sábado, 23 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 20

 


Una nueva canción de amor profundo y doloroso comenzó a sonar por los altavoces.


Pedro tomó las manos de Paula en las suyas y se las alzó para que lo rodeara por el cuello con sus brazos. Luego deslizó una mano tras su espalda, apoyó la otra contra sus nalgas y presionó su pelvis contra la de ella. Una marejada de ardientes sensaciones dejaron a Paula sin aliento. Cerró los ojos mientras trataba de controlar el vehemente deseo que la recorrió de pronto como lava derretida.


—Relájate —susurró Pedro junto a su oído—. Estás a salvo. Estás conmigo, nos encontramos en medio de un lugar público y rodeados de gente.


«No comprende», pensó Paula, impotente. Pero ella tampoco comprendía. Por primera vez en su vida, tenía miedo de sus propios sentimientos.


Y la música… era lenta y sexy, con un pulso que palpitaba y se deslizaba en la corriente sanguínea hasta que uno sentía que formaba parte de la canción.


Paula nunca había experimentado nada parecido. La canción, Pedro… ambas cosas unidas conjuraban sentimientos en su interior que ni siquiera sabía que poseía. Hizo lo posible por alzar su habitual barrera de reserva, pero fue inútil. La música hacía que sus movimientos fueran tan lentos y sensuales como la canción, y Pedro parecía cada vez más sumergido en su ritmo.


La sostenía con firmeza contra su fuerte cuerpo mientras le acariciaba con la mano la espalda desnuda. Más abajo, Paula podía sentir su dura excitación. Notó que la sangre se le espesaba, que las piernas se le debilitaban. Tal vez habría caído si Pedro no la hubiera estado sosteniendo como si fueran un solo cuerpo.


Y, durante un tiempo, lo fueron. El cuerpo de Paula y todo lo que la definía se fundieron con él sin que pudiera hacer nada al respecto. Ni siquiera tenía que pensar para seguir sus pasos. Era automático. Mientras se balanceaban juntos, su pelvis se movía en la misma dirección que la de él, a la izquierda, a la derecha, en eróticos círculos.


Un intenso calor se arracimó en el interior de Paula y le hizo rodear con más fuerza el cuello de Pedro. No sabía cómo frenar el creciente deseo que se estaba acumulando dentro de ella. La excitación de Pedro crecía de manera evidente, pero no hizo ningún esfuerzo por apartarse. En cuanto a ella, se sentía incapaz de hacerlo. Ni siquiera quería. El tamaño y la forma de Pedro estaban inevitablemente impresos en su piel y en su cerebro. Lo había visto en calzoncillos y ya no tenía que imaginar lo que había debajo de ellos.


Una parte de su cerebro le decía que aquello no podía continuar, mientras otra gritaba que siguiera.


Entonces, sin previo aviso, Pedro metió una pierna entre las de ella y la atrajo contra su musculoso muslo. Un placer inimaginable recorrió a Paula, conmocionándola, pero él no le dio tiempo a recuperarse. Sin soltarla, comenzó a ondular su cuerpo sinuosamente hacia abajo, y luego hacia arriba. Ciegamente, Paula siguió cada uno de sus movimientos sin apenas respirar mientras sentía el constante roce de sus braguitas contra el muslo de Pedro.


Hicieron lo mismo una y otra vez y, entretanto, el calor y el placer que estaba sintiendo Paula no dejaron de aumentar. Temía alcanzar un punto en que no pudiera soportarlo más. Tenía que suceder algo. Algo o alguien, debía ayudarla. Y no le sorprendió que, una vez más, Pedro pareciera saber con exactitud lo que estaba sintiendo.


Minutos después o quizá horas después, se apartó ligeramente de ella, aunque sin dejar de sostenerla por la cintura. Alzó una mano hasta su barbilla y le hizo alzar el rostro.


—Puede que de momento sea suficiente.


Paula no podía hablar. Ni siquiera podía mirarlo. De algún modo, encontró la fuerza necesaria para apartarse de él y encaminarse hacia la mesa. En cuanto estuvo sentada, tomó su copa de vino con mano temblorosa y dio un largo trago.


—Puede que un café te siente mejor.


Paula alzó la mirada y vio que, afortunadamente, Pedro se había sentado frente a ella. En aquellos momentos no habría podido soportar su cercanía. Incluso así, con la mesa entre ellos, creía sentir su calor.


Parecía perfectamente sereno, pero su pecho subía y bajaba más rápidamente de lo normal. Él tampoco había sido inmune al baile. Constatarlo hizo que Paula sintiera cierta satisfacción, aunque no demasiada.


—Preferiría irme.


Pedro la miró un largo momento. Finalmente, asintió, y Paula dejó escapar un tembloroso suspiro de alivio.


—Muy bien. Nos iremos en cuanto pagué la cuenta.



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