Unas horas más tarde, Paula tenía la mirada perdida en el techo de su dormitorio. La explicación de los gemelos le había roto el corazón:
«Mami, no estábamos haciendo el juego del papá. De verdad que no. Esta vez queríamos que fuera de verdad».
Sí, a ella también le habría gustado que fuera así. Pero no iba a llorar, se negaba a derramar una lágrima. El silencio era aplastante, no se oía nada tampoco al otro lado de la pared, pero sabía que estaba allí; podía notar su presencia.
También sabía que estaría pasándolo mal, le estaba bien empleado.
***
Acción de Gracias y él estaba allí solo. No tenía por qué afeitarse o quitarse el pijama porque nadie iba a verlo. Paula y los niños se habían marchado por la mañana temprano sin hacer ni un ruido. Se había acostumbrado a oírlos a todas horas y ahora los echaba de menos. Era como si ella hubiera decidido castigarlo sin su presencia porque, al no oírlos, la sentía más lejos. Todo estaba silencioso, como muerto.
No podía seguir en su casa porque se acordaba de todos los sitios en los que habían hecho el amor, donde habían estado juntos. Lo mejor sería bajar a la galería, dado que no parecía que fuera a tener ninguna invitación de Acción de Gracias…
Fue entonces cuando se dio cuenta. El descubrimiento lo golpeó como un mazazo y lo dejó helado. No podía perdonarse el tremendo error que había cometido. Llevaba semanas ocultándose a sí mismo lo que sentía. Se suponía que deseaba ser independiente y no comprometerse con nada, pero no se le ocurrió que a lo mejor sus sentimientos habían ido cambiando. Ahora ya no tenía ningún sentido porque se había quedado solo, sin ningún compromiso. En realidad, lo que siempre había deseado era tener capacidad de elección sobre su vida, y eso Paula jamás se lo había negado.
Había sido él el que había decidido seducirla y cambiar por ella…. Y luego había decidido apartarla de su lado. Quizá no había tomado la decisión de amarla, pero eso había ocurrido lo quisiera o no. Y había ocurrido nada más conocerla, cuando la vio agachada debajo de aquella mesa, y seguía amándola cuando la dejó allí en el apartamento dolida y sola.
Ya no podía hacer nada. Además, seguramente ella merecía alguien mejor que él, y Marcos y Abril también. Se había comportado como un cretino. Paula jamás estaría dispuesto a aceptarlo y no podía culparla por ello.
Se desabrochó la cazadora, pero no se la quitó porque no pensaba quedarse mucho tiempo.
Apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y cerró los ojos; tenía que atajar aquella situación cuanto antes. En ese momento apareció Paula y lo miró de arriba abajo como si fuera un verdadero desecho humano.
-Lo siento -dijo él poniéndose en pie.
-¿Qué es lo que sientes?
-Pensé que podría hacerlo: adaptarme a los niños, cambiar mis planes…
-¿Quién demonios te ha pedido que cambies? -replicó ella con extrema dureza-. Yo estoy segura de no haberlo hecho, de hecho me acuerdo de haberte dicho justo lo contrario. Desde el mismo instante que me conociste sabías que tenía dos hijos -se cruzó de brazos y dio un paso atrás mientras seguía hablando-. Yo jamás te he pedido que renuncies a nada por mí.
El asintió, pero no dijo nada; resultaba muy difícil rebatir la verdad.
-Abril y Marcos solo estaban fantaseando; saben perfectamente que hicieron mal en contarle a su profesora esa historia y lo sienten mucho. Pero es natural que quieran tener un padre.
-No es solo lo que le dijeron a su profesora -intervino Pedro intentando deshacerse del pánico que lo atenazaba-. Son muchas cosas… Y no puedo solucionarlas todas.
-Al menos podrías intentarlo. No creo que sea mucho pedir.
-No, no lo es y lo siento, pero… no puedo -añadió haciendo un gesto de impotencia-. No puedo comprometerme a darte lo que tú necesitas. No puedo… atarme de esa manera. Lo siento -volvió a repetir.
-Sé que lo sientes, yo también. No voy a hacer ninguna escena, ni voy a pedirte que lo reconsideres. Se supone que eres un hombre adulto, tú sabrás qué es lo que quieres de la vida -el modo en que lo miraba denotaba cierta pena por él-. El problema es que creo que no tienes la menor idea. Bueno, vamos a dejarlo.
El nudo que tenía en la garganta fue bajando hasta estrujarle el corazón.
-¿Puedo venir alguna vez?
-¡No! -respondió con fuerza-. Eso sería demasiado para Abril y para Marcos.
-No era en ellos en quien pensaba.
Le abrió la puerta y le hizo un gesto para que se marchara.
-No, eso ya lo sé.
La puerta se cerró a su espalda, era el sonido más definitivo que había oído jamás.
-¡Malditas relaciones! -refunfuñó Pedro solo en su dormitorio.
Dos semanas antes había visto el cielo abierto al conseguir un periodo de tranquilidad en el que habían acordado no hablar del futuro de su relación, ni de las responsabilidades, ni de las obligaciones. Dios, esas palabras le provocaban un sudor frío. El problema era que ese silencio no había hecho más que avivar todas aquellas cuestiones y ahora lo seguían allá donde fuera.
Sabía que no podía seguir huyendo indefinidamente.
Para colmo de males, ese mismo día tenía que asistir a la obra de teatro de Acción de Gracias en el colegio de Abril y Marcos. No había podido declinar la invitación, no después de haberse burlado de los disfraces de mazorcas de maíz que les había hecho, y especialmente después de no haber ido con ellos en Halloween.
Así que, aceptó su infortunio, agarró la cámara de fotos y salió de casa.
******
Eran los nervios, tenían que ser los nervios. El corazón le latía contra el pecho como un pájaro intentando escapar de la jaula y no podía dejar de hablar. Los niños la miraban sin saber qué hacer.
-Ya sabéis lo que tenéis que hacer, ¿verdad?
-Paula…
-Y no dejéis que el público os asuste -dijo peinando a Marcos con la mano-. Lo vais a pasar muy bien.
-¡Paula!
-¿Qué, Pedro?
-Los niños tienen que subir al escenario -le recordó él con sonrisa comprensiva-. Vamos, chicos, subid al escenario antes de que vuestra mamá empiece a hablar de nuevo.
Una vez sentados en el patio de butacas, Paula no podía dejar de moverse hasta que Pedro le puso la mano en la pierna.
-Tranquila, preciosa, todo va a salir bien.
-Lo sé.
Efectivamente, todo salió bien. Al final de la obra los gemelos parecían no querer abandonar el escenario, desde el que saludaban como si fueran actores famosos. Cuando consiguieron sacarlos a todos ellos de allí, Paula y Pedro se levantaron para ir a buscarlos.
-¡Tus hijos han estado geniales! Debes estar muy orgullosa de ellos -le dijo la profesora a Paula mientras ella abrazaba a los gemelos; entonces se volvió a mirar a Pedro-. Usted debe de ser el nuevo papá de Abril y Marcos. No dejan de hablar de usted. ¿Qué tal va la galería? Ya abre un día de estos, ¿no?
Estupendo. Primero sus meteduras de pata sobre el amor y el matrimonio, y ahora eso. Paula sintió que se quedaba sin aire y que le costaba mantenerse en pie. Cerró los ojos y rogó en silencio.
«Por favor, que no se lo tome en serio. Que lo entienda, por favor».
Después de un incómodo silencio, Pedro se aclaró la garganta y contestó sin el menor entusiasmo.
-Sí, cualquier día de estos -ese no era el tono de comprensión que ella esperaba-. Bueno, deberíamos irnos -añadió inmediatamente.
Al salir del colegio, Paula intentó descifrar su mirada, pero él la esquivó. El viaje en coche se convirtió en el más largo de su vida. Solo esperaba que Pedro fuera lo bastante maduro para darse cuenta de que lo que habían dicho los niños no era más que un reflejo de sus fantasías infantiles y no podía culparlos por ello.
En realidad, él era el que debía comportarse como un adulto y no hacer una montaña de un grano de arena.
Cuando llegaron al apartamento, Pedro se quedó esperándola en el salón mientras iba a acostar a los gemelos. Los pobres sabían que habían hecho algo malo, se notaba en la palidez de su rostro y la tristeza que se reflejaba en su mirada.
Paula sintió un enorme instinto de protección hacia ellos. Al fin y al cabo, era lógico que desearan tener un padre.
-¿Crees que si se hubiera marchado de la ciudad me lo habría dicho? -preguntó Paula a Malena mientras comían chocolate de Halloween en la trastienda-. Es que no tengo la menor idea de dónde puede estar. Podría haberle pasado algo, su furgoneta no se ha movido en todos estos días… ¿Y si se ha caído y ha perdido el conocimiento estando solo en el apartamento? A lo mejor debería intentar entrar.
-Te ha dado fuerte, ¿verdad? -dedujo Malena comprensivamente.
-¿El qué?
-El amor.
Paula no se atrevió a contradecirla, estaba claro cuál era su enfermedad.
-Está bien, seguramente no esté ahí, pero es que no puedo evitar preocuparme.
Su amiga siguió comiendo chocolate mientras cavilaba.
-¿Y tienes alguna idea de por qué se ha podido marchar?
-Bueno -había llegado el momento de ser sincera-… Puede que yo lo pusiera un poco nervioso. Le dije que lo quería.
-¿Cómo?
-Tranquila, tampoco me puse de rodillas y le declaré mi amor eterno, pero puede que lo dedujera de una especie de broma que le hice.
-Pues sí que debió de deducirlo dado que se ha esfumado. Te habla la voz de la experiencia, esas noticias hay que darlas poco a poco.
-O no darlas -respondió Paula con resignación-. Menos mal que tengo el trabajo que me distrae, si no llevaría toda la semana pegándome cabezazos contra la pared por ser tan estúpida -había sido un consuelo estar montando su pequeña tienda dentro de la de su tía.
-Lo único que tienes que hacer cuando vuelvas a verlo es tomarte las cosas con calma. No le pidas explicaciones, pero tampoco te disculpes; simplemente intenta olvidarte del tema. A lo mejor él ya lo ha hecho, los hombres tienen una memoria increíblemente mala.
Male tenía razón, hasta el momento había machacado a Pedro con todas y cada una de las cosas que la preocupaban con respecto a su relación. Sabía que lo había hecho para protegerse, pero a lo mejor lo único que había conseguido había sido asustarlo.
-Pues aquí tienes la oportunidad de enmendarte, señorita -anunció Malena al ver a Pedro entrar en la tienda-. Yo me voy.
La saludó con un rápido beso en los labios, se sentó a su lado y le tomó las manos entre las suyas.
-Te preguntarás dónde me he metido.
Pensó decirle que no, que ni siquiera lo había pensado, pero no habría servido de nada porque él habría sabido que mentía.
-Te he echado de menos -dijo en su lugar. Solo esperaba que echar de menos no le sonara tan serio como querer.
-Yo también te he echado de menos a ti -respondió sin dejar de acariciarle las manos. Y ella se moría de ganas de abrazarlo, recostarse en su hombro. ¿Cómo iba a fingir estar tranquila e impasible cuando se sentía tan confundida y llena de deseo?-. He estado pescando con unos amigos. Sé que debería haberte avisado de que me iba…
-No te preocupes -lo interrumpió enseguida-. No estamos casados, ni nada parecido - ¡vaya! Eso seguro que para él sonaba casi tan peligroso como lo de quererse-. Quiero decir que…
-Tranquila. Ya sé que no estamos casados, pero sí que hay algo entre nosotros; algo que todavía no soy capaz de identificar. Solo te pido que me des tiempo para hacerme a la idea y pensarlo tranquilamente. No quiero que hablemos de lo que me dijiste antes de irme. Vamos a tomarnos las cosas con calma, ¿de acuerdo?
-Está bien. Pero pienso…
Pedro le agarró la cara y la besó varias veces.
-Piensa todo lo que quieras, preciosa, pero no lo digas en voz alta hasta que pase algún tiempo, ¿te parece?
No pudo contestar porque siguió dándole besos, unos besos cada vez más apasionados. Estaba claro que estaba comprando su silencio, pero Paula no pudo hacer nada más que dejarse llevar, ya resolvería sus problemas de conciencia más tarde.
Pedro permaneció de pie exactamente en el mismo sitio donde lo había dejado Paula. No podía quitarse de la cabeza aquellas palabras, podía oírlas una y otra vez retumbándole en los oídos y sentía que el mundo se le venía encima.
Se suponía que ese era su momento de ser independiente y de hacer lo que le viniera en gana.
No podía negar que Paula le gustaba muchísimo; disfrutaba estando con ella porque era sexy y jamás se echaba atrás ante sus continuas provocaciones. Incluso cuando no estaban juntos, pensaba mucho en ella y se preguntaba qué estaría haciendo. No obstante y, por muy egoísta que fuese, seguía teniendo la sensación de que todo eso acabaría con su recién recuperada libertad. Todo se estaba volviendo muy serio, muy permanente.
Quizá estuviera exagerando, a lo mejor no debía dar tanta importancia a lo que acababa de decir.
Repitió sus palabras en voz alta para juzgar desde diferentes perspectivas si sonaban tan peligrosas como le había parecido en un primer momento o si de verdad estaba exagerando.
Dios mío, la habitación se estaba haciendo cada vez más pequeña, le faltaba el aire… Tenía que salir de allí, necesitaba unos días de relajación antes de echarlo todo a perder.
Llamó a Jose, un antiguo compañero de casa, y unos minutos más tarde estaba listo para irse de fiesta con su amigo.
Después de aquella delicia y de probar la bañera de Pedro, Paula se sentía con fuerzas suficientes para volver al trabajo. Pero antes había algunos planes que quería hacer con Pedro.
-El viernes es el gran día.
-¿Qué gran día? -preguntó él, completamente despistado.
-Halloween, por supuesto.
-Ah, eso -lo que había en su voz no era entusiasmo precisamente-. ¿No serás de esas que se disfraza y va puerta por puerta pidiendo caramelos?
-¿Y si así fuera? -seguramente aquel no fuera el mejor momento para contarle que se estaba preparando un disfraz de Ana Bolena después de ser decapitada.
-Pues te diría que no vas a conseguir que yo me meta en un disfraz y te acompañe.
-Venga, solo será una hora o así y no hace falta que te disfraces. Aunque con la cara que tienes ahora mismo, te iría muy bien un disfraz de buldog -le dijo riéndose a carcajadas.
-No, Paula, de verdad -parecía estar convencido-. Entiéndeme, perdí a los niños en un restaurante, imagínate lo que podría pasar en mitad de la calle.
-Ya te dije que eso no fue culpa tuya, no debí dejarte tanto tiempo solo. De todas formas, te entiendo.
Y era cierto, lo entendía perfectamente y no quería presionarlo para que hiciera nada que no quisiera. Por mucho que ella quisiera que Pedro fuera parte de la familia, él seguía viéndola como dos personas diferentes: Paula la madre y Paula la amante. Había tenido la esperanza de que se fuera integrando poco a poco, pero lo cierto era que lo que había hecho había sido ponerse aún más en tensión cuando estaban con los niños. No obstante, sabía que presionarlo no iba a ayudarla.
-Lo siento, Paula -le dijo con sonrisa cariñosa.
-Está bien, Alfonso. Compórtate como un aguafiestas, yo te quiero de todos modos.
De pronto se dio cuenta de lo que acababa de decir y se le quedó el corazón en vilo. Estuvo a punto de rectificar y decirle que estaba bromeando, pero entonces se acordó de Freud y se dio cuenta de que esas cosas no se decían en broma. Tenía que aceptarlo, sí que lo quería, aunque quizá no debería habérselo soltado de esa manera. Sí, lo amaba y no sabía cómo no se había dado cuenta antes. Pedro la hacía reír, la animaba para que luchara por sus sueños y jamás se había burlado de ella, ni la había herido como lo había hecho Aldo.
Pero no, no debería habérselo dicho así. Estaba claro que eso era lo último que él quería escuchar en aquel momento. Lo supo por la expresión de su rostro.
-Bueno, tengo que irme corriendo. Voy a… saltar por el precipicio más cercano -dijo saliendo de allí a toda prisa.
Estaba claro que ella misma seguía siendo su peor enemigo.
Celina la miró con las manos en las caderas, en mitad de la entrega de mercancía que acababa de llegar de Seattle.
-Es la cuarta vez que tienes que subir corriendo a contestar al teléfono del apartamento -le dijo a su sobrina-. ¿Por qué no les das a tus clientes el número de la tienda? Si quieres hacer ejercicio, apúntate a un gimnasio.
-Es que no quería usar este teléfono sin pedirte permiso antes.
-Muy bien, pues ya lo tienes. Verás, Paula, no espero que trabajes aquí toda tu vida, ni todo tu tiempo. Te quiero como a una hija, pero cuando llegue el momento te echaré de una patada para que hagas lo que tengas que hacer.
-¡Pero, tía! -exclamó sabiendo que lo decía con buena intención.
-Entiéndeme, ahí fuera hay todo un mundo que te has estado perdiendo y que ahora tienes que descubrir.
-Lo sé. Últimamente tengo la sensación de estar recuperándome de una terrible amnesia. Y creo que empiezo a recordar quién soy -entonces volvió a sonar el teléfono y tuvo que marcharse corriendo a contestar.
Después de fijar dos citas más, volvió a bajar y siguió ayudando a Celina a desempaquetar cosas.
-Aquí hay de todo. ¿Es que no podías dejar nada atrás?
-Nunca se sabe dónde va a estar el tesoro que nadie espera. Además, cuanto más tiempo llevo en este negocio, más cuenta me doy de que no hay que limitarlo. No me gusta vender solo muebles o solo cuadros, prefiero que haya de todo.
Paula sintió aquello como una segunda oportunidad y esa vez decidió que no iba a dejarla escapar.
-Tía…, ¿qué te parecería si yo utilizara un pequeño espacio de la tienda? Me encantaría poner aquí algunas de mis cosas; ya sabes, un par de vestidos de fiesta y algún bolso. No ocuparé mucho y tú darás tu aprobado a todo el material que esté expuesto, por supuesto. Si no te parece bien, lo entenderé…
-También podrías dejar de hablar un segundo y dejarme que diga que sí.
****
Paula entró en la galería de Pedro como una exhalación.
-¡Me ha pasado algo maravilloso! ¡Adivina!
Él la miró sonriendo con gesto burlón.
-Por fin te has dado cuenta de que soy perfecto.
Se acercó a darle un beso en esa sonrisa tan sexy y luego continuó hablando:
-¡Qué arrogancia, señor Alfonso, qué arrogancia! La tía Celina va a cederme parte del espacio de la tienda.
-¡Estupendo! Sabía que lo conseguirías -tiró de ella hasta estrecharla entre sus brazos y empezar a besarla.
Unos segundos después, se apartó un poco de él sin soltarlo del todo y lo miró muy seria. Como todo en la vida, esa oportunidad también iba a tener un lado negativo.
-Esto va a poner las cosas un poco peor para nosotros. Me va a resultar muy difícil tener veinte minutos libres durante el próximo mes.
-Lo sé, preciosa -aseguró acariciándole la cara-. No te preocupes. Cuando encuentres esos veinte minutos, yo estaré aquí esperándote.
Tenía la sensación de que tanta alegría no podía caberle en el corazón.
-Hablando de tiempo libre… ¿Tienes un poco ahora para dedicármelo? -le preguntó ella en tono travieso.
-¿No irás a regañarme?
-No, te lo prometo. Solo quiero que estemos un rato juntos… solos.
Pedro lo comprendió inmediatamente.
-Pues ahora que lo dices…. Llevo unos cuantos días soñando contigo y ese sillón que hay en mi dormitorio…
Paula sintió cómo se le sonrojaba la cara, pero no era de vergüenza, sino del más puro y salvaje deseo. Nunca habría pensado que hacer el amor podía ser tan divertido. Quizá se hubiera dado cuenta un poco tarde, pero pensaba recuperar el tiempo perdido.
-Pues yo también he estado soñando algunas cosas, ¿sabes? -le dijo agarrándole la mano.