martes, 23 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 46

 

Finalmente llegó a su coche, prácticamente agotada. Pedro se puso frente a ella y vio las lágrimas acumulándose en sus ojos.


—¿Has terminado ya de imitar a Xena, la princesa guerrera?


—Si no hubieras estado aquí, tendría que haber llegado al coche yo sola. ¿Por qué iba a hacerlo de otro modo solo porque estés aquí?


—Si yo no hubiera estado aquí, no habrías salido a airearte.


Era cierto. Paula se sentó en el asiento del copiloto y levantó la pierna dañada con cuidado.


—¿Te importa conducir?


Su expresión fue respuesta suficiente.


Salieron del pueblo en absoluto silencio; sin ni siquiera el sonido de la radio para aliviar la tensión. Fijó la mirada en la oscuridad de fuera e intentó ignorar el enfado de Pedro.


Mientras avanzaban, Paula repasó mentalmente el beso en la puerta, revivió sus sentimientos. El poder y la seguridad de Pedro. El ancho de sus hombros. Su pelo corto. El modo en que la había protegido con su cuerpo de las miradas curiosas. Ella había respondido a todas las partes de él que eran típicamente militares.


De pronto se dio cuenta de que no había huido de esa parte de él, sino que había corrido hacia ella. Incluso con tacones. Su parte militar le resultaba atractiva de un modo primario.


—La última vez que me acosté con alguien me quedé embarazada — dijo tras tomar aliento.


—¿Perdón?


—También fue la primera vez que me acostaba con alguien. Lo que significa que ésa es la única vez que me he acostado con alguien.


—¿Has tenido solo una experiencia sexual en tu vida y te quedaste embarazada?


—Supongo que yo soy la razón por la que advierten a las jóvenes sobre la primera vez.


Pedro dio un frenazo, detuvo el coche en el arcén y la miró.


Ella le devolvió la mirada hasta que no pudo aguantar más.


—Durante dos años lo único que hice fue sobrevivir a mi padre y proteger a mi bebé. Después de eso, tenía un niño al que criar y comida que conseguir. Para cuando Lisandro empezó a ir a la escuela, yo ya me había olvidado de… los asuntos románticos.


—¿Solo una vez?


—¿Podemos pasar por alto ese tema, por favor?


—Prácticamente eres virgen.


—La verdad es que no cuento esa primera vez en absoluto. Así que sí.


—¿Por qué no cuenta?


—No estaba muy… implicada.


—¿Te forzó?


Ella negó con la cabeza.


—Quería rebelarme contra mi padre. El tío con el que me acosté solo fue el arma que elegí. Pero también elegí no participar… activamente —no podía. Por eso tenía veintiséis años y nunca la habían besado de manera apropiada. Y mucho menos con amor—. Obviamente no planeaba… No me di cuenta de que me quedaría embarazada.


Pedro profirió una obscenidad en voz baja.


—No me juzgues, Pedro.


—¿Juzgarte? Prácticamente eres virgen, Paula, y he estado a punto de poseerte contra una pared en un callejón. ¿Cómo crees que me hace sentir eso?


—Tampoco te juzgues a ti mismo. Solo quería que comprendieses por qué me he marchado de esa forma. Ha sido grosero y lo siento.


—No pareces sentirlo. Parece que estás enfadada.


—Si sigues provocándome, me enfadaré. Solo quería que supieras por qué me he ido.


—Supuse que era por todo el asunto militar.


—Yo también lo supuse, al principio.


—¿Pero ahora ya no?


—Aún me molesta, Pedro. Mentiría si dijera que no. Pero me doy cuenta de que es una gran parte de ti.


Pasaron segundos en silencio. Paula se quedó mirándose las manos.


Hasta que finalmente él habló.


—Voy a la ciudad. Unas cuatro veces al año…


Paula levantó la cabeza y lo miró. ¿Por fin iba a compartir algo con ella?


—… para reunirme con una mujer llamada Adriana Lucas. La doctora Adriana Lucas de las Fuerzas Especiales. Mi baja tiene como condición que la visite regularmente.


—¿Visitarla?


—Es psiquiatra, Paula. Ella me trata.


—¿Por qué estás de baja?


—Lo llaman baja médica. Yo lo llamo baja como último recurso. Era eso o abandonar el ejército por completo. Ellos querían que me quedara.


—¿Pero tú no querías?


Silencio.


—¿Qué ocurrió?


—Éramos uno de los escuadrones de élite de Australia. Significaba que nos destinaban a conflictos de todo el mundo. Veíamos cosas que nadie debería ver. Al final te acostumbras a ver esas cosas. Y a hacerlas.


Paula estiró la mano hacia él hasta rozarle el muslo con el meñique.


—Un día vi algo a lo que no pude acostumbrarme. Un miembro de mi patrulla hizo algo que… —negó con la cabeza y tomó aliento—. Un niño, no mucho mayor que Lisandro. Fue inaceptable. Se suponía que debíamos ayudar a la gente. Solo íbamos dos de reconocimiento. El teniente y yo. No quería reprobar a un mayor, a un amigo, pero no sabía qué hacer. Hablé con el teniente sobre el tema. Fue algo tenso. Parecía arrepentido, dijo que agradecía que hubiese acudido directamente a él, que lo hubiese llevado con discreción. Así que me dio un fin de semana de permiso. Pasé los dos días borracho en el desierto, intentando borrar de mi mente lo que había visto. Cuando regresé a la base, mi superior me echó un rapapolvo.


—¿Qué ocurrió?


—El teniente me acusó de abandonar durante la misión. Dijo que no tenía lo que hacía falta para el combate cuerpo a cuerpo. Era la palabra de mi superior contra la mía. Me vi obligado a justificarme, a decirles lo que había ocurrido con el niño, que solo estaba defendiendo a su familia con una vieja escopeta sin munición.


—Y no te creyeron —adivinó Paula.


—Había una razón por la que todos admirábamos al teniente. Era el mejor, un estratega con talento. Se encargó de socavar todo lo que yo decía. Me dibujó como un cobarde y se aseguró de que todo el pelotón se enterase.


—¿Y se creyeron eso? ¿Sobre un hombre que había ganado una condecoración al valor? —Pedro se quedó callado—. No lo desafiaste.


—Creí que podría soportarlo, vigilar al teniente, intentar que algo así volviera a ocurrir. Pero los otros miembros de mi unidad, hombres que me habían confiado sus vidas, de pronto no querían conocerme. Me enviaron solo a misiones de reconocimiento y el teniente siguió haciendo de las suyas.


—¿Cuándo te marchaste? —preguntó ella.


—Finalmente el teniente fue demasiado lejos. Lo denunciaron y todo salió a la superficie. Lo que yo había visto no era más que la punta del iceberg. Incluso ellos quedaron sorprendidos. Mi jefe se apresuró a enmendar el daño, pero ya nada se podía hacer por mí. Había empezado a sospechar de todo el mundo. No tenía fe en los hombres con los que trabajaba. No tenía fe en mí mismo. Empecé a creer que… —fuera lo que fuera lo que iba a decir, no pudo terminar la frase. Parecía consternado—. Pasé el resto de aquel año borracho cuando no estaba en una misión. Era la única manera de poder dormir por las noches.


—¿Así que pediste la baja?



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 45

 

Paula recorría las filas de coches aparcados en el campo de fútbol detrás del bar, respirando profundamente. Los fuegos artificiales continuaban sobre su cabeza y los insectos se estrellaban contra su cara, cegados por los focos que mantenían iluminados los cuarenta vehículos que allí había.


Tenía que mantenerse alejada de Pedro Alfonso. Un sinfín de pensamientos le rondaban por la cabeza. ¿Tan malo era desear volver allí y meterse de nuevo entre sus brazos? ¿Descubrir lo que sentiría si sus cuerpos se unían? ¿Entregarse hasta medianoche y entonces enfrentarse al mundo real?


La idea resultaba tentadora.


Había sido buena durante toda su vida. El único borrón en su historial era la fatídica noche en que los abusos del coronel la habían llevado a tatuar su cuerpo y a entregar después su inocencia a un desconocido.


Ambas cosas eran ya irrevocables.


—¡Ah!


Sintió un dolor en el pie izquierdo cuando cinco de los ocho centímetros de su tacón se hundieron en el campo de fútbol, lo que hizo que cayera al suelo.


Como si la noche no se hubiera echado ya a perder, encima se le quedarían manchas de césped en el vestido. Rodó hacia un lado para sacar el pie del zapato atrapado y se apoyó en el parachoques de un cuatro por cuatro. Se frotó el tobillo dolorido y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


Comenzó a estudiar los objetos a su alrededor y a fijarse en los detalles. Eso siempre ayudaba a dejar de llorar.


La luz de los fuegos artificiales rebotaba en el cristal del faro roto del vehículo en el que estaba apoyada. Contempló los preciosos efectos de la luz, que cambiaban dependiendo del lado hacia el que moviese la cabeza.


Cuando al fin dejó de llorar, se quitó el otro zapato y lo lanzó junto a su compañero.


Mientras se preparaba para levantarse sobre el pie bueno, comenzó la traca final de fuegos artificiales de la velada. Miles de luces de colores llovieron inofensivas sobre el suelo, iluminándolo todo a su alrededor. Paula tenía la cara justo al lado de uno de los neumáticos del cuatro por cuatro, y los fuegos artificiales lo iluminaron a la perfección. Ella se quedó mirándolo y supo exactamente dónde había visto esa huella antes.


En un sendero poco transitado de WildSprings.


Se apartó asqueada del parachoques y gateó hasta sus zapatos ignorando el dolor del tobillo lesionado y sabiendo que aquélla era la misma visión que aquel canguro se habría llevado a la tumba.


Se acercó al bolso, sacó su móvil y abrió la foto que había tomado en el lugar de la colisión. Eran las mismas huellas. Tomó otra fotografía, en esa ocasión del neumático en sí. Después una segunda y una tercera del emblema del vehículo y del faro roto, y finalmente la matrícula.


Lo que daría por ponerle las manos encima a quien estuviera conduciendo temerariamente por su parque.


¿Su parque? Aquello le sonaba demasiado bien.


Volvió a guardarse el móvil y comenzó a levantarse.


—¿Paula, qué diablos has hecho? —Pedro apareció de la nada y la puso en pie—. ¿De verdad, no puedo dejarte sola ni cinco minutos?


Se agachó para levantarla en brazos.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, y se apartó dando saltos a la pata coja, haciendo equilibrios con el bolso en una mano y los zapatos en la otra.


—Voy a llevarte al coche.


—¡Ni hablar! Puedo ir yo sola.


—¿De verdad? Muy bien. A ver cuánto tiempo tardas en caerte.


Paula colocó una mano en el capó del cuatro por cuatro y lo usó como muleta. Recuperó el equilibrio y se impulsó hasta dar con el siguiente coche de la fila.


—Paula, por favor, deja que te ayude. Simplemente te llevaré en brazos.


—No.


—Entonces deja que sea tu muleta.


—Eres demasiado alto —se lanzó hacia el siguiente coche de la fila y estuvo a punto de fallar. Aterrizó sobre el tobillo malo y lanzó un grito.


—Por el amor de Dios, deja que te lleve.


—¡Pedro, no! Tengo que hacer esto por mí misma.


Cuando estaba a medio camino de su coche, se acordó del cuatro por cuatro y decidió no decirle nada sobre el tema. Quería resolverlo primero.


Acudir a él con la solución, no con el problema. Tenía contactos en la policía que podrían investigar la matrícula en la sombra.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 44

 

—Bájame.


Su voz sonó firme y fría, cuando momentos antes había sonado ardiente contra sus labios.


Pedro la bajó al suelo con cuidado y utilizó su cuerpo para protegerla de la vista de otros idiotas borrachos que pudieran pasar. De todas formas él no estaba en condiciones de darse la vuelta, así que darle a Paula unos minutos para recomponerse era bueno para ambos.


¿Qué diablos había hecho?


Dejar que sus hormonas gobernaran su cabeza. Eso era lo que había hecho. Justo lo que le habían entrenado a no hacer.


Salvo que no eran solo las hormonas. El corazón estaba empezando a implicarse, y en sus años de entrenamiento nadie había mencionado nada sobre corazones.


—Tengo que marcharme de aquí…


Paula tenía la cara pálida, el pelo revuelto y el maquillaje corrido. De ninguna manera volvería ahí dentro como si hubiera estado haciendo lo que había estado haciendo.


—Paula…


—No, Pedro. Necesito un minuto —pasó frente a él para marcharse—. Te veré en el coche.


—Yo iré dentro a… —Paula había desaparecido antes de que terminara la frase— decir que nos vamos.


Pedro cerró los ojos y golpeó la pared con los puños. La había fastidiado de verdad. Como si compartir su incomodidad con los desconocidos no fuera suficientemente estúpido, prácticamente la había arrinconado en un callejón. La había empotrado contra una pared.


Su cuerpo tenso le recordó que ya estaría metido dentro de ella si no los hubieran interrumpido. Y no solo porque él llevase tres años de abstinencia a sus espaldas. Cuando finalmente disminuyó su erección, regresó dentro, encontró a su anfitrión y presentó sus excusas. Era lo último que deseaba hacer, pero era el tipo de cosa que Paula haría si pudiera.