jueves, 6 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 15






—¿Nerviosa? —le preguntó Pedro mientras recorrían la sinuosa carretera que conducía a la casa de Primo y Nonna.


No tenía ningún sentido fingir que no estaba nerviosa, así que Paula asintió.


—Un poco. Tus abuelos me intimidan un poco y encima voy a tener que enfrentarme al resto de los Alfonso…


Pero lo que más le preocupaba era que alguien estableciera algún tipo de relación entre ella y Laura. Con tantos Alfonso, la cosa no acabaría nada bien.


—Intenta no preocuparte —le dijo él, con una sonrisa en los labios—. Al que pretenden intimidar es a mí, no a ti. Ya he escuchado varios sermones de miembros de la familia a los que les preocupan mis intenciones contigo. Aparte de eso, tengo una familia estupenda.


—Y grande.


La miró con curiosidad.


—¿Lo que te preocupa es el tamaño?


—Todo lo relacionado con tu familia me preocupa.


Pedro se echó a reír.


—Recuerda que no tienes que responder a nada que no quieras.


—Dudo que sea tan fácil.


Habían llegado, así que Paula se bajó del coche y se estiró el vestido, una prenda que rara vez utilizaba, pero que Nonna y Elisa habían insistido en comprarle. En realidad, más que un vestido era una camisa larga que hacía que se sintiera como si hubiera olvidado ponerse la mitad del atuendo. Pero no podía negar que le favorecía.


—Estás preciosa —le dijo Pedro, adivinando su inseguridad—. Les vas a encantar a todos tanto como a mi madre y a Nonna.


—Soy una tonta, ¿verdad? Aunque no les guste, no importa porque esto no es real…


Pedro la calló con un beso que a punto estuvo de hacerla caer de bruces al suelo. Después le echó los brazos alrededor del cuello y se dejó llevar por el delicioso calor que manaba de ellos cada vez que se tocaban.


—Muy interesante —murmuró él cuando por fin se separó de ella y la miró, sonriendo ante su reacción—. Ya sé qué es lo que tengo que hacer cuando quiera cambiar de tema.


—¿Qué? ¿Por qué?


—Ibas a decir una indiscreción —le explicó en voz baja—. Te he besado para callarte. Nunca se sabe quién puede estar oyéndonos.


Paula comprendió por fin, al tiempo que recuperó la capacidad de hablar.


Era muy injusto. Pedro parecía no sentir aquel calor, aunque Paula habría jurado que sí que sentía algo, se esforzaba demasiado en conservar su fría actitud. El caso era que ella cada vez se encontraba en una situación más vulnerable. 


Tenía que encontrar la manera de controlar sus emociones.


—Tendré más cuidado de ahora en adelante —dijo, por el bien de ambos.


Respiró hondo y echó a andar hacia la puerta de la casa. Por suerte, era capaz de andar bastante recto sin caerse. 


Además del jardín lleno de flores de todos los colores y fragancias, enseguida los recibió el sonido de las voces de las personas que se distribuían por dicho jardín.


La siguiente hora resultó tremendamente confusa, pues Pedro le presentó a un sinfín de Alfonsos. Muchos de ellos trabajaban en el negocio de la joyería y otros, como Pedro y su hermano Lucas, se encargaban del servicio de mensajería. Conoció a Alessandro, el padre de Pedro, muchísimo más relajado e informal que su hijo. La felicidad que transmitían todas las parejas casadas hizo que Paula sintiera el deseo de encontrar la misma dicha que ellos habían encontrado. Pero era imposible, al menos con Pedro.


—¿Todas estas personas han sentido el Infierno? —le preguntó a Pedro en un momento dado.


Pedro se echó a reír.


—O eso dicen. ¿Qué? —dijo al verla fruncir el ceño.


—Tú eres el más lógico, ¿no?


—De eso no hay ninguna duda.


—Pero todas las parejas que hay aquí, incluyendo a tus padres y a tus abuelos, aseguran haber sentido el Infierno.


Pedro se encogió de hombros.


—Yo he llegado a la conclusión de que la familia Alfonso sufre una mutación genética que provoca engaños en masa. Por suerte yo me he librado de dicha anomalía —miró a sus hermanos menores—. Ya veremos si Ramiro y Gia también han escapado.


Al oír eso, Paula no tuvo más remedio que sonreír.


—Al margen de mutaciones y anomalías, Primo dijo que Nonna y él llevan casados más de cincuenta años y supongo que tus padres deben de llevar unos treinta.


—¿Adónde quieres llegar? —le preguntó con cierta brusquedad.


—A pesar de la anomalía genética, ¿no te parece que, basándonos en todos esos matrimonios, la lógica sugiere que eso del Infierno es cierto? En mi opinión, el hecho de que tú no lo sintieras con Laura y vuestro matrimonio fuera un fracaso es otra prueba más.


Pedro no tuvo oportunidad de responder porque Ramiro decidió unirse a ellos.


—No vas a conseguir convencerlo —le advirtió al tiempo que se sentaba—. Pedro no quiere creerlo. Además, es un cínico que jamás permitiría que algo tan caótico le robara cierto control sobre sí mismo.


—Si quieres decir que me niego a dejarme atrapar otra vez por el matrimonio, tienes razón —dijo Pedro con frialdad.


Ramiro se inclinó hacia ella para añadir:
—¿Te he dicho que no quiere creerlo?


Paula sonrió a pesar del dolor que le provocaban las palabras de Pedro.


—¿Acaso tú eres diferente? —le preguntó él a su hermano menor—. ¿Estás dispuesto a renunciar a tu vida actual por los caprichos del Infierno?


Algo oscureció de pronto la expresión del rostro de Ramiro, algo que se esforzó en ocultar tras su desenfadada fachada.


«El dragón tiene corazón», pensó Paula.


—Dime una cosa —respondió Ramiro después de unos segundos—. Si cayera en tus brazos el amor de tu vida, ¿la apartarías de tu lado?


Pedro miró fugazmente a Paula.


—¿Crees que es eso lo que nos ha pasado?


—¿A vosotros? —Ramiro parecía realmente sorprendido. Los miró a uno y a otro antes de responder—. Está bien. Digamos que es eso lo que os ha pasado. ¿Vas a huir de ello?


—Pero no nos ha pasado —aseguró Pedro tajantemente—. Porque eso del Infierno no existe, con lo cual no hay nada de lo que huir.


Ramiro miró a Paula con amabilidad antes de responder a su hermano.


—En ese caso, o mereces un Oscar por la actuación de esta noche, o estás mintiendo como un cretino. Me pregunto cuál de esas opciones será.


Pedro observó a su hermano detenidamente.


—Deberías saberlo, puesto que fuiste tú el que ideaste esta farsa.


—Puede que se me ocurriera la escena inicial —replicó Ramiro—, pero hoy terminó mi participación en esta comedia de los errores. Sin embargo parece que tu papel ha dado un giro insospechado.


Ramiro hizo un rápido movimiento y le agarró la mano a Pedro. Paula bajó la mirada y se quedó boquiabierta. 


Parecía que lo había sorprendido in fraganti frotándose la palma de la mano, tal y como llevaba haciendo ella desde que se habían tocado por primera vez.


—Es parte de la interpretación —afirmó Pedro.


Pero Paula se dio cuenta de que estaba mintiendo. Lo vio en sus ojos, lo oyó en su voz y lo sintió en el calor que manaba de su mano.


—Sigue diciéndotelo, hermano, pero por si tienes alguna duda, yo elijo la opción B, que significa que estás mintiendo como un cretino —una vez dicho eso, Ramiro cambió de tema intencionadamente—. Vaya, futura cuñada, veo que no soy el único que tuvo una infancia accidentada.


Hizo un gesto hacia las pequeñas cicatrices que aún tenía Paula en la pierna. Lo hizo de un modo tan natural, pero ella no se sintió avergonzada ni incómoda.


—Yo me caí de un árbol. ¿Y tú?


—De un escenario —respondió Paula.


—Ay —meneó la cabeza—. Pero mi experiencia no fue nada comparada con la de Pedro.


—¿Tú también te rompiste una pierna? No me lo habías contado —le dijo Paula.


—No, no me rompí nada.


—Él solo rompe corazones —bromeó Ramiro—. Yo me refería a lo que le pasó cuando yo me rompí la pierna. ¿No te lo ha contado?


Paula meneó la cabeza.


—Bueno, la semana que viene vamos a ir al lago, así que podrá contarte todos los detalles y señalarte el lugar donde ocurrió. No podrás ver el árbol porque Pedro se volvió loco un año y lo taló.


—Estaba enfermo —aseguró Pedro con tranquilidad.


—Me he dado cuenta de una cosa —comentó Ramiro, maravillado—. Si la realidad no se ajusta a tus deseos, tú lo que haces es cambiarla, pero debo decirte que eso no basta para que sea real. Eres tú el que se engaña.


Paula escuchaba con atención y asombro. No sabía qué era lo que le había ocurrido a Pedro años atrás, pero era evidente que aún provocaba bastantes turbulencias en él, aunque conseguía controlar sus emociones.


—Creo que nos llaman para cenar —anunció Paula con la esperanza de distender un poco la situación—. Estoy deseando probar lo que ha cocinado Primo —dijo, tendiéndole una mano a Pedro.


Para su asombro, él se levantó, la estrechó en sus brazos y la besó muy despacio. Ella respondió sin dudarlo.


—Gracias —susurró Pedro contra sus labios.


—Es un placer —especialmente si la recompensa era un beso como aquél.


A nadie le pasó por alto el beso, ni a ella se le escaparon los comentarios y sonrisas que provocó su comportamiento. De no haber visto la cara de alegría con que los miraban, Paula se habría avergonzado, pero era evidente que estaban contentos de que Pedro hubiera superado por fin el golpe que había supuesto su matrimonio con Laura. Paula cerró los ojos un instante.


Si ellos supiesen.












PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 14




Había perdido la cabeza. Paula agarró la sábana y se envolvió en ella para esconderse. No había otra explicación. 


¿Cómo si no iba a haberse atrevido a quitarse la ropa que le quedaba y salir así, desnuda como había llegado al mundo? 


Nunca había sido tan atrevida. Esa había sido la especialidad de Laura, no la suya.


Laura.


Se sentó al borde de la cama y hundió el rostro entre las manos. Qué tonta había sido de creer que podría meterse en los asuntos de los Alfonso y salir ilesa. Quizá si hubiera sido sincera con Pedro desde el principio, podría haber salido bien. Ésa había sido su intención cuando había pedido que la enviaran a la fiesta de la empresa Alfonso.


Arrugó el entrecejo. ¿Cómo se había complicado todo de ese modo? Cuando él la había tocado, así había sido. Le había propuesto aquella locura y, antes de que ella pudiera hacer funcionar sus neuronas, la había besado y Paula había perdido la razón y el sentido común por culpa del Infierno.


El Infierno.


Se miró la palma de la mano. Quería creer que no era más que el poder de la sugestión, pero no podía pasar por algo el latido y el picor que sentía en la mano. Era imposible que fuera fruto de su imaginación.


Alguien llamó a la puerta suavemente. Solo podía ser una persona. Pensó en fingir que seguía dormida y que no lo había oído, pero no podía, así que se acercó y abrió, aún envuelta en la sábana. Él se había puesto un pantalón deportivo y parecía aliviado de que ella también se hubiese tapado.


—Es tarde —dijo ella, pero Pedro la interrumpió enseguida.


—Lo siento, Paula. Lo de esta noche ha sido culpa mía —se apoyó en el marco de la puerta y sonrió—. Pensé que podría controlarlo.


—¿Y no has podido?


—En absoluto —su sonrisa no hizo sino aumentar—. No puedo dejar que vuelva a ocurrir —hizo una breve pausa—. Al menos hasta que te haya puesto un anillo.


Paula tenía verdaderos problemas para respirar.


—¿Y entonces?


—Entonces terminaremos lo que hemos empezado hoy —extendió la mano y le acarició la mejilla—. De un modo u otro, acabaremos comprendiendo lo que ocurre y estoy seguro de que nos ayudará saciar el deseo que sentimos.


—¿Y si no quiero hacer el amor contigo?


Pedro se echó a reír.


—No sé por qué, pero no creo que exista tal posibilidad.


Se acercó y le dio un rápido beso que hizo que ella deseara más. Después se apartó y la dejó allí, apretándose la sábana alrededor del pecho.


Si hacía el amor con él, sería un verdadero desastre. Eso los uniría aún más y, por más que él lo negara, crearía un vínculo que solo podría ocasionarles dolor.


Porque en cuanto le contara que Laura era su hermana, o medio hermana, y descubriera el verdadero motivo por el que se había acercado a él, no querría tener nada que ver con ella nunca más.






PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 13




Un aullido despertó a Pedro de madrugada. Miró a la mujer que dormía a su lado y sonrió. Normalmente necesitaba varias noches antes de dormir bien junto a una mujer, pero con Paula se había acomodado con increíble facilidad. No recordaba la última vez que había dormido tan plácidamente. 


De no haber sido por Kiko, seguramente no se habría despertado hasta que fuera completamente de día.


Movió a Paula con suavidad y, al volver a acomodarse, la oyó hacer un ruidito que le resultó delicioso. ¿Sería eso lo que haría cuando hicieran el amor? Se moría de ganas de descubrirlo.


Le dio la espalda deliberadamente y salió al patio. Kiko estaba sentada en el césped, con la cara levantada hacia la luna, en una pose tan bella y salvaje que despertó el lado más primitivo de Pedro. Deseaba dejarse llevar por el instinto y olvidarse por un momento de la lógica intelectual que determinaba prácticamente todos sus movimientos. 


Deseaba formar parte de un mundo más natural donde podría seguir su lado animal. La certeza de que no podía hacerlo, y ella tampoco, lo llenó de tristeza.


Kiko era un animal salvaje atrapado desde que lo habían domesticado, una trampa que él trataría de evitar a toda costa. Antes de que pudiera aullar de nuevo con la misma tristeza, Pedro silbó suavemente y, aun a su pesar, la perra acudió casi de inmediato.


—Me da mucha lástima —dijo Paula detrás de él, dando voz a sus pensamientos.


Pedro se volvió y se quedó inmóvil. La luz de la luna bañaba su desnudez. Era un estudio en marfil y carbón. El cabello, los hombros y los pechos brillaban como perlas, pero la sombra caía sobre su vientre y el oscuro y fértil rincón que se escondía entre sus piernas. Pedro se olvidó de toda lógica intelectual.


—La naturaleza la llama, pero ella no puede responder como desearía porque está atrapada a medio camino entre el lobo y el perro —Paula lo miró a los ojos—. ¿Es eso lo que sientes tú? ¿Estás atrapado entre dos mundos?


Pedro seguía sin poder pensar con claridad. Comprendía la pregunta, pero seguía pensando en ella. En las exigencias de su cuerpo.


Pedro


Ella cometió el error de acercarse y la luna acabó con las pocas sombras que la protegían.


—Tu familia es muy sentimental. Sin embargo tú no.


No podía apartar los ojos de ella.


—No estés tan segura.


En su rostro apareció una sonrisa.


—¿Entonces tú también eres así?


Pedro tuvo que hacer varios intentos hasta conseguir hablar.


—Si te toco de nuevo, lo descubrirás personalmente. Y yo romperé la promesa que le hice a Primo.


Hubo un momento de silencio. Después, con un pequeño suspiro, ella dio un paso atrás y dejó que las sombras la engulleran para volver al mundo de fantasía del que se había escapado. Pedro sentía que todo su cuerpo le pedía que fuera tras ella. Sabía que todo se debía a la luna y al aullido de Kiko, que habían desatado sus instintos más primitivos.


Como si fuera consciente de todo, la perra pasó a su lado y se sentó en la puerta, bloqueándole el paso.


—Tú ganas esta vez —le dijo Pedro—. Pero no creas que va a ser siempre así.


Dicho eso, se dio media vuelta y huyó de aquel deseo que sobrepasaba la razón mientras se frotaba el incesante picor que sentía en la palma de la mano.