viernes, 8 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 18




Llegamos al hospital en tiempo record. Atravesamos el vestíbulo en dirección a los elevadores. Las puertas se abrieron no dudamos en entrar.


—Sólo tenemos 10 minutos para alistarnos. —Su voz era suave, una de sus manos tomó un mechón de cabello suelto sobre mi frente y trató de acomodarlo tras mi oreja, Mi pulso se aceleró con ese simple gesto—Voy a llevar a Tara con tu padre y nos vemos en el quirófano —añade justo antes de que las puertas se abran.


Salimos dando grandes zancadas, no teníamos tiempo que perder. Cada uno tomó caminos diferentes. No podía quejarme esta era la vida que había escogido y la que tanto me apasionaba. Me fui directo a cambiarme. Al terminar de arreglar mi cabello fui al pabellón para lavar mis manos minuciosamente, quedaba poco para la operación.


Conocí al equipo con el que trabajaría ese día: Gregory el anestesiólogo, dos enfermeras, Matt, el chico recién graduado que serviría de ayudante. Pedro sería el médico cirujano y yo su apoyo.


—La doctora Paula Chaves, va a ser parte del equipo —agregó Pedro al incorporarse minutos después, y mientras una enfermera lo ayudaba a ponerse los guantes.


—Bienvenida —dijeron las enfermeras. Los otros dos asintieron con la cabeza.


Existía una dinámica extraordinaria entre ellos. Sobre todo, entre las dos enfermeras, el anestesiólogo y Pedro. El chico se notaba que era nuevo, pero igual encajaba de maravilla.


La cirugía resultó ser sencilla: una extracción de amígdalas. 


Algo rutinario, que no tomó más de una hora. Al terminar con el procedimiento me encargaron acompañar a las enfermeras a la sala de observación, donde trasladamos al paciente. Su nombre había sido Andrew, un niño de diez años, alto para su edad y delgado.


Pedro apareció cinco minutos más tarde.


—Doctora Chaves, acompáñeme a hablar con la familia del paciente. —Declaró en tono profesional y muy serio.


Lo seguí en silencio hasta una habitación pequeña. Cerró la puerta tras él y me arrinconó contra la pared. Pegó su boca a la mía y nos besamos con desespero, la adrenalina del momento nos superaba.


—He estado toda la operación pensando en hacerte mía.


Enseguida se apoderó de mis labios, sus manos adquirieron vida propia y viajó por mis senos, masajeándolos por encima de la tela. Mis pezones se endurecieron como piedras bajo sus manos. Yo vibraba de deseo.


Lo ayudé a sacarse la camisa y le acaricié sus increíbles pectorales, dejé que mis manos viajaran solas hacía el sur donde estaban sus abdominales. Pedro gruñó excitado.


—Doctor Alfonso está usted muy atrevido, debería acusarlo por acosador —le dije sonriendo con picardía.


—Te lo dije, me es difícil controlarme contigo —murmuró en mi oído con voz ronca mientras deslizaba una de sus manos por la cinturilla de mi pantalón, por debajo del bikini, posándola por encima de mi sexo mientras lo rozaba con delicadeza, abriéndose paso entre mis húmedos pliegues. 


Solté un gemido, sus caricias me encendían de tal forma que era capaz de explotar en cualquier momento.


Me aventuré y metí mi mano por dentro de su pantalón, no quería ser la única que disfrutaba. Al encontrar su miembro fuerte duro y palpitante, lo apreté, luego con un movimiento subí y bajé despacio pero con firmeza. Pedro volvió a gruñir de placer. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.


Pero cuando venía el mejor momento el sonido de su móvil nos interrumpió.


Había surgido un problema en el departamento. Pedro debía hacerse cargo de él. Nos separamos, los dos estábamos visiblemente contrariados. 


Nos arreglamos, y antes de salir a incorporarnos a nuestra jornada, nos dimos un beso suave antes de abrir la puerta y pretender que nada había pasado en esa habitación.


Mi corazón estaba feliz, una sonrisa se dibujó en mi rostro por el resto de la mañana. El día pasó muy deprisa. Después del almuerzo dedicamos la tarde a hacer las rondas a los pacientes que se les había practicado cirugía esa semana.


Al terminar y mientras me cambiaba de ropa, llamé a Alicia para ver como seguía Amy. Ya estaban en casa, y conocer el buen estado de salud de la niña me serenó.


Con un humor insuperable por un día tan productivo y lleno de buenas noticias, salí con el bolso en la mano directo a la oficina de Pedro para despedirme antes de irme.


Toqué la puerta y la abrí despacio sin esperar respuesta. Lo que vi me dejó petrificada.


Linda Sullivan, la jefa del departamento de recursos humanos, estaba desnuda sobre el escritorio con las muñecas atadas por encima de su cabeza y las piernas abiertas, abrazando la cintura Matt, el chico recién graduado que nos había asistido esa mañana en la operación. Quien tenía el pantalón a la altura de sus pantorrillas.


Él entraba y salía de su cuerpo con fuerza. Su rostro estaba cubierto por una capa de sudor y sus pupilas dilatadas lo hacían ver como un animal en celo.


Un segundo más tarde, Pedro apareció detrás de mí mirándome sorprendido. Linda trató de taparse con rapidez y Matt se subió los pantalones en un segundo.


Mi impresión fue tal que no pude pronunciar ni una palabra, empujé a Pedro con fuerza y salí de allí a las carreras.


—¡Paula!, ¡espera! —Él trató de detenerme, pero se lo impedí sacudiéndome de su agarre, antes de que él me alcanzara.


Ofuscada, llegué a la recepción tan deprisa como pude. Por un momento perdí el equilibrio, pero me apoyé en una camilla para recobrarlo y me apresuré a salir desesperada del hospital.


«¿Pedro sabía que ellos estaban allí? ¿Por qué en su oficina? ¿Estaría esperando su turno, por eso no había entrado antes?».


Me sentía traicionada, aturdida y furiosa. Las palabras de Oscar resonaron en mi cabeza, él me lo había advertido, y yo de ingenua lo tomé por un mentiroso.


Llamé a un taxi y me subí sin mirar atrás, las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.


«Eres una estúpida, Paula. Ese hombre no vale la pena, no te merece», me reproché mentalmente.


El móvil sonó pero al mirar la pantalla y ver su nombre en ella tuve ganas de tirarlo por la ventana. Sin embargo, aquello era un IPhone de última generación. No valía la pena.


Antes de llegar al edificio decidí atender el teléfono que no paraba de repicar.


—Paula, déjame explicarte por favor.


«¿Quería explicarme?, es decir, que él sí estaba involucrado en todo ese asunto. No quería escucharlo».


—Guárdate tus explicaciones por donde mejor te quepan, ¡eres un puto cabrón! —grité como si estuviera poseída y corté la llamada. Me limpié el rostro con una servilleta que me ofreció el chofer y lancé el móvil dentro del bolso, no sin antes silenciarlo para dejar de escuchar sus repiques.


Al llegar a casa, el aroma a lasaña invadió mis fosas nasales. Fui directo a mi habitación para cambiarme de ropa y limpiarme el rostro, intentando ocultar las lágrimas, no sabría cómo explicar lo ocurrido, luego me presenté en la cocina. Alicia, mi padre y las gemelas, estaban alrededor de la mesa coloreando.


—Hija, ¿cuánto tiempo llevas ahí parada? —indagó mi padre al verme. Las niñas se bajaron de las sillas y corrieron hacia mí.


—El suficiente para saber que vamos a cenar lasaña. —Le guiñé un ojo a mi amiga antes de que nos abrazáramos.


—Aún no he podido agradecerte por cuidar ayer de Tara, espero no te haya dado muchos problemas. —Yo negué con la cabeza y le sonreí—¿Todo bien, Paula? ¿Has estado llorando? —Me susurró. Le indiqué con la mirada que no quería hablar delante de mi padre, ella me sostuvo por un codo y salimos a la sala mientras las niñas regresaban a la mesa.


—No se vayan muy lejos, en diez minutos estará lista la cena —avisó papá desde la cocina, ocupándose de las niñas.


—Mi vida es una mierda amiga, no sé ni por dónde empezar —gimoteé, pero fue imposible conversar. Las gemelas nos rodearon para enseñarme sus dibujos.


El timbre de la puerta sonó. Papá apareció junto a nosotras y nos ordenó encargarnos de la comida mientras él atendía la visita.


—Vamos, tengo que sacar la lasaña —indicó Alicia—, Paula distrae a las niñas en la mesa, me ponen nerviosa cuando están cerca del horno. —Hice lo que me pidió sin proponer nada más, me sentía fatal anímicamente. Me ubiqué en medio de las dos chicas e intenté mantenerlas ocupadas.


—Tenemos un invitado —anunció mi padre con emoción al entrar de nuevo en la cocina—Paula, pon otro puesto en la mesa. —Alcé la vista. Los ojos azules de Pedro se clavaron en mí.


—Gracias Roberto, espero no causar problemas —dijo sin apartar la mirada.


—¿Qué dices, Pedro?, no seas ridículo. Ven aquí y saluda. 
—Alicia lo abrazó con efusividad—Gracias por lo de ayer en el hospital, no sé qué hubiese hecho sin ustedes, se portaron como la familia que no tengo —alabó con sus ojos llenos de lágrimas pero enseguida se sacudió un poco la cabeza para agregar—Basta de dramas, vamos a comer. ¿Quién tiene hambre? —Las niñas gritaron con júbilo y todos nos pusimos en marcha para servir la cena y ocupar nuestros puestos en la mesa.


Al terminar la comida me excusé, me había esforzado por disimular mi pena delante de mi familia, pero no podía seguir sentada mirándolo y recordando lo que había visto en su oficina.


—Excelente cena, amiga, te felicito —expresé en dirección a Alicia—, pero estoy que me muero del cansancio, buenas noches. —Me levanté, besé a las pequeñas y me despedí del resto con la mano.


Cuando iba a mitad de camino, Pedro me alcanzó deteniéndome por el brazo. Me solté con brusquedad, estaba tan molesta que no podía controlarme.


—Espera un momento, por favor, necesito que hablemos —suplicó con las manos en alto, en señal de redición. Mi rabia era tal que no me contuve y traté de abofetearlo, pero él fue más rápido y evitó el golpe—Te dejo hacerlo si me escuchas.


—No te quiero escuchar, por hoy he tenido demasiado, será mejor que te vayas. —Tomó mi rostro entre sus manos, ofuscándome aún más—¡Suéltame!, ni te atrevas —mascullé con los dientes apretados, no quería que nadie se enterara de nuestra discusión, especialmente mi padre.


—Paula, no me juzgues antes de escucharme, por lo menos dame una oportunidad —me soltó despacio—Dime cuando, seré paciente. —Dudé que lo fuera, no era una de sus cualidades. Pasé una mano por mi cabello con angustia, su cercanía me perturbaba.


—Ya me habían llegado rumores acerca de tu particular forma de compartir a las mujeres y no los quería creer hasta esta tarde. No tengo dudas que de alguna manera estabas envuelto en ese acto. —Dije con desprecio. Seguí mi camino dejándolo parado en la mitad de la sala y con la palabra en la boca. Necesitaba salir de ahí antes de que las lágrimas me delataran.






MISTERIO: CAPITULO 17




El sonido de un mensaje de texto me hizo reaccionar.


Alicia: Tengo una emergencia amiga, pero no le digas nada a Roberto, prométemelo.


Paula: Lo prometo, ¿qué pasa?


Alicia: Es Amy, está prendida en fiebre, no le baja con nada. Estoy de camino al hospital, ¿podemos encontrarnos allí?


Paula: Claro, voy en camino. Nos vemos pronto.


Paré un taxi y le indico que me lleve al hospital lo más rápido posible. Me alegré de encontrarme cerca. Minutos después entré por el área de emergencia y la vi a mi amiga sentada con las gemelas en la sala de espera.


—¡Alicia! —La llamé, inclinándome para tomar a Amy en brazos—La voy a llevar a que la examinen. —Me llevé a la niña al interior de la unidad de emergencias. Por suerte, Pedro no se había ido. Nos encontró en la recepción y enseguida se acercó a nosotras.


—¿Qué le pasó? —indagó en dirección a Alicia.


—Tiene mucha fiebre y no se le baja con nada. Estoy desesperada. No sé qué hacer. —Ella se cubrió su rostro con las manos y sollozó.


—Tranquilízate, enseguida será atendida. Quédate aquí con Tara y llena los formularios necesarios para el ingreso. Yo me ocuparé de lo demás.


Dejamos a Alicia y a la pequeña Tara en la sala de espera, mientras nos ocupamos de Amy. Pedro se portó a la altura, era profesional en todo momento. Dos horas más tarde, la niña se encontraba estable y descansaba en una habitación.


—Alicia, sería recomendable que Amy se quedara esta noche para poder monitorearla, la puedes acompañar si quieres. —Mi amiga me miró con algo de angustia, sin saber que decir.


—Me llevaré a Tara, pasará la noche conmigo. Te prometo que la cuidaré bien.—Ella me abraza en silencio, era su forma de agradecerme el apoyo.


—Todo va a estar bien amiga, es solo una precaución —le repetí para calmarla dándole un abrazo de despedida—Además, Tara está en buenas manos. Nos vemos mañana temprano, voy a aprovechar a Pedro para que nos lleve al departamento. —Volvimos a abrazarnos y la dejamos en compañía de una de las enfermeras.


Tara no paraba de reír mientras salía montada sobre los hombros de Pedro. Llegamos hasta su todoterreno y la colocó en la sillita que utilizaba Emma, su hija. La aseguró bien y se sentó detrás del volante.


—¿Sigues de novia con el tal Oscar? —preguntó Pedro mirándome a los ojos con recelo. Aunque el tono de su voz era suave también mostraba algo de fastidio


—Hemos terminado —le dije clavando mis ojos en los suyos. 


Un brillo de satisfacción se asomó.


Se acercó a mí para darme un beso con suavidad sobre los labios. Me gustó cómo se sintió, no quería que parara.


—No te podría compartir con nadie Paula, te quiero solo para mí —dijo sobre mis labios antes de apartarse.


Su confesión me recordó las palabras de Oscar en el restaurante. Entonces ¿si era cierto que compartía con otros hombres a las mujeres con quien salía? ¿Será verdad lo que dijo de Pedro o fueron sus celos los que hablaron por él? La duda volvió a invadirme.


—Y, ¿ese beso a que se debe, doctor Alfonso? —pregunté sin poderme aguantar.


—Es tu premio por haber hecho un excelente trabajo en tu primer día. —volvió a besarme, pero esta vez corto y rápido.


—Tenemos a una espectadora, no creo que le estemos dando un buen ejemplo. —Él rió con fuerza y encendió el motor.


Mientras Pedro manejaba por la ciudad me entretuve buscando una buena canción en la radio, pero no tenía suerte. La apagué y me giré para ver a Tara. Se había quedado dormida.


—¿Emma está aquí contigo? —Le pregunté para romper el silencio.


—Llega este fin de semana, no quise traerla hasta no tener remodelado el departamento. Irma se la trae —dijo con tranquilidad. Yo solo asentí.


—¿Por qué no dijiste la otra noche, que íbamos a trabajar juntos? —Lo observé atenta.


—Me gusta sorprenderte—reveló con una sonrisa traviesa.


—Se te da muy bien, por cierto. —Los dos reímos—Gracias por ayudar a Alicia.


—No lo hice solo, la ayudamos los dos. —Colocó una mano sobre mi pierna a la altura del muslo, sus caricias eran suaves y muy provocativas. Mi cuerpo era débil y traicionero ante su tacto. Deseaba que la subiera un poco más y llegara hasta mi intimidad.


Sentí como se humedecía mi sexo, tuve que retorcerme un poco en el asiento para calmar la ansiedad que me provocó el calor de su mano.


«Este no es un buen momento para sentirme tan excitada», me reprendí mentalmente.


—¿Todo bien? —preguntó con picardía.


—Aja —dije sin ganas ruborizándome sin querer.


—Hemos llegado —anunció—Te ayudo con Tara.


Pedro se encargó de sacar a la niña y subirla al departamento. Al abrir, nos conseguimos a papá sentado en el sofá tomándose una copa.


Pedro, Paula, ¿qué ha pasado? —Se levantó y se acercó hacia nosotros.


—Ya está todo bien, no te preocupes. Dejamos a la otra gemela hospitalizada. Alicia se quedó con ella. —La cara de papá era todo un poema—Pasa Pedro, vamos a acostarla en mi cuarto.


—Será mejor que la vaya a acompañar —dijo con seriedad, después de que entramos en la habitación y mientras veía como la acomodamos juntos bajo las sábanas.


—No señor, usted se queda aquí. Además estas tomando.


—Fue solo una copa, Paula, no exageres. Puedo tomar un taxi o mejor, Pedro me lleva. —Lo miró esperanzado, esperando ser apoyado—Me cambio enseguida —agregó antes de recibir una respuesta y salió al pasillo para dirigirse a su habitación.


—Pedro, dile algo. Alicia no quiere que él se entere. Ayúdame, por favor —dije en voz baja y lo animé con una mano a que lo siguiera.


—¡Roberto!, espera. —Enseguida se apresuró a alcanzarlo, pero no lograba escuchar nada desde la habitación. Así que me ocupé en terminar de acomodar a Tara, le apagué la lámpara y salí dejando la puerta entreabierta, para que entrara la luz del pasillo.


Pedro intentó hablar con él, pero lo único que consiguió fue aumentar su mal humor, y para tener una discusión innecesaria que pudiera enemistarlo con mi padre, prefirió marcharse. Se despidió de mí con un beso corto pero apasionado y luego se fue.


Enseguida busqué a mi padre y lo encontré sentado en la orilla de su cama, con la mirada enfurecida clavada en el suelo y frotándose las manos por el nerviosismo.


—¿Por qué no quiere verme?, ¿qué te dijo? —consultó alzando la vista hacia mí. Me senté a su lado, estaba derrotada. Me hubiera gustado tener tiempo para descansar, pero ese lunes se había convertido en el más largo de mi vida.


—Le da pena contigo, no quiere que pienses que se está aprovechando de ti. Ella siempre ha sido una mujer independiente, papá, dale su espacio. —Le pasé una mano por la espalda para tranquilizarlo, pero no pude lograrlo.


—¡Espacio una mierda!, yo quiero que cuente conmigo, que me llame si tiene una emergencia. Ella me necesita a su lado. —Se levantó aún más molesto, lo que dijo me hizo enternecerme.


—¿Papá, en que época vives?, ahora las mujeres toman el control de su propia vida. Además ustedes no son novios ni nada por el estilo, y no es normal contar con un vecino simpático. —Él resopló, tomó su chaqueta y se dirigió a la puerta.


—Me voy, aquí no resuelvo nada —fue su sentencia antes de tirar la puerta con tal fuerza que retumbaron las paredes.


Negué con la cabeza mientras caminaba hasta mi baño. Necesitaba una ducha, había tenido suficiente por un día.


Mi padre estaba bien grandecito, si quería ver a Alicia e imponerse en su vida. Ella tendrá que resolver esa situación, como a mí me toca resolver las mías.


Ese comportamiento impulsivo de mi padre era algo novedoso, él siempre fue una persona calmada y sensata, pero en esta ocasión actuó como un chiquillo, no fue capaz de controlarse, parecía un caballo descarriado. Sólo esperaba que Alicia no lo rechazara, ella también era una mujer complicada y terca como una mula.


Al terminar de bañarme y vestirme con un pijama arreglé el sofá para dormir en él y no despertar a Tara. En lo que mi cabeza tocó la almohada logré desconectarme de la realidad, y sumergirme en un sueño profundo.


Al sonar la alarma me levanto como un cohete recordando que tenía que estar a primera hora en el quirófano. Me arreglé en minutos y con cuidado desperté a Tara. Ella me miró con carita de querer seguir durmiendo. La arreglé rápidamente y me la llevé en brazos, tenía que apurarme si quería llegar a tiempo. Me sorprendí al ver a Pedro parado en la puerta del departamento, dispuesto a tocar el timbre.


—Dámela Paula, ella pesa un poco. —Enseguida se hizo cargo de la niña, algo que agradecí en silencio. Tara ni cuenta se dio del cambio, iba dormida—Tenemos que apurarnos. En el hospital nos espera Roberto para hacerse cargo de Tara, mientras Alicia espera que le den de alta a Amy


—Gracias por venir a recogernos —Bajamos al estacionamiento por el ascensor y con premura llegamos a su todoterreno. Pedro aseguró a Tara en la sillita antes de ocupar su puesto—Papá se fue anoche al hospital, es evidente que se está ocupando de Alicia.


—Sí, él me llamó temprano para avisarme y pedirme que te ayudara con Tara. —«Ahh, venir a buscarme no había sido iniciativa propia, que desilusión».


—¡Por Dios!, papá ha perdido la cabeza —solté una carcajada.


—Roberto se ha enamorado. —Lo dijo con tanta naturalidad que lo miré de reojo. Lucía impecable, como siempre, y aún conserva el cabello húmedo. Estaba vestido de manera informal, lo que lo hacía verse más joven y menos serio. En el ambiente flotaba el olor de una fragancia masculina que me hacía desvariar.


Para evitar suspirar como una idiota, me ocupé de encender el estéreo. Al escuchar la voz de Ed Sheeran, cantando Pensando en voz Alta cerré los ojos, era uno de mis temas favoritos, comencé a tararearla cuando a los pocos segundos Pedro apagó la música.


—¿Por qué dices que le temes a un nosotros, Paula? Necesito saber a qué atenerme contigo —Su pregunta me sorprendió, aunque no podía negar que tenía razón, era hora de sincerarme con él.


—Desde que nos encontramos… todo ha pasado muy deprisa Pedro. Yo tampoco sé a qué atenerme contigo —él me observó de reojo y me sonrió con dulzura.


—Hagamos algo… —me tomó de la barbilla y depositó un casto beso sobre mis labios—terminaremos este tema más tarde, ¿estás de acuerdo?—dijo justo antes de bajarse del todoterreno. Asentí con la cabeza y salí del vehículo. Por la hora que era sabíamos que nuestra conversación no podría continuar. Una vez más quedaba en el aire.






MISTERIO: CAPITULO 16




«¡Pedro!, pero… ¿esto debe ser una broma?».


Mi cara de asombro lo hizo sonreír. Me señaló la silla que tenía frente a su escritorio, así que cerré la puerta detrás de mí y con paso elegante me acerqué al asiento.


—¿Qué haces aquí? —Pregunté con desconcierto.


—Soy el nuevo jefe del departamento de emergencias infantil.—Se aclaró la garganta poniéndose serio—Debo advertirle, doctora Chaves, que llegar tarde en este departamento es una falta grave. Le agradezco sea la última vez. —Alcé las cejas en un perfecto arco.


—Entonces, debo llamarte ¿doctor Alfonso? —Su mirada se tornó engreída.


—Sería lo más correcto. No nos tutearemos delante del personal, no quiero que piensen que por conocernos tendré preferencias, ¿estás de acuerdo conmigo? —Dijo mientras se levantaba de la silla y rodeaba el escritorio.


—Entiendo, y no tengo problemas con eso —respondí manteniéndole la mirada.


—Espero que podamos trabajar juntos y sin problemas, Paula. Otra cosa, tampoco quiero que pienses que porque estimo mucho a Roberto, te voy a dar un trato especial, ¿está claro? —Sus palabras me hicieron sentir como si estuviera en la oficina del director del hospital.


—Espero estar a la altura de tus expectativas —respondí asumiendo la misma seriedad de él, borrando toda sonrisa de mi rostro. Hasta ahora Pedro solo conocía a la Paula risueña, alegre, simpática y alocada, pero no a la Paula trabajadora y responsable.


«Este era mi gran momento para demostrarle de que estaba hecha».


—Ya veremos. —Su intervención me molestó, por la poca fe que reflejó.


Pedro dio un paso adelante y aproximó su rostro hasta colocarlo a la altura del mío dejando que nuestras miradas se encontraran. La tensión creció entre nosotros. Sus ojos se detuvieron por un instante sobre mis labios.


Volví a sentirme como cuando tenía dieciocho años, y no hacía otra cosa que amarlo con locura, fue como si el tiempo se hubiera detenido. Apartó un mechón de cabello que tenía sobre la mejilla y lo colocó con cuidado detrás de la oreja. 


Ese contacto despertó un calor envolvente en mi cuerpo, que comenzó a recorrerme entera. Me sonrojé sin poder evitarlo.
Pedro al ver mi reacción sonrió satisfecho y dio un paso atrás para mirarme de arriba abajo.


—Te queda bien el uniforme. —Sus palabras me trajeron de vuelta a la realidad, pero ¿qué demonios había pasado? Sin decir más se dirigió hacia un perchero junto a la puerta donde estaba colgada su bata blanca. Se la puso con un movimiento que a mí me pareció muy erótico—Vamos, doctora Chaves, tenemos que trabajar. —Me esforcé por aplacar mis hormonas antes de levantarme y seguirlo al área de emergencias.


En el camino me ocupé de aspirar con calma suficiente aire para tranquilizarme. En verdad este universo parecía un puto pañuelo.


El resto del día pasó en un abrir y cerrar de ojos. Ayudé a cuanto paciente se cruzó en mi camino demostrándole a Pedro que sabía más de lo que él creía. Al final de la tarde
estaba rellenando unas historias médicas que había dejado pendientes, sentada en el área de las enfermeras, en una esquina apartada para que nadie me molestara.


—¿Estas lista? —Al oír la voz de papá, alcé la vista y lo vi sonriente.


—Dame dos minutos. —Estampo la última firma del día, cerré la carpeta y se la di a una de las chicas. Fui rápidamente a buscar mi bolso y la ropa, estaba tan cansada que no tenía fuerzas para cambiarme—Hasta mañana. —Me despedí de todos con la mano y alcancé a mi padre que hablaba con Pedro fuera del área de las enfermeras.


—Hasta mañana, doctor Alfonso —los interrumpí. Papá abrió los ojos con sorpresa y soltó una carcajada—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?


—Nada, nada —dijo con la sonrisa aún en los labios. Lo observé con los ojos entrecerrados, me daba la impresión de que había sido papá quién tramó todo esto, poniéndonos a Pedro y a mí a trabajar juntos.


—Hasta mañana, doctora Chaves. La espero a las seis y cuarenta y cinco de la mañana, le recuerdo que tenemos una cirugía a las siete, y por favor, no llegue tarde esta vez. —La última parte la dijo en voz baja.


—No llegará tarde, hombre —agregó mi padre con una sonrisa—, de eso me aseguro yo. —Me crucé de brazos, al verlos compartir una sonrisa cómplice, pero mi padre me tomó del brazo y me sacó de allí para marcharnos.


Caminamos al estacionamiento. Cuando estamos llegando al auto, vi la figura de un hombre recostado sobre la carrocería, parecía que nos esperaba, pero ¿quién podría ser?


—¡Paula! —Era Oscar. «Oh, por Dios». Papá resopló molesto.


—¿Qué haces aquí?, ¿no te fue suficiente con la otra noche? —Los dos se miraron con mala cara.


—Este es un lugar público, doctor Chaves. Tengo derecho de ver a mi novia. —No me gustó que discutieran, debía detenerlos.


—¡Basta!, papá tranquilo, tengo que hablar con Oscar. Te veo en el departamento más tarde. —Le di un beso en la mejilla.


—Espero sepas lo que estás haciendo hija. Llámame si me necesitas, estaré pendiente.


Asentí y esperé a que se subiera al coche para girarme hacia Oscar y verlo sonreírme con ternura. Él se acercó a mí y tomó una de mis manos.


—Entonces, te gustaron las rosas. —Di dos pasos hacia atrás, no quería estar tan cerca, de él. Me sentía incómoda.


—Sí, gracias. —Me acomodé el bolso sobre el hombro, el momento se volvió tenso, ninguno de los dos sabía qué decir.


—Vamos, te invito a tomarnos algo, necesito contarte algo. 


—Colocó su mano en la parte baja de mi espalda—Te sienta bien el azul. Te vez linda, Paula.


—Gracias otra vez —soné apagada, esa no era yo.


Subimos a su auto, hasta que llegar a un restaurante italiano. El mismo al que me había llevado en nuestra primera cita. Mi conciencia me atormentó, no quería herir sus sentimientos. Él no se lo merecía no era justa la manera en que lo engañaba.


«¡Demonios!, qué día tan largo, estaba agotada».


Seguimos a la chica que nos llevó hasta una mesa junto a la ventana. Barrí el lugar con la mirada, no había mucha gente todavía y sonaba una música de fondo muy agradable. Al sentarnos, Oscar pidió una botella de vino tinto. Lo observo con atención, no podía negar que era atractivo. Se había quitado la corbata y llevaba los dos primeros botones de la camisa abiertos


¿Por qué ya no me gusta como hace una semana atrás?, ¿por qué Pedro tuvo que reaparecer en mi perfecta, aburrida y monótona vida?


—¿Qué ha pasado con nosotros? —Su pregunta me devolvió a la realidad.


—No lo sé —fue lo único que me atreví a contestar.


—¿Quién es Pedro Alfonso y que significa para ti?, pero esta vez, Paula, te pido que seas sincera. —El mesero llegó con una botella y dos copas, las rellenó con calma y enseguida se retiró.


—Ya te lo dije, es un viejo amigo de la familia. Solo eso. —Tomé un sorbo de vino y luego puse la copa sobre la mesa
—Oscar, creo que lo mejor será… —Él me interrumpió, alzando una mano con la palma abierta hacia mí.


—No digas algo de lo que te puedas arrepentir más tarde. No quiero que te enfades. Pero me tome la libertad de pedirle a David Rodríguez que lo investigara, lo que encontró de él no es nada bueno. —Lo miré con la boca abierta, ¿hasta dónde Oscar era capaz de llegar?, quizás papá tenía razón y todos los abogados eran egoístas, personas a quienes no les importaba llevarse a nadie por el medio—Ese tipo tiene una doble vida —lo observé confusa.


—Pero, ¿qué dices, Oscar? ¿A qué te refieres con lo de doble vida? —Ahora sí que no entendía nada.


—Es médico, cirujano y todo lo que tú quieras, pero en lo que respecta a las mujeres, tiene una manera muy singular de… —Se detuvo intentando buscar las palabras correctas—Bueno, le gusta compartirlas, básicamente tiene fama de no estar en una relación por más de una noche y frecuenta esos clubs de Swingers. —No podía seguir escuchando, me sentía fatal. ¡¿Pedro formaba parte de un club de intercambio de parejas?!


—Oscar, escúchame bien, no entiendo por qué me dices todo esto, pero me parece de muy mal gusto, especialmente viniendo de ti. Tú que eres una persona tan correcta. Lo mejor será que lo dejemos hasta aquí. Primero te pasaste invadiendo mi privacidad y ahora esto… levantarle una calumnia a un hombre que no conoces de nada solo porque estas celoso, me parece que es el colmo. —Tomé el bolso que tenía colgado en el respaldo de la silla y me levanté—Espero que estés bien.


No esperé su respuesta, estaba tan molesta que caminé a grandes zancadas hasta salir del local. Afuera me detuve en la acera, tomé aire y obligué a mi corazón a serenarse. Me sentía tan aturdida que no sabía qué hacer.