lunes, 5 de septiembre de 2016

ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 11




La semana que siguió fue la más feliz de Paula. Pasaron las noches y parte del día haciendo el amor; charlaron y compartieron comidas en la terraza frente a la arena. Y para su sorpresa Paula descubrió que amaba Grecia, incluso la constante vista del mar no podía estropear la sensación de despertarse con el sol.


Y también descubrió que le encantaba hablar con Pedro. Era una compañía muy agradable. Y por primera vez experimentó lo que era estar íntimamente con alguien.


Pedro era una persona muy aguda, con una mente brillante y muy buen sentido del humor. Era encantador.


En la isla habían construido un nido que los protegía de la realidad.


Una semana después, una mañana ella se quedó en la cama hasta tarde y él entró en la habitación.


—Lo siento, no me podía despertar esta mañana.


—Eso es por lo de anoche.


Ella recordó la pasión y sintió un cosquilleo.


—Enseguida me levanto… —dijo, aunque deseó pasar el día con él en la cama.


—Me siento culpable por haberte tenido toda la semana aquí, y ni siquiera has nadado en la piscina —le dijo él—. Te he tenido atada a la cama, y eso no es justo —Pedro la miró a los ojos y la levantó en brazos.


La llevó corriendo a la terraza. Paula tardó en darse cuenta de lo que quería hacer.


Y cuando se dio cuenta fue demasiado tarde, porque él ya la había tirado a la piscina.



ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 10




Vestida con aquel atuendo de seda que debía haber costado una fortuna, Paula salió a la terraza.


Se sorprendió ante lo que vio. La mesa estaba puesta. Unas velas ardían en la oscuridad y el aire olía a verano y calor. Y sabía que Pedro lo había preparado para ella.


—¿Quieres beber algo? —le ofreció él.


—No sé si debo… —Paula aceptó la copa.


—No es alcohol. No soy tan estúpido. Aunque debo admitir que te transformas bajo la influencia del alcohol.


—Me ha gustado bailar… —ella se puso colorada.


—Lo he observado. Quiero saber por qué anoche ha sido tu primera salida a un club nocturno. Quiero saber por qué no has ido de compras…


Ella buscó inspiración.


—¿Siempre te gastas todo lo que ganas?


—No… —él sonrió.


—Por eso. No sé por qué crees que el dinero es sólo para ir de tiendas…


—Quizás porque suele ser así para las mujeres. Pero tú me estás enseñando que las mujeres son más complicadas de lo que pensaba —hizo una seña hacia la mesa—. Sentémonos… —dijo él con cortesía, algo nuevo para ella.


—¿Has cocinado tú?


—No exactamente. Debo confesar que la mayoría de los platos los compro preparados.


—Tienen buen aspecto —ella se inclinó y miró uno de los platos—. Jannis también prepara esta comida. Es mi favorita.


—¿Quién es Jannis? —le preguntó Pedro con desconfianza.


—Jannis es tu chef.


—Claro…


—Me ha enseñado a preparar platos griegos. Me gusta…


Le gustaba cocinar, y era estupendo no tener que pensar en el gasto de los ingredientes, pensó ella.


—¿De qué otra manera has estado pasando el tiempo en mi ausencia? —preguntó él.


—He explorado Atenas.


—¿Y? ¿Te ha gustado?


—Es una ciudad fascinante.


—¿Cómo es que no has estado antes en Atenas? Tu abuelo tiene una casa cerca de la mía. Tienes que haber estado allí.


—Yo… No. Sólo lo he visto en su casa de Corfú —tomó la iniciativa y empezó a hacerle preguntas a él—: ¿Y tú? Sé que tienes varias casas.


—Sí, tengo varias casas, ágape mou. Pero un solo hogar. Éste —se quedó callado un momento, mirando el mar—. El hogar es un sitio donde puedes ser tú mismo. Un lugar privado, donde no tienes que darle cuentas a nadie.


—Pero tú eres rico. Tú no tienes que rendir cuentas a nadie…


—Dirijo una empresa muy complicada, que maneja millones de dólares. Y hay días que pareciera que tengo que rendir cuentas al mundo entero. Las decisiones que tomo repercuten en mucha gente, a los empleados, a su vida…


¿Y eso le importaba a él?, se preguntó Paula.


—Mi abuelo ha dejado a mucha gente sin trabajo…


Pedro se puso serio.


—Y esa gente tiene familias y responsabilidades. El echar a la gente es el resultado de una mala organización y de planear mal todo. Si contemplas el futuro puedes anticipar los movimientos del mercado y reaccionar a tiempo. Mi empresa nunca ha tenido que echar gente.


—Sin embargo tienes la misma fama de empresario despiadado que mi abuelo…


—Bueno, no soy blando, ágape mou. Yo recompensó justamente a la gente, y a cambio espero de ellos que trabajen duro. Es una fórmula muy simple.


—He leído que cuando terminaste la universidad no te uniste a la empresa de tu padre —comentó ella.


—No es agradable meterse en el terreno de otro. Yo quería demostrarme que podía valerme por mí mismo.


—¿Y entonces creaste tu propio negocio?


—El negocio de mi padre es muy tradicional —le explicó él—. Yo quería probar otras cosas, así que desarrollé software para ordenadores con un amigo de la universidad y se lo vendimos a empresas. En el primer año hicimos cincuenta millones de dólares de ganancia. Mantuvimos la empresa durante varios años y luego la vendimos. Para entonces yo ya estaba dispuesto a unirme a la empresa de mi padre. Y ya está bien de hablar de mí. Quiero saber de ti. He oído hablar de internados ingleses…


Paula sonrió y se sirvió más comida.


—En realidad, me encantaba.


Había sido el único hogar que había tenido.


—¿Es cierto que estuviste allí desde los siete años?


—Sí.


—Es una edad muy temprana…


Pero ella no había tenido un hogar. Su padre había muerto. 


Su madre estaba gravemente enferma. Y su abuelo la había desheredado.


—A mí me gustaba…


—¿Nunca te has sentido tentada de vivir con tu abuelo?


Ella casi se rió.


—Yo me lo pasé bien en el colegio.


—¿Y luego fuiste a la universidad directamente?


—Estudié música y francés.


Pedro le sirvió el plato por tercera vez.


—Tienes mucho apetito… —sonrió él.


Ella estuvo tentada de decir que nunca había visto tanta comida en su vida, pero se reprimió a tiempo.


—Me encanta la comida griega —sonrió ella.


—Me alegro de que te guste —respondió él.


Se echó hacia atrás y le hizo preguntas acerca de sus cursos de música y cuando ella terminó de comer le sugirió:
—Quiero que toques el piano, pethi mou. Un concierto para mí solo…


Se miraron un momento, y ella se olvidó del piano. El deseo la envolvió con un calor intenso.


Pedro asintió como si comprendiera y le dijo:
—Más tarde. Ahora quiero que toques para mí.


Paula se sentó al piano. Se quedó mirando las teclas un momento.


Y luego empezó a tocar. Primero Chopin, luego Mozart, Beethoven y finalmente Rachmaninov. Sus dedos volaban sobre el teclado. Hasta que la pieza final terminó y sus manos cayeron en su regazo.


Siguió el silencio.


—Ha sido impresionante, de verdad. No sabía que tocabas tan bien. ¿Cómo es que no ganas millones en recitales públicos?


—No soy famosa…


—Pero podrías serlo…


—No lo creo… —ella desvió la mirada, incómoda y contenta de que a él le hubiera gustado su interpretación.


—Has terminado tus estudios, ¿y ahora qué? ¿Qué planes tenías antes de aceptar este matrimonio?


—No lo había pensado…


—Tu abuelo no me comentó nada sobre tu talento…


Paula apretó los dedos.


—No creo que mi abuelo esté interesado en la música.


—Me encanta como tocas —le dijo Pedro seductoramente, haciéndola poner de pie y agarrándole la cara con las manos—. Eres muy apasionada y sensible… Y eso te hace muy excitante en la cama.


Pedro… —ella se puso colorada.


—Y me encanta que te pongas colorada tan fácilmente —murmuró Pedro bajando la cabeza y besándola.


Fue un beso que la excitó de los pies a la cabeza. Paula gimió y se apretó contra él. Pedro le susurró algo en griego y la levantó en brazos.


Siempre lo hacía, pensó ella, mareada aún del beso y con los miembros temblando de deseo.


Pedro la dejó en medio de la cama.


—Nunca me sacio de ti —gimió él, bajándole los tirantes del vestido y dándole un ardiente beso en el hombro—. No nos vamos a ir de esta isla hasta que por lo menos pueda estar en una reunión de negocios sin pensar en ti.


Ella recordó que se había dicho que no lo iba a dejar hacer aquello otra vez. Pero los dedos maestros de Pedro la desnudaron y su boca acarició uno de sus pezones, y Paula se olvidó de todo, entregada a aquel placer tan intenso, mientras susurraba su nombre.


—Ninguna mujer me ha excitado tanto como tú —dijo él mientras acariciaba su cuerpo—. Es muy difícil refrenarse…


—Entonces, no lo hagas…


—No quiero hacerte daño…


Ella cerró los ojos, tratando de controlar el deseo. Pero su cuerpo se derretía por él.


Pedro, por favor…


Pedro hizo un sonido gutural y giró con ella hasta ponerla debajo con un suave movimiento. Él se colocó entre sus piernas antes de volver a besarla y la hizo suya.


Ella sintió un calor dentro. Lo sintió fuerte y profundamente.


Gimió, abandonada a aquella sensación; y él la acalló nuevamente con su boca.


El se adentró en ella con poderosos empujes. Hasta que ambos llegaron al punto más alto del placer y se desmoronaron.


Después de hacerlo, Paula se quedó con los ojos cerrados, esperando que él la soltara. Pero no lo hizo. Rodó con ella y la puso encima. Le acarició el cabello despeinado, y lo apartó de sus mejillas encendidas.


—Ha sido increíble… —comentó, mirándole la cara—. Eres increíble. Podemos hacer que este matrimonio funcione, Paula.


Ella tragó saliva.


—¿Por qué el sexo es bueno?


—No sólo por eso, pero por supuesto ésa es una razón. Cada vez descubro más cosas de ti. Y me gustan…


Consumida por la culpa, Paula quiso apartarse de él, pero Pedro no la dejó.


—No, esta vez no voy a marcharme. Ni te diré nada horrible. Vamos a pasar la noche juntos. En la misma cama. Pienso que los niños se merecen padres felices juntos —le dio un beso suave en la boca—. Y yo creo que nosotros podemos ser felices juntos.


Ella volvió a sentirse culpable. No podía darle hijos, y cuando él lo supiera… ¿Cómo podía decírselo?


—Crees que soy una mujer interesada en tu dinero…


—Al menos, has sido sincera en eso. Yo respeto la sinceridad. Y lo que compartimos en la cama no tiene nada que ver con el dinero, ágape mou…


Paula cerró los ojos, aterrada con la idea de que él descubriese la verdad.


Pero, ¿tenía que enterarse? Al fin y al cabo, no era la primera mujer que no podía tener hijos. Quizás no se enterase de que ella lo había sabido siempre



ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 9




—Estaban volando sobre el mar.


¿Grecia no era más que mar?, se preguntó ella.


—Puedes abrir los ojos —le dijo él—. Aterrizaremos en menos de cinco minutos.


Paula siguió con los ojos cerrados. No estaba interesada en el paisaje. El mar la aterraba.


—¡Dios mío! ¡Estás blanca como una hoja! ¿Es esto consecuencia de la noche pasada también?


Ella no podía hablar, por la lucha interna que tenía con el miedo al mar.


Hubo un momento de silencio, y luego unos dedos le agarraron la mano fría.


—Ahora recuerdo que el día que te conocí estabas igual de pálida. No sabía que te daba tanto miedo volar… Perdóname, la próxima vez iremos en barco. El viaje se hace más largo, pero será más cómodo para ti.


Ella se sorprendió porque Pedro parecía sensible a sus sentimientos.


¿Debería confesarle que lo que le daba miedo era el agua y no volar?


—No me mires así. Todos tenemos una debilidad. Es casi un alivio saber que tienes algo que no sea codicia. Puedes relajarte ahora. Hemos aterrizado. Bienvenida a mi escondite.


Paula recordó lo cerca que estaba el helipuerto de la isla del mar y sintió pánico.


—Sigues muy pálida. Deberías acostarte un rato antes de cenar. ¿O prefieres nadar?


—Quizás más tarde —ella no supo qué decir.


—Después de unos días en Atenas la gente no puede resistir la tentación de zambullirse en el mar —la miró—. Pero hay tiempo de sobra. No tengo prisa en volver a la ciudad.


Paula disimuló su sorpresa al oírlo.


¿Cuánto tiempo pensaba quedarse?


—Estás muy tensa, y el objetivo de este viaje es que te relajes. Aquí no hay otra cosa que hacer que relajarse. Aunque debes estar cansada después de anoche.


Ella lo miró, confundida. ¿Por qué era amable con ella?, se preguntó.


—Estoy cansada. Tienes razón.


—Échate un rato antes de cenar…


Entraron en la mansión y Paula miró, impresionada a su alrededor. La primera vez que había estado allí, no había entrado en la casa.


—Es hermosa…


—La diseñó mi primo. Tiene un negocio de decoración de interiores. También es responsable de los cuadros.


—¡Tiene mucho talento! —descubrió un piano y exclamó—: ¡Oh!


—¿Tocas el piano? —le preguntó él siguiendo la dirección de su mirada.


—Sí —Paula se acercó—al piano y lo acarició.


—Siéntete como en tu casa —le dijo Pedro haciéndole un gesto hacia el instrumento.


Ella se puso colorada.


—No… Yo no… Bueno…


—¿Qué no qué? ¿Qué no quieres que sepa nada de ti? ¿Es eso lo que te ha dicho tu abuelo que hagas? ¿Qué escondas la persona que eres?


Ella lo miró, consternada.


—Yo…


—Estamos casados ahora. El acuerdo está firmado y sellado. Nada de lo que digas o hagas cambiará eso. Es hora de que te relajes y seas tú misma.


—Soy yo misma.


—No. Vuelves a ser la versión callada de ti misma. Anoche, tuve la impresión de que he tenido un atisbo de la persona que eres realmente.


—Bebí demasiado…


—Y claramente eso bajó tus inhibiciones como para revelar tu verdadera personalidad —dijo él con simpatía—. He descubierto anoche que mi gatita tiene uñas.


—Me irritaste —dijo ella, poniéndose colorada.


—Un lapsus que no volverá a suceder —Sebastien Pedrotiró de ella y la abrazó—. He descubierto que mi esposa tiene personalidad, algo que creo que ha ocultado por obedecer las órdenes de su abuelo.


—Yo… —Paula tragó saliva.


—Desde ahora en adelante, quiero que seas tú misma —le ordenó—. Quiero saber todo sobre ti. Sin secretos.


Paula cerró los ojos. Él aún pensaba que su madre estaba muerta, que había muerto con su padre… Y que su abuelo la quería…


Si se enteraba de cuánto le había mentido, se pondría furioso.


En algún momento se enteraría, y ella temía su ira.


—Necesito echarme un rato…


—No volverás a beber… —prometió Pedro.


La llevó al dormitorio principal.


Era tan impresionante como todo lo demás.


—Es fabuloso… —comentó Paula.


Y era muy silencioso.


—¿Dónde están los demás?


—¿Los demás? —repitió él.


—Tú generalmente tienes empleados…


—Éste es mi refugio. No lo sería si lo llenase de empleados, ¿no crees? Aquí vengo a olvidarme de mis responsabilidades de empresario.


Ella lo miró.


—¿Estamos solos aquí?



—Solos completamente.


Ella se dio cuenta de su tono sensual. Recordó que la pasada noche había estado coqueteando con otra mujer y levantó la barbilla, en un gesto desafiante.


—¿Quién cocina, entonces?


—A veces yo, a veces otros… Un barco trae productos frescos todos los días, y hay huerta en la mansión.


—¿Cocinas tú? —ella se quedó con la boca abierta—. Si los hombres griegos no cocinan nunca…


—Suelo venir aquí solo, así que tenía que aprender a cocinar o me moría de hambre…


Paula lo miró, confundida, pensando que tal vez no lo conocía bien. Pero no era de extrañar, llevaban poco tiempo juntos. Y no habían compartido casi nada, ni una comida, aparte de la cama.


Pedro se acercó a las puertas de cristal y las abrió.


—Descansa un rato. Yo estaré en la terraza, si necesitas algo.


Paula esperó a que se marchase para desvestirse.


Se acostó en ropa interior. Tenía sueño. Su cabeza aún le dolía por la falta de sueño y el alcohol.


Se quedó dormida.


Cuando se despertó se sintió culpable. ¿Cuánto había dormido? Mucho.


Pedro no estaba por allí.


Se levantó y buscó los vaqueros.


—Los he tirado —le dijo una voz masculina.


—¡Me has asustado! —Paula se tapó rápidamente con la sábana.


—No estamos más que nosotros en la isla, ¿por qué te asustas? Y no hace falta que muestres ese pudor, ágape mou. No me importa que andes desnuda.


—Bueno, a mí, sí me importa. ¿Y qué quieres decir con que has tirado mis vaqueros? Me has dicho que no traiga equipaje. La única ropa que tengo es la que tenía puesta antes.


—No los vas a volver a usar —le dijo él. Se había puesto unos pantalones de lino, y tenía las mangas de la camisa enrolladas por encima de los brazos cubiertos de oscuro vello—. Como parece que no te has comprado nada para usar en clima caluroso, me he tomado la libertad de comprarte un ropero adecuado.


—¿Un ropero? —preguntó ella agarrándose a la sábana.


Él sabía que ella no se había comprado nada; y no era estúpido.


—No estás acostumbrada a ir de compras, ¿verdad? —Pedro fue al cuarto ropero y volvió con una túnica de seda azul—. Algo extraño en alguien que necesita una suma de dinero tan grande para mantener su estilo de vida.


Paula se quedó helada. Y no se le ocurrió nada que decir.


—Vístete —le ordenó él—. Luego ven a la terraza. Cenaremos y charlaremos.


Paula sintió un escalofrío ante la idea de charlar con él.


Tocó el bonito vestido.


De pronto, Pedro parecía dispuesto a conocerla, y eso sería un problema para ella.


Pedro esperó a su esposa en la terraza, mirando la piscina. 


Evidentemente, su esposa tenía personalidad. Era la primera vez que se sentía confundido por una mujer. Ella se salía totalmente del patrón.


Su reacción ante la ropa de diseño que le había comprado para ir al club nocturno había sido la de una persona que nunca se hubiera puesto algo así. Ninguna mujer de las que había conocido había reaccionado con semejante entusiasmo. Paula había reaccionado como una criatura que descubre el placer de vestirse y arreglarse. Lo desconcertaba con aquellas reacciones tan poco propias de la heredera de Chaves.


Y también estaba un poco sorprendido de su reacción con ella. Nunca se había sentido tan descontrolado con una mujer. Parecía no poder saciarse de ella sexualmente, algo extraño en él, que terminaba aburriéndose fácilmente de sus acompañantes femeninas.


Y la noche del club nocturno, había tenido que controlarse para no darle un puñetazo al hombre que se había puesto a bailar con ella.


Su cuerpo se incendiaba con sólo recordarla… Y tenía un sorprendente sentimiento posesivo hacia ella.