sábado, 23 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 18

 


Un minuto después sintió que le quitaban el chal de los hombros y Pedro la condujo hacia un lateral.


Las paredes estaban cubiertas de fotos de leyendas del blues, casi todos hombres negros con una guitarra en la mano. Paula reconoció entre otros los nombres de Robert Johnson, Muddy Waters y Howlin Wolf. También había fotos de Billie Holiday y Bessie Smith.


Pedro señaló una mesa vacía con un asiento corrido en forma de ele. Paula se sentó y él se deslizó a su lado. La cercanía hizo que los nervios de Paula se crisparan.


La música sonaba alta, pero no resultaba ensordecedora. A pesar de todo, Pedro acercó la boca a la oreja Paula.


—Muévete un poco hacia la pared para dejarme más sitio.


Ella señaló el otro lado del asiento.


—¿Por qué no te sientas ahí?


Pedro movió la cabeza y dedicó una sonrisa a la camarera al ver que se acercaba. Paula no tuvo más opción que deslizarse hacia la pared, aunque no le sirvió de nada, porque Pedro la siguió hasta que sus costados volvieron a tocase.


La camarera, rubia y de amplio busto, con una tarjeta sujeta a la camisa blanca en la que se leía Maggie, dedicó toda su atención a Pedro. Pero Paula logró intervenir y pedir un vino blanco. Él pidió cerveza.


Mientras Maggie se alejaba balanceando el trasero, Pedro deslizó un brazo por el respaldo del asiento, tras Paula.


—¿Qué te parece el lugar? —preguntó, inclinándose de nuevo hacia ella.


Paula reprimió un repentino sentimiento de pánico. Pedro la tenía aprisionada contra la pared y el respaldo del asiento. Estaba demasiado cerca y era demasiado masculino, demasiado abrumador e irresistible para su paz física y mental. A pesar de todo, logró esbozar una sonrisa.


—La música es buena.


Pedro demostró su placer con una sonrisa tan sincera que Paula se quedó sin aliento.


—Me alegra que te guste. A mí me encanta.


—Los dos guitarristas son muy buenos —dijo Paula, y señaló el escenario con un gesto de la cabeza.


—¿Qué?


Aunque no entendía por qué no podía oírla, Paula se volvió y acercó los labios al oído de Pedro.


—He dicho que los dos guitarristas me parecen muy buenos.


Él volvió la cabeza con tal rapidez para responder que Paula no tuvo tiempo de apartarse antes de que sus labios se rozaran. Literalmente, dio un salto en el asiento. Pedro apoyó una mano en su antebrazo y se lo acarició lentamente.


—Tienes que aprender a no contraerte cada vez que un hombre te toca.


Paula miró la mano de Pedro en su brazo y asintió. Tenía razón. No debía hacer aquello con Darío. Pero, a fin de cuentas, aquel era Pedro.


—Normalmente lo hago mucho mejor.


Él asintió.


—Sí… mientras no sientes que la persona con la que estás puede suponer una amenaza.


Probablemente eso era cierto, aunque Paula nunca se había molestado en analizar por qué reaccionaba así. Pero Pedro estaba cambiando rápidamente aquello y, en el proceso, la hacía sentirse extremadamente vulnerable.


Hizo todo lo posible por apartarse de él, no lo logró y se dedicó a observar a los demás clientes del club. Cuando Pedro le había dicho que iban a un club en Deep Ellum, había temido sentirse fuera de lugar con aquel vestido. Pero, para su sorpresa, no era así.


En el club había personas de todas las edades, vestidas de las formas más variadas. Había algunos cuya ropa era aún más elegante que la de Pedro y ella, como si acabaran de salir de algunas de las famosas salas de conciertos de música clásica cercanas a la zona.


Además, todo el mundo parecía totalmente despreocupado de lo que hicieran los demás. Estaban allí para disfrutar de la música y de la compañía. Y Pedro había tenido razón en otra cosa; no se habían topado con ningún conocido. Paula sintió que su ánimo mejoraba considerablemente.


Después de todo, iba a poder relajarse y disfrutar.


—Tienes que mirarme.


Paula se sobresaltó.


—¿Disculpa?


—Es una regla básica —dijo Pedro—. Debes centrar tu atención en el hombre que te acompaña, y cuando te habla debes escucharlo como si fuera la persona más fascinante que has conocido en tu vida.


Paula soltó el aire lentamente. Justo cuando acababa de decidir que podía relajarse, Pedro le recordaba que todo aquello formaba parte de sus lecciones. Empezaba a odiar aquella palabra.


—Comprendo que me digas cosas como esa. A fin de cuentas, ese era el trato. ¿Pero de verdad tengo que hacer lo que me dices?


La semisonrisa de Pedro hizo aflorar su hoyuelo.


—Por supuesto. De lo contrario, ¿cómo ibas a aprender? Si no practicas todas esas cosas conmigo, ¿cómo vas a hacerlas bien con Darío?


Muy a su pesar, Paula tuvo que reconocer que aquello era cierto.




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