sábado, 23 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 20

 


Una nueva canción de amor profundo y doloroso comenzó a sonar por los altavoces.


Pedro tomó las manos de Paula en las suyas y se las alzó para que lo rodeara por el cuello con sus brazos. Luego deslizó una mano tras su espalda, apoyó la otra contra sus nalgas y presionó su pelvis contra la de ella. Una marejada de ardientes sensaciones dejaron a Paula sin aliento. Cerró los ojos mientras trataba de controlar el vehemente deseo que la recorrió de pronto como lava derretida.


—Relájate —susurró Pedro junto a su oído—. Estás a salvo. Estás conmigo, nos encontramos en medio de un lugar público y rodeados de gente.


«No comprende», pensó Paula, impotente. Pero ella tampoco comprendía. Por primera vez en su vida, tenía miedo de sus propios sentimientos.


Y la música… era lenta y sexy, con un pulso que palpitaba y se deslizaba en la corriente sanguínea hasta que uno sentía que formaba parte de la canción.


Paula nunca había experimentado nada parecido. La canción, Pedro… ambas cosas unidas conjuraban sentimientos en su interior que ni siquiera sabía que poseía. Hizo lo posible por alzar su habitual barrera de reserva, pero fue inútil. La música hacía que sus movimientos fueran tan lentos y sensuales como la canción, y Pedro parecía cada vez más sumergido en su ritmo.


La sostenía con firmeza contra su fuerte cuerpo mientras le acariciaba con la mano la espalda desnuda. Más abajo, Paula podía sentir su dura excitación. Notó que la sangre se le espesaba, que las piernas se le debilitaban. Tal vez habría caído si Pedro no la hubiera estado sosteniendo como si fueran un solo cuerpo.


Y, durante un tiempo, lo fueron. El cuerpo de Paula y todo lo que la definía se fundieron con él sin que pudiera hacer nada al respecto. Ni siquiera tenía que pensar para seguir sus pasos. Era automático. Mientras se balanceaban juntos, su pelvis se movía en la misma dirección que la de él, a la izquierda, a la derecha, en eróticos círculos.


Un intenso calor se arracimó en el interior de Paula y le hizo rodear con más fuerza el cuello de Pedro. No sabía cómo frenar el creciente deseo que se estaba acumulando dentro de ella. La excitación de Pedro crecía de manera evidente, pero no hizo ningún esfuerzo por apartarse. En cuanto a ella, se sentía incapaz de hacerlo. Ni siquiera quería. El tamaño y la forma de Pedro estaban inevitablemente impresos en su piel y en su cerebro. Lo había visto en calzoncillos y ya no tenía que imaginar lo que había debajo de ellos.


Una parte de su cerebro le decía que aquello no podía continuar, mientras otra gritaba que siguiera.


Entonces, sin previo aviso, Pedro metió una pierna entre las de ella y la atrajo contra su musculoso muslo. Un placer inimaginable recorrió a Paula, conmocionándola, pero él no le dio tiempo a recuperarse. Sin soltarla, comenzó a ondular su cuerpo sinuosamente hacia abajo, y luego hacia arriba. Ciegamente, Paula siguió cada uno de sus movimientos sin apenas respirar mientras sentía el constante roce de sus braguitas contra el muslo de Pedro.


Hicieron lo mismo una y otra vez y, entretanto, el calor y el placer que estaba sintiendo Paula no dejaron de aumentar. Temía alcanzar un punto en que no pudiera soportarlo más. Tenía que suceder algo. Algo o alguien, debía ayudarla. Y no le sorprendió que, una vez más, Pedro pareciera saber con exactitud lo que estaba sintiendo.


Minutos después o quizá horas después, se apartó ligeramente de ella, aunque sin dejar de sostenerla por la cintura. Alzó una mano hasta su barbilla y le hizo alzar el rostro.


—Puede que de momento sea suficiente.


Paula no podía hablar. Ni siquiera podía mirarlo. De algún modo, encontró la fuerza necesaria para apartarse de él y encaminarse hacia la mesa. En cuanto estuvo sentada, tomó su copa de vino con mano temblorosa y dio un largo trago.


—Puede que un café te siente mejor.


Paula alzó la mirada y vio que, afortunadamente, Pedro se había sentado frente a ella. En aquellos momentos no habría podido soportar su cercanía. Incluso así, con la mesa entre ellos, creía sentir su calor.


Parecía perfectamente sereno, pero su pecho subía y bajaba más rápidamente de lo normal. Él tampoco había sido inmune al baile. Constatarlo hizo que Paula sintiera cierta satisfacción, aunque no demasiada.


—Preferiría irme.


Pedro la miró un largo momento. Finalmente, asintió, y Paula dejó escapar un tembloroso suspiro de alivio.


—Muy bien. Nos iremos en cuanto pagué la cuenta.



UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 19

 



El grupo estaba en un descanso, y la voz de Billie Holiday llenaba el club con una canción desgarradora sobre un amor no correspondido por un hombre.


Paula no entendía aquella clase de amor. ¿Cómo podía seguir amando una mujer a un hombre que no le correspondía? No tenía sentido y, desde luego, no era nada productivo.


A pesar de que ya llevaban un rato allí y habían comido y bebido algo, le estaba costando relajarse. Todo en Pedro resultaba abrumadoramente cautivador. Era el hombre más intensamente viril que había conocido.


¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes? Un instante después respondió a su propia pregunta: porque no se había permitido hacerlo. Y ya sabía por qué.


El instinto la había impulsado a mantener a Pedro a distancia y, en retrospectiva, reconocía que había sido una sabia decisión. Ahora comprendía porque sus conocidas se esforzaban tanto en conquistar y retener su atención, y por qué se sentían tan decepcionadas cuando él se alejaba de ellas.


Y aunque ella fuera tras otro hombre, eso no la hacía inmune a Pedro. Ni mucho menos. ¿Por qué?, se preguntó. Muchos hombres poderosos, atractivos e importantes habían tratado de conquistarla y, sin embargo, nunca había tenido problemas para manejarlos. Si le convenía, jugaba con ellos hasta que obtenía lo que quería, y luego se iba.


De manera que, ¿por qué no podía ser objetiva con Pedro?


Intelectualmente, sabía que tenía toda su atención debido al acuerdo al que habían llegado, pero emocionalmente se sentía peligrosamente cerca de verse atrapada por él. ¿Cómo era posible?


Se llevó una mano a la frente. Necesitaba recuperar el control sobre sí misma y recordar por qué estaba con él.


Sintió la mano de Pedro sobre el hombro.


—¿Tienes dolor de cabeza?


—No, claro que no —aseguró ella rápidamente al ver su expresión preocupada.


—¿Estás segura? ¿Te parece que la música está demasiado alta?


—No, de verdad. Estoy bien.


En ese momento empezó a sonar otra canción de Billie Holiday por los altavoces. Se trataba de Don't Explain, cuya letra hablaba de una mujer que amaba tanto a su hombre que no le importaba lo que hiciera, incluyendo que la engañara. En su alegría y en su dolor, seguiría siendo suya para siempre.


Paula tenía una vaga idea de lo que requería el amor entre un hombre y una mujer. No se estaba engañando a sí misma. No creía que Darío y ella pudieran tener alguna vez la clase de matrimonio que tenían su hermana Teresa y Nicolás. De hecho, ni siquiera entendía aquella clase de matrimonios. Cada vez que veía a Teresa, percibía que prácticamente relucía de felicidad. Pero ella no estaba segura de que mereciera la pena entregar tanto de uno mismo a otra persona.


Sin embargo, en cuanto Dario aceptara casarse con ella, estaría totalmente dispuesta a cumplir con su parte. Si afrontaban el matrimonio con mente abierta, estaba segura de que se llevarían bien. Pero no creía que nunca pudiera llegar a amar a un hombre hasta el punto de que nada más le importara.


—¿En qué estás pensando?


Paula volvió la cabeza y miró a Pedro.


—En la letra de la canción.


—Es fuerte, ¿verdad?


—Desde luego.


—¿Qué despierta en tu interior esa letra?


—Nada —contestó Paula, tal vez con demasiada rapidez.


—¿No?


—No.


—¿Has amado alguna vez a alguien tanto?


Paula trató de no mostrar su perplejidad. ¿Cómo era posible que Pedro le leyera la mente de aquella manera? No solo resultaba desconcertante; también era molesto.


—¿Y tú? —replicó, decidiendo devolverle aquella pregunta tan potencialmente explosiva.


Pedro sonrió lentamente, sin apartar la mirada de ella.


—Tal vez.


Aquello era lo último que Paula esperaba oírle decir. Pero su respuesta podía explicar una pregunta que no había podido responder ninguna de sus conocidas. Si antes de entrar a formar parte de su grupo Pedro estuvo profundamente enamorado y algo hizo imposible ese amor, eso explicaría por qué se apartaba de una mujer cada vez que sentía que las cosas empezaban a ponerse serias. Tal vez, su desengaño aún resultaba muy doloroso.


Pero no podía imaginar a Pedro permitiendo que una mujer le rompiera el corazón.


—¿Quién era? —preguntó con curiosidad, pero también un poco alterada.


—¿Por qué quieres saberlo?


—Porque eres un hombre difícil de entender.


—¿Y tú quieres entenderme?


Paula se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir.


—A algunas de las mujeres con las que has salido les gustaría entenderte.


—No es eso lo que te he preguntado.


Lo cierto era que Paula estaba intrigada. Y lo que más le habría gustado saber era qué clase de mujer hacía falta para conquistar el corazón de Pedro. Los ojos de este brillaron divertidos mientras alzaba una mano para acariciarle el pelo.


—No has respondido a mi pregunta —insistió—. ¿Es porque no sabes qué responder o porque no quieres responderme?


—No estoy segura —era la respuesta más sincera que podía darle Paula, y él pareció comprender.


La sonrisa de Pedro se ensanchó.


—Bailemos.


—¿Bailar? —Paula miró hacia la pista de baile, que estaba llena de parejas. Dio un sorbo a su vino—. ¿Por qué? —su mente aún estaba centrada en la misteriosa mujer del pasado de Pedro.


—Porque será divertido. ¿O no te parece esa una buena razón?


—Esto es un asunto de negocios. No estamos en una cita, Pedro.


Un inesperado pensamiento pasó de pronto por la mente de Paula. Había asumido demasiado pronto que la mujer pertenecía al pasado de Pedro, pero, ¿y si no era así? Frunció el ceño, preocupada de un modo que no podía comprender.


—Tienes razón, pero necesitas aprender a bailar como Darío esperará que lo hagas.


Aquello captó la atención de Paula.


—¿Qué quieres decir?


Pedro la tomó de la mano.


—Vamos. Te enseñaré a qué me refiero.


Unos instantes después, sin saber muy bien cómo, Paula se encontró en medio de la pista de baile.


—No necesito clases de baile, Pedro. Sé cómo hacerlo.


Él la rodeó con sus brazos.


—Supongo que sabes bailar, pero yo sé que solo lo haces cuando tu pareja no se arrima demasiado.


—¿Y? —sin las luces del escenario, la pista de baile resultaba más oscura, más íntima, dando la sensación de que cada pareja se hallaba en un mundo propio al que nadie más podía acceder.


—¿Qué sentido tiene bailar a un brazo de distancia?


—En primer lugar, es más civilizado. Por ejemplo, puedes mirar a tu pareja y mantener una conversación con él.


Con su enigmática semisonrisa, Pedro movió lentamente la cabeza.


—¿Sabes lo que creo?


—No —contestó Paula, pensando que prefería no saberlo.


—Creo que te va a venir muy bien que yo haya aparecido en tu vida.


Paula rió sin poder evitarlo.


—Desde luego, no creo que tengas ningún problema con tu ego.


—No, pero sí hay un problema con tu forma de bailar —Pedro la estrechó con fuerza entre sus brazos—. Así es como se baila con un hombre —acercó su boca a la oreja de Paula—. Y si quieres mantener una conversación con él, así es como se hace.


Ella sintió un cálido estremecimiento recorriendo todo su cuerpo. Instintivamente, trató de apartarse, pero él fue más rápido y la retuvo contra sí.


—Confía en mí, Paula. Si quieres casarte con Dario, esperará que bailes así con él, o aún más cerca.


Paula estaba segura de que tenía razón, y lo cierto era que no habría pensado en ese detalle si Pedro no se lo hubiera hecho ver, pero de momento, Darío era lo último en lo que estaba pensando. Pedro, con su olor almizclado, masculino, con su voz grave y suave, la estaba guiando hacia un lugar al que no sabía si debía ir. Pero no parecía tener opción.



UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 18

 


Un minuto después sintió que le quitaban el chal de los hombros y Pedro la condujo hacia un lateral.


Las paredes estaban cubiertas de fotos de leyendas del blues, casi todos hombres negros con una guitarra en la mano. Paula reconoció entre otros los nombres de Robert Johnson, Muddy Waters y Howlin Wolf. También había fotos de Billie Holiday y Bessie Smith.


Pedro señaló una mesa vacía con un asiento corrido en forma de ele. Paula se sentó y él se deslizó a su lado. La cercanía hizo que los nervios de Paula se crisparan.


La música sonaba alta, pero no resultaba ensordecedora. A pesar de todo, Pedro acercó la boca a la oreja Paula.


—Muévete un poco hacia la pared para dejarme más sitio.


Ella señaló el otro lado del asiento.


—¿Por qué no te sientas ahí?


Pedro movió la cabeza y dedicó una sonrisa a la camarera al ver que se acercaba. Paula no tuvo más opción que deslizarse hacia la pared, aunque no le sirvió de nada, porque Pedro la siguió hasta que sus costados volvieron a tocase.


La camarera, rubia y de amplio busto, con una tarjeta sujeta a la camisa blanca en la que se leía Maggie, dedicó toda su atención a Pedro. Pero Paula logró intervenir y pedir un vino blanco. Él pidió cerveza.


Mientras Maggie se alejaba balanceando el trasero, Pedro deslizó un brazo por el respaldo del asiento, tras Paula.


—¿Qué te parece el lugar? —preguntó, inclinándose de nuevo hacia ella.


Paula reprimió un repentino sentimiento de pánico. Pedro la tenía aprisionada contra la pared y el respaldo del asiento. Estaba demasiado cerca y era demasiado masculino, demasiado abrumador e irresistible para su paz física y mental. A pesar de todo, logró esbozar una sonrisa.


—La música es buena.


Pedro demostró su placer con una sonrisa tan sincera que Paula se quedó sin aliento.


—Me alegra que te guste. A mí me encanta.


—Los dos guitarristas son muy buenos —dijo Paula, y señaló el escenario con un gesto de la cabeza.


—¿Qué?


Aunque no entendía por qué no podía oírla, Paula se volvió y acercó los labios al oído de Pedro.


—He dicho que los dos guitarristas me parecen muy buenos.


Él volvió la cabeza con tal rapidez para responder que Paula no tuvo tiempo de apartarse antes de que sus labios se rozaran. Literalmente, dio un salto en el asiento. Pedro apoyó una mano en su antebrazo y se lo acarició lentamente.


—Tienes que aprender a no contraerte cada vez que un hombre te toca.


Paula miró la mano de Pedro en su brazo y asintió. Tenía razón. No debía hacer aquello con Darío. Pero, a fin de cuentas, aquel era Pedro.


—Normalmente lo hago mucho mejor.


Él asintió.


—Sí… mientras no sientes que la persona con la que estás puede suponer una amenaza.


Probablemente eso era cierto, aunque Paula nunca se había molestado en analizar por qué reaccionaba así. Pero Pedro estaba cambiando rápidamente aquello y, en el proceso, la hacía sentirse extremadamente vulnerable.


Hizo todo lo posible por apartarse de él, no lo logró y se dedicó a observar a los demás clientes del club. Cuando Pedro le había dicho que iban a un club en Deep Ellum, había temido sentirse fuera de lugar con aquel vestido. Pero, para su sorpresa, no era así.


En el club había personas de todas las edades, vestidas de las formas más variadas. Había algunos cuya ropa era aún más elegante que la de Pedro y ella, como si acabaran de salir de algunas de las famosas salas de conciertos de música clásica cercanas a la zona.


Además, todo el mundo parecía totalmente despreocupado de lo que hicieran los demás. Estaban allí para disfrutar de la música y de la compañía. Y Pedro había tenido razón en otra cosa; no se habían topado con ningún conocido. Paula sintió que su ánimo mejoraba considerablemente.


Después de todo, iba a poder relajarse y disfrutar.


—Tienes que mirarme.


Paula se sobresaltó.


—¿Disculpa?


—Es una regla básica —dijo Pedro—. Debes centrar tu atención en el hombre que te acompaña, y cuando te habla debes escucharlo como si fuera la persona más fascinante que has conocido en tu vida.


Paula soltó el aire lentamente. Justo cuando acababa de decidir que podía relajarse, Pedro le recordaba que todo aquello formaba parte de sus lecciones. Empezaba a odiar aquella palabra.


—Comprendo que me digas cosas como esa. A fin de cuentas, ese era el trato. ¿Pero de verdad tengo que hacer lo que me dices?


La semisonrisa de Pedro hizo aflorar su hoyuelo.


—Por supuesto. De lo contrario, ¿cómo ibas a aprender? Si no practicas todas esas cosas conmigo, ¿cómo vas a hacerlas bien con Darío?


Muy a su pesar, Paula tuvo que reconocer que aquello era cierto.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 17

 


Ya hacía años que había muerto su padre. Y ella había cumplido la condición de su testamento, que establecía que, a menos que ella y sus hermanas ganaran lo que él consideraba una fortuna, perderían su parte en la empresa. Sí, su poderosa y dominante presencia permanecía, y Paula aún vivía la vida como él la había enseñado a hacerlo. No solo era el modo en que había aprendido a sobrevivir, sino la única forma en que sabía hacerlo.


Para que no la hirieran, se volvió muy reservada y se aisló emocionalmente de los demás todo lo que pudo. Ni siquiera le gustaba el contacto físico. No era de extrañar que la idea de las lecciones que se avecinaban para aprender a engatusar a un hombre la pusieran nerviosa.


—¿Paula? —Pedro chasqueó un dedo ante su rostro.


—¿Qué?


—Ya hemos llegado.


—Oh —Paula miró a su alrededor y vio que se encontraban en un aparcamiento. Automáticamente, alargó la mano para abrir la puerta.


—Uh, uh —murmuró Pedro de inmediato.


Impaciente, Paula esperó a que él rodeara el coche, abriera la puerta y le ofreciera una mano. La aceptó y permitió que la ayudara a salir, aunque de mala gana.


—Tengo una duda. ¿Se infla o desinfla el ego de un hombre dependiendo de que su cita le permita o no abrir la puerta para ella?


Pedro sonrió.


—El ego de un hombre es algo muy frágil, Paula.


—No me lo creo. Apostaría mi dinero a que el tuyo no lo es. Y estoy segura que el de Darío tampoco.


Pedro apoyó una mano en la parte baja de la espalda de Paula mientras salían del aparcamiento.


—Un hombre al que verdaderamente le gusta una mujer disfruta haciendo cosas para ella, como, por ejemplo, abrirle la puerta. Y, normalmente, a la mujer en cuestión le gusta que sea así, pues eso indica que el hombre piensa mucho en ella.


Paula nunca lo había visto desde aquel punto de vista, y no se le ocurrió nada que decir.


Cuando llegaron a la acera y Pedro la tomó de la mano, tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no retirarla de un tirón. No recordaba que ningún hombre la hubiera tomado de la mano antes. Suponía que eso era extraño. La mayoría de las parejas caminaban tomados de la mano, pero ella nunca había formado parte de una pareja.


Deep Ellum era una zona de la ciudad que había sufrido muchas transformaciones a lo largo de los años, pero que siempre había conservado su tradición de clubes de blues. Algunas de las tiendas que había en sus calles llevaban allí más de cincuenta años, pero otras se habían convertido en galerías de arte, boutiques, restaurantes y cafeterías.


Sin soltar la mano de Paula, Pedro maniobró entre las numerosas personas que abarrotaban las aceras, riendo y charlando, totalmente ajenos a que bloqueaban el paso de los peatones y sin que estos protestaran por ello.


Era difícil encontrar alguna persona que no llevara tatuajes, o aros en la nariz, cejas, lengua u ombligo, o una combinación de varios. Había hombres y mujeres totalmente rapados y otros con el pelo teñido de los colores más variados. Pero también había gente con aspecto más normal, incluso parejas mayores saliendo de los restaurantes y cafeterías.


En determinado momento, Pedro se volvió hacia Paula y rió.


—Divertido, ¿verdad?


—¿Vienes aquí a menudo?


—Siempre que hay algo interesante que ver, cosa que sucede con bastante frecuencia. ¿No eres dueña de unos viejos almacenes que se están reconvirtiendo por aquí?


Paula asintió.


—Compré varios, pero nunca he venido de noche.


—Puede que después de hoy quieras volver.


Pedro se detuvo ante una gran puerta oscura. En cuanto la abrió, escucharon la música que procedía del interior.


Una vez dentro, Pedro se detuvo a saludar a un hombre grande y corpulento que se había acercado a ellos como si fuera un viejo amigo de Pedro. Mientras ellos hablaban, los ojos de Paula se fueron acostumbrando a la penumbra reinante. Al fondo había un pequeño escenario en el que tocaban dos guitarristas, un saxofonista y un batería. Aunque no era ninguna experta en esa música, Paula pensó que lo que estaba oyendo tenía verdadera calidad.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 16

 


—No toques esa puerta.


Confundida, Paula se volvió a mirar a Pedro.


—¿Por qué?


—Porque una mujer siempre espera a que su pareja abra la puerta del coche para ella.


Paula estuvo a punto de protestar, pero se contuvo y se apartó educadamente a un lado mientras Pedro abría la puerta. Luego entró en el coche.


Mientras se alejaban, pensó que estaba empezando a comprender cómo se sentían las mujeres con las que salía. Cuando Pedro centraba toda su atención en una mujer como lo había hecho con ella durante la pasada hora, resultaba muy sexy.


—Permitir que te abriera la puerta no ha sido tan malo, ¿verdad? —preguntó Pedro al cabo de un rato.


—Claro que no. Pero ya que las mujeres son tan capaces como los hombres de abrir una puerta, me parece una costumbre tonta —Paula alzó la mano en un gesto pacificador—. Pero si ese pequeño detalle ayuda a reforzar el ego de un hombre, me adaptaré… aunque, como ya he dicho, me parezca una tontería.


Pedro rió.


—Da la sensación de que estás sufriendo.


—Lo siento. Lo que sucede es que me estás pidiendo que cambie radicalmente mi forma de pensar y vestir, lo que debe significar que los hombres, o más bien Dario, valoran el aspecto de una mujer por encima de su cerebro. Resulta bastante deseo razonador.


—Puede que al principio un hombre se sienta atraído por una mujer debido a su aspecto. Pero retenerlo a su lado sin contar con otra cosa que su aspecto es una historia completamente distinta.


—¿En serio? —Paula nunca había pensado en ello.


Pedro asintió.


—De manera que lo que estoy tratando de hacer es «suavizarte», Paula, y enseñarte a aceptar la atención de un hombre, del que quieras… de Dario, si es él el deseo de tu corazón.


¿Dario? ¿El deseo de su corazón? Que forma más curiosa de expresarlo, pensó Paula. No solo curiosa, sino equivocada. Totalmente equivocada.


—Y vas a enseñarme a atraer a un hombre, ¿no? A Dario, quiero decir.


Pedro asintió.


—Y a que mantenga su atención en ti. Enfrentémonos a la verdad: eres una mujer que impone y haces ver de inmediato a los hombres que no estás interesada en ellos… a menos que tengan algo que te convenga para tus negocios, por supuesto.


—¿Tan mala soy?


Pedro sonrió con suavidad.


—Más o menos.


Paula permaneció un momento pensativa.


—¿Hablabas en serio cuando has dicho que era una mujer muy deseable?


—Te aseguro que me he quedado corto, cariño.


Paula no pudo evitar un estremecimiento. Debería decirle a Pedro que no la llamara cariño, pero en esos momentos no era capaz. Lo cierto era que se sentía deseable, reconoció sorprendida, y ese sentimiento no tenía nada que ver con el vestido. Tenía que ver con Pedro. Se preguntó si él lo sabría, y decidió que así era. Todo formaba parte del programa de adoctrinamiento a que la estaba sometiendo.


—¿Cómo sabías que el vestido me iba a quedar bien? Supongo que no parecería nada especial colgado de una percha. Y no solo eso; ¿cómo sabías que esa era mi talla? Incluso encontraste unos zapatos a juego.


Pedro se encogió mientras giraba con el coche en una esquina.


—Supongo que he tenido suerte.


—Oh, vamos. La suerte no ha tenido nada que ver. Debes tener mucha experiencia comprando ropa para mujeres.


—Lo cierto es que no, pero aprendo rápido. Y no olvides que contaba con la ventaja de haber pasado la noche contigo.


Paula cerró los ojos. Ella se lo había buscado. Pero Pedro no tenía por qué preocuparse. Aunque viviera cien años, y a pesar del dolor y las medicinas, nunca olvidaría que había pasado aquella noche entre sus brazos.


—Te pagaré el vestido y los zapatos, por supuesto. Cada centavo.


—Como quieras. Por cierto, ¿has tenido la oportunidad de echar un vistazo a las ideas que tengo para nuestros terrenos?


Allí estaba. El recordatorio de por qué estaba haciendo aquello Pedro. Paula supuso que debería sentirse aliviada. Se mordió el labio. Si había una cosa en el mundo que entendía, eran los negocios. De manera que, ¿por qué sentía mariposas en la boca del estómago y un intenso calor recorriendo sus venas? Casi se sentía como una adolescente en su primera cita.


¿Y por qué tenía la sensación de que aprender a ser una mujer fatal con Pedro como profesor podía ser lo más duro que había intentado en su vida?


Desde el momento en que alcanzó la pubertad supo que era guapa. Solo tenía que observar la reacción de los chicos en el colegio y la de algunos hombres cuando entraba en una habitación o pasaba junto a ellos en la calle.


Solo su padre pareció no sentirse afectado por su belleza. De hecho, siempre tuvo la sensación de que la mantenía más a distancia y la trataba con más frialdad que a sus hermanas, aunque era algo tan sutil que dudaba que alguien más lo notara. A veces, incluso lograba convencerse de que solo era su imaginación. Después de todo, ¿por qué iba a ser su padre más duro con ella que con Cata y Teresa? No tenía sentido. Pero entonces él volvía a hacerle algún desaire y ella sabía que tenía razón.


Su padre no dejaba que hubiera en la casa ningún retrato de su madre, y tampoco permitía que hablaran de ella en su presencia. Pero, en una ocasión, el tío Guillermo sacó una vieja foto de una preciosa mujer y les dijo a Paula y a sus hermanas que era su madre. Observando la foto, Paula comprendió que había nacido con la belleza clásica de su madre. También pensó que ese parecido podía explicar la actitud de su padre hacia ella. Siempre tuvo la impresión de que nunca perdonó a su esposa por haber sufrido el accidente de automóvil que la mató.


A pesar de todo, y ya que él era el único hombre cuya aprobación buscaba, aprendió muy pronto a despreciar su belleza. Y como cualquier niño buscando el amor de un padre, se esforzó mucho en darle satisfacciones con su inteligencia y su capacidad para trabajar con ahínco. Que ella supiera, nunca lo logró.



viernes, 22 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 15

 


Una vez zanjado aquel tema en su mente, abrió la caja. Dentro encontró un vestido de color rosa intenso hecho de un material vaporoso parecido a la seda. Cuando se lo puso por encima de la cabeza flotó en torno a ella como una telaraña.


Volvió a mirarse al espejo, girando a un lado y a otro, sin dejar de preguntarse por qué se sentía tan incómoda con aquel vestido. No tenía nada de vulgar, y su diseñador era merecidamente conocido en todo el mundo.


Era casi una obra de arte, y estaba ingeniosamente diseñado, de manera que casi tomaba su forma de la del cuerpo de Paula. La tela se pegaba a ella sin inhibiciones, cruzándose sobre sus pechos en un escote en forma de V y curvándose de nuevo hacia dentro en la cintura. Desde ese punto, la vaporosa tela seguía la línea de sus caderas y caía hasta la mitad de sus pantorrillas. En la espalda formaba una V como la de delante.


La liviandad de la tela, unida a su corte, hacía que Paula se sintiera como si no llevara nada puesto.


—¿Qué tal te queda? —preguntó Pedro a través de la puerta.


—No estoy segura —murmuró Paula—. Salgo enseguida —añadió, en voz más alta.


En realidad, no encontraba ningún defecto al vestido. El diseño era impecable, lo mismo que la tela elegida para su confección. Pero se sentía… expuesta.


Los zapatos eran del mismo color que el vestido, con unos tacones de unos siete centímetros. Se los puso, temiendo no saber andar con ellos, pero enseguida comprobó que eran sorprendentemente estables y que le sentaban como un guante.


Rebuscó en la caja, esperando encontrar un chal o algo parecido para cubrirse, pero solo halló un pequeño bolso a juego. Lo tomó, se miró por última vez en el espejo y, con un expectante revoloteo en el estómago, salió al dormitorio.


Pedro alzó la mirada, la vio… y se quedó paralizado. La expresión de su rostro hizo que el corazón de Paula se detuviera por un instante. Era una expresión de pura y desnuda lujuria. Desde que lo conocía, nunca le había visto mirar a una mujer como la estaba mirando a ella en esos momentos.


Una instantánea excitación se apoderó de ella a la vez que su corazón volvía a latir más rápido que nunca. Sintió entre las piernas un intenso calor a la vez que, lamentablemente, empezaba a humedecerse.


Todo sucedió en cuestión de segundos. Enseguida, el abierto deseo manifestado por la expresión de Pedro desapareció como si nunca hubiera existido. Pero el cuerpo de Paula aún sentía su impacto, y tuvo que arreglárselas como pudo.


—Vuélvete —dijo él, roncamente.


Paula obedeció sin discutir. Se sentía como una marioneta en sus manos.


—Preciosa —susurró Pedro.


—¿Venía…? —Paula se mordió el labio inferior durante más tiempo del que normalmente se habría permitido—. ¿Venía el vestido con alguna prenda interior?


—No —lenta y metódicamente, Pedro deslizó la mirada desde lo alto de la cabeza de Paula hasta la punta de los dedos de sus pies—. Tienes que quitarte el sujetador que llevas puesto. Se ve por delante y por detrás.


—Lo sé, y estoy segura de que tengo otro sujetador más adecuado.


—Y ahora que lo pienso, también tienes que quitarte esas braguitas. Se marcan a través de la tela del vestido.


—Buscaré otras —Paula arrojó el pequeño bolso sobre la cama y fue al vestidor.


Cuando Pedro entró, la encontró rebuscando en un cajón lleno de sujetadores.


—Ese vestido no está pensado para llevar sujetador. Además, tú no necesitas llevarlo. Tienes unos pechos preciosos.


Paula sintió que el rostro le ardía. Se volvió bruscamente hacia él.


—¿Cómo…? —«la noche pasada», recordó de inmediato—. No importa. Ya encontraré algo. Haz el favor de salir.


—De acuerdo, pero recuerda que no debes ponerte nada que estropee el diseño del vestido.


—Veo que eres muy consciente de ese tipo de detalles —replicó Paula en tono irónico.


—Para eso estoy aquí.


—Sal de una vez, Pedro.


Él ladeó la cabeza y la miró.


—¿Por qué tienes la mandíbula tan tensa?


Paula rió sin ganas.


—Bromeas, ¿no? Es… este vestido. Puede que esté pensado para atraer a los hombres, pero yo tengo la sensación de que no llevo nada puesto. Y si no me pongo sujetador y braguitas, entonces sí que no llevaré nada de nada.


—¿Y llevarlos haría que te sintieras mejor?


—Sí.


Pedro movió la cabeza con expresión de pesar.


—Tenemos mucho más trabajo que hacer del que esperaba.


—Si crees que voy a salir de casa sin llevar…


Pedro alzó una mano.


—No importa. Ya entraremos en ese tema más tarde.


—¿Más… tarde? —balbuceó Paula.


Pedro bajó la mirada y su voz sonó más gruesa cuando dijo: —De momento, bastará con que te pongas unas braguitas más adecuadas, pero no te pongas sujetador. De hecho… —rodeó a Paula, soltó el cierre del sujetador y, sin darle tiempo a reaccionar, le sacó las tiras de los brazos. Luego tiró de él por delante y lo arrojó por encima de su hombro—. Ya está —murmuró, satisfecho—. El vestido tiene un aspecto maravilloso ceñido a tus pechos de esta forma.


Paula se apoyó débilmente contra el cajón y lo cerró.


—Eso ha sido todo un truco. No me extraña que impresiones tanto a las mujeres.


Pedro alargó una mano hacia ella y la acercó todo lo que pudo sin llegar a tocarla. Cuando habló, las movió en torno a sus pechos para ilustrar lo que iba diciendo.


—Tus pechos son perfectos… altos, firmes, del tamaño justo…


Paula sintió que se sofocaba.


—¿Quieres hacer el favor de salir de aquí de una vez?


Pedro dejó caer la mano a un lado.


—Mantén la vista puesta en el premio, cariño. Esta es solo la primera lección. Sé que le está costando, pero cuando consigas a Dario pensarás que todo ha merecido la pena —hizo una pausa y la miró con ojos repentinamente penetrantes— ¿O no?


—Vete. ¡Y no me llames «cariño»!


Pedro rió.


—Por supuesto. Lo que tú digas.


En cuanto Pedro salió, Paula apoyó la pierna contra la puerta del armario. Si aquella era solo la primera lección, no sabía si iba a poder sobrevivir al resto.


Pero si sobrevivía, el resto sería fácil. Además, Pedro había dicho «cuando consigas a Darío». No «sí consigues a Darío». Eso significaba que sentía que podía ayudarla a conseguirlo. Si era así, habría merecido la pena. ¿O no? Frunció el ceño. ¿De dónde había salido aquella duda? ¡Por supuesto que merecería la pena!


Respiró profundamente, se puso otras braguitas y volvió a mirarse al espejo. Automáticamente, alisó con la mano la parte delantera. Luego observó su reflejo con ojos críticos. No había duda de que el vestido tenía mejor aspecto sin el sujetador. Aunque no era evidente que no llevaba nada debajo, sus pechos lo rellenaban a la perfección. . De pronto se quedó paralizada. Pedro conocía la forma y el tamaño de sus pechos. Sabía que la noche pasada, a causa de la medicación, sus reacciones habían sido muy lentas, y no había podido pensar con claridad, pero no se quedó inconsciente. Pedro la había desnudado, pero no la había acariciado. Si lo hubiera hecho, lo recordaría.


Sintió que los pechos se le endurecían ligeramente al imaginar sus manos cerrándose en torno a ellos, midiéndolos, pesándolos. Pedro tenía unas manos grandes, fuertes, de dedos largos. ¿Qué sentiría si la acariciara con ellas? Gimió al darse cuenta de lo que estaba pensando.


—¿Va todo bien? —preguntó Pedro.


—Oh, todo va de perlas.


—¿De perlas?


Paula captó la diversión del tono de voz de Pedro. Moviendo la cabeza, apagó la luz del vestidor y salió al dormitorio.


—Tienes un aspecto… magnífico —Pedro tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la miraba con expresión objetiva, pero Paula captó con claridad el evidente calor de su mirada.


—Gracias… creo.


Pedro volvió a reír.


—Siento que esto te esté resultando tan duro.


Paula se reprendió mentalmente. No entendía exactamente por qué, pero estaba reaccionando de modo exagerado a los esfuerzos de Pedro por ayudarla.


—Duro no. Solo… diferente —tras el severo y disciplinado modo con que su padre la había educado, llevar un vestido distinto a los que estaba acostumbrada, y sin sujetador, no podía compararse.


—En ese caso, espero que no te importe que te diga que el color de las uñas de tus pies no es el adecuado.


—¿Qué tiene de malo? Es rosa.


—Es un tono demasiado pálido.


Paula sacó del bolso que había utilizado durante el día las cosas que iba a necesitar y las trasladó al de color rosa.


—Sé fuerte, Pedro. Lo superarás.


—Estoy seguro de ello, pero tengo que hacer una cosa más antes de que estés completamente lista.


—No imagino qué pueda ser. Pareces haber pensado en todos los detalles.


Pedro dio un paso hacia ella. Instintivamente, Paula se echó atrás.


Él sonrió.


—¿De qué tienes miedo, Paula?


Buena pregunta, pensó ella. ¿Tenía miedo de ir a pasarlo bien? ¿O de averiguar que le gustaba demasiado estar con Pedro?


Imposible.


—No tengo miedo de nada.


—En ese caso, estate quieta un momento —Pedro acercó las manos al pelo de Paula y empezó a quitarle las horquillas del moño.


—¿Qué se supone…?


—Tu peinado —murmuró él—. Es demasiado serio. Como siempre —tras quitarle todas las horquillas metió los dedos entre el pelo y se lo peinó hasta que cayó en cascada en torno a sus hombros—. Mucho mejor así. Y ahora, vámonos.


—Espera. Necesito una cosa más —Paula entró de nuevo en el vestidor y salió unos segundos después con un chal de punto de color marfil—. Puede que esta noche refresque —su expresión retó a Pedro a que la contradijera.


Él volvió a sonreír.


—Por supuesto. Vámonos.


—Aún no me has dicho adónde vamos.


—Al Midnight Blues. Es un nuevo club de blues en Deep Ellum.


—Blues… de acuerdo. Hay otra cosa más. Dime que no vamos a encontrarnos con nadie que conozcamos, por favor.


—No vamos a encontrarnos con nadie que conozcamos.


Paula entrecerró los ojos con suspicacia.


—¿Estás seguro?


—Debo admitir que no sé dónde van a pasar la tarde todos nuestros amigos, pero el club es nuevo, y aún lo conoce poca gente —la mirada de Pedro se oscureció al añadir—: Además, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué te vean con el aspecto de una mujer increíblemente deseable? —apoyó las manos en los hombros de Paula, y cuando ella fue a apartarse la retuvo con fuerza—. Relájate —dijo, suavemente—. Nunca has estado tan preciosa.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 14

 


—Yo tenía razón —Pedro salió del vestidor de Paula—. No tienes nada adecuado que ponerte esta noche.


Paula estaba en pie en medio del dormitorio, vestida con un albornoz de color crema bajo el cual llevaba un sujetador y unas braguitas de color neutro. Ya estaba peinada y maquillada. Solo esperaba a que Pedro encontrara entre su vestuario algo que le pareciera adecuado para ella, pero empezaba a perder la paciencia.


—En primer lugar, ¿qué quieres decir con que tenías razón?


—No esperaba encontrar nada que pudieras llevar esta noche.


—¿Y cómo podías saberlo? —preguntó Paula, irritada.


—Te veo lo suficientemente a menudo como para saber qué ropa sueles llevar. Además, anoche tuve que buscar un camisón en tu armario y, aunque tenía prisa, no recuerdo haber visto nada apropiado para nuestros propósitos.


Paula suspiró en silencio. «Anoche». Cuanto más trataba de olvidar lo sucedido, menos lo lograba.


—En algún lugar de ese armario tiene que haber algo adecuado para nuestros propósitos, sean estos los que sean.


—No puedo creer que lo hayas olvidado, Paula. Algo adecuado para nuestros propósitos tiene que ser algo que atraiga la atención de Darío.


Paula parpadeó. ¡Lo había olvidado! Desde esa mañana, tras despertar junto a Pedro y descubrir que había dormido entre sus brazos, había estado casi totalmente centrada en él. Eso tenía que terminar.


—Tiene que haber algo —dijo, señalando el armario—. Solo con lo que hay dentro podría montarse una tienda.


—En eso estoy de acuerdo. Y que quede claro que con esto no pretendo criticar tu gusto. Es impecable.


Paula extendió los brazos.


—¿Entonces de qué se trata?


—No hay color en tu vestuario. Siempre utilizas tonos neutros. A los hombres les gusta el color. Además, vistes de forma muy entallada y, de vez en cuando, a los hombres les gusta algo más flojo, que flote a la vez que ciña un poco tu cuerpo y tal vez muestre un poco más de lo que te gusta enseñar.


Paula se cruzó de brazos y lo miró con expresión suspicaz.


—¿Qué se supone que debo mostrar?


—Carne, cariño. Carne. Siempre llevas el aspecto propio de una dama, aunque debo admitir que a veces te pones algo que resulta discretamente sexy. Sin embargo, para nuestro propósito no es lo suficientemente bueno.


«¿Cariño?» Paula recordó de pronto que Pedro la había llamado «cariño» en varias ocasiones durante la noche anterior. Ya no sabía si estaba en medio de su peor pesadilla o si solo se estaba aprovechando de un regalo de los dioses. Trató de convencerse de aquello último. De todos modos, no podía permitir que Pedro le dijera todo lo que le viniera en gana.


—Para tu información, nunca he carecido de hombres interesados en mí.


Pedro alzó las cejas.


—¿Alguno de esos hombres es Dario?


Paula se mordió el labio inferior. En aquello la había atrapado.


—A eso me refería —dijo Pedro al ver que ella no decía nada—. Mañana iremos de compras, pero de momento he elegido algo para que te pongas esta noche —salió al pasillo y volvió a entrar enseguida con una bonita caja alargada en la que Paula reconoció el nombre de una prestigiosa boutique que solo tenía lo mejor.


Sintió un gran alivio. Al menos, el vestido no sería un simple trapito más parecido a una prenda interior femenina que a otra cosa.


Pedro le entregó la caja.


—Pruébatelo. Estoy bastante seguro de que te quedará bien. También hay unos zapatos.


Paula no quiso preguntarle cómo sabía su talla. Era evidente que Pedro tenía demasiada experiencia con las mujeres. Demasiada para su tranquilidad. Tomó la caja y entró en el baño. Tras cerrar la puerta se miró en el espejo, desconcertada por su último pensamiento. ¿Qué más le daba a ella la experiencia que Pedro tuviera con las mujeres? No debía importarle. De hecho, no le importaba.