—Yo tenía razón —Pedro salió del vestidor de Paula—. No tienes nada adecuado que ponerte esta noche.
Paula estaba en pie en medio del dormitorio, vestida con un albornoz de color crema bajo el cual llevaba un sujetador y unas braguitas de color neutro. Ya estaba peinada y maquillada. Solo esperaba a que Pedro encontrara entre su vestuario algo que le pareciera adecuado para ella, pero empezaba a perder la paciencia.
—En primer lugar, ¿qué quieres decir con que tenías razón?
—No esperaba encontrar nada que pudieras llevar esta noche.
—¿Y cómo podías saberlo? —preguntó Paula, irritada.
—Te veo lo suficientemente a menudo como para saber qué ropa sueles llevar. Además, anoche tuve que buscar un camisón en tu armario y, aunque tenía prisa, no recuerdo haber visto nada apropiado para nuestros propósitos.
Paula suspiró en silencio. «Anoche». Cuanto más trataba de olvidar lo sucedido, menos lo lograba.
—En algún lugar de ese armario tiene que haber algo adecuado para nuestros propósitos, sean estos los que sean.
—No puedo creer que lo hayas olvidado, Paula. Algo adecuado para nuestros propósitos tiene que ser algo que atraiga la atención de Darío.
Paula parpadeó. ¡Lo había olvidado! Desde esa mañana, tras despertar junto a Pedro y descubrir que había dormido entre sus brazos, había estado casi totalmente centrada en él. Eso tenía que terminar.
—Tiene que haber algo —dijo, señalando el armario—. Solo con lo que hay dentro podría montarse una tienda.
—En eso estoy de acuerdo. Y que quede claro que con esto no pretendo criticar tu gusto. Es impecable.
Paula extendió los brazos.
—¿Entonces de qué se trata?
—No hay color en tu vestuario. Siempre utilizas tonos neutros. A los hombres les gusta el color. Además, vistes de forma muy entallada y, de vez en cuando, a los hombres les gusta algo más flojo, que flote a la vez que ciña un poco tu cuerpo y tal vez muestre un poco más de lo que te gusta enseñar.
Paula se cruzó de brazos y lo miró con expresión suspicaz.
—¿Qué se supone que debo mostrar?
—Carne, cariño. Carne. Siempre llevas el aspecto propio de una dama, aunque debo admitir que a veces te pones algo que resulta discretamente sexy. Sin embargo, para nuestro propósito no es lo suficientemente bueno.
«¿Cariño?» Paula recordó de pronto que Pedro la había llamado «cariño» en varias ocasiones durante la noche anterior. Ya no sabía si estaba en medio de su peor pesadilla o si solo se estaba aprovechando de un regalo de los dioses. Trató de convencerse de aquello último. De todos modos, no podía permitir que Pedro le dijera todo lo que le viniera en gana.
—Para tu información, nunca he carecido de hombres interesados en mí.
Pedro alzó las cejas.
—¿Alguno de esos hombres es Dario?
Paula se mordió el labio inferior. En aquello la había atrapado.
—A eso me refería —dijo Pedro al ver que ella no decía nada—. Mañana iremos de compras, pero de momento he elegido algo para que te pongas esta noche —salió al pasillo y volvió a entrar enseguida con una bonita caja alargada en la que Paula reconoció el nombre de una prestigiosa boutique que solo tenía lo mejor.
Sintió un gran alivio. Al menos, el vestido no sería un simple trapito más parecido a una prenda interior femenina que a otra cosa.
Pedro le entregó la caja.
—Pruébatelo. Estoy bastante seguro de que te quedará bien. También hay unos zapatos.
Paula no quiso preguntarle cómo sabía su talla. Era evidente que Pedro tenía demasiada experiencia con las mujeres. Demasiada para su tranquilidad. Tomó la caja y entró en el baño. Tras cerrar la puerta se miró en el espejo, desconcertada por su último pensamiento. ¿Qué más le daba a ella la experiencia que Pedro tuviera con las mujeres? No debía importarle. De hecho, no le importaba.
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