viernes, 15 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 41

 


Mientras estaba en la ducha, le pareció oír el timbre, pero no podía imaginar quién podía pasar por allí en semejante día. Quizá fuera el chófer con más regalos para Matías.


Se afeitó, se puso un polo y unos pantalones informales y luego fue a ayudar a Paula. En cuanto entró en el salón, vio que había realmente otra persona allí y se quedó de piedra al ver que el hombre sentado en el suelo jugando con su hijo era su hermano Julián.


En ese instante, pasó de ser una de las mejores navidades de su vida a las fiestas del infierno.


Cuando Julián lo vio, se puso de pie.


–Hola, hermano. Feliz Navidad.


–¿Qué diablos haces aquí? –preguntó Pedro.


–Vino cuando estabas en la ducha –explicó Paula al entrar en el salón. Sentado en el sofá, el padre de Paula parecía divertido con toda la situación 


–¿Qué tiene de malo querer pasar la Navidad con mi hermano? Y mi sobrino –añadió Julián.


Pedro miró a Paula.


–No he dicho nada –repuso ella–. Él ya lo sabía.


Pedro miró a Julián con curiosidad.


–Llevas semanas comportándote de forma extraña. Luego me das esa excusa blanda del crucero. Insultas mi inteligencia, Pedro.


Tenían que mantener una conversación, pero no delante de Paula y su padre.


–¿Por qué no vamos fuera? –dijo.


Julian frunció el ceño.


–Hace frío y está lloviendo.


–No seas tan delicado –espetó.


Julián fue hacia la puerta y se puso el abrigo. Pedro hizo lo mismo y lo siguió al porche. Hacía frío y humedad y del cielo caía lluvia helada.


–¿No te parece acogedor? –Julian abandonó toda pretensión de alegría navideña–. Tú pasando la Navidad con Paula Chaves y su padre. Creo que ya sabemos a quién culpar del sabotaje.


–Julian, ¿de verdad crees que yo podría hacer algo así?


–No puedes negar que la situación resulta bastante sospechosa.


–No es asunto tuyo ni siento que deba justificar mis actos bajo ningún concepto, pero su padre no debía estar aquí. Acaba de aparecer, algo que sé que puedes entender. Además, ni siquiera veía a Paula cuando sucedió. Hasta hace unas semanas atrás ni siquiera sabía que tenía un hijo. Rompí con ella antes de que Paula supiera que estaba embarazada. De hecho, pensaba criar al niño sola.


–¿Y si fue ella la responsable del sabotaje?


–¿Paula? –era lo más ridículo que jamás había oído–. Imposible.


–¿Por qué no? ¿Y si la dominaba la amargura y quería vengarse de ti por abandonarla? O quizá lo hizo por su padre.


–No se puede decir que anhelara venganza. Si alguien tenía derecho a estar molesto, era yo. Y en cuanto a su padre, no mantienen la mejor de las relaciones.


–Es su bono de comida.


–Ella vive de un fondo que le dejó la madre. No recibe un céntimo de Chaves Energy. Y aunque lo recibiera, no posee ni un atisbo de maldad en todo su cuerpo –tuvo que preguntarse si no sería Julián el responsable de todo el sabotaje por la vehemencia que mostraba en tratar de culpar a otra persona. ¿O era su modo de distraer las sospechas de él? ¿Se habría enterado de que lo estaban investigando?


A pesar de que había defendido con presteza a su hermano, ya no estaba tan seguro.


–¿Cómo te enteraste que estaba viendo a Paula? –le preguntó.


–Te seguí, genio. No eres precisamente 007.


Al parecer no lo era, pero no esperaba que nadie lo siguiera.


–¿Y cómo supiste que Matías era mi hijo?


–No lo supe hasta verlo de cerca. Es como tú, aparte de que la marca de nacimiento lo delató –se sopló las manos y las metió en los bolsillos–. ¿Vas a casarte con ella?


Era la segunda vez que le hacían esa pregunta ese día.


–Diría que existe una gran posibilidad.


–Sabes que eso va a significar una oferta de trabajo del viejo Chaves.


Otro tema que salía por segunda vez.


–¿Por qué voy a querer trabajar para él cuando soy presidente ejecutivo de Western Oil.


Julian sonrió.


–Primero tendrás que pasar por encima de mí.


–Pienso hacerlo.


–Aquí hace un frío de mil demonios. ¿Es posible que volvamos dentro?


Se abrió la puerta de entrada y Paula asomó la cabeza.


–Lamento molestaros, pero todo está listo. Necesito a alguien que trinche el pavo.


Julián lo miró con curiosidad.


–¿Te importa si mi hermano se queda a cenar? –le preguntó Pedro a Paula.


–Tenemos comida suficiente –dijo, luego añadió con severidad–. Pero no quiero que la primera Navidad de mi hijo se convierta en la tercera guerra mundial. Mientras todo el mundo se comporte con civismo, por mí no hay problema.


–Yo siempre juego limpio –comentó Julián con demasiada amabilidad.




AVENTURA: CAPITULO 40

 


Paula contuvo el aliento y el temperamento de Pedro se disparó. De no haber estado sosteniendo a Matías, probablemente le hubiera dado un puñetazo. Pero por el bien de su hijo, se controló. Se plantó delante de Paula y habló con tono muy sereno y ecuánime:

–Estás hablando de la mujer que amo. Y es la última vez que le hablarás de esa manera. ¿Entendido?


Quizá el otro comprendió que se había excedido, porque retrocedió.


–Tienes toda la razón, ha sido algo injustificado. Lo siento, no era mi intención.


–Voy a vestir a Matias –dijo Paula con voz baja, quitándoselo a Pedro, dejándolo a solas con su padre.


Pedro sabía que eso era algo que Paula probablemente nunca olvidaría y tuvo la sensación de que su padre lo sabía. Aunque creía que estaba recibiendo exactamente lo que se merecía, una parte de él sintió simpatía por el otro. Sabía lo que era perder los nervios y decir o hacer algo que luego se llegaba a lamentar. La diferencia era que había sido lo bastante hombre como para controlarlo. Quizá representara el toque de alerta que el padre de Paula necesitaba. Quizá los ayudara a sanar la relación fracturada.


Después de un silencio incómodo, el padre de ella dijo:

–Traigo regalos para Matías. ¿Los entro?


¿Es que le pedía permiso a Pedro? Quizá suponía que tendría mejores posibilidades con él antes que con Paula. Y a menos que hubiera algún peligro, Pedro no consideró su lugar interponerse entre abuelo y nieto.


–Claro, tráelos.


Abrió la puerta y le hizo una señal al hombre que había de pie en la acera. Había estado esperando en el frío con los brazos llenos de paquetes. Hicieron falta tres viajes para entrarlo todo. Decididamente, esa no era la manera en que Pedro había soñado con pasar la Navidad. Las familias tenían un modo peculiar de fastidiar los planes.


–Y bien –comentó el padre de Paula cuando terminó–, ¿tienes planes para casarte con mi hija?


Debería haber esperado algo así, pero la pregunta lo sorprendió un poco.


–La idea me ha pasado por la cabeza.


–Supongo que es demasiado esperar que pidas mi permiso.


En ese punto tendría suerte de recibir una invitación para la boda.


–No veo que eso vaya a suceder.


–Supongo que esperarás un trabajo en mi empresa, con un despacho que haga esquina.


¿Es que ese sujeto podía ser más arrogante?


–Ya tengo un trabajo –respondió.


El otro frunció el ceño.


–No estoy seguro de que me guste la idea de que mi yerno trabaje para la competencia.


Pedro le importaba un bledo lo que le gustara o no. Sin contar con que tendría serios problemas trabajando para alguien como el padre de Paula, en particular si terminaba resultando ser el responsable del sabotaje.


Paula apareció en el vestíbulo con Matías en brazos. Lo había vestido con un disfraz navideño.


–¿Has comido ya? –le preguntó a su padre.


–No.


–¿Querrías quedarte a cenar con nosotros?


El otro miró a Pedro.


–Si no es una imposición.


¿De repente veía a Pedro como el hombre de la casa o solo temía realizar el movimiento equivocado?


–¿Por qué no te llevas a Matias mientras yo termino la cena y Pedro se ducha? –dijo Paula.


Se quitó el abrigo y tomó al pequeño en brazos, llevándoselo al salón. Paula le hizo un gesto a Pedro para que fueran pasillo abajo y este la siguió al dormitorio. Cerró la puerta y se apoyó en él, le rodeó la cintura con los brazos y enterró la cara en su pecho.


–¿Estás bien? –le preguntó él, frotándole la espalda.


–Después de lo que me dijo, ¿estoy loca por invitarlo a quedarse?


–Si iba en serio, quizá; pero no creo que lo pensara. Creo que se sentía amenazado y atacó sin pensar. Los hombres como él están acostumbrados a tener el control. Quítaselo, y dicen y hacen cosas estúpidas.


–Supongo que eso tiene sentido –alzó la cara y lo miró–. Gracias por defenderme.


–Tú me defendiste primero. ¿Hablabas en serio?


–¿A qué parte te refieres?


–Al decir que soy el hombre al que amas –le acarició la mejilla.


–Sí –se puso de puntillas y le dio un beso, susurrándole a los labios–: Te amo, Pedro.


–Te amo, Paula.


Ella sonrió.


–Será mejor que vuelva a la cocina antes de que se queme la cena.


–En un minuto estaré allí para ayudarte.





AVENTURA: CAPITULO 39

 


Mientras bebía café frente a la chimenea y veía a Matías jugar con sus regalos, debía reconocer que en general hasta el momento había sido una Navidad fantástica. A pesar de la llamada de su padre. Ni siquiera tenía voluntad para estar enfadada. Simplemente, sentía pena por él.


Él se lo perdía. Solo había tenido seis años cuando su madre había muerto y quizá los recuerdos que tenía de ellos como una familia feliz no eran más que fantasías infantiles.


Durante largo rato permanecieron sentados allí, escuchando música navideña y mirando jugar al pequeño. Al final Paula tuvo que levantarse y meter el pavo en el horno y luego preparar el resto de platos. Cuando Matías fue a dormir su siesta, se metieron en la cama e hicieron el amor. Luego, Pedro se quedó dormido, de modo que ella se duchó, se vistió y comprobó el estado del pavo. Todavía le quedaba otra hora, pero emitía un olor delicioso. Hasta el momento, todo iba sobre ruedas.


Había dejado el teléfono en la encimera de la cocina con el timbre apagado, y cuando fue a comprobar el horno, vio que tenía una llamada perdida de su padre de las tres y cinco de la tarde. Conociéndolo, sabía que no aprendería ninguna lección de lo sucedido y que solo la acusaría de ser egoísta.


Bueno, eso ya no importaba. No podía hacer que viera algo que no quería ver.


Después de ordenar los juguetes bajo el árbol, a las cuatro oyó que Matías se agitaba y estaba a punto de ir a buscarlo cuando sonó el timbre. No esperaba a nadie, y casi nadie hacía una visita el día de Navidad.


Fue a abrir la puerta y se quedó boquiabierta al ver a la persona que había de pie en el porche.


–Como insistes en tu terquedad, no me ha quedado más opción que traer los regalos de Matías en persona.


¿De modo que ella era terca? Tenía que ser un chiste malo.


–Este no es un buen momento.


–¿Quién es, Paula? –preguntó Pedro a su espalda, con Matias en brazos. Los dos seguían con los pijamas puestos y el pelo revuelto por el sueño.


Su padre pasó a su lado sin aguardar una invitación. Al ver a Pedro parpadeó sorprendido.


–¿Quién diablos es este? –preguntó, mirando de su hija a Pedro.


Luego entrecerró los ojos y ella captó el momento del reconocimiento. Su padre se volvió hacia ella con la mandíbula tensa y los dientes apretados.


–¿Por qué no me sorprende en absoluto?


–No es lo que piensas –comentó Paula.


–¿Es tu modo de castigarme? ¿Uniéndote a la competencia?


Intentó no reflejar el dolor que le causaron esas palabras.


Su padre se volvió hacia Pedro.


–Si eres tan amable de entregarme a mi nieto, podrás vestirte y largarte de la casa de mi hija.


Pedro ni se inmutó y miró al padre a los ojos.


–Ni todo el peso del infierno me haría entregarte a mi hijo.


–¿Matías es el hijo de este hombre? –gruñó el padre de Paula.


Pedro tuvo la impresión de que acababa de abrir una caja de truenos, pero le había sido imposible mantener la boca cerrada ante la arrogancia avasalladora de ese canalla.


–Sí, Pedro es el padre de Matías –repuso ella sin disculpa ni arrepentimiento en la voz.


–Paula, en el nombre de Dios, ¿en qué estabas pensando?


–No es asunto tuyo, padre.


–Y un cuerno. ¿Dónde estaba él durante tu embarazo? ¿Durante los primeros nueve meses de vida de Matías? ¿O lo has estado viendo todo este tiempo? Mintiéndome.


Pedro ni siquiera conocía la existencia de Matías hasta hace unas pocas semanas. Pero ahora está aquí.


–No, si yo puedo evitarlo –se volvió hacia Pedro–. Tengo entendido que eres uno de los candidatos a presidente ejecutivo de Western Oil.


Pedro se puso tenso. Debería haberlo imaginado.


–Supongo que no tardaré en averiguarlo.


–No lo averiguarás –intervino Paula–. Porque mi padre no va a contárselo a nadie. Porque si lo hace, jamás volverá a ver a su nieto.


El hombre mayor soltó un bufido desdeñoso.


–Matias adora a su abuelo. Nunca lo mantendrás alejado de mí.


–Si arruinas la carrera del hombre al que amo, ten la certeza de que es lo que va a pasar.


–No hablas en serio.


–¿No lo crees? Ponme a prueba.


–En ese caso, quiero una prueba de paternidad. Quiero prueba de que es el padre biológico de Matías.


Pedro abrió la boca para decirle que se fuera al infierno, pero Paula habló primero.


–¿Que tú quieres una prueba de paternidad? Yo no veo que esto tenga nada que ver contigo. Es entre Pedro y yo. Quien, para que lo sepas, jamás pidió una. Confía en mí, a diferencia de mi propio padre, quien al parecer cree que me acosté con múltiples candidatos.


–Bueno –la miró fijamente–, no sería la primera vez, ¿verdad?