domingo, 5 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 3




UNA hora después de que Pedro se hubiera ido, Paula oyó la campanilla de un caballo y el traqueteo de la carreta de Izaak Abranson. Dejó el molinillo de café antiguo que había bajado del desván y caminó hacia el porche; ya lo prepararía más tarde.


Saludó a su amigo con la mano.


—Buenos días, Pau —dijo Izaak—. Hoy tengo un poco de tiempo libre y he venido a ver el granero.


Paula bajó los escalones y caminó hacia él. Izaak llevaba los mismos pantalones negros y la misma camisa de siempre.


—¿Entonces os parece bien? —dejó escapar un suspiro pensando que al menos aquello se iba a solucionar.


Izaak asintió.


—Margarita habló con sus padres y les explicó lo del bebé. Nos permiten que sigamos siendo amigos y que trabajemos contigo en tu tienda. No les gusta lo que hace la ciencia, pero han comprendido que no eres una inmoral.


Paula dejó escapar un suspiro de alivio. Tenía miedo de cómo reaccionarían los padres de sus amigos al saber que iba a ser madre soltera.


—Me gustaría que el granero estuviera listo antes de que naciera el bebé.


Izaak dejó escapar un suspiro y meneó la cabeza.


—No deberías tener que mantenerte tú. Ese bebé debería tener un padre que cuidara de él.


—Izaak, sé que Margarita te explicó que era de Laura y German y que yo sería su tía.


Paula conocía a Izaak Abranson desde que era pequeña. La granja de los padres de él lindaba con la de su tío y, mientras había sido un joven guapo y apuesto y la había paseado en su carro, había sido el objeto de sus sueños. Cuando se casó, Paula había sentido una pequeña decepción. 


Después de todo, le había prometido esperar por ella. Pero el corazón de una niña de cinco años se curaba rápidamente con unos cuantos abrazos por parte de Margarita.


Izaak dejó escapar un suspiro.


—Sí, ya sé cómo era. Pero ya no va a ser el bebé de Laura y el padre tampoco estará aquí.


Paula sabía que estaba preocupado y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


—No. Ninguno de los dos está aquí ya.


Izaak meneó la cabeza.


—He hecho que te pongas triste. Vamos a ver el granero que quieres convertir en tienda.


—Funcionará muy bien, ya lo verás —dijo ella, haciendo un esfuerzo por animarse—. Margarita, tú y yo.


Ella sabía de antigüedades y llevaba coleccionándolas mucho tiempo. También tenía el sitio: un viejo granero. Y madera: la de los otros graneros. Izaak Abranson sabía cómo convertir esa madera en unos muebles preciosos.


Los muebles de madera hechos a mano estaban de moda y Paula e Izaak iban a dedicarse a ello. Y las colchas de Margarita eran simplemente maravillosas. No serían ricos, pero podrían vivir de ello.


Y eso era lo que ella le iba a dar a su hijo. No necesitaba a Pedro Alfonso y sus amenazas.


Casi se había caído redonda cuando lo había visto en el porche, pero logró hacer acopio de valor para enfrentarse a uno de los Alfonso. Haría lo mismo en un juicio si llegara el caso.


No podía creerse el valor que había tenido al decirle que se marchara. Le había costado muy poco y todo había salido muy bien: él se había marchado, con el rabo entre las piernas.


Se había ido, pero ella no lo había olvidado, le dijo una pequeña voz interior, De acuerdo. Le había hecho daño en una ocasión. Podía admitirlo. Ella lo había visto como un príncipe azul sobre un caballo blanco. Se había visto envuelta por los deseos de cuentos de hadas de su hermana. Y se había portado como una tonta.


Laura le había estado hablando maravillas del hermano pequeño de German durante semanas. Era divertido, amable, guapo y muy, muy rico. Se suponía que era perfecto para ella. Y ella se lo había creído. Sobre todo cuando la había recibido con sonrisas y abrazos, haciendo que se sintiera parte de la familia. Y más guapo de lo que ella se hubiera podido imaginar.


Laura y ella iban vestidas iguales por primera vez desde que sus padres murieron. Laura le había comprado ropa, la había llevado a la peluquería y le había regalado maquillaje. La idea había sido de German. Él quería engañar a sus padres, que pensaban que Laura era rica y no una niña pobre del sur de Maryland. Le había asegurado a Paula que para sus padres la procedencia era muy importante.


Paula se había encontrado rara con aquella ropa tan sofisticada. Y todo había salido mal. Laura y German se habían equivocado al ocultar la verdad. Y ella también, al pretender que era otra persona. Se habían equivocado al dejarse llevar por la emoción del juego y olvidarse de que algunos juegos eran peligrosos.


Paula meneó la cabeza para alejar aquellos recuerdos. 


¿Qué estaba haciendo pensando en aquel episodio humillante?


Hacía mucho tiempo y ahora era mucho mayor y mucho más inteligente. Tenía que pensar en el futuro. Y mientras Izaak y ella planeaban las reformas, un futuro prometedor se presentaba ante sus ojos.


Paula estaba en el columpio del viejo castaño. Disfrutando de la brisa del atardecer.


El estómago le crujió y le recordó que era la hora de cenar. 


También le recordó que esa mañana había sentido al bebé por primera vez. Su primera reacción había sido llamar a su hermana, pero entonces recordó que estaba sola.


Completamente sola con toda la responsabilidad de traer una vida preciosa al mundo.


Esa mañana ya había tenido la tentación de llamar a Antonio y decirle que había cambiado de opinión. Casarse con un amigo era mejor que seguir sola. Pero no lo habla llamado. 


Un hombre bueno y generoso como Antonio se merecía a una mujer que lo amara. Ella ya sabía lo que era el amor y su amigo no se merecía menos.


Era curioso que, unas horas más tarde, Pedro, el hombre que le había enseñado tanto sobre los sentimientos, hubiera aparecido en su vida para enseñarle otra verdad. Al amenazarla con llevarse al bebé se había dado cuenta de cuánto lo quería.


Menos mal, que al final el día iba a terminar bien. Izaak con sus hermanos y sus primos convertirían el granero que estaba más cerca de la carretera en una tienda y desmantelaría los otros para conseguir madera.


El sonido de un coche le llamó la atención. Dio la vuelta a la casa y al llegar al porche se quedó petrificada. Parecía que el día no iba a acabar tan bien con había pensado.


Allí estaba Pedro Alfonso.


Paula caminó a su encuentro.


—¿No me creíste cuando te dije que llamaría al sheriff?


—No es eso. Quería hablar las cosas contigo de una manera más amistosa.


—No tenemos nada de lo que hablar.


—Lo siento. Es por mi culpa; hablé demasiado. Todo esto me pilló por sorpresa —dijo él señalando hacia la casa y los otros edificios medio derruidos—. Tienes que admitir que esto es bastante diferente al mundo en el que yo crecí.


Paula miró a su alrededor e intentó verlo todo desde su punto de vista.


Su casa, sin pintar y con los cierres de las ventanas rotos, tenía un aspecto bastante deplorable. Entonces, entendió lo que él debía pensar; pero aquello no era una excusa para amenazarla con quitarle a su hijo.


—Ésta es mi casa. Será la casa de mi hijo. Esto no es Filadelfia. Esto es St. Marys County, Maryland, donde hay mucha gente pobre. Ningún juez va a quitarme a mi hijo porque mi casa necesite una mano de pintura y algunas reparaciones.


—Yo tampoco —dijo él rápidamente—. Siento haberte dicho eso. No había salido a la carretera cuando me di cuenta de mi error. No he venido hasta aquí para amenazarte ni para hacer que te sintieras mal, Paula. He venido a que me des algunas respuestas. Y para ofrecerte ayuda. Ahora que veo tu situación creo que puedes necesitarla.


Pero a ella no la convencía tan fácilmente. Ninguna madre se tomaría ese tipo de amenaza a la ligera, especialmente teniendo en cuenta las cosas que sabía de su familia.


Pero ése no era el motivo por el que le temblaban las piernas y el corazón te retumbaba en el pecho.


Era por él.


Paula no sabía por qué su cercanía la afectaba tanto. Ahora estaba enfadada, pero sentía lo mismo que hacía cinco años cuando lo único que había deseado era sentir sus labios y sus manos sobre ella.


No quería decirle que se marchara y ponerlo en contra de ella y, como necesitaba sentarse, le hizo una señal hacia las mecedoras del porche.


—No quiero tu ayuda, pero voy a darte las respuestas que quieras.


Subió los escalones y tomó asiento.


Pedro la siguió y se sentó enfrente de ella. Se echó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas, y entrelazó los dedos de sus manos finas. Era un hombre increíblemente atractivo.


—Necesito saber por qué me mentiste.


Paula se echó para atrás en el asiento y se cruzó de brazos.


—Te lo dije. No te mentí. Me marché porque no quería hablar con tu familia.


—No me refiero a eso. Estoy hablando de hace cinco años. Casi rompiste mi relación con mi hermano.


Ella pudo sentir su enfado. ¿De verdad había hecho eso? No había sido su intención.


—Nunca te mentí.


—¿Cómo que no? Tú no eres aquella persona. Tú eres la verdadera Paula. La persona a la que yo conocí era sofisticada y nunca se hubiera disgustado porque yo sólo pudiera ofrecerle una noche. No se hubiera sentido dolida porque aquellos momentos robados en la casa de la piscina no indicaran una relación para siempre. La persona a la que yo conocí vivía en el mundo real; no en la parte de atrás con mecedoras y graneros. Era una diseñadora. Tenía planes para abrir una tienda de antigüedades. Era glamorosa y cosmopolita. Aquélla no eras tú.


Paula se dio cuenta por primera vez de que a Pedro también lo había afectado aquella noche.


«Menudo lío preparamos...», pensó ella


—Laura y German decidieron vestirme así. No hubiera sido necesario si a tu familia no le importaran tanto las apariencias y las cuentas bancarias. German no quería que menospreciaran a su mujer por eso se le ocurrió toda aquella charada. Ya había sufrido demasiado.


Pedro se echó para atrás en la silla, asimilando sus palabras, pensando en ella.


—Entiendo por qué lo hicisteis. Son mis padres y los conozco muy bien. Pero German me mintió. Después se puso furioso conmigo por tratarte como la persona que habíais inventado sin molestarse en explicarme que habíais estado jugando a los disfraces.


Ella podía ver el dolor en sus ojos grises.


—Lo que no entiendo —continuó él— es por qué no me lo dijo. Nosotros no teníamos secretos. Yo soy la única persona a la que le contó lo del bebé.


Paula se estremeció en la silla.


—German me dijo que siempre teníais que ocultarles cosas a vuestros padres. Quería evitar que tuvieras que ocultarle esto también. Así era German. Su compromiso con Laura era para toda la vida; si te lo hubiera dicho, te habría obligado a mantener ese secreto todo ese tiempo —dejó escapar un suspiro—. Habíamos planeado todo. Después del nacimiento del bebé, yo diría que me mudaba a una granja que había heredado de un familiar porque me gustaba aquella zona.


—Nunca te habría tocado si hubiera sabido la verdad. Ojalá me lo hubieras dicho.


—Bueno, yo opino lo mismo. Ojalá no me hubieras tocado —soltó ella. Todavía le dolía recordar su imagen en los brazos de otra mujer cuando aún no habían pasado veinticuatro horas desde que había estado con ella.


—No quise hacerte daño —dijo él con calma.


Ella vio en sus ojos que decía la verdad,


—No seas tan engreído. Me puse furiosa, eso es todo —mintió ella.


—Tampoco quise hacer eso —dijo Pedro con solemnidad—. Pero sé que te hice daño. Vi tus lágrimas antes de que te dieras la vuelta. Además German me dijo unas cuantas cosas al respecto —dijo con una sonrisa triste—. Lo siento, debería haber sabido la verdad.


—¿Qué importa la ropa? No creas que soy un ratón de campo solamente porque le doy importancia a la intimidad.


Él asintió.


—Bien. Creo que, considerando las circunstancias actuales, es hora de que enterremos nuestras hachas de guerra.


Ella esperaba no volver a verlo nunca así que no le importaba. Además, prefería que no se marchara siendo su enemigo. Por eso asintió.


Pedro suspiró, claramente aliviado.


—Ahora, sobre la ayuda...


Paula se puso de pie.


—No quiero tu dinero. El dinero viene con ataduras y condiciones y no quiero nada con tu familia.


—Yo no he dicho nada de ataduras ni de condiciones —dijo con suavidad—. Sólo quiero ofrecerte mi ayuda.


—La caridad también tiene sus condiciones, Pedro. Pero hay otras cosas sobre el dinero que no creo que entiendas. El dinero no lo arregla todo en la vida, no compra la confianza ni tampoco hace que se olviden las amenazas. Acepto tus disculpas por la forma en la que me trataste en la boda porque creo que han sido sinceras, pero todavía no he olvidado la amenaza sobre mi hijo. Y no lo haré, el dinero no compra el perdón.






HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 2





Pedro giró por la autovía número cinco. Estaba cansado de tanto conducir. Llevaba dos meses buscando a Paula Chaves sin éxito, pero el detective que había contratado a través de su bufete de abogados, Marcos Brennan, sí lo había logrado. 


Brennan había descubierto su dirección a través de una herencia que le había dejado un tío. Por fin, Pedro iba a poder hablar con ella y preguntarle por qué había desaparecido.


Estaba claro que tenía sus planes y que éstos no incluían ir a la comida que daba la familia. ¿Por qué no se lo había dicho en la iglesia? Él quería ofrecerle su ayuda con el bebé. 


Era lo único que le quedaba de su hermano; la única persona a la que había querido. ¿Por qué tantas molestias para evitar qué hiciera lo único que podía hacer? Ayudarla económicamente.


No tenía sentido. Paula no estaba preparada para ser madre soltera, Sólo se había quedado embarazada porque, generosamente, había accedido a una inseminación artificial del hijo de German después de enterarse de que Laura era estéril por culpa de una infección.


Intentó controlar el exceso de emociones que siempre sentía cuando pensaba en Paula. Se habían conocido en Bellfield la noche anterior a la boda de German y Laura. Paula había aparecido con un aspecto sofisticado y cosmopolita, igual al de su hermana gemela, una fachada a través de la cual él no había podido ver.


Mientras la había tenido en sus brazos en la pista de baile, su destino había quedado sellado y, cuando acabaron de bailar, él deseaba mucho más de ella. Deseaba tenerla debajo de él, abrazados, tan cerca como dos personas podían estar.


Después del baile la había llevado a dar un paseo a medianoche por los jardines y a un episodio caliente y apasionado en la casa de la piscina. Si ella no hubiera hecho un comentario completamente inocente, él habría tomado su virginidad allí mismo. Pero había sentido pánico y se había detenido. Obligándose a pensar. Aquel momento había sido el punto más bajo de su vida porque se había dado cuenta de algo terrible. Allí, en la casa de la piscina, en la noche más mágica de su vida, había descubierto la realidad. La virginidad significaba un compromiso y él estaba muy lejos de ser una persona comprometida. Demasiado parecido a su padre. Demasiadas mujeres se lo habían dicho, su madre incluida, y finalmente tenía que aceptarlo.


Él había dado marcha atrás y Paula y él habían vuelto a la fiesta, justo antes de que acabara. Esa noche había dormido poco; ninguna mujer le había hecho sentir como ella y ahora tenía miedo de no ser capaz de resistirla.


Sabía que a Paula le dolería cuando se enterara del tipo de hombre que era y temía que afectara a su relación con German. 


Por eso, al día siguiente durante la boda, decidió mostrarse encantador y simpático con ella sin acercarse demasiado.


El plan se había ido por la borda cuando ella apareció en la iglesia al lado de su hermana. El deseo de abrazarla había sido casi incontrolable. Todavía le dolía el descubrimiento de la noche anterior y las previsiones del futuro solitario que lo esperaba.


Pedro decidió utilizar a una amiga de la familia como escudo entre él y Paula. No se había imaginado que ella se sentiría tan dolida al verlo con otra persona; pero no se había atrevido a acercarse y darle una explicación.


Ahora, cinco años después, iba a encontrarse con ella en privado, sin ninguna protección.


Tenía miedo, mucho miedo de que el aspecto dulce de ella tan diferente del glamuroso de cinco años atrás lo atrajera irremediablemente.


No le gustaba, en absoluto, lo que estaba sintiendo.


Pedro vio su próxima desviación y enseguida se encontró conduciendo por una carretera llena de curvas en medio de ninguna parte. Pasó al lado de una granja de Amish, después de otra, y otras propiedades mucho más pobres que los vecinos sin electricidad Amish.


Tuvo que adelantar a varias carretas conducidas por hombres con sombreros negros. Por alguna extraña razón, a los niños que miraban por la ventanilla de atrás, les encantaba saludarlo. Era difícil ignorar sus caras felices. No tenía mucha experiencia con niños, pero no le pareció mal sonreírles y saludarlos.


Unos cuantos kilómetros más adelante, cuando su frustración había alcanzado un nivel bastante elevado, vio un buzón de correos oxidado. Paró el coche, levantando una gran polvareda.


Allí estaba: Chaves. Las letras estaban desgastadas.


Miró al camino que conducía hacia un pequeño bosque. 


Sabía que ella estaba allí. La había localizado. Y al hijo de su hermano.


Intentó controlar sus sentimientos y se dirigió con su pequeño coche deportivo por el camino de piedra. Después de una curva, el túnel de árboles se acabó. En medio del claro, había varios graneros medio derruidos y una casa que había visto tiempos mejores. Alrededor, hectáreas de hierba y maleza.


En el porche, dos mecedoras se movían lánguidamente con la brisa cálida de principios de verano. Un arco iris de macetas de colores le daban un poco de alegría a tanta decadencia.


Pedro salió del coche. Se sentía incapaz de conectar aquel lugar con la mujer a la que iba buscando o, al menos, con la imagen que tenía de ella. ¿Habría sido todo una mentira? 


Aquélla no parecía la casa de una decoradora.


Ahora se acordaba. En la boda le había dicho que era diseñadora de interiores y que tenía su propio negocio y planes para abrir una tienda de antigüedades. ¿Cómo podría haber dejado todo eso cinco años después para quedarse con Laura y German hasta que naciera el bebé? Esa ausencia tan prolongada habría supuesto la muerte para cualquier negocio.


Y si todo eso también era mentira, ¿cómo pensaba mantener a un niño?


Pedro estaba allí de pie, horrorizado. ¿Allí era donde Paula pensaba criar al hijo de German?


Enderezó los hombros y caminó hacia delante preparado para luchar por el hijo de su hermano. Acababa de poner un pie en el primer escalón cuando Paula le habló a través de la mosquitera de la puerta.


—¿Qué quieres? —preguntó ella; su tono era hostil.


Él tomó aliento.


—No fuiste a la comida —dijo él, esforzándose por mostrarse simpático. Tenía una misión y no quería estropearla.


—No tenía nada más que decirte ni a ti ni a tu familia — respondió ella con serenidad.


—¿Por eso huiste? ¿Por qué no tenías nada que decir?


—No huí. Me viene a casa. Éste es un país libre —dijo ella, sin cambiar su tono.


Él volvió a respirar hondo para tranquilizarse.


—Tenemos que hablar —repitió.


—¿Ah, sí? ¿De qué? 


Abrió la puerta y salió al porche. 


Seguía siendo tan delicada y delgada como siempre; el embarazo todavía no se le notaba. Ahora sus grandes ojos azules brillaban enfadados.


Él hizo un esfuerzo para no sonreír. Quizás estuviera enfadada y su voz sonara dura, pero con aquel pelo rubio y suave alrededor de su preciosa cara con forma ovalada se la veía muy dulce e inocente. Y también muy seductora.


«¿Qué demonios te pasa?»


—Mira, lo que tengo que decirte no me llevará mucho tiempo —dijo él, obligándose a pensar en el motivo por el que estaba allí—. El hijo de German es lo único que me queda de mi hermano. Tengo una propuesta que hacerte: vuelve conmigo a Pensilvania. En Bellfield hay una casita en el jardín en la que puedes vivir. Es un lugar pequeño y atractivo. Cálido. Limpio. Cuando nazca el bebé, puedes darme su custodia y yo te lanzaré profesionalmente en la ciudad que tú elijas. Es la salida más inteligente al lío en el que las muertes de Laura y German te han dejado.


Paula pestañeó incrédula. De repente, las palabras le salieron a borbotones.


—Y yo que pensaba que mi primer encuentro contigo me había dejado un mal sabor de boca —dio un paso hacia delante—. Nunca tendrás a mi hijo, Pedro Alfonso. ¿Lo entiendes?


—Estamos hablando de mucho dinero. Y de quitarte muchas responsabilidades de encima.


—Un bebé no es una responsabilidad. Tampoco es un lío.
Un bebé es un regalo.


—Te daré cien mil dólares. Ése es mi tope.


—¡Dinero! Eso es todo lo que le importa a tu familia. Ya me habían contado historias Laura y German, pero no tenía ni idea... —dejó de hablar y meneó la cabeza; de repente, se sentía muy triste—. Tu familia le hizo mucho daño a German. Y a Laura. Márchate.


—Mira, Paula...


—No. Mira tú. Quiero que te marches. El sheriff es amigo mío. Lo llamaré y le diré que te has metido en mi propiedad sin permiso. Éste es mi hijo y ningún Alfonso va a poner sus manos mercenarias encima de él.


—Eso será si un juez no decide lo contrario —la amenazó él.


Paula se enfureció.


—Voy a llamar al sheriff así que será mejor que te marches de aquí cuanto antes —dijo con rabia—. Que tengas un buen día.


Se giró con la cabeza bien alta y cerró la puerta de un golpe.


Haciendo que las ventanas de aquella casa decadente temblaran.


Pedro volvió a su BMW deportivo y se marchó.


No tenía ganas de encontrarse con ningún fortachón de pueblo.


Había ido allí para pedirle que le dejara ver al bebé de vez en cuando. Pero, después de ver la forma en la que vivía, había decidido que no podía permitir que el niño viviera en esas condiciones. Pero lo que estaba claro era que no iba a conseguir al hijo de German sin luchar.


Pedro pestañeó.


¿Conseguir al bebé? ¿Luchar? ¿Qué diablos había dicho? ¿Qué diablos había hecho?



HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 1





EL cielo estaba llorando. Al menos, eso era lo que pensó Paula Chaves al mirar por la ventana de la capilla. Según ella aquélla era la única explicación para esa lluvia incesante que ya duraba varios días. Una luz se había ido del mundo y éste estaba de luto. La luz era de su hermana gemela Laura y la de su amor German. Los dos se habían ido.


Paula volvió a mirar a los dos ataúdes de madera con los restos de Laura y German. Le alegraba que estuvieron cerrados, así podría recordarlos como la última vez que los había visto: felices, preparando la habitación para el bebé. 


Se llevó una mano a su vientre todavía liso. Una habitación para el bebé que ella llevaba dentro para ellos.


Paula miró a su alrededor: la sala estaba llena de flores. 


Se lo tenía que agradecer a Pedro, el hermano de German, cuando llegara.


Aunque eso la matara.


La familia más cercana de German destacaba por su ausencia.


Llevaba dos horas sola al lado de los ataúdes, recibiendo y aceptando el pésame de otros familiares y de los amigos y conocidos de Laura y German. Al mirar su reloj, Paula oyó una conmoción en la puerta. El hermano de German y sus padres habían llegado por fin, justo cuando iba a empezar la ceremonia. Estaba segura de que Pedro era inocente. Sabía muy bien cuánto quería a su hermano.


Paula esperó a que se quitaran los impermeables, después, caminó hacia su asiento y le hizo una señal al reverendo para que comenzara. Si eso incomodaba a los Alfonso que así fuera.


¿Qué tipo de personas llegaban tarde al funeral de su propio hijo?


El reverendo, un hombre amable que había apoyado a Paula durante aquellas dos horas difíciles, entendió sus sentimientos. Si los Alfonso hubieran querido estar junto a su hijo, habrían llegado a tiempo.


Ya aceptarían el pésame después.


El sacerdote rezó por German y por Laura, después les pidió a los asistentes que recordaran sus cortas vidas en lugar de llorar por su muerte.


Antes de que ella se diera cuenta, la celebración había terminado. Como Laura y German iban a ser incinerados, no tendrían que ir al cementerio.


El encargado de la funeraria, se colocó al lado del párroco y los invitó a todos a comer en Bellfield. No hizo falta que dijera que era la casa de los Alfonso ni tampoco decir dónde estaba. Todos lo sabían.


Paula no pensaba ir. No pensaba pisar aquel mundo ni un minuto. Cuando todos se sentaran a tomar la sopa, ella ya estaría de camino a casa. De vuelta a sus orígenes.


Paula acababa de inclinarse para recoger su bolso cuando unos zapatos italianos brillantes aparecieron ante ella. 


Pedro


Haciendo un esfuerzo por mantener la calma, se incorporó para hacer frente al hermano de German. Seguía siendo tan guapo como siempre, llevaba el pelo peinado hacia atrás, todavía mojado por la lluvia. Sus ojos grises eran como ella los recordaba de la última vez que lo había visto en la boda de Laura y German.


Su cara era una máscara de decoro, tan diferente del encantador de serpientes de la noche antes de la boda de sus hermanos.


—El funeral ha salido bien —dijo él, como buscando un tema neutral.


—Sí. Gracias por organizado todo.


Él asintió.


—Siento que llegáramos tarde. El vuelo de mis padres se retrasó.


¿Estaba enfadado con sus padres, con la compañía aérea o con ella por empezar cuando lo había hecho?


Paula pensó que no le importaba.


—De todas formas estuvo bien. Seguro que todos tendrán tiempo de darle el pésame a tus padres durante la comida —dijo Paula, deseando que se marchara.


—¿Vienes a la mansión con nosotros?


—Tengo mi coche —respondió ella. 


Nueva mentira. 


Tenía su coche. Sólo que estaba aparcado a la vuelta, lleno con sus enseres y unas cuantas cosas personales que se había llevado como recuerdo de Laura y German.


El banco y la familia de German podrían llevarse todo lo demás. Ella no quería prolongar su contacto con los Alfonso pidiéndoles nada para el bebé. Por lo que a ella concernía, estaba lista para ponerse en camino y dejar Pensilvania atrás.


—Quería reunirme contigo para hablar sobre tus planes para el bebé —dijo Pedro—. Pensé que después de la comida podríamos hablar en privado. No tardaríamos mucho.


—Por supuesto—dijo ella.


Teniendo en cuenta la clase de personas que eran los Alfonso, no había pensado que les importara cuáles eran sus planes. Pero no importaba. Ella no tenía ningún compromiso con las personas que habían hecho la vida de German tan desgraciada. Lo que sabía de su infancia la horrorizada. De ninguna manera iba a exponer a su precioso hijo a unas personas tan frías y tan egoístas como los Alfonso.


—Bien. Hablaremos más tarde.


Ella asintió.


«Hablaremos más tarde. Mucho más tarde. Cuando el infierno se congele», pensó Paula mientras Pedro caminaba hacia sus padres. Al rato, mientras salía de la habitación, se despidió mentalmente de todos los Alfonso.


Su bebé ahora era un Chaves.