sábado, 23 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 19

 



El grupo estaba en un descanso, y la voz de Billie Holiday llenaba el club con una canción desgarradora sobre un amor no correspondido por un hombre.


Paula no entendía aquella clase de amor. ¿Cómo podía seguir amando una mujer a un hombre que no le correspondía? No tenía sentido y, desde luego, no era nada productivo.


A pesar de que ya llevaban un rato allí y habían comido y bebido algo, le estaba costando relajarse. Todo en Pedro resultaba abrumadoramente cautivador. Era el hombre más intensamente viril que había conocido.


¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes? Un instante después respondió a su propia pregunta: porque no se había permitido hacerlo. Y ya sabía por qué.


El instinto la había impulsado a mantener a Pedro a distancia y, en retrospectiva, reconocía que había sido una sabia decisión. Ahora comprendía porque sus conocidas se esforzaban tanto en conquistar y retener su atención, y por qué se sentían tan decepcionadas cuando él se alejaba de ellas.


Y aunque ella fuera tras otro hombre, eso no la hacía inmune a Pedro. Ni mucho menos. ¿Por qué?, se preguntó. Muchos hombres poderosos, atractivos e importantes habían tratado de conquistarla y, sin embargo, nunca había tenido problemas para manejarlos. Si le convenía, jugaba con ellos hasta que obtenía lo que quería, y luego se iba.


De manera que, ¿por qué no podía ser objetiva con Pedro?


Intelectualmente, sabía que tenía toda su atención debido al acuerdo al que habían llegado, pero emocionalmente se sentía peligrosamente cerca de verse atrapada por él. ¿Cómo era posible?


Se llevó una mano a la frente. Necesitaba recuperar el control sobre sí misma y recordar por qué estaba con él.


Sintió la mano de Pedro sobre el hombro.


—¿Tienes dolor de cabeza?


—No, claro que no —aseguró ella rápidamente al ver su expresión preocupada.


—¿Estás segura? ¿Te parece que la música está demasiado alta?


—No, de verdad. Estoy bien.


En ese momento empezó a sonar otra canción de Billie Holiday por los altavoces. Se trataba de Don't Explain, cuya letra hablaba de una mujer que amaba tanto a su hombre que no le importaba lo que hiciera, incluyendo que la engañara. En su alegría y en su dolor, seguiría siendo suya para siempre.


Paula tenía una vaga idea de lo que requería el amor entre un hombre y una mujer. No se estaba engañando a sí misma. No creía que Darío y ella pudieran tener alguna vez la clase de matrimonio que tenían su hermana Teresa y Nicolás. De hecho, ni siquiera entendía aquella clase de matrimonios. Cada vez que veía a Teresa, percibía que prácticamente relucía de felicidad. Pero ella no estaba segura de que mereciera la pena entregar tanto de uno mismo a otra persona.


Sin embargo, en cuanto Dario aceptara casarse con ella, estaría totalmente dispuesta a cumplir con su parte. Si afrontaban el matrimonio con mente abierta, estaba segura de que se llevarían bien. Pero no creía que nunca pudiera llegar a amar a un hombre hasta el punto de que nada más le importara.


—¿En qué estás pensando?


Paula volvió la cabeza y miró a Pedro.


—En la letra de la canción.


—Es fuerte, ¿verdad?


—Desde luego.


—¿Qué despierta en tu interior esa letra?


—Nada —contestó Paula, tal vez con demasiada rapidez.


—¿No?


—No.


—¿Has amado alguna vez a alguien tanto?


Paula trató de no mostrar su perplejidad. ¿Cómo era posible que Pedro le leyera la mente de aquella manera? No solo resultaba desconcertante; también era molesto.


—¿Y tú? —replicó, decidiendo devolverle aquella pregunta tan potencialmente explosiva.


Pedro sonrió lentamente, sin apartar la mirada de ella.


—Tal vez.


Aquello era lo último que Paula esperaba oírle decir. Pero su respuesta podía explicar una pregunta que no había podido responder ninguna de sus conocidas. Si antes de entrar a formar parte de su grupo Pedro estuvo profundamente enamorado y algo hizo imposible ese amor, eso explicaría por qué se apartaba de una mujer cada vez que sentía que las cosas empezaban a ponerse serias. Tal vez, su desengaño aún resultaba muy doloroso.


Pero no podía imaginar a Pedro permitiendo que una mujer le rompiera el corazón.


—¿Quién era? —preguntó con curiosidad, pero también un poco alterada.


—¿Por qué quieres saberlo?


—Porque eres un hombre difícil de entender.


—¿Y tú quieres entenderme?


Paula se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir.


—A algunas de las mujeres con las que has salido les gustaría entenderte.


—No es eso lo que te he preguntado.


Lo cierto era que Paula estaba intrigada. Y lo que más le habría gustado saber era qué clase de mujer hacía falta para conquistar el corazón de Pedro. Los ojos de este brillaron divertidos mientras alzaba una mano para acariciarle el pelo.


—No has respondido a mi pregunta —insistió—. ¿Es porque no sabes qué responder o porque no quieres responderme?


—No estoy segura —era la respuesta más sincera que podía darle Paula, y él pareció comprender.


La sonrisa de Pedro se ensanchó.


—Bailemos.


—¿Bailar? —Paula miró hacia la pista de baile, que estaba llena de parejas. Dio un sorbo a su vino—. ¿Por qué? —su mente aún estaba centrada en la misteriosa mujer del pasado de Pedro.


—Porque será divertido. ¿O no te parece esa una buena razón?


—Esto es un asunto de negocios. No estamos en una cita, Pedro.


Un inesperado pensamiento pasó de pronto por la mente de Paula. Había asumido demasiado pronto que la mujer pertenecía al pasado de Pedro, pero, ¿y si no era así? Frunció el ceño, preocupada de un modo que no podía comprender.


—Tienes razón, pero necesitas aprender a bailar como Darío esperará que lo hagas.


Aquello captó la atención de Paula.


—¿Qué quieres decir?


Pedro la tomó de la mano.


—Vamos. Te enseñaré a qué me refiero.


Unos instantes después, sin saber muy bien cómo, Paula se encontró en medio de la pista de baile.


—No necesito clases de baile, Pedro. Sé cómo hacerlo.


Él la rodeó con sus brazos.


—Supongo que sabes bailar, pero yo sé que solo lo haces cuando tu pareja no se arrima demasiado.


—¿Y? —sin las luces del escenario, la pista de baile resultaba más oscura, más íntima, dando la sensación de que cada pareja se hallaba en un mundo propio al que nadie más podía acceder.


—¿Qué sentido tiene bailar a un brazo de distancia?


—En primer lugar, es más civilizado. Por ejemplo, puedes mirar a tu pareja y mantener una conversación con él.


Con su enigmática semisonrisa, Pedro movió lentamente la cabeza.


—¿Sabes lo que creo?


—No —contestó Paula, pensando que prefería no saberlo.


—Creo que te va a venir muy bien que yo haya aparecido en tu vida.


Paula rió sin poder evitarlo.


—Desde luego, no creo que tengas ningún problema con tu ego.


—No, pero sí hay un problema con tu forma de bailar —Pedro la estrechó con fuerza entre sus brazos—. Así es como se baila con un hombre —acercó su boca a la oreja de Paula—. Y si quieres mantener una conversación con él, así es como se hace.


Ella sintió un cálido estremecimiento recorriendo todo su cuerpo. Instintivamente, trató de apartarse, pero él fue más rápido y la retuvo contra sí.


—Confía en mí, Paula. Si quieres casarte con Dario, esperará que bailes así con él, o aún más cerca.


Paula estaba segura de que tenía razón, y lo cierto era que no habría pensado en ese detalle si Pedro no se lo hubiera hecho ver, pero de momento, Darío era lo último en lo que estaba pensando. Pedro, con su olor almizclado, masculino, con su voz grave y suave, la estaba guiando hacia un lugar al que no sabía si debía ir. Pero no parecía tener opción.



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