lunes, 4 de noviembre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 41





-¡Malditas relaciones! -refunfuñó Pedro solo en su dormitorio.


Dos semanas antes había visto el cielo abierto al conseguir un periodo de tranquilidad en el que habían acordado no hablar del futuro de su relación, ni de las responsabilidades, ni de las obligaciones. Dios, esas palabras le provocaban un sudor frío. El problema era que ese silencio no había hecho más que avivar todas aquellas cuestiones y ahora lo seguían allá donde fuera. 


Sabía que no podía seguir huyendo indefinidamente.


Para colmo de males, ese mismo día tenía que asistir a la obra de teatro de Acción de Gracias en el colegio de Abril y Marcos. No había podido declinar la invitación, no después de haberse burlado de los disfraces de mazorcas de maíz que les había hecho, y especialmente después de no haber ido con ellos en Halloween.


Así que, aceptó su infortunio, agarró la cámara de fotos y salió de casa.



******


Eran los nervios, tenían que ser los nervios. El corazón le latía contra el pecho como un pájaro intentando escapar de la jaula y no podía dejar de hablar. Los niños la miraban sin saber qué hacer.


-Ya sabéis lo que tenéis que hacer, ¿verdad?


-Paula…


-Y no dejéis que el público os asuste -dijo peinando a Marcos con la mano-. Lo vais a pasar muy bien.


-¡Paula!


-¿Qué, Pedro?


-Los niños tienen que subir al escenario -le recordó él con sonrisa comprensiva-. Vamos, chicos, subid al escenario antes de que vuestra mamá empiece a hablar de nuevo.


Una vez sentados en el patio de butacas, Paula no podía dejar de moverse hasta que Pedro le puso la mano en la pierna.


-Tranquila, preciosa, todo va a salir bien.


-Lo sé.


Efectivamente, todo salió bien. Al final de la obra los gemelos parecían no querer abandonar el escenario, desde el que saludaban como si fueran actores famosos. Cuando consiguieron sacarlos a todos ellos de allí, Paula y Pedro se levantaron para ir a buscarlos.


-¡Tus hijos han estado geniales! Debes estar muy orgullosa de ellos -le dijo la profesora a Paula mientras ella abrazaba a los gemelos; entonces se volvió a mirar a Pedro-. Usted debe de ser el nuevo papá de Abril y Marcos. No dejan de hablar de usted. ¿Qué tal va la galería? Ya abre un día de estos, ¿no?


Estupendo. Primero sus meteduras de pata sobre el amor y el matrimonio, y ahora eso. Paula sintió que se quedaba sin aire y que le costaba mantenerse en pie. Cerró los ojos y rogó en silencio.


«Por favor, que no se lo tome en serio. Que lo entienda, por favor».


Después de un incómodo silencio, Pedro se aclaró la garganta y contestó sin el menor entusiasmo.


-Sí, cualquier día de estos -ese no era el tono de comprensión que ella esperaba-. Bueno, deberíamos irnos -añadió inmediatamente.


Al salir del colegio, Paula intentó descifrar su mirada, pero él la esquivó. El viaje en coche se convirtió en el más largo de su vida. Solo esperaba que Pedro fuera lo bastante maduro para darse cuenta de que lo que habían dicho los niños no era más que un reflejo de sus fantasías infantiles y no podía culparlos por ello. 


En realidad, él era el que debía comportarse como un adulto y no hacer una montaña de un grano de arena.


Cuando llegaron al apartamento, Pedro se quedó esperándola en el salón mientras iba a acostar a los gemelos. Los pobres sabían que habían hecho algo malo, se notaba en la palidez de su rostro y la tristeza que se reflejaba en su mirada. 


Paula sintió un enorme instinto de protección hacia ellos. Al fin y al cabo, era lógico que desearan tener un padre.



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