla marchar.


Oyó el timbre antes de sentirse preparada para ello y se le aceleró el corazón.


Se repasó el pintalabios y se aseguró de que tenía todo lo que iba a necesitar en el pequeño bolso de mano rojo que había encontrado en el fondo del armario.


Estaba bajando las escaleras cuando oyó voces y supo que tía Helena había abierto la puerta. Y no sabía si se lo agradecía o si eso la ponía todavía más nerviosa, todo dependía de la actitud de su tía.


Al llegar abajo vio a Helena delante de la puerta, con una mano apoyada en el pomo. En la otra no llevaba ni pistola ni una sartén, lo que era una buena señal.


Pedro estaba al otro lado de la puerta, todavía en el porche. Iba vestido con el mismo traje de un rato antes. Tenía las manos detrás de la espalda y estaba sonriendo a tía Helena con todo el encanto de un vendedor de coches. Al verla, Pedro le dedicó a ella la misma sonrisa.


–Hola –la saludó–. Estás estupenda.


Paula resistió el impulso de pasar la mano por la parte delantera del vestido, o de comprobar que no se le había deshecho el moño.


–Gracias.


–Le estaba diciendo a tu tía que tiene una casa preciosa. Al menos, por fuera –añadió, guiñando un ojo.


Era evidente que Helena no lo había invitado a entrar.


–¿Quieres pasar? –le preguntó Paula, haciendo caso omiso del ceño fruncido de su tía.


–Sí, gracias –respondió Pedro, pasando a la entrada.


Miró a su alrededor y Paula se preguntó si estaría comparando aquello con su lujosa residencia y si pensaría que era un lugar inadecuado para que creciese su hijo, pero al mirarlo solo vio curiosidad en sus ojos.


–¿Dónde está Dany? –preguntó.


–En la cocina –respondió Helena, cerrando la puerta principal y echando a andar en esa dirección–. Estaba dándole la cena.


Pedro miró a Paula antes de seguir a Helena hacia la parte trasera de la casa.


–Pensaba que todavía le dabas el pecho.


Ella se ruborizó.


–Sí, pero también toma zumos, cereales y otras comidas para bebés.


–Vale –murmuró él al llegar a la cocina–. Aunque cuanto más pecho tome, mejor. Aumenta su inmunidad, le hace sentirse más seguro y ayuda a crear un vínculo entre la madre y el niño.


–¿Y cómo sabes tú todo eso? –le preguntó Paula sorprendida.


Dany estaba sentado en una hamaca de Winnie de Pooh, con el rostro y el babero cubiertos de papilla de guisantes y zanahoria, dando patadas y golpes con las manos.


Pedro no esperó a que lo invitasen para sentarse en la silla que había enfrente de la de la tía Helena y alargó la mano para acariciar la cabeza de Dany. El niño rio y Pedro sonrió.


–Muy al contrario de lo que piensa la gente –murmuró, sin molestarse en mirarla–, no me convertí en el director general de Alfonso Corporation solo por nepotismo. Da la casualidad de que tengo bastantes recursos.


–Deja que lo adivine… has sacado el ordenador y has hecho una búsqueda en Internet.


–No te lo voy a decir –respondió él en tono de broma.


Luego se giró hacia la tía Helena y, señalando el puré, le preguntó:
–¿Puedo?


Ella lo miró como diciéndole que no lo creía capaz, pero contestó:
–Por favor.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 13





Sacudió la cabeza y tuvo la esperanza de que Pedro no pensase mal ni del pueblo ni de sus habitantes. Aunque en algunos aspectos estaba un poco atrasado, en esos momentos era su hogar y sentía la necesidad de protegerlo.


–En cualquier caso, es un sitio divertido –añadió, a modo de explicación.


Pedro no parecía muy convencido, pero no dijo nada. En su lugar, se apartó del moisés y empezó a quitarse los gemelos para remangarse la camisa.


–Mientras tenga una habitación y un baño, estará bien. De todos modos, pasaré casi todo el tiempo aquí contigo.


Paula abrió mucho los ojos.


–¿Sí?


Él sonrió de medio lado.


–Por supuesto. Aquí es donde está mi hijo. Además, si tu meta es ampliar la panadería y empezar con los pedidos por correo, tenemos mucho de lo que hablar y mucho que hacer.


–Espera un momento –dijo ella, dejando caer la espátula que tenía en la mano en la encimera–. Yo no he accedido a que tengas nada que ver con La Cabaña de Azúcar.


Él le lanzo una encantadora y confiada sonrisa.


–Por eso tenemos tanto de lo que hablar. Ahora, ¿vas a acompañarme al hostal o prefieres indicarme cómo llegar y quedarte aquí con tu tía hablando de mí?


Paula prefería quedarse y hablar de él, pero el problema era que Pedro lo sabía, así que no tenía elección. Tenía que acompañarlo.


Se desató el delantal y se lo sacó por la cabeza.


–Te llevaré –dijo. Luego se giró hacia su tía–. ¿Podrás arreglártelas sola?


Era una pregunta retórica, porque había muchas ocasiones en las que Paula dejaba a Helena a cargo de la panadería mientras ella iba a hacer
algún recado o llevaba a Dany al pediatra. No obstante, su tía la miró tan mal que Paula estuvo a punto de echarse a reír.


–No tardaré –añadió.


Y luego fue hacia la puerta.


–Solo tengo que tomar el bolso –le dijo a Pedro.
Este la siguió fuera de la cocina y esperó delante de las escaleras mientras Paula subía corriendo por el bolso y las gafas de sol.


–¿Y el bebé? –le preguntó él cuando hubo regresado.


–Estará bien.


–¿Estás segura de que tu tía puede ocuparse de él y de la panadería al mismo tiempo? –insistió mientras iban hacia la salida.


Paula sonrió y saludó a varios clientes al pasar. Una vez fuera, se puso las gafas de sol antes de girarse a mirarlo.


–Que no te oiga la tía Helena preguntar algo así. Podría tirarte una bandeja de horno a la cabeza.


Él no rio. De hecho, no le hacía ninguna gracia. 


En su lugar, la miró muy preocupado.


–Relájate, Pedro. Tía Helena es muy competente. Se ocupa de la panadería sola con frecuencia.


–Pero…


–Y cuida de Dany al mismo tiempo. Ambas lo hacemos. La verdad es que no sé qué haría sin ella –admitió Paula.


Ni lo que habría hecho sin ella después de quedarse sin trabajo, sin marido y embarazada.


–¿Vamos en tu coche o en el mío? –preguntó después para intentar evitar que Pedro siguiese preocupándose por Dany.


–En el mío –respondió él.


Paula anduvo a su lado en dirección a Blake and Fetzer, donde había aparcado el Mercedes. Todavía iba vestida con la falda y la blusa que se había puesto para la desastrosa reunión de esa mañana. En ese momento deseó haberse cambiado y llevar puesto algo más cómodo. 


Sobre todo, deseó haber sustituido los tacones por unos zapatos planos.


Pedro, por su parte, parecía cómodo y seguro de sí mismo con el traje y los zapatos de vestir.


Cuando llegaron al coche, le sujetó la puerta para que Paula se sentase en el asiento del copiloto, luego dio la vuelta y se subió detrás del volante.


Metió la llave en el contacto y la miró.


–¿Te importaría hacerme un favor antes de que fuésemos al hostal? –le preguntó.


Ella se estremeció y se puso tensa. ¿Acaso no había hecho ya suficiente? ¿No estaba haciendo suficiente al permitir que se quedase allí cuando lo que deseaba era tomar a su hijo y salir corriendo?


Además, no pudo evitar recordar las numerosas veces en las que había estado a solas con él en un coche. Sus primeras citas, en las que habían empañado las ventanillas con su pasión. Y una vez casados, las caricias que habían compartido de camino a algún restaurante.


Estaba segura de que él también se acordaba, lo que hizo que se pusiese todavía más nerviosa.


–¿Cuál? –consiguió preguntarle, conteniendo la respiración para oír la respuesta.


–Enséñame el pueblo. Dame una vuelta corta. No sé cuánto tiempo voy a estar aquí, pero no puedo permitir que me acompañes a todas partes.


Paula parpadeó asombrada y exhaló. Como se le había quedado la boca seca, al principio solo pudo humedecerse los labios con la lengua y asentir.


–¿Hacia dónde voy? –le preguntó Pedro.


Ella tardó un momento en pensar por dónde empezar, y qué enseñarle, aunque Summerville era tan pequeño que decidió enseñárselo todo.


–Hacia la izquierda –le dijo–. Recorreremos Main Street, luego te enseñaré las afueras. Llegaremos al hostal El Puerto sin tener que desviarnos mucho.


Pedro reconoció casi todos los negocios solo: la cafetería, la farmacia, la floristería, la oficina postal. Un poco alejados del centro había dos
restaurantes de comida rápida, gasolineras y una lavandería. Entre ellos, varias casas, granjas y parcelas con árboles.


Paula le contó un poco de lo que sabía sobre los vecinos.


Le habló, por ejemplo, de Polly, dueña del Ramillete de Polly, que todas las mañanas repartía de manera gratuita una flor para cada negocio de Main Street. A Paula le había dado un jarrón que estaba en el centro del mostrador,
al lado de la caja registradora, y a pesar de que nunca sabía qué flor le llevaría Polly ese día, tenía que admitir que siempre daba un toque de color a las tiendas.


O de Sharon, la farmacéutica, que la había aconsejado muy bien antes de que diese a luz y hasta le había recomendado al que ahora era el pediatra de Dany.


Paula tenía una relación cercana con muchas personas en el pueblo.


Cosa que nunca había tenido en Pittsburgh con Pedro. En la ciudad, al ir a la frutería, a la farmacia o a la tintorería, se había considerado afortunada con cruzar la mirada con la persona que había detrás del mostrador.


En Summerville era imposible hacer un recado con rapidez. Había que pararse a saludar y a charlar con la gente.


–Y eso es más o menos todo –le dijo a Pedro veinte minutos después, señalando hacia el hostal en el que iba a alojarse–. No hay mucho más que ver.


Él sonrió.


–Creo que se te ha olvidado algo.


Ella frunció el ceño. No le había enseñado la estación de bomberos ni la planta de tratamiento de aguas, que estaban a varios kilómetros del pueblo, porque no había pensado que fuesen a interesarle.


–No me has enseñado dónde vives tú –añadió Pedro en voz baja.


–¿De verdad necesitas saberlo? –preguntó ella, sintiendo calor de repente.


–Por supuesto. Necesito saberlo para poder ir a recogerte para invitarte a cenar.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 12



Tía Helena estaba embadurnada de harina hasta los codos, pero el brillo de sus ojos y la fuerza con la que trabajaba la masa que tenía entre las manos bastaron para dejar claro lo que pensaba de que Pedro fuese a quedarse allí.


No le hacía ninguna gracia, pero tal y como Paula le había dicho mientras Pedro hacía las llamadas, no tenían elección. O Pedro se quedaba allí unos días, o intentaría llevárselos a Dany y a ella de vuelta a Pittsburgh.


Había una tercera posibilidad: que Pedro se marchase solo a Pittsburgh, pero sabía que si la planteaba solo conseguiría iniciar una discusión. Si se negaba a permitir que Pedro pasase tiempo con su hijo, fuese donde fuese, lo único que conseguiría sería enfadarlo y provocar que utilizase su poder y el dinero de su familia.


¿Y qué significaba eso? Una dura batalla por la custodia del niño.


Ella era una buena madre y sabía que Pedro no podría quitarle a su hijo esgrimiendo lo contrario, pero tampoco quería engañarse, sabía lo influyente que era la familia Alfonso. Y Eleanora era capaz de cualquier cosa.


Así que tenía que intentar evitar un enfrentamiento por la custodia y hacer lo posible porque Pedro estuviese contento y Dany, con ella.


Aunque eso significase permitir que su ex volviese a entrar en su vida, en su negocio y, posiblemente, hasta en su casa.


Se limpió las manos con un paño y le preguntó:
–¿Y tus cosas? ¿No necesitas ir a casa por ellas?


Pedro se encogió de hombros.


–Me van a mandar algo de ropa. Y seguro que todo lo demás puedo comprarlo aquí.


Colgó la chaqueta en una percha al lado de la puerta, donde tía Helena y ella dejaban los delantales cuando no los estaban utilizando, luego fue hasta el moisés que había vuelto a sacar de la despensa. Dany dormía dentro.


–Lo único que queda por decidir –comentó Pedro, mirando a su hijo y alargando la mano para acariciarle la mejilla con un dedo–, es dónde voy a alojarme.


Paula abrió la boca, a pesar de no saber lo que iba a decir, pero Helena la interrumpió.


–Es evidente que no vas a quedarte en mi casa –anunció directamente.


La clara antipatía de su tía hacia Pedro hizo que Paula se sintiese culpable y que desease disculparse, pero en el fondo agradeció que Helena hubiese dicho lo que ella no era capaz de expresar.


–Gracias por la invitación –respondió Pedro divertido, haciendo una mueca– pero no podría abusar de su amabilidad.


Era típico de él, tomarse aquella grosería de Helena con tanta calma. Aquellas eran cosas que nunca lo habían perturbado, sobre todo, porque Pedro sabía quién era, de dónde venía y qué podía hacer.


Además, tía Helena siempre lo había odiado. Y eso, en parte, era culpa de Paula, que se había presentado en casa de su tía dolida, enfadada, rota y embarazada de su exmarido.


Después de haberle contado la historia de su complicado matrimonio, el posterior divorcio, el inesperado embarazado y la necesidad de encontrar un lugar donde vivir, en la que Pedro había desempañado el papel de malo de la película, la opinión que su tía tenía de él había caído en picado. Desde entonces, el único objetivo de tía Helena había sido no volver a ver sufrir a su sobrina.


Paula todavía estaba intentando disculparse cuando Pedro dijo:
–Había pensado que me recomendaseis algún hotel agradable.


Paula y Helena se miraron.


–Supongo que va a tener que ser el hostal El Puerto –le dijo Helena–. No es nada del otro mundo, pero la otra opción es el motel de Daisy, que está en la carretera.


–Hostal El Puerto –murmuró Pedro, frunciendo el ceño–. No sabía que hubiese una extensión de agua tan importante por aquí como para necesitar un puerto.


–No la hay –le contestó Paula–. Es una de esas rarezas de los pueblos que nadie puede explicar. No hay ningún puerto cerca. Ni siquiera un arroyo ni un río que merezcan la pena ser mencionados, pero el hostal El Puerto es uno de los hoteles más antiguos de Summerville y está todo decorado con faros, gaviotas, redes de pescador, estrellas de mar…