sábado, 23 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 16

 


—No toques esa puerta.


Confundida, Paula se volvió a mirar a Pedro.


—¿Por qué?


—Porque una mujer siempre espera a que su pareja abra la puerta del coche para ella.


Paula estuvo a punto de protestar, pero se contuvo y se apartó educadamente a un lado mientras Pedro abría la puerta. Luego entró en el coche.


Mientras se alejaban, pensó que estaba empezando a comprender cómo se sentían las mujeres con las que salía. Cuando Pedro centraba toda su atención en una mujer como lo había hecho con ella durante la pasada hora, resultaba muy sexy.


—Permitir que te abriera la puerta no ha sido tan malo, ¿verdad? —preguntó Pedro al cabo de un rato.


—Claro que no. Pero ya que las mujeres son tan capaces como los hombres de abrir una puerta, me parece una costumbre tonta —Paula alzó la mano en un gesto pacificador—. Pero si ese pequeño detalle ayuda a reforzar el ego de un hombre, me adaptaré… aunque, como ya he dicho, me parezca una tontería.


Pedro rió.


—Da la sensación de que estás sufriendo.


—Lo siento. Lo que sucede es que me estás pidiendo que cambie radicalmente mi forma de pensar y vestir, lo que debe significar que los hombres, o más bien Dario, valoran el aspecto de una mujer por encima de su cerebro. Resulta bastante deseo razonador.


—Puede que al principio un hombre se sienta atraído por una mujer debido a su aspecto. Pero retenerlo a su lado sin contar con otra cosa que su aspecto es una historia completamente distinta.


—¿En serio? —Paula nunca había pensado en ello.


Pedro asintió.


—De manera que lo que estoy tratando de hacer es «suavizarte», Paula, y enseñarte a aceptar la atención de un hombre, del que quieras… de Dario, si es él el deseo de tu corazón.


¿Dario? ¿El deseo de su corazón? Que forma más curiosa de expresarlo, pensó Paula. No solo curiosa, sino equivocada. Totalmente equivocada.


—Y vas a enseñarme a atraer a un hombre, ¿no? A Dario, quiero decir.


Pedro asintió.


—Y a que mantenga su atención en ti. Enfrentémonos a la verdad: eres una mujer que impone y haces ver de inmediato a los hombres que no estás interesada en ellos… a menos que tengan algo que te convenga para tus negocios, por supuesto.


—¿Tan mala soy?


Pedro sonrió con suavidad.


—Más o menos.


Paula permaneció un momento pensativa.


—¿Hablabas en serio cuando has dicho que era una mujer muy deseable?


—Te aseguro que me he quedado corto, cariño.


Paula no pudo evitar un estremecimiento. Debería decirle a Pedro que no la llamara cariño, pero en esos momentos no era capaz. Lo cierto era que se sentía deseable, reconoció sorprendida, y ese sentimiento no tenía nada que ver con el vestido. Tenía que ver con Pedro. Se preguntó si él lo sabría, y decidió que así era. Todo formaba parte del programa de adoctrinamiento a que la estaba sometiendo.


—¿Cómo sabías que el vestido me iba a quedar bien? Supongo que no parecería nada especial colgado de una percha. Y no solo eso; ¿cómo sabías que esa era mi talla? Incluso encontraste unos zapatos a juego.


Pedro se encogió mientras giraba con el coche en una esquina.


—Supongo que he tenido suerte.


—Oh, vamos. La suerte no ha tenido nada que ver. Debes tener mucha experiencia comprando ropa para mujeres.


—Lo cierto es que no, pero aprendo rápido. Y no olvides que contaba con la ventaja de haber pasado la noche contigo.


Paula cerró los ojos. Ella se lo había buscado. Pero Pedro no tenía por qué preocuparse. Aunque viviera cien años, y a pesar del dolor y las medicinas, nunca olvidaría que había pasado aquella noche entre sus brazos.


—Te pagaré el vestido y los zapatos, por supuesto. Cada centavo.


—Como quieras. Por cierto, ¿has tenido la oportunidad de echar un vistazo a las ideas que tengo para nuestros terrenos?


Allí estaba. El recordatorio de por qué estaba haciendo aquello Pedro. Paula supuso que debería sentirse aliviada. Se mordió el labio. Si había una cosa en el mundo que entendía, eran los negocios. De manera que, ¿por qué sentía mariposas en la boca del estómago y un intenso calor recorriendo sus venas? Casi se sentía como una adolescente en su primera cita.


¿Y por qué tenía la sensación de que aprender a ser una mujer fatal con Pedro como profesor podía ser lo más duro que había intentado en su vida?


Desde el momento en que alcanzó la pubertad supo que era guapa. Solo tenía que observar la reacción de los chicos en el colegio y la de algunos hombres cuando entraba en una habitación o pasaba junto a ellos en la calle.


Solo su padre pareció no sentirse afectado por su belleza. De hecho, siempre tuvo la sensación de que la mantenía más a distancia y la trataba con más frialdad que a sus hermanas, aunque era algo tan sutil que dudaba que alguien más lo notara. A veces, incluso lograba convencerse de que solo era su imaginación. Después de todo, ¿por qué iba a ser su padre más duro con ella que con Cata y Teresa? No tenía sentido. Pero entonces él volvía a hacerle algún desaire y ella sabía que tenía razón.


Su padre no dejaba que hubiera en la casa ningún retrato de su madre, y tampoco permitía que hablaran de ella en su presencia. Pero, en una ocasión, el tío Guillermo sacó una vieja foto de una preciosa mujer y les dijo a Paula y a sus hermanas que era su madre. Observando la foto, Paula comprendió que había nacido con la belleza clásica de su madre. También pensó que ese parecido podía explicar la actitud de su padre hacia ella. Siempre tuvo la impresión de que nunca perdonó a su esposa por haber sufrido el accidente de automóvil que la mató.


A pesar de todo, y ya que él era el único hombre cuya aprobación buscaba, aprendió muy pronto a despreciar su belleza. Y como cualquier niño buscando el amor de un padre, se esforzó mucho en darle satisfacciones con su inteligencia y su capacidad para trabajar con ahínco. Que ella supiera, nunca lo logró.



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