miércoles, 9 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 9

 


Paula se quedó boquiabierta. No podría haberse sorprendido más aunque le hubiera sugerido que se quedara embarazada por el Espíritu Santo.


Tenía que haber gato encerrado. Tenía que ser una broma…


–¡Tienes que estar de broma!


–En realidad, no. No estoy bromeando.


–Pero… pero… ¿Por qué?


–¿Y por qué no? Cumplo los requisitos, ¿no? Soy alto, razonablemente guapo, tengo el pelo oscuro, los ojos azules… Por desgracia, mi cociente intelectual es un poco más alto de ciento treinta, pero eso tampoco importa tanto, ¿no? Te prometo que te dejaré criar a tu hijo como quieras y que no me meteré donde no me llaman. No será tan distinto a lo que tenías pensado, aunque sí que me gustaría ver al niño de vez en cuando. Además, los otros abuelos vivirán enfrente. Y aunque mi padre no fuera un gran padre, hoy he visto que sí tiene madera de abuelo. Eso pasa a veces. Su padre, mi abuelo, decía que había sido un padre patético, pero que cuando se convirtió en abuelo mejoró mucho.


Paula sacudió la cabeza.


–Me está costando mucho asimilar todo esto.


–Tómate tu tiempo.


Paula parpadeó y entonces frunció el ceño.


–Todavía no veo por qué me haces esta oferta.


–A veces sí que puedo ser amable y empático, ¿sabes?


Por lo menos eso creía Bianca.


–Esto es algo más que ser amable y empático –sacudió la cabeza de nuevo–. Debo decir que me siento tentada. Mi madre se sentiría más tranquila sabiendo que tú eres el padre.


–Supongo que sí. Le caigo muy bien. Ya lo sabes. Siempre le he caído muy bien, desde aquel día en que le prometí que cuidaría de ti en el autobús del colegio.


Paula puso los ojos en blanco.


–Creo recordar que no te hizo mucha gracia entonces.


–No me importó en absoluto.


–¡Mentira! Vamos, Pedro, nunca has tenido madera de buen samaritano precisamente. Y es por eso que esa oferta que me haces suena tan rara. Dios, no sé qué pensar ni qué decir.


–Di que sí y ya está.


–Pero es una decisión muy difícil. Quiero decir que… Es una gran responsabilidad tener un hijo contigo… Es distinto a estar enamorado de alguien y…


Pedro resopló.


–Los dos sabemos muy bien que estar enamorado no es garantía de felicidad para el futuro. La gente se desenamora todo el tiempo hoy en día.


–Pero es importante que los padres se gusten y se respeten.


–¿Y crees que no me gustas y que no te respeto?


–No hemos sido precisamente buenos amigos durante estos años.


–Pero todo eso forma parte del pasado. Solo éramos críos estúpidos. Hoy nos hemos llevado muy bien, ¿no?


–Sí –dijo ella, no sin reticencia–. Sí que nos hemos llevado bien. Ay, Dios, aún no sé qué decir. Si hacemos esto, ¿qué demonios les vamos a decir a todos?


–Ya nos ocuparemos de eso cuando llegue el momento. La prioridad en este momento es que te quedes embarazada, ¿no? Es evidente que tu cuerpo no responde bien a ese donante que has escogido –añadió, haciendo uso de esa lógica fría que le caracterizaba–. Tienes que probar con alguien distinto.


Paula sabía que si fallaba otra vez con el donante, terminaría arrepintiéndose de no haber aceptado la propuesta de Pedro.


«Ahora o nunca…», dijo una voz en su interior.


–Muy bien. Muy bien. Al diablo con todo. Digo que sí.


–Estupendo –dijo Pedro–. ¿Cuál es el plan?


–Contactaré con la clínica a primera hora y te pediré una cita para que vayas a dejar la muestra de esperma. Entonces…


–¡Espera un momento! –Pedro la interrumpió de inmediato–. ¡No lo vamos a hacer así! ¡Ni hablar!


–¿Qué quieres decir?


–Quiero decir que no pienso convertirme en padre dejando una muestra en un tubito. Si vamos a hacerlo, hagámoslo bien.


–Quieres decir que… ¿Quieres acostarte conmigo?




EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 8

 


Paula no tuvo más remedio que mirar las imágenes y pasar por todo el repertorio de exclamaciones apropiadas para la ocasión. ¿Cómo iba a hacer otra cosa, sin hacer el ridículo? Melisa insistió en enseñárselas a su hermano también y este no tuvo más remedio que echarles un vistazo.


Por suerte, no hizo comentario alguno, no obstante. En algún momento sus madres volvieron a entrar en la cocina. Paula se preparó para soportar el discurso entusiasta de Carolina Alfonso…


–Me alegro tanto de que vayas a tener una niña, cariño –le dijo a su hija, radiante de felicidad–. Y los abuelos estamos encantados de tenerte viviendo tan cerca…


Después añadió que era más que evidente que Pedro no iba a darles nietos y que, si por algún extraño milagro los hacía abuelos, probablemente nunca llegarían a conocerlos, puesto que él prefería vivir en Brasil.


Pedro no sabía qué había puesto tan nerviosa a Paula, pero, a juzgar por la cara que tenía, estaba deseando salir de allí; al igual que él. Y cuanto antes, mejor.


–Siento tener que dejaros… –dijo Pedro cuando su madre dejó de hablar un momento–. Pero le pregunté a Paula si salíamos esta noche y me dijo que sí. Así que… si no os importa, nos vamos.


La agarró de la mano sin más dilación y se dirigió hacia la puerta de entrada.


–No nos esperéis –les dijo, hablando por encima del hombro–. Nos llevamos tu coche, pero no te preocupes, yo puedo conducir –le dijo a Paula al oído–. Solo me he tomado dos cervezas sin alcohol en toda la tarde.


Paula hubiera accedido a cualquier cosa en ese momento. Sentía un alivio tan grande al poder escapar de Melisa y sus fotos de bebés…


Cinco minutos más tarde, Pedro estaba sacando el coche del garaje.


–Buen coche, Paula –le dijo, cuando ya estaban en camino–. La última vez que estuve por aquí, conducías un montón de chatarra.


–Bueno, he decidido darme algún capricho que otro este año.


Un coche nuevo, un bebé…


De repente esas lágrimas que llevaban tanto tiempo amenazando con salir rodaron por sus mejillas. Paula no tuvo más remedio que echar la cabeza adelante y esconderla entre las manos.


Pedro no supo qué hacer durante una fracción de segundo. Sabía que le pasaba algo, pero tampoco había esperado algo así. No era propio de ella en absoluto.


Seguir conduciendo parecía un poco cruel, así que se echó hacia el arcén y paró el motor.


Se quedó quieto, en silencio. De repente le pareció la mejor opción.


Cuando dejó de llorar por fin, ella misma abrió la guantera y sacó una cajita de pañuelos. Se sonó la nariz y entonces le dedicó una mirada sufrida.


–Gracias.


–¿Por qué?


–Por sacarme de allí.


–¿Te puedo preguntar por qué estás así?


–No –ella arrugó el pañuelo y apartó la mirada de él.


–¿No? Paula Chaves, no nos vamos a mover de aquí hasta que me digas qué te pasa.


De repente se le encendió la bombilla. Melisa había bajado con las fotos de la ecografía, y después había llegado su madre, quejándose de que él nunca le daría nietos, lo cual era más que probable.


–A lo mejor es por el embarazo de Melisa –le dijo con esa arrogancia masculina tan típica que venía después de haber adivinado algo.


Paula lo miró de golpe. Sus ojos echaban chispas.


–Sí. Claro. Por supuesto. Fue el embarazo de tu preciosa hermanita. Y la forma en que me restregó todas esas fotos en la cara. ¿Cómo crees que me sentí cuando me dijo que va a tener a una niña preciosa para acompañar al nene encantador que ya tiene, cuando yo daría lo que fuera por tener un bebé, fuera del sexo que fuera?


–Pero lo tendrás, Paula. Algún día.


–Oh, ¿de verdad? ¿Me lo puedes garantizar tú, Pedro? Tengo treinta y cuatro años y sigo sin tener éxito en los temas del amor. Bueno, probablemente dentro de poco ya empiece a tener problemas para quedarme embarazada. Si no lo tengo pronto, todo se va a poner muy difícil.


–No digas tonterías, Paula. Hoy en día hay un montón de mujeres que tienen hijos con cuarenta años y más.


–No es ninguna tontería, y las mujeres de cuarenta años no tienen hijos todo el tiempo. La mayoría de las madres mayores de las que se oye hablar son celebridades y actrices que tienen acceso a las mejores clínicas de fertilidad del mundo. ¿Te has fijado en cuántas tienen gemelos? No creerás de verdad que esos niños son concebidos de forma natural, ¿no?


Pedro nunca había reparado en eso.


–Bueno, seguro que sabes más que yo del tema, pero todavía no tienes cuarenta años, Paula. Te falta mucho. No hay motivo para sucumbir al pánico.


–Tengo todos los motivos para dejarme llevar por el pánico.


–Mira, si estás tan desesperada por tener un bebé, ¿por qué no sales por ahí y te quedas embarazada? Eres guapísima. Seguro que te harán muchas ofertas.


Scarlet le miró con ojos perplejos.


–¿Pero crees que me voy a quedar embarazada del primero que me encuentre? Y ya no hablemos del riesgo de contraer enfermedades. No, gracias. No tengo intención de hacer algo así.


–¿Entonces vas a seguir esperando al Príncipe Azul?


–En realidad, Pedro, tampoco tengo intención de hacer eso.


–Oh… Bueno, entonces dime… ¿Qué quieres hacer?


–Bueno, ya que preguntas, ya lo estoy haciendo.


–¿Qué estás haciendo?


Paula se dio cuenta de que se había metido en la trampa ella sola.


¿Por qué tenía que ser incapaz de mantener la boca cerrada?


–El caso es que… –le dijo, dudando todavía–. Yo… Um… He decidido tener un bebé por inseminación artificial.


Al ver que él no contestaba nada, Paula se volvió hacia él. Tenía el ceño fruncido, como si no entendiera nada.


–Lo he buscado todo perfectamente en Internet. Lo he pensado y lo he investigado todo perfectamente. He encontrado una clínica cercana donde tienen un buen catálogo de donantes de esperma. Tienes acceso a toda la información; rasgos personales, historial de salud, cociente intelectual… Escogí al que mejor me pareció. Es americano, alto, guapo, con pelo oscuro, ojos azules, y un cociente de ciento treinta. Algunos los tienen más altos… Casi todos los donantes son estudiantes universitarios, pero yo no quiero un bebé que sea un genio. Solo quiero que sea lo bastante listo como para desenvolverse bien en la vida sin pasarlo mal.


–Si ya lo has decidido, Paula, ¿por qué te pusiste así con lo del embarazo de Melisa?


Paula suspiró.


–Bueno, supongo que es mejor que te diga todo lo demás. El caso es que hasta ahora no ha funcionado. Ya lo he intentado dos veces, pero no me he quedado embarazada y… Yo… Yo… Bueno, cuando Melisa me enseñó las fotos de la ecografía, empecé a preocuparme y a pensar que me pasa algo, que nunca podré ser madre… Yo… –su voz se quebró.


–La verdad es que… –dijo Pedro, rellenando el silencio repentino–. Admiro que hayas decidido dar un paso para conseguir lo que quieres en la vida. Eres valiente. Pero al mismo tiempo no puedo evitar pensar que estás siendo egoísta al querer tener un hijo al que le niegas la posibilidad de tener una figura paterna en su vida.


Paula se sorprendió. Enfureció.


–Yo no diría que tener una figura paterna en la vida lo resuelve todo. Yo pensaba que tú serías la primera persona que lo entendería.


–Vaya. Ahí me has dado. Pero sí que tuve abuelo. Tu bebé ni siquiera tendrá eso.


–A lo mejor no, pero sí va a tener a una abuela que lo querrá mucho.


–Cierto. ¿Pero qué pasa cuando ella no esté? ¿Qué pasará entonces?


–No quiero pensar en esto ahora. Ya lo pensaré… mañana.


–Igual que tu tocaya en la ficción.


Ella le fulminó con la mirada.


–Yo pensaba que tú lo entenderías.


Pedro se encogió de hombros. No sabía muy bien por qué le inquietaba tanto que Paula tuviera un bebé de ese donante con un cociente de ciento treinta, pero lo cierto era que todo su cuerpo parecía resistirse a la idea.


–Querer un bebé no es muy complicado. Es un instinto natural en la mayoría de las mujeres. Y en muchos hombres también, según he oído – añadió en un tono incisivo.


–Supongo que debes de tener razón. Mira, es evidente que estás empeñada en hacer esto, pero tengo una sugerencia que hacerte que quizá sea mucho mejor que quedarte embarazada por un completo extraño que no le aportará nada a tu hijo, excepto un pack de genes que a lo mejor no son tan deseables como dice en los papeles. Al fin y al cabo, ¿qué sabes de ese donante de esperma? Todo es muy superficial. No sabes nada de su familia, ni de su estado mental. A lo mejor deberías alegrarte de no haber concebido a ese hijo todavía.


Paula no podía creerse que Pedro pudiera ser tan negativo. La vida siempre tenía un riesgo. Los planes perfectos no existían, ni tampoco las parejas perfectas…


–Bueno, Paula, en aras de la felicidad futura de tus descendientes, te propongo que dejes a ese donante de esperma y escojas a otro… a mí.





EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 7

 


Paula apenas podía creerse lo mucho que había disfrutado de la fiesta, y de la compañía de Pedro, aunque tampoco había sido agradable precisamente. Después de darle a su madre el rubí, en bruto, pero enorme, se había dignado a dar un pequeño discurso. Había alabado a sus padres por llevar tanto tiempo juntos, y les había deseado lo mejor para el futuro. Pero eso no había sido todo. Sorprendentemente, después de comer, había hecho el esfuerzo de hablar con su padre. La conversación había sido un poco tensa, no obstante. Paula estaba muy cerca, escuchándolo todo. Pero era Martin Alfonso quien sonaba más nervioso… Tras hablar con Pedro, pasó el resto de la tarde jugando con su nieto, el pequeño de Melisa. Oliver era un niño encantador, con una personalidad muy definida y dulce, pero Paula no podía evitar pensar que debería haberse quedado un rato más con su hijo, que había volado desde Brasil para asistir a la fiesta en un día tan especial.


Esa actitud la había molestado un poco, y por eso se había acercado más a Pedro. Además, se había tomado unos cuantos vasos de vino y ya estaba más contenta y coqueta que de costumbre. Él, por su parte, no hacía más que buscarla cuando le dejaba solo durante demasiado tiempo, y cuando la encontraba le susurraba al oído… Le decía que no conseguiría ese diamante si seguía abandonando su puesto.


Cerca de las cinco y media, la fiesta tocaba a su fin y los invitados empezaban a irse. A las seis, la casa de los Alfonso estaba casi vacía. Paula y su madre se quedaron para ayudar a Carolina y a Melisa. Oliver dormía la siesta y Martin, Pedro y Leo estaban en el salón, viendo las noticias.


–El viernes me hicieron la ecografía de los cuatro meses –dijo Melisa de repente mientras llenaba el lavavajillas junto con Paula.


Sus madres habían salido en ese momento, para buscar más platos sucios.


Paula se puso tensa. Siempre que alguna chica empezaba a hablar de esos temas le pasaba lo mismo.


–Oh –dijo, intentando sonar natural–. Espero que todo vaya bien.


–Muy bien. Leo me acompañó. Claro. Casi lloró cuando le dijeron que era una niña. Y yo también. Oliver es un crío maravilloso, pero siempre hemos querido tener una niña también.


Paula casi sintió ganas de llorar. A ella le daba igual que fuera niño o niña. Solo quería tener un bebé.


–¿Te gustaría ver las imágenes de la ecografía? –le preguntó Melisa–. Las he traído para enseñárselas a mi madre. Las tengo arriba. Voy por ellas – añadió, sin darle tiempo a contestar.


Nada más entrar en la cocina, Pedro reparó en la cara de Paula.


–¿Qué pasa? –le preguntó directamente–. ¿Qué te pasa?


–Tengo que salir de aquí.


Demasiado tarde. Melisa regresó enseguida con las temidas fotos.