sábado, 9 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 23

 


Después de colgar, sopesó todo el trabajo que debía llevar a cabo esa tarde con pasar el tiempo con Matías y Paula. Ellos ganaron.


Apagó el ordenador, se levantó y recogió el abrigo. Su secretaria, Laura, alzó la vista cuando pasó al lado de ella, sorprendida de verlo con el abrigo puesto.


–Hoy me voy temprano. Por favor, ¿podrías cancelar mis citas para el resto del día?


–¿Va todo bien? –preguntó preocupada.


Era triste que estuviera tan atado al trabajo que su secretaria no pudiera dejar de pensar que algo iba mal si se marchaba temprano.


–Perfecto. Tengo algunas cosas personales de las que ocuparme. Mañana llegaré temprano. Llámame si surge algo urgente.


De camino al ascensor, se encontró con Adrian, el presidente ejecutivo.


Adrián miró su reloj de pulsera.


–¿Me he quedado dormido sobre mi escritorio? ¿Ya son las ocho pasadas?


Pedro sonrió.


–Me voy temprano. Tiempo personal.


–¿Va todo bien?


–Solo unas pocas cosas de las que necesito ocuparme. A propósito, ¿cómo está Katie? –la esposa de Adrián, Katie, vivía a dos horas de distancia en Peckins, Texas, una pequeña comunidad agrícola, donde Adrián y ella estaban construyendo una casa y esperando el nacimiento de su primer hijo.


–De maravilla. Ya empieza a ponerse enorme.


Estaba seguro de que la relación a larga distancia debía de ser dura, pero la sonrisa radiante de Adrián le indicó que estaban logrando que funcionara.


–De hecho, esta semana se encuentra en la ciudad –indicó Adrián–. Estaba pensando en organizar una pequeña reunión el sábado. Solo para unas pocas personas del trabajo y un par de amigos. Espero que puedas venir.


Había pensado en pasar el sábado por la noche con Paula y Matías, pero con el puesto de presidente ejecutivo en juego, no era el momento de rechazar invitaciones del jefe.


–Comprobaré mi agenda y te lo comunicaré.


–Sé que es una invitación de último minuto. Intenta venir si puedes.


–Lo haré.


En un abrir y cerrar de ojos aparcó ante la casa de Paula. Al ir al porche, lo envolvió una ráfaga de viento frío del norte. Llamó a la puerta, con la esperanza de que no se enfadara por presentarse sin haberse anunciado con antelación.


Abrió con Matías apoyado en una cadera, claramente sorprendida de verlo.


Pedro, ¿qué estás…? –calló, notando su pelo revuelto y la ropa informal–. Vaya. Eres tú, ¿verdad?


Pero el pequeño no mostró ninguna confusión ni sorpresa. Chilló encantado y se lanzó hacia él. Paula no tuvo más opción que entregárselo.


–Hola, amigo –saludó Pedro, besándole la mejilla, y le dijo a Paula–: Hoy he salido temprano, así que pensé que podría pasarme para ver qué hacían.


Ella retrocedió para dejarlo pasar y cerrar ante el frío. Llevaba puestos unos vaqueros ceñidos y una sudadera, descalza y con el pelo recogido en una coleta. «Es bonita», tuvo que reconocerse él. El deseo de tomarla en brazos y darle un beso fue tan fuerte como lo había sido hacía un año y medio.


–¿Que has salido temprano? –repitió Paula–. Creía que estabas agobiado de trabajo.


Se encogió de hombros.


–Pues mañana llegaré antes.


–Pero no teníamos organizada una visita.


–Quería ver a Matías. Supongo que lo echaba de menos. Pensé que valía la pena correr el riesgo y comprobar si estabas ocupada.


–Se puede decir que tenemos planes. Íbamos a tomar una cena temprana y luego ir a comprar un árbol de Navidad.


–Suena divertido –dijo, más o menos invitándose.


–Tú odias las fiestas –afirmó ella.


–Bueno, quizá ya es hora de que alguien me haga cambiar de parecer. ¿Sigue abierto ese local tailandés que tanto te gustaba?


–Sí.


–Pues pediremos que nos traigan algo.




AVENTURA: CAPITULO 22

 


Toda la tarde del martes Pedro estuvo sentado en su despacho mirando en su teléfono las fotos que Paula le había enviado por correo electrónico de su visita del domingo. Aunque el jueves había pasado un par de horas con el pequeño y casi todo el día del domingo en la casa de ella, no terminó de sentir el vínculo que había empezado a formarse entre Matías y él hasta que vio las fotos de los dos juntos. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo parecidos que eran. No solo en las facciones, sino en los gestos y en el modo de actuar. Y no había notado la adoración que había en los ojos de Matías cuando lo miraba. Tampoco Pedro podía negar el tirón de afecto paternal que comenzaba a sentir.


Había esperado disponer de la oportunidad de hablar sobre lo sucedido entre ellos el jueves por la noche, pero Paula apenas se había dejado ver. Había pasado casi todo su tiempo en la habitación con toda su parafernalia de recortes, actualizando el álbum infantil de Matías. Las pocas veces en que él había intentado entablar una conversación, había cortado de raíz. Al parecer no le había costado ningún esfuerzo olvidar aquel beso.


No estaba seguro de la clase de juego que practicaba con él. Lo único que deseaba era poder aislar sus sentimientos con igual facilidad.


Intentó que lo invitara a cenar el domingo, pero ella no mordió el anzuelo. Dijo que tenía planes para la velada, aunque no los mencionó. Él había esperado una tranquila cena familiar, arropar otra vez a Matías en la cama y luego relajarse con Paula y una copa de vino y charlar.


Llamaron a la puerta de su despacho. Alzó la vista y vio entrar a su hermano.


–Hola, ¿cómo estás?


–¿Te ha llamado mamá?


–Estando en una reunión. No he tenido la oportunidad de devolverle la llamada. ¿Sucede algo?


–No. Quiere que este año seas tú quien lleve el vino.


–¿El vino?


Julian rio.


–Para la cena de Navidad. Es en una semana desde este sábado.


–¿En serio? –Pedro miró su calendario de mesa. Le parecía que apenas había pasado una semana desde Acción de Gracias. Y, con franqueza, cenar con su madre una vez al año era más que suficiente–. Puede que este año tenga la gripe.


–Si yo tengo que ir, tú también.


–Se me ocurre una idea. ¿Qué te parece si no vamos ninguno?


–Es nuestra madre.


–Nos dio a luz. La niñera fue nuestra madre. Quizá deberíamos ir a cenar con ella.


–Es Navidad –le recordó Julian–. Tiempo de perdón.


Suspiró y se reclinó en el sillón.


–Perfecto. La llamaré y se lo comunicaré.


–¿Le compramos un regalo?


–¿Qué te parece una placa que ponga Madre del Año?


–Muy gracioso.


–¿No es suficiente que vaya a pasar una velada entera con ella?


–¿Te va a molestar si yo le compro algo?


–En absoluto.


–Bien, ¿algo nuevo en la investigación? –preguntó Julián sin rodeos.


Nada que Pedro pudiera contarle. Aunque Adrián y la junta habían prometido mantener a Julián en la ignorancia, necesitaba una negativa plausible. Julián era el oficial de operaciones y trabajaba en contacto estrecho con los hombres de la refinería. Estos lo respetaban y confiaban en él. Si sabían que entre ellos había operarios de una agencia trabajando de incógnito y consideraban que Julián era parte de ello, ese respeto y confianza se perderían. Era algo demasiado importante para sacrificarlo, en particular en ese momento.


Además, el último informe que le habían entregado no había realizado ningún progreso acerca de quién había manipulado el equipo. Y Julián había dado la impresión de sentirse ansioso últimamente por obtener resultados. Valoraba a todos los hombres de la refinería y no quería creer que alguien en quien confiaba podía ser el responsable de la explosión.


–Nada nuevo –le contó a su hermano.


–Si lo hubiera, ¿me informarías? –su hermano no contestó. Julian movió la cabeza–. Era lo que imaginaba.


Si por un segundo creyera que podría confiar en su hermano, le contaría la verdad, pero Julian solo emplearía la información para lograr un beneficio propio. Para él todo era una competencia. Esa era la razón por la que tenía la convicción de que Julián luchaba por el puesto de presidente ejecutivo en Western Oil. Era una especie de retorcida rivalidad fraternal.


–¿Algo más? –le preguntó Pedro.


–No, eso es todo –dijo, y de camino hacia la puerta añadió–: No te olvides de llamar a mamá.


Probablemente debería hacerlo en ese momento antes de olvidarlo. Con algo de suerte, podría lograr que fuera breve. Alzó el auricular y llamó a su casa; contestó el ama de llaves.


–Su madre se encuentra en el club de bridge, señor Alfonso. Puede probar llamándola al móvil.


–¿Podría comunicarle usted que recibí su mensaje y que llevaré el vino para la cena de Navidad?


–Desde luego, señor.




AVENTURA: CAPITULO 21

 


Bajó del porche a la oscuridad, y aunque sintió la tentación de quedarse a ver cómo se marchaba, tenía que ocuparse de Beatriz. Regresó dentro y encontró a su prima en la cocina sirviéndose una copa de vino.


–¿Un día duro?


–No es para mí –Beatriz tapó la botella con el corcho y volvió a guardarla en la nevera. Luego le extendió la copa a Paula–. Es para ti. Das la impresión de necesitarla.


Y así era. La aceptó.


–Doy por hecho que no andabas por el barrio por casualidad, ¿no?


–Digamos que sentí la corazonada que una llamada de teléfono no lo conseguiría. Era demasiado fácil de soslayar si ya estabas ocupada. Además, siempre he preferido el enfoque directo.


Paula bebió un buen trago antes de dejar la copa en la encimera.


–Buena idea.


–Si no hubiera aparecido, te habrías acostado con él, ¿verdad?


Había estado a dos segundos de haberlo arrastrado a su dormitorio. O de hacerlo allí mismo en la cocina. Lo que habría sido una novedad.


Su expresión debió ser reveladora, porque Beatriz cruzó los brazos y añadió:

–Olvídate de Matías. Eres tú quien necesita visitas supervisadas.


–No, porque no va a repetirse. Acabamos de decidir que complicaría demasiado las cosas.


–Él dice eso ahora…


–No, habla en serio. Creo que fue su manera cortés de indicarme que no está interesado.


Beatriz frunció el ceño.


–Entonces, ¿por qué intentar seducirte?


–No lo hizo.


Su prima pareció confusa, luego abrió mucho los ojos.


–¿Tú lo sedujiste?


–Lo intenté –se encogió de hombros. Supuso que el abrazo del otro día no había sido más que un gesto amigable. No la había querido dieciocho meses atrás y tampoco la quería en ese momento.


–Oh, Cariño –Beatriz la abrazó.


Se dijo que ese día estaba recibiendo un montón de abrazos.


–Soy tan estúpida.


–No, no lo eres –la apartó toda la extensión de sus brazos–. Él es el estúpido por dejar que te fueras. No te merece.


–Sin embargo, aún lo amo. Soy patética.


–Solo quieres ser feliz y que tu hijo tenga lo que tú te perdiste. Una familia completa y unida. No hay nada de patético en eso.




AVENTURA: CAPITULO 20

 


Ella se dijo que no era justo. Quizá si soslayaran la llamada, la persona se marcharía. Se quedaron inmóviles, a la espera. El timbre volvió a sonar, seguido de más llamadas a la puerta. A ese ritmo, quienquiera que fuera, iba a despertar a Matias.


–Será mejor que vaya a ver quién es –le dijo a Pedro. Así podría matarlos.


Se enderezó la blusa y fue hacia la puerta en el momento en que el timbre volvió a sonar. Abrió de golpe y encontró a Beatriz de pie en el porche, con la mano preparada para volver a llamar y el teléfono móvil al oído. En cuanto lo cerró, el teléfono de la casa dejó de sonar.


–¡Hola! –saludó con entusiasmo y pasó al lado de Paula para entrar en el recibidor–. Andaba por el barrio así que se me pasó por la cabeza venir a visitarte.


¿En el barrio? ¿A las nueve menos cuarto de un día entre semana? Beatriz vivía a veinte minutos de ella Por las llamadas frenéticas, era evidente que algo la impulsaba y Paula sabía exactamente qué.


Beatriz miró más allá de su prima y los ojos se le abrieron de forma imperceptible.


Paula giró y vio que Pedro iba hacia la puerta, todo él arreglado y compuesto. Con mirarlo, nadie habría adivinado lo que habían estado a punto de hacer.


–Hola, Beatriz –saludó.


–Hola, Pedro, no sabía que estabas aquí.


Y un cuerno, y Paula pudo ver que la credulidad de Pedro era igual que la suya.


–¿Mi coche en la entrada no te dio una pista? –inquirió.


–Oh, ¿ese es tu coche? –miró a Paula–. Espero no haber venido en un mal momento.


Eso era exactamente lo que esperaba.


–De hecho, me marchaba –Pedro recogió su cazadora del perchero.


–Beatriz, ¿quieres disculparnos un momento?


–Por supuesto.


Paula lo siguió al porche y cerró la puerta.


–No tienes que irte. Puedo deshacerme de ella.


–¿Realmente es lo que quieres?


Su primer instinto fue dar un sí rotundo, pero algo hizo que se detuviera y reflexionara en lo que preguntaba. Treinta segundos atrás habría estado segura en un cien por cien. Pero una vez que había dispuesto de un minuto para calmarse, para pensar de forma racional, tenía que preguntarse si cometía un error. Se acostaría con él, ¿y luego qué? ¿Mantener otra breve aventura que terminaría en un mes con su corazón otra vez deshecho? ¿Unas semanas de sexo fantástico justificaba eso? Primero debía saber si decidía quedarse para ver a Matias, algo que los mantendría juntos mucho tiempo.


–Creo que ambos sabemos que solo complicaría las cosas –dijo él.


–Tienes razón –corroboró, cruzando los brazos ante una súbita ráfaga de aire frío. O quizá era su corazón al congelarse.


–¿Sigue en pie lo del domingo? –inquirió él.


–Por supuesto. ¿A qué hora te viene bien a ti?


–¿Qué te parece si me paso al mediodía? Traeré el almuerzo.


Eso proyectaba un plan de familia. Los tres comiendo y pasando la tarde juntos. Pero no quería desanimarlo, no después de que Matías y él se llevaran tan bien.


–Mmm, claro. Será estupendo.


–Fantástico. Nos vemos el domingo.




AVENTURA: CAPITULO 19

 


Él maldijo en voz baja y la abrazó. Fue una sensación tan agradable. Al infierno con ser fuerte. Deseaba eso. Lo había anhelado durante tanto tiempo. Lo rodeó con los brazos y sintió como si nunca quisiera soltarlo. Cerró los ojos y aspiró la fragancia de Pedro, frotó la mejilla contra la sólida calidez de su torso. Resultaba tan familiar, y perfecto.


Se dijo que era patética. Ni siquiera intentaba oponer la más mínima resistencia. Y Pedro no facilitaba las cosas. En vez de apartarla, la abrazaba con más fuerza.


–Creo que solo soy una novedad –dijo–. Un juguete nuevo con el que jugar.


–No, de verdad que le encantaste. Es como si percibiera quién eres –lo miró–. Y eso es bueno. Es como debería ser. Es lo que quiero. Me estoy comportando de forma estúpida.


–Estoy seguro de que lo que sientes es absolutamente normal.


En vez de hacer que lo odiara, hacía todo bien. ¿Dónde estaban los defectos que se suponía que debía encontrar en él?


–Tienes que dejar de ser tan amable conmigo –dijo ella.


Él sonrió.


–¿Por qué?


–Porque haces que me sea imposible odiarte.


–Quizá no quiero que me odies.


Tenía que hacerlo. Era su única defensa.


Sonó el teléfono, y comprendió que debía ser Beatriz, que llamaba para evitar que cometiera alguna estupidez.


Demasiado tarde.


Rodeó el cuello de Pedro y le bajó la cabeza para besarlo. Él no mostró ni un ápice de vacilación. Bloqueó de su cerebro el sonido del teléfono y el susurro de sus propias dudas y se concentró en la suavidad de los labios de él, del sabor de esa boca. Santo cielo, no había duda de que sabía besar. Era tierno y al mismo tiempo exigente. Era adictivo, como una droga, y ella solo podía pensar en más. Su cuerpo anhelaba el contacto de él.


Las manos grandes de Pedro la alzaron del suelo y de pronto sus glúteos aterrizaron en la superficie dura de la encimera e instintivamente le rodeó la cintura con las piernas.


Quería estar más cerca de él. Necesitaba sentir que los pechos se le aplastaban contra el muro duro de ese torso. Pedro la agarró del trasero y la pegó a él, atrapando la protuberancia rígida de su erección contra el estómago. Subió las manos por el bajo de la blusa que llevaba ella y posó las palmas cálidas en la cintura.


Necesitaban estar desnudos ya. Quería sentir la piel de él, los bordes duros de los músculos que solían ser tan familiares como su propio cuerpo. Le liberó el bajo de la camisa de la cintura de los vaqueros; Pedro debía de tener lo mismo en la mente, porque le estaba sacando la blusa por la cabeza…


Entonces sonó el timbre, seguido de unos golpes urgentes a la puerta.


Pedro quebró el beso y retrocedió.


–Creo que ha venido alguien.