Una vez zanjado aquel tema en su mente, abrió la caja. Dentro encontró un vestido de color rosa intenso hecho de un material vaporoso parecido a la seda. Cuando se lo puso por encima de la cabeza flotó en torno a ella como una telaraña.
Volvió a mirarse al espejo, girando a un lado y a otro, sin dejar de preguntarse por qué se sentía tan incómoda con aquel vestido. No tenía nada de vulgar, y su diseñador era merecidamente conocido en todo el mundo.
Era casi una obra de arte, y estaba ingeniosamente diseñado, de manera que casi tomaba su forma de la del cuerpo de Paula. La tela se pegaba a ella sin inhibiciones, cruzándose sobre sus pechos en un escote en forma de V y curvándose de nuevo hacia dentro en la cintura. Desde ese punto, la vaporosa tela seguía la línea de sus caderas y caía hasta la mitad de sus pantorrillas. En la espalda formaba una V como la de delante.
La liviandad de la tela, unida a su corte, hacía que Paula se sintiera como si no llevara nada puesto.
—¿Qué tal te queda? —preguntó Pedro a través de la puerta.
—No estoy segura —murmuró Paula—. Salgo enseguida —añadió, en voz más alta.
En realidad, no encontraba ningún defecto al vestido. El diseño era impecable, lo mismo que la tela elegida para su confección. Pero se sentía… expuesta.
Los zapatos eran del mismo color que el vestido, con unos tacones de unos siete centímetros. Se los puso, temiendo no saber andar con ellos, pero enseguida comprobó que eran sorprendentemente estables y que le sentaban como un guante.
Rebuscó en la caja, esperando encontrar un chal o algo parecido para cubrirse, pero solo halló un pequeño bolso a juego. Lo tomó, se miró por última vez en el espejo y, con un expectante revoloteo en el estómago, salió al dormitorio.
Pedro alzó la mirada, la vio… y se quedó paralizado. La expresión de su rostro hizo que el corazón de Paula se detuviera por un instante. Era una expresión de pura y desnuda lujuria. Desde que lo conocía, nunca le había visto mirar a una mujer como la estaba mirando a ella en esos momentos.
Una instantánea excitación se apoderó de ella a la vez que su corazón volvía a latir más rápido que nunca. Sintió entre las piernas un intenso calor a la vez que, lamentablemente, empezaba a humedecerse.
Todo sucedió en cuestión de segundos. Enseguida, el abierto deseo manifestado por la expresión de Pedro desapareció como si nunca hubiera existido. Pero el cuerpo de Paula aún sentía su impacto, y tuvo que arreglárselas como pudo.
—Vuélvete —dijo él, roncamente.
Paula obedeció sin discutir. Se sentía como una marioneta en sus manos.
—Preciosa —susurró Pedro.
—¿Venía…? —Paula se mordió el labio inferior durante más tiempo del que normalmente se habría permitido—. ¿Venía el vestido con alguna prenda interior?
—No —lenta y metódicamente, Pedro deslizó la mirada desde lo alto de la cabeza de Paula hasta la punta de los dedos de sus pies—. Tienes que quitarte el sujetador que llevas puesto. Se ve por delante y por detrás.
—Lo sé, y estoy segura de que tengo otro sujetador más adecuado.
—Y ahora que lo pienso, también tienes que quitarte esas braguitas. Se marcan a través de la tela del vestido.
—Buscaré otras —Paula arrojó el pequeño bolso sobre la cama y fue al vestidor.
Cuando Pedro entró, la encontró rebuscando en un cajón lleno de sujetadores.
—Ese vestido no está pensado para llevar sujetador. Además, tú no necesitas llevarlo. Tienes unos pechos preciosos.
Paula sintió que el rostro le ardía. Se volvió bruscamente hacia él.
—¿Cómo…? —«la noche pasada», recordó de inmediato—. No importa. Ya encontraré algo. Haz el favor de salir.
—De acuerdo, pero recuerda que no debes ponerte nada que estropee el diseño del vestido.
—Veo que eres muy consciente de ese tipo de detalles —replicó Paula en tono irónico.
—Para eso estoy aquí.
—Sal de una vez, Pedro.
Él ladeó la cabeza y la miró.
—¿Por qué tienes la mandíbula tan tensa?
Paula rió sin ganas.
—Bromeas, ¿no? Es… este vestido. Puede que esté pensado para atraer a los hombres, pero yo tengo la sensación de que no llevo nada puesto. Y si no me pongo sujetador y braguitas, entonces sí que no llevaré nada de nada.
—¿Y llevarlos haría que te sintieras mejor?
—Sí.
Pedro movió la cabeza con expresión de pesar.
—Tenemos mucho más trabajo que hacer del que esperaba.
—Si crees que voy a salir de casa sin llevar…
Pedro alzó una mano.
—No importa. Ya entraremos en ese tema más tarde.
—¿Más… tarde? —balbuceó Paula.
Pedro bajó la mirada y su voz sonó más gruesa cuando dijo: —De momento, bastará con que te pongas unas braguitas más adecuadas, pero no te pongas sujetador. De hecho… —rodeó a Paula, soltó el cierre del sujetador y, sin darle tiempo a reaccionar, le sacó las tiras de los brazos. Luego tiró de él por delante y lo arrojó por encima de su hombro—. Ya está —murmuró, satisfecho—. El vestido tiene un aspecto maravilloso ceñido a tus pechos de esta forma.
Paula se apoyó débilmente contra el cajón y lo cerró.
—Eso ha sido todo un truco. No me extraña que impresiones tanto a las mujeres.
Pedro alargó una mano hacia ella y la acercó todo lo que pudo sin llegar a tocarla. Cuando habló, las movió en torno a sus pechos para ilustrar lo que iba diciendo.
—Tus pechos son perfectos… altos, firmes, del tamaño justo…
Paula sintió que se sofocaba.
—¿Quieres hacer el favor de salir de aquí de una vez?
Pedro dejó caer la mano a un lado.
—Mantén la vista puesta en el premio, cariño. Esta es solo la primera lección. Sé que le está costando, pero cuando consigas a Dario pensarás que todo ha merecido la pena —hizo una pausa y la miró con ojos repentinamente penetrantes— ¿O no?
—Vete. ¡Y no me llames «cariño»!
Pedro rió.
—Por supuesto. Lo que tú digas.
En cuanto Pedro salió, Paula apoyó la pierna contra la puerta del armario. Si aquella era solo la primera lección, no sabía si iba a poder sobrevivir al resto.
Pero si sobrevivía, el resto sería fácil. Además, Pedro había dicho «cuando consigas a Darío». No «sí consigues a Darío». Eso significaba que sentía que podía ayudarla a conseguirlo. Si era así, habría merecido la pena. ¿O no? Frunció el ceño. ¿De dónde había salido aquella duda? ¡Por supuesto que merecería la pena!
Respiró profundamente, se puso otras braguitas y volvió a mirarse al espejo. Automáticamente, alisó con la mano la parte delantera. Luego observó su reflejo con ojos críticos. No había duda de que el vestido tenía mejor aspecto sin el sujetador. Aunque no era evidente que no llevaba nada debajo, sus pechos lo rellenaban a la perfección. . De pronto se quedó paralizada. Pedro conocía la forma y el tamaño de sus pechos. Sabía que la noche pasada, a causa de la medicación, sus reacciones habían sido muy lentas, y no había podido pensar con claridad, pero no se quedó inconsciente. Pedro la había desnudado, pero no la había acariciado. Si lo hubiera hecho, lo recordaría.
Sintió que los pechos se le endurecían ligeramente al imaginar sus manos cerrándose en torno a ellos, midiéndolos, pesándolos. Pedro tenía unas manos grandes, fuertes, de dedos largos. ¿Qué sentiría si la acariciara con ellas? Gimió al darse cuenta de lo que estaba pensando.
—¿Va todo bien? —preguntó Pedro.
—Oh, todo va de perlas.
—¿De perlas?
Paula captó la diversión del tono de voz de Pedro. Moviendo la cabeza, apagó la luz del vestidor y salió al dormitorio.
—Tienes un aspecto… magnífico —Pedro tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la miraba con expresión objetiva, pero Paula captó con claridad el evidente calor de su mirada.
—Gracias… creo.
Pedro volvió a reír.
—Siento que esto te esté resultando tan duro.
Paula se reprendió mentalmente. No entendía exactamente por qué, pero estaba reaccionando de modo exagerado a los esfuerzos de Pedro por ayudarla.
—Duro no. Solo… diferente —tras el severo y disciplinado modo con que su padre la había educado, llevar un vestido distinto a los que estaba acostumbrada, y sin sujetador, no podía compararse.
—En ese caso, espero que no te importe que te diga que el color de las uñas de tus pies no es el adecuado.
—¿Qué tiene de malo? Es rosa.
—Es un tono demasiado pálido.
Paula sacó del bolso que había utilizado durante el día las cosas que iba a necesitar y las trasladó al de color rosa.
—Sé fuerte, Pedro. Lo superarás.
—Estoy seguro de ello, pero tengo que hacer una cosa más antes de que estés completamente lista.
—No imagino qué pueda ser. Pareces haber pensado en todos los detalles.
Pedro dio un paso hacia ella. Instintivamente, Paula se echó atrás.
Él sonrió.
—¿De qué tienes miedo, Paula?
Buena pregunta, pensó ella. ¿Tenía miedo de ir a pasarlo bien? ¿O de averiguar que le gustaba demasiado estar con Pedro?
Imposible.
—No tengo miedo de nada.
—En ese caso, estate quieta un momento —Pedro acercó las manos al pelo de Paula y empezó a quitarle las horquillas del moño.
—¿Qué se supone…?
—Tu peinado —murmuró él—. Es demasiado serio. Como siempre —tras quitarle todas las horquillas metió los dedos entre el pelo y se lo peinó hasta que cayó en cascada en torno a sus hombros—. Mucho mejor así. Y ahora, vámonos.
—Espera. Necesito una cosa más —Paula entró de nuevo en el vestidor y salió unos segundos después con un chal de punto de color marfil—. Puede que esta noche refresque —su expresión retó a Pedro a que la contradijera.
Él volvió a sonreír.
—Por supuesto. Vámonos.
—Aún no me has dicho adónde vamos.
—Al Midnight Blues. Es un nuevo club de blues en Deep Ellum.
—Blues… de acuerdo. Hay otra cosa más. Dime que no vamos a encontrarnos con nadie que conozcamos, por favor.
—No vamos a encontrarnos con nadie que conozcamos.
Paula entrecerró los ojos con suspicacia.
—¿Estás seguro?
—Debo admitir que no sé dónde van a pasar la tarde todos nuestros amigos, pero el club es nuevo, y aún lo conoce poca gente —la mirada de Pedro se oscureció al añadir—: Además, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué te vean con el aspecto de una mujer increíblemente deseable? —apoyó las manos en los hombros de Paula, y cuando ella fue a apartarse la retuvo con fuerza—. Relájate —dijo, suavemente—. Nunca has estado tan preciosa.
Ayyyyyyyyy me encantaron los 3 caps.
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