viernes, 20 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 9




El rechazo ante la arrogante afirmación de él fue como un grito en su cabeza. Había abierto la boca para dejarlo salir por sus labios cuando una tardía corriente de sentido común le impidió hacerlo. Recuperando un poco de control, se forzó en mirarlo a la cara y logró mantenerse calmada a pesar de la burla que reflejaban sus ojos.


—También dije que no quería que me atacaran…


—Ambos sabemos que yo no te estaba atacando. Jamás he atacado a una mujer y desde luego que no era lo que estaba haciendo. En realidad, tú estabas disfrutando…


—¡Eso no es cierto! —contestó Paula, preguntándose a sí misma por qué no podía mantener la boca cerrada. Se estaba delatando con cada cosa que decía.


El no creía ni una palabra de las que ella decía: la escéptica expresión de su bella cara y la manera tan cínica con la que levantó una ceja lo dejaron claro.


—Me alivió que me soltaras el pelo… con aquel moño me sentía como si me lo estuvieran arrancando de raíz. Y tú fuiste lo suficientemente amable como para ayudarme… —logró decir ella—. Y… obviamente fue un alivio…


—Obviamente —confirmó Pedro de manera irónica.


A continuación volvió a guardar silencio y esperó a que ella dijera algo más. Pero no había nada que Paula pudiera decir, nada que no la condenara aún más ni que no la hiciera parecer más tonta de lo que claramente él pensaba que era.


—Y eso es todo.


—Desde luego —respondió él, dejando claro con la manera en la que arrastró las palabras que no creía en absoluto que aquello fuera todo.


—Cualquier otra cosa está sólo dentro de tu imaginación.


La manera en la que Pedro inclinó la cabeza en lo que parecía un gesto de concesión, pero que en realidad era todo lo contrario, fue el colmo. Paula pensó que no podía permanecer allí sentada durante más tiempo viendo la diversión que reflejaban los ojos de él y escuchando la burla que su voz no podía ocultar.


—Y ahora me gustaría regresar al hotel —dijo, tratando de levantarse.


Pero se había olvidado de la manera en la que le habían dolido los pies. La dolorosa presión que sus zapatos hablan ejercido sobre éstos había sido la razón por la cual se había quedado descalza nada más sentarse. Pero se le habían hinchado los pies y, al tratar de levantarse, éstos le dolieron aún más. No pudo evitar emitir un grito de aflicción al sentir cómo el dolor le recorría los pies. Tuvo que cerrar los ojos.


—¿Qué…? —comenzó a preguntar Pedro, levantándose de inmediato y sujetándola—. ¿Qué ocurre?


—Mis pies… —contestó ella, abriendo los ojos.


Aquello fue todo lo que logró decir. Miró a Pedro a la cara y vio en ésta reflejada lo que parecía una sincera preocupación.


—¿Tus pies? —dijo él, mirando hacia abajo y aparentemente percatándose por primera vez de que ella estaba descalza—. Vuelve a sentarte.


Entonces la ayudó a sentarse de nuevo y Paula suspiró, aliviada.


—Déjame ver… —ordenó Pedro, poniéndose de rodillas delante de ella. Le tomó los pies y los colocó en una posición adecuada para que les diera la luz.


Con el corazón acelerado, Paula sintió cómo le acariciaba su dolorida y amoratada piel.


—¡Madre de Dios! —exclamó él—. ¿Qué ha ocurrido aquí?


El cambio de humor de Pedro fue tan repentino que ella levantó la cabeza de inmediato.


—Mis zapatos… —contestó, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos.


—¡Tus zapatos! —espetó Pedro sin ninguna amabilidad. Parecía estar muy enfadado, incluso consternado—. Te pones zapatos que le hacen esto a tus pies.


Parpadeando, Paula miró el pie que él estaba sujetando en alto para que ella lo viera. Las ampollas eran mucho peores de lo que había esperado. Tenía parte del pie en carne viva y algunas de las ampollas se le habían reventado.


—No me había dado cuenta de que los tenía tan mal.


Pero Pedro no estaba escuchando. En vez de ello había agarrado los zapatos y los estaba observando con el ceño fruncido. Con lo delicados que éstos parecían, resultaba casi imposible creer que hubieran podido hacerle tanto daño.


—¿Qué demonios te poseyó para decidir llevar puestos unos instrumentos de tortura como éstos? Debías haber sabido que te iban a hacer mucho daño.


—No me molestaban cuando me los probé. Pero no estoy acostumbrada a llevar tacones… ni tantas tiras.


En realidad, Paula no había pretendido llevar aquellos zapatos, pero el estrés del día y la sucesión de eventos habían hecho imposible que encontrara unos más cómodos que ponerse.


—Bailaste conmigo… —comentó él.


—Sí, lo hice. Pero…


Paula no sabía adonde quería llegar él con aquello.


—Bailaste conmigo mientras llevabas puestos estos malditos zapatos. Te destrozaste los pies…


—Yo… —comenzó a decir ella.


La verdad era que no se había dado cuenta. En aquellos momentos se había sentido como si hubiera estado bailando en el aire y no había notado ninguna molestia en los pies. Pero admitirlo era dirigirse hacia una trampa, supondría darle a Pedro más munición para las arrogantes suposiciones que había estado haciendo con anterioridad.


—En aquel momento no me dolían. Sólo empezaron a dolerme cuando salí aquí fuera. Creo que andar sobre la hierba, bajar las escaleras…


Pedro no la creyó, desde luego; la expresión de su cara lo dejó claro.


—Ven aquí —ordenó, tendiéndole los brazos.


Cuando ella vaciló, insegura de lo que quería él, Alfonso murmuró algo y se acercó a su cara. El aroma de aquel hombre la embargó, se apoderó de sus sentidos, y sintió cómo un escalofrío le recorrió el cuerpo.


Se preguntó a sí misma qué estaba haciendo Pedro. Trató de emitir la pregunta en alto, pero aunque abrió la boca para hacerlo le fue imposible. Entonces él se agachó aún más y la tomó en brazos. La levantó del banco y la apoyó sobre su pecho.


—¿Qué estás haciendo? —logró preguntar ella, confundida e impresionada. La pasión le recorrió las venas debido a la proximidad de él.


—Te voy a llevar dentro —contestó Pedro. Pareció sorprendido ante el hecho de que ella hubiera tenido que preguntar—. Tal y como tienes los pies, no puedes andar, por lo que ésta es la mejor manera de meterte dentro antes de que te hagas más daño.


—Pero…


—¡Silencio! —ordenó él con dureza—, esto es lo que voy a hacer… no hay más que hablar.






NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 8





Paula levantó la cabeza y lo miró fijamente.


Deliberadamente, él mantuvo su mirada durante unos segundos y se preguntó si ella era consciente de que sus pensamientos eran muy transparentes, que se leían en sus ojos. Paula pensaba que iba a besarla; lo tenía escrito por toda la cara. Pensaba que iba a besarla y, si lo hacía, no se iba a resistir. De hecho, quería que la besara. Lo deseaba tanto que hasta sus labios se había separado en anticipación… Podía besarla en aquel momento y ella no haría nada para detenerlo. Todo lo contrario, le animaría activamente.


Y precisamente aquélla era la razón por la que no iba a hacerlo. Deseaba besarla. Era bastante sorprendente, incluso impresionante, lo mucho que anhelaba hacerlo. Pero no se iba a dejar llevar por aquel deseo. En aquel momento Paula estaba interesada, incluso deseosa, pero él quería que estuviera más que eso. Quería que estuviera ansiosa, entusiasmada… quería que tuviera hambre y necesidad de él. Deseaba tenerla completamente enganchada a él.


Aquella hermana Chaves no se le iba a escapar, no iba a dejarlo plantado en el altar.


—Tienes que quitarte esto… —dijo, acercando su mano al pelo de ella. Comenzó a quitarle las horquillas, las muchas horquillas que llevaba y que sujetaban el moño.


Le quitó una a una con cuidado de no hacerle daño y las fue tirando sobre la hierba que rodeaba la piscina. Aunque aparentemente estaba concentrado en deshacerle el moño, no pudo evitar percatarse de que la expresión de la cara de ella había cambiado. El brillo de sus ojos había desaparecido y algo muy parecido a la decepción se había apoderado de ellos.


Precisamente lo que él había estado buscando.


Al ir quitándole las horquillas, se percató de lo suave que tenía el pelo; lo tenía increíblemente sedoso. Cuando por fin le deshizo el moño y el pelo cayó sobre la cara y los hombros de ella, percibió una suave fragancia, una mezcla de un aroma cítrico y un perfume intensamente femenino. De inmediato, sintió cómo la sensualidad se apoderó de su cuerpo al recordar que aquélla era la misma fragancia que había desprendido la piel de Paula mientras habían bailado. 


La sensación que sintió fue tan inesperada, tan poderosa, que por un momento se detuvo y trató de controlar la masculina y primitiva reacción de su cuerpo.


—Me sorprende que no tengas un dolor de cabeza terrible tras haber tenido el pelo peinado en un moño tan tirante durante todo el día —se forzó en comentar con calma mientras le acariciaba el pelo.


—Lo he… tenido —admitió ella—. He estado toda la tarde deseando quitarme las horquillas.


Instintivamente dobló el cuello y presionó el cráneo contra los dedos de él. Agitó la cabeza para sentir la libertad que le ofrecía tener el pelo suelto.


—Me siento mucho mejor.


Pedro mantuvo una lucha consigo mismo para tratar de refrenar la necesidad que sintió de entrelazar los dedos en la melena de Paula, de agarrarla por el pelo y sujetarla en el lugar exacto para besarla a continuación. Pero sí se permitió acariciarle algunos mechones. Se percató de que le quedaba mucho mejor el pelo suelto que el tirante moño que había llevado durante toda la tarde.


—¿Entonces por qué te hiciste ese peinado?


—Oh, fue idea de Petra. Ella planeó todo para esta boda. Quería que fuera perfecta para…


Al dejar Paula de hablar. Pedro se percató de la incertidumbre que reflejaron sus ojos al mirarlo y de cómo se mordió el labio inferior.


—Puedes decir su nombre —dijo—. El mundo no se va a detener porque menciones a tu hermana. Así que todo tenía que ser perfecto para una boda a la que Natalie no iba a presentarse.


—No…


Aquello provocó que Paula se mordiera aún más el labio inferior. Incapaz de contenerse, él le puso un dedo en la boca para que dejara de morderse el labio.


—No hagas eso —ordenó tanto para ella como para él mismo, ya que en cuanto tocó su suave piel deseó acariciarle los labios.


La necesidad de saborearla, de sentir la calidez de su boca en la suya propia se apoderó de él y despertó todos sus sentidos. Quería tomar aquella boca y besarla, besarla hasta que se rindiera ante la pasión que despertaba en ella. Pero se contuvo. Y por la manera en la que Paula frunció el ceño supo que la había provocado.


—No creo que mi hermana pretendiera dejarte plantado en el altar cuando accedió a casarse contigo.


—¿No crees?


—No —contestó ella, sintiendo cómo las manos de Pedro continuaban acariciándole el pelo. Ante las caricias de él, un hormigueo le recorrió la piel.


Había estado muy segura de que Pedro había pretendido besarla hacía sólo un momento. La manera en la que le había mirado la boca había provocado que se le quedara la garganta seca.


—Quería que la boda comenzara con… te quería a ti.


—Hasta que tú la convenciste de lo contrario.


Algo había cambiado y había alterado la atmósfera de manera significativa. Mientras hablaba, Pedro detuvo la mano y dejó de acariciarle el pelo. Sin sentir aquellas delicadas caricias, Paula se vio embargada por un intenso frío. Había habido algo de lo que se había olvidado, algo que su mente había apartado, pero al mismo tiempo era algo en lo que debía haber estado pensando durante todo el tiempo.


No era probable que un hombre como Alfonso fuera simplemente a aceptar una relación platónica. Desde luego que no con la mujer con la que había planeado casarse.


—¡No!


Reaccionando instintivamente, apartó la cabeza de las manos de él.


—¡Déjalo!


Pedro levantó ambas manos, pero la oscura burla que reflejaron sus ojos hizo que el gesto de aparente rendición no tuviera sentido.


—¿Y exactamente qué es, querida, lo que tengo que dejar? —preguntó, tratando de provocar.


—Si crees que quiero ser atacada por alguien que fue el amante de mi hermana… o que voy a dejar meterse en mi cama a cualquier hombre que acaba de dejar la de Natalie… estás muy equivocado. Yo…


A Paula se le apagó la voz. Se sintió avergonzada al ver la expresión de la cara de él y cómo frunció el ceño. Se dio cuenta demasiado tarde del estúpido error que había cometido. Se mordió la lengua y agradeció la manera en la que las sombras de la noche ocultaban lo mucho que se había ruborizado.


—Te sugeriría, señorita, que por lo menos esperaras a que te invitara a mi cama antes de que rechaces cualquier oferta con la indignación de una virgen horrorizada —contestó él con gran frialdad—. Que sepas que jamás me acosté con tu hermana.


—¿No? —preguntó Paula, avergonzada y ruborizada.


—No. Quizá ése fue mi error.


—¿Tu error? ¿Qué clase de error?


Insegura, ella se percató de que había perdido todo control sobre su lengua, ya que parecía que no podía pararse a pensar antes de hablar. El nerviosismo le hacía decir cosas antes de tener tiempo de considerar si eran prudentes o incluso apropiadas. Quería demostrarle a Pedro que no era la torpe e ingenua muchacha que había aparentado ser.


La torpe e ingenua muchacha que había imaginado que él se le estaba insinuando cuando en realidad sólo había estado jugando con ella.


—¿Crees que sólo porque se hubiera acostado contigo no iba a ser capaz de alejarse de ti? ¿Que al haber sentido cómo haces el amor se hubiera convertido en adicta a ello y se hubiera quedado a tu lado para obtener más?


—Nunca lo sabremos, ¿verdad? Y creo que te sientes muy aliviada de que ése haya sido el caso. Sé que yo lo estoy.


—¿Aliviado?


Confundida y horrorizada, Paula frunció el ceño, incapaz de comprender lo que había querido decir él.


Era imposible que Pedro le hubiera leído los sentimientos y que supiera que ella había sentido algo parecido a la tranquilidad al enterarse de que no se había acostado con Natalie.


—Lo que dices no tiene sentido. ¿Por qué demonios iría a sentirme aliviada?


—Porque, como has dicho tan elocuentemente hace sólo un momento, no vas a dejar meterse en tu cama a ningún hombre que acabe de salir de la de tu hermana. Y ahora que ya sabes que Natalie y yo jamás fuimos amantes, eres libre para satisfacer tus propias necesidades… cosa que, estoy seguro, es lo que quieres hacer.







NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 7





¿Un fin o un inicio?


El banquete ya había terminado y todos se habían marchado, pero Paula seguía sin conocer la respuesta a su pregunta.


Bajó corriendo las escaleras que llevaban desde la terraza a la piscina, ansiosa por llegar a la parte más baja del jardín donde podría esconderse entre las sombras y la oscuridad. 


Necesitaba tiempo para estar a solas y respirar profundamente, para calmar sus acaloradas mejillas y tranquilizarse.


Necesitaba tiempo para pensar. Tiempo para controlar sus pensamientos.


Se sentó en un banco de madera junto a la piscina y se quitó los zapatos. Suspiró profundamente al liberar sus pies de la presión que éstos habían estado ejerciendo sobre ellos. 


Deseó poder liberarse tan fácilmente de la confusión que se había apoderado de su mente.


Se suponía que ella era la sensata, la hija equilibrada de la familia Chaves. Nunca antes se había sentido de aquella manera. Nunca antes había experimentado una explosión de sensaciones tan intensa como la que le había estallado en la cara cuando había conocido a Pedro Alfonso.


Levantó la mirada y observó la luna, cuyo reflejo iluminaba el agua de la piscina. Apenas conocía a Pedro, sólo había estado en su compañía durante unas horas, pero aun así él la había alterado por completo.


Ninguna de las pocas relaciones sentimentales que había tenido con anterioridad le había afectado tanto. Nada la había preparado para sentir aquellas intensas emociones.


Y ésa era la razón por la que se encontraba allí, en la oscuridad, tratando de respirar profundamente para calmarse. Quería centrarse, quería ver si podía encontrar a la Paula que había pensado que era o ver si esa Paula había sido destruida por aquel pasional y sensual volcán que había entrado en erupción en su cabeza y en su corazón.


Y todo aquello estaba causado por el peor hombre de todo el mundo. Un hombre en el que no confiaba y que realmente ni siquiera le caía bien. Un hombre que hacía honor a su apodo, el Forajido, tanto en su vida laboral como en la privada.


—¿Paula?


Aquella preciosa voz de hombre la devolvió a la realidad. La voz había provenido de la terraza que había sobre ella y por supuesto, había sabido instantáneamente quién era. Aquel tono, aquel acento, el verdadero sonido de su voz se había quedado grabado en su mente y era imposible esperar borrarlo.


—¡Paula!


Ella quería quedarse callada y allí escondida. No se sentía preparada para enfrentarse a él, sobre todo no en aquel momento en el que estaban a solas, ya que no había nadie más… nadie que pudiera diluir el poderoso impacto de la presencia de Pedro.


Había observado la flota de elegantes coches que habían llegado a la puerta de la casa y había visto cómo los invitados se habían ido marchando. Durante todo el tiempo, Alfonso la había mantenido a su lado, la había tomado del brazo mientras se despedía de sus invitados. Cada vez que aparecía un coche, ella había deseado que fuera su oportunidad para escapar, para marcharse y volver al hotel, donde podría entrar en su habitación y reflexionar acerca de todo lo que había ocurrido.


Tenía que esperar por un coche, ya que como dama de honor no había llevado bolso, ni dinero… no había llevado nada consigo. Así que dependía completamente de lo que decidiera Pedro.


Pero éste no había pedido ningún coche para ella. En vez de ello, había parecido satisfecho de tenerla a su lado. Pero ella se había cansado y le había agarrado el brazo con fuerza.


—Espero que pronto tengas un coche preparado para mí —había comenzado a decir—. Necesito regresar…


Dejó de hablar al ver que él negaba con la cabeza.


—Todavía no.


—¿Todavía no? —repitió, impresionada—. ¿Qué quieres decir con eso?


—Tenemos cosas de las que hablar —contestó él.


—¿Ah, sí?


Pedro asintió con la cabeza y le acarició la mejilla.


—Sí.


Antes de que ella pudiera decir nada más, él se dio la vuelta para despedirse de uno más de sus invitados. Todo lo que Paula pudo hacer fue esperar y observar cómo todos los demás invitados se marchaban mientras no dejaba de pensar en lo que Alfonso le había dicho… que quizá no estaba preparado para soltarla y que ella estaba allí porque él quería.


Cuando Pedro le había dicho aquello, se lo había tomado como un cumplido, pero en aquel momento no estaba tan segura de que lo fuera. Se preguntó si había estado allí toda la tarde porque él había querido utilizar su compañía para distraerse de la puñalada pública que Natalie le había dado a su orgullo… o si estaba allí como una prisionera.


—¿Qué estás haciendo aquí?


Haberse quedado callada no había funcionado. Él había sabido que había estado allí durante todo el tiempo. O eso, o un leve movimiento del cual ni siquiera se había percatado de hacer la había delatado.


Con sólo oír las pisadas de él acercándose a ella, se estremeció.


—Necesitaba un descanso… respirar aire fresco.


—Sé cómo te sientes. Ha sido un día muy largo —respondió Pedro, dejando claro con el tono de su voz que aquel banquete también había sido muy pesado y tenso para él.


Se sentó junto a ella. Paula respiró la leve fragancia de su piel e instantáneamente se sintió transportada a los momentos que había vivido con anterioridad dentro de la preciosa casa de él… cuando la había sujetado en sus brazos mientras bailaban. Había estado tan cerca de Pedro que había sentido su respiración en la piel al haber acercado éste la cabeza a la suya. También había sentido cómo le latía el corazón, y ello había provocado que se le acelerara el pulso.


Se había sentido rodeada por aquel hombre, cercada por su abrazo, perdida ante la caricia de su mano. Y aquella sensación la había agobiado. No le gustaba la manera en la que él le hacía sentir, pero al mismo tiempo lo deseaba con ansias…


Era una sensación que, inquietantemente, se estaba apoderando de nuevo de ella al acercarse Pedro otra vez a su cuerpo. Tuvo que contenerse para no acercar la mano y tocarle el brazo. Quería sentir la calidez de su piel, inhalar su fragancia cada vez que respiraba. Quería saber qué sabor tenía aquella hermosa boca y cómo sería acariciar aquel pelo oscuro. Lo deseaba muchísimo, aunque al mismo tiempo le aterrorizaba sentirse tan fuera de control.


—Pero los invitados eran todos tus amigos…


Iba a haber añadido «y familia», pero recordó la reacción que había tenido él con anterioridad y se tragó aquellas palabras, ya que no sabía si era seguro decirlas o no.


—¿Si fueran mis verdaderos amigos realmente, crees que hubiera tenido que seguir adelante con la farsa de celebrar el banquete de una boda que no se ha llevado a cabo? Demasiados eran socios de negocios, gente a la que es importante que conozca.


—Es una forma muy cínica de aproximarse.


—Yo soy un hombre muy cínico.


La severidad del tono de voz de Pedro provocó que ella tuviera que contener la respiración ante el impulso de preguntar qué le había hecho ser de aquella manera, qué le había convertido en un hombre que consideraba el matrimonio como un acuerdo de negocios, como la manera de conseguir un heredero sin que el amor estuviera de por medio. Pero sus instintos le advirtieron de que él no recibiría bien aquella pregunta y no quería arriesgarse a ejercer demasiada presión sobre el Forajido, ya que no sabía cuál sería su humor. Era mejor tener cuidado.


—Alguien me dijo una vez que para convertirte en cínico primero tienes que ser un idealista y que es la pérdida de esos ideales la que crea la desilusión —comentó Paula.


—¿De verdad?


La risotada que emitió Pedro provocó que Paula se estremeciera.


—Entonces yo creo que debo de ser la excepción que confirma la regla. Nací sin ningún ideal que perder. Y si los tuve, no debieron durar mucho.


—Eso parece muy triste.


—Mientras que tú naciste con estrellas en los ojos y creyendo en los cuentos de hadas, ¿no es así? —preguntó Pedro.


—No creo en los cuentos de hadas —contestó ella—. Con el ejemplo de mi madre y mi padre sería una estúpida si creyera en ese tipo de cosas, ¿no crees?


Pedro había olvidado que ella era la hija de la primera mujer de Chaves. El matrimonio que había terminado en divorcio.


—¿Qué ocurrió?


—Ocurrió Petra —contestó Paula con frialdad—. Desde el momento en el que apareció en la vida de mi padre, éste no pudo pensar con claridad. Comenzó a tener una relación con ella… y cuando descubrió que estaba embarazada de Nat, le pidió el divorcio a mi madre.


—¿Y cómo te hizo sentir aquello?


—¿Cómo crees que me hizo sentir? Tienes que comprender que yo sólo tenía cuatro años… y había perdido a mi papi. Nos había abandonado para marcharse a vivir con otra persona.


¡Oh, él lo entendía demasiado bien! Mucho mejor de lo que ella podía imaginarse.


—¿No quisiste estar con él… vivir en Londres?


Paula lo miró completamente desconcertada.


—No hubiera querido hacerlo —contestó.


Entonces vio cómo Alfonso frunció levemente el ceño, confundido.


—Era lo último que yo quería —explicó—. Además, Petra no me hubiera querido y yo deseaba quedarme con mi madre. Ella me necesitaba.


—¿Se lo tomó muy mal?


—¡Eso es quedarse corto! Mi padre le rompió el corazón y durante mucho tiempo ella casi se rindió ante todo.


—¿Y aun así tú sigues creyendo en el amor?


A Paula le brillaron los ojos con intensidad.


—Las cosas no permanecieron de aquella manera. Mi madre finalmente conoció a alguien. Llevan casados diez años y jamás la he visto más contenta. Y aunque Petra no es el tipo de persona que yo elegiría… mi padre la adora y desde que está con ella no ha vuelto a mirar a ninguna otra mujer. Mi padre y mi madre se casaron con la persona equivocada la primera vez. Así que… sí, me gustaría pensar que ahí fuera hay alguien para nosotros.


—¿Hay alguien para ti?


—¿Para mí?


Paula pareció ponerse nerviosa ante aquella pregunta y lo miró con la sorpresa reflejada en los ojos. Y repentinamente él sintió un cierto desasosiego al pensar que tal vez ella se estuviera viendo con algún hombre. Aunque no dudaba que podía lograr que se olvidara de cualquier rival si éste existía. 


Simplemente sería un obstáculo en el camino del que se tendría que deshacer.


—No… no hay nadie —contestó ella, medio cerrando los ojos.


A Pedro le satisfizo que Paula no viera la sonrisita que no pudo evitar esbozar. Por lo menos Natalie le había dicho la verdad cuando le había contado que su hermana no tenía ningún compromiso. Pero al bajar ella la cabeza pudo ver con claridad el desafortunado y poco favorecedor peinado que llevaba. No pudo evitar fruncir el ceño.


—Ven aquí… —dijo con dulzura.