miércoles, 12 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 9





Entro siguiéndola y cerró la puerta tras de sí. En el suelo había una colorida alfombra en naranjas, rojos y azules que hacían juego con los almohadones y con un cuadro de la propia Paula.


Había creado un espacio acogedor, tan alegre y vibrante como ella. Pedro deseó sentarse en el sofá y quedarse allí, entre los objetos que la representaban… Como si, haciéndolo, fuera a satisfacer un anhelo de pertenencia.


Aquel pensamiento lo sacudió con todavía más fuerza que todos lo que había tenido sobre Paula, que ya eran suficientemente confusos y desconcertantes. Fue tan sorprendente, que se quedó paralizado en mitad de la habitación.


Debía marcharse.


Quería quedarse.


¿Desde cuándo tenías sentimientos como los que le asaltaban aquellos días? Nunca había habido en él un ápice de sentimentalismo.


Quería a Luciano y a Alex, de eso no había ninguna duda, pero eso era todo. Su incapacidad para mantener una relación con su padre le había enseñado cuáles eran sus límites. Nunca había superado su autismo. Con Alex y Luciano las cosas habían sido distintas, pero eso era porque se habían unido para superar sus demonios juntos.


Respecto a Paula, ni siquiera estaba preparado para sentirse atraído hacia ella. Él no tenía interés en mantener una relación, y ella se merecía un hombre dispuesto a entregarse.


«Por eso mismo, despídete y vete. Hazlo antes de que no puedas resistir la tentación».


—Muchas gracias —dijo ella.


—Debería marcharme —dijo él simultáneamente.


Paula lo miró con aquellos increíbles ojos azules que le hacían pensar en el azul del cielo un día de verano.


Tampoco tenía nada de malo admirarla por su belleza. ¿O sí? Pedro no tenía respuestas, y no conseguía obligar a sus pies a que se dirigieran a la puerta de salida. Así que sacó un tema sobre el que quería tener respuestas.


—Tu familia no se ha interesado por ti —quizá Paula no quería hablar de ello, pero él lo necesitaba. Alargó la mano y acarició el dorso de su mano. Su piel era delicada como el pétalo de una rosa. Ya era demasiado tarde para arrepentirse de haberla tocado—. Tus padres podían haber hecho un esfuerzo por hacer algo que te gustara.


—Quieren que me parezca más a ellos, pero… Aunque lo he intentado, no lo consigo —Paula suspiró—. A pesar de todo, los quiero mucho. No intentan hacerme daño a propósito —hizo un ademán con la mano como quitándole importancia—. En cualquier caso, gracias por haberme acompañado.


—De nada —tenía que marcharse. Fue hasta la puerta. Tras abrirla y mascullar—: Echa la llave cuando me vaya —salió. Luego se quedó al otro lado, esperando a oír el ruido de la llave y por fin se marchó.


Lo que él pensara sobre la familia de Paula o sobre lo que había ocurrido aquella noche en casa de sus padres daba lo mismo. No tenía nada que ofrecer, y menos a una mujer como ella.


Eso sí que no debía olvidarlo.




EL ANILLO: CAPITULO 8




—¡Concéntrate, Paula! —el tono de voz de Eloisa Chaves dirigiéndose a su hija irritó a Pedro.


—Estoy seguro de que quiere reflexionar antes de contestar la pregunta del juego —dijo, haciendo un esfuerzo sobrehumano para parecer educado y no perder los nervios.


Habría querido marcharse y llevarse a Paula consigo. La actitud crítica de su madre con Paula era sutil y disimulada, mucho peor que si se tratara de una actitud abiertamente hostil a la que Paula pudiera enfrentarse de la misma manera. Tal y como se producía, impedía que le planteara quejas a su madre sin que ésta pudiera acusarla de exagerar o de convertir en problema lo que no lo era. Pedro intuía que Eloisa Chaves debía ser una maestra diciendo cosas por el estilo.


Era miércoles por la noche, algo más de una semana desde que Paula había empezado a trabajar para él, y estaban en la cena a la que ella se había referido como una reunión forzada, y a la que Pedro se había invitado.


Tenía que admitir que aunque lo había hecho como jefe, había habido en ello un componente de curiosidad personal por conocer a su familia. 


O tal vez había sentido ganas de estar cerca de una familia en la que había padres…


«Hace mucho que no los echas de menos, Alfonso».


Su padre le había facilitado esa labor.


Fuera cual fuese el motivo de su deseo de conocer a la familia de Paula, la respuesta a su curiosidad era que no tenía nada que ver con lo que había anticipado.


Paula era dulce y amable, y él había asumido que su familia también lo era. Sin embargo, se trataba de gente racional, crítica, práctica y fría… No parecían tener alma.


Ni siquiera se parecían físicamente a Paula. Su madre y sus hermanas eran menudas y frágiles. 


Nada que ver con ella, que era alta y vibrante. 


Su padre era un hombre corriente tanto en su físico como en su personalidad. Evidentemente, la belleza interior de Paula había surgido en ella a pesar de su familia.


Paula miró la carta que tenía en la mano. Estaban jugando un juego particularmente estúpido, en opinión de Pedro. Había ocho personas en torno a la mesa: la familia de Paula, ellos dos y otra pareja.


Paula lo miró de reojo antes de forzar la misma sonrisa que llevaba practicando toda la velada.


—Lo siento, pero no sé la respuesta, mamá. Voy a tener que pasar.


—Seguro que la sabes —su padre, Alberto Chaves, la miró con irritación—. Todas las preguntas de este juego se pueden responder.


—Si a uno le gustan los documentales, puede que sí —dijo Pedro, rozando involuntariamente la rodilla de Paula con la suya al cambiar de postura.


La corriente que lo sacudió lo tomó por sorpresa. 


¿No había decidido no pensar en Paula de aquella manera? ¿Por qué no lo estaba consiguiendo?


«Has pensado en ella como mujer desde el primer minuto. Lo más que puedes hacer es intentar evitarlo».


Y eso era lo que tenía que hacer. Seguir esforzándose. Porque Paula despertaba en él sentimientos que llevaba décadas intentando reprimir, y que deseaba mantener bajo llave.


—Lo siento, papá, pero no puedo contestar —Paula se encogió de hombros e indicó que era el turno del siguiente jugador, pero habló como si le faltara el aliento.


Y una vez más, Pedro reaccionó con más intensidad de la que hubiera querido.


El juego concluyó y él se puso en pie. Quizá no tenía todas las respuestas, pero sabía cuándo había alcanzado su límite. Y estaba seguro de que Paula también había alcanzado el suyo.


—Me alegro mucho de haberos conocido, pero estamos lejos de casa y será mejor que nos marchemos.


Cuando salieron al exterior, Pedro respiró el frío aire de la noche y al pensar en Luciano y en Alex se sintió muy afortunado. Tener una familia elegida en lugar de una biológica representaba, en su caso, una bendición. Ese pensamiento le aclaró las ideas, lo que a su vez contribuyó a que supiera cómo ocuparse de Paula: como un compañero de trabajo que la admiraba como tal…


De camino a casa de Paula, la entretuvo charlando de asuntos triviales con la esperanza de hacerle olvidar la desagradable velada, y de paso olvidar cuánto había deseado tomarla en sus brazos y besarla para compensar por lo mal que la trataban. Pero ese deseo no era nada profesional.


—¿Qué demonios les pasa? No parece que… —preguntó, expresando en alto sus pensamientos involuntariamente.


—Me alegro de que hayas conocido a mi familia, y de que ellos hayan podido hablar contigo un poco del trabajo que hago —Paula habló como si no le hubiera oído, en un tono falsamente animado y como si le faltara el aliento, tal y como había sucedido cuando sus rodillas se habían rozado—. Espero que haya servido para que mis proyectos les resulten algo más aceptables.


¿Un poco más aceptables? Su familia le hacía sentir como un ser raro cuando era una persona excepcional. Pedro intuía que no era un fenómeno nuevo, sino algo que llevaba soportando una parte considerable de su vida, lo que a su vez le hizo sentir más cerca de ella.


Aparcó delante de la urbanización de Paula, le abrió la puerta y la ayudó a bajar.
—Tienes un buen trabajo dentro de tu campo profesional. Eso debería bastar para que tu familia se sintiera orgullosa de ti.


—Gracias… Puede que lo estén —dijo ella, pero se notó que hizo un esfuerzo consciente por transmitir una seguridad que no sentía. Luego sonrió antes de añadir—: Prometo devolverte el favor sirviéndote de apoyo el día de la entrega de premios.


—Tu compañía bastará —dijo Pedro—. Déjame acompañarte hasta la puerta.


Debía asegurarse de que llegaba a su piso con seguridad y marcharse, en lugar de permanecer allí, de pie, halando de vaguedades y deseando que pasaran cosas que no sabía definir, pero que tenían que ver con proximidad, consuelo y bienestar.


¿Qué le estaba pasando? ¿De dónde salían esos pensamientos?


Cuando llegaron a su casa, Paula metió la llave en la cerradura y se volvió hacia Pedro.


—Espero que no te hayan hecho preguntas indiscretas sobre tu negocio mientras he estado fregando los platos.


Pedro metió las manos en los bolsillos y las sacó. Fruncía el ceño.


—No, no han sido particularmente indiscretos.


Paula pareció sentirse aliviada.


—¿Quieres un café antes de irte?


—No, gracias, pero quiero entrar contigo —tenía que asegurarse de que la dejaba sana y salva en su piso. No era más que pura cortesía.



EL ANILLO: CAPITULO 7




—O llegamos hoy a un acuerdo con la señora Fuller o abandonamos el proyecto. Tengo una docena esperando, así que en algún momento voy a tener que valorar qué le interesa más a la compañía —comentó Pedro a Paula mientras esperaban en el impecable salón de la acaudalada señora Fuller.


Llevaban veinte minutos esperando y su anfitriona no se había dignado a aparecer.


—Tienes razón. Está haciéndote perder el tiempo. Es una grosera —dijo Paula, que trataba de convencerse de que no tenía nada de malo sentir el impulso de proteger a su jefe.


En ese momento se abrió la puerta corredera y entró una sirvienta con el té. Rose Fuller la seguía.


—Gracias, Lilly. Puedes servir el té y marcharte —dijo, haciendo un ademán con su delgada mano hacia la criada antes de volverse a sus invitados—. Veo que ha traído una ayudante, señor Alfonso.


Por cómo lo dijo, sólo le faltó haber añadido: «insignificante».


—Señora Fuller, le presento a mi diseñadora gráfica, Paula Chaves. Estábamos a punto de marcharnos, pero ya que finalmente ha venido, veremos qué podemos hacer en el poco tiempo que nos queda disponible —dijo Pedro con el grado perfecto de frialdad.


Se puso en pie para estrechar la mano de la mujer y se echó a un lado para dejar paso a Paula.


—Paula, te presento a la señora Rose Fuller.


El rostro y el nombre, que le habían resultado familiares, se concretaron cuando Paula recibió una estudiada sonrisa acompañada de una mano que estrechaba la suya blandamente. 


«Casada con un político. Muy ambiciosa. Los medios de comunicación se han hecho eco de su ascenso social».


—Me alegro de conocerla, señora Fuller. He estado estudiando el proyecto que Pedro ha diseñado para usted —Paula sacaba a la señora Fuller una cabeza. En la coqueta sala, mientras la doncella servía el té en unas traslúcidas tazas de porcelana, Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sentirse como una gigante, y en consecuencia, como la antítesis de la femineidad, a pesar de que ser alta y no ser femenina, por mucho que su madre hubiera insistido en lo contrario, no tenían por qué ser sinónimos—. Debe de estar encantada de contar con Pedro. Es el mejor paisajista de la ciudad.


—Ya sé que el señor Alfonso tiene una buena reputación, aunque es muy esquivo cuando intento verlo fuera de su horario de trabajo.


—Lamento no haber aceptado su invitación a cenar, señora Fuller —dijo Pedro con una sonrisa forzada—. Leí la crónica al día siguiente en el periódico.


—Sí, fue todo un éxito —dijo la señora Fuller, entusiasmada. Luego retomó el tema del jardín—. Temo no poder tomar una decisión sobre los proyectos que me ha presentado. Mi marido es muy exigente y quiere que la casa sea un reflejo de nuestro estilo de vida y que sirva a sus necesidades profesionales y sociales —hizo un gesto para indicar que tomaran asiento y esperó a que la doncella sirviera el té y repartiera las tazas.


—Es muy comprensible —Paula se volvió hacia la vista que se contemplaba a través de la puerta de cristal que daba al jardín.


La casa estaba en un alto y el terreno descendía en una suave pendiente hacia la costa de Sidney. Aquella vista, una vez se llevara a cabo el proyecto, sería perfecta para el cuadro… si es que conseguían que la señora Fuller tomara una decisión.


—Señora Fuller, usted ya ha dejado claro lo que quiere. Ahora ha llegado el momento de que confíe en que nosotros podemos llevarlo a cabo —Pedro dejó la taza de té en la mesa sin probarlo, y apretó los puños sobre los muslos.


Paula decidió intervenir.


—Por otro lado, señora Fuller, puede usted ser una de nuestros primeros clientes en contar con una novedad: la entrega de una obra de arte a la conclusión del proyecto. Pienso que su casa se merece un lienzo de dos metros por uno. Pero si usted no puede decidirse, tendremos que atender a otros clientes. Tiene que comprender que mi jefe está muy solicitado, y que mis obras, con las que he ganado numerosos premios, son muy apreciadas.


—Me parece un cuadro muy grande… No sabía que… ¿Qué premios ha ganado? —preguntó la mujer con un súbito interés.


Paula, sólo porque quería que Pedro consiguiera el trabajo, le proporcionó detalles de su prestigioso currículo.


—Ahora recuerdo… —la señora Fuller irguió la espalda aún más—. ¿Así que usted es esa Paula Chaves? Uno de los cuadros era un paisaje…


—Sí. El paisaje es uno de mis temas favoritos —Paula, consciente de que estaba ganando terreno, siguió presionando—. A estas alturas, tenemos una idea muy clara de lo que necesita, señora Fuller. Ha repasado todos los detalles con mi jefe, y él los ha comentado conmigo en profundidad. Ha llegado el momento de que se desentienda de un asunto tan tedioso para poder dedicarse a sus muchas obligaciones: su marido, sus compromisos sociales…


Paula creyó oír a Pedro carraspear para ocultar una risa sarcástica, pero al volverse a él, vio que mantenía un gesto impasible.


—Para nosotros sería un placer liberarla del peso de seguir tomando decisiones —intervino Pedro con extrema amabilidad—. Sólo tiene que olvidarse y esperar a disfrutar de su jardín una vez esté acabado. Personalmente, sigo pensando que el proyecto inicial es el que más se adecúa a sus necesidades.


Charlaron, o mejor, Pedro continuó hablando en tono confiado y firme mientras la señora Fuller intentaba, ocasionalmente, señalar detalles con los que no llegaba a estar de acuerdo, pero respecto a los que Paula no tardaba en convencerla. Mientras tanto, Paula bebía té.


Finalmente, después de haber repasado el proyecto de principio a fin, Pedro se inclinó hacia adelante en su asiento.


—Bien, señora Fuller, ahora la decisión es suya: ¿tenemos un plan de trabajo que nos satisfaga a ambos, o lo olvidamos todo y cortamos nuestra relación en este momento?


—Quiero que lleve a cabo el proyecto tal y como lo diseñó originalmente y que me hagan un cuadro —la señora Fuller dejó la taza en el plato—. No entiendo por qué no me explicó todo esto en nuestra primera cita.


Se produjo un breve pero tenso silencio.


Paula no fue consciente de que se movía hasta que se dio cuenta de que estaba de pie. Pedro le susurró al oído:
—Recuerda que el cliente siempre tiene razón —se había puesto en pie a la vez que ella y le había susurrado mientras sonreía a la señora Fuller.


Paula se mordió la lengua y contuvo las palabras que habían estado a punto de escapar de su boca, acusando a la señora Fuller de maleducada. Pero se dio cuenta de que era absurdo pretender educarla. Bastaba con que Pedro hubiera alcanzado su objetivo.


Tras despedirse de su anfitriona, dejaron la casa. Pedro abrió la puerta de la furgoneta para Paula y luego se sentó tras el volante.


—Tienes unas habilidades sociales extraordinarias, Paula —dijo con una sonrisa que hizo brillar sus ojos—. Has sido de gran ayuda.


—No he tenido que hacer nada. La señora Fuller tenía que haberse dado cuenta desde el principio de que el proyecto es magnífico —Paula quitó importancia a su papel al tiempo que intentaba hacer lo mismo con su enfado—. Pero al final ha salido bien, y estoy segura de que a pesar de las dificultades iniciales, la señora Fuller acabará diciendo maravillas del trabajo y poniéndote por las nubes —aun a su pesar, no pudo evitar añadir—: Me ha parecido una grosería lo poco que valora tu tiempo y su insinuación de que tú eres el culpable de que llevéis semanas dándole vueltas al proyecto.


Pedro rió.


—Ya me he dado cuenta, y agradezco que te preocupes por mí —arrancó el coche—. Has sido muy diplomática con la señora Fuller. Con esa habilidad serías capaz de doblegar a toda la gente que acude cada año a los Premios de Paisajismo.


—Tú no sueles faltar —las palabras escaparon de la boca de Paula irreflexivamente—. Bueno, supongo que acudes a los actos que te da la gana…


—Y protejo mi privacidad el resto del tiempo —dijo él en tono firme.


—Los premios Deltran de paisajismo son muy prestigiosos.


—Sí, y este año estoy nominado a uno de ellos —Pedro la miró de soslayo—. Me gustaría que acudieras conmigo a la ceremonia. Así podría presentarte como el nuevo fichaje de la compañía.


—Iré encantada —Paula contestó espontáneamente.


Tenía que reconocer que la idea de pasar una tarde con Pedro le resultaba peligrosamente atractiva, y sabía que no debía tener ese tipo de sentimientos.


—Pues apúntalo como una cita —en cuanto Pedro pronunció aquellas palabras, frunció el ceño y tamborileó con los dedos sobre el volante—… de tipo profesional, claro está. Creo que es un acontecimiento que la compañía no debe perderse.


Y por eso convenía que ella acudiera con su jefe.


—Quizá debía enfocar de la misma manera una cena a la que mi madre me ha obligado a acudir —dijo Paula aprovechando la leve similitud en las circunstancias para cambiar de tema—. Debería cubrirme las espaldas y llevar un acompañante.


—Por lo que dices, acudes por obligación —comentó él en tono de sorpresa.


Era evidente que mantenía una buena relación con sus hermanos. Todo lo contrario a ella, que formaba parte de una familia que la consideraba «rara» y «distinta» a los demás. Y eso que la familia de Pedro sí que era peculiar.


—Bueno…, aunque vaya por obligación puede que acabe divirtiéndome —dijo con escepticismo.


Pedro aparcó delante de la oficina y se volvió hacia Paula.


—Hagamos un trato: tú me acompañas a la celebración de los premios y yo te acompaño a la cena. ¿Cuándo es?


Paula creyó haber oído mal.


—Gra-gracias. Será un honor —balbuceó los detalles del encuentro mientras bajaban de la furgoneta y entraban en el edificio.


Pedro pareció tensarse y Paula temió que se hubiera arrepentido de la oferta.


—Si no puedes…


—Será una buena oportunidad para conocer a tu familia —Pedro tomó el correo de encima de su escritorio y lo ojeó—. Tengo la intención de que trabajes para nosotros mucho tiempo, así que lo lógico es que conozca a tu familia.


—Claro que sí. Será estupendo.


Y lo era. Maravilloso, y práctico, y además, no tenía por qué significar nada. Ya era bastante que fuera a disfrutar de la compañía de su jefe y de que éste conociera a su familia. No tenía por qué pensar en segundas intenciones.


«Puede ser la oportunidad de que mis hermanas y mis padres vean que tengo un trabajo serio y no un capricho artístico, como dijo mi madre cuando le anuncié que había conseguido el trabajo».


Y además, comprobarían que lo hacía bien. 


Habían pasado pocos días, pero Pedro parecía satisfecho con su trabajo. Había llegado el momento de que su familia comprendiera que era capaz de tomar decisiones acertadas y de que podía tener éxito.


En cuanto a las dificultades que estaba encontrando para ignorar a Pedro como hombre… Tendría que conseguirlo.


Tras despedirse, fue a su despacho para seguir trabajando.