domingo, 3 de noviembre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 38




Después de aquella delicia y de probar la bañera de Pedro, Paula se sentía con fuerzas suficientes para volver al trabajo. Pero antes había algunos planes que quería hacer con Pedro.


-El viernes es el gran día.


-¿Qué gran día? -preguntó él, completamente despistado.


-Halloween, por supuesto.


-Ah, eso -lo que había en su voz no era entusiasmo precisamente-. ¿No serás de esas que se disfraza y va puerta por puerta pidiendo caramelos?


-¿Y si así fuera? -seguramente aquel no fuera el mejor momento para contarle que se estaba preparando un disfraz de Ana Bolena después de ser decapitada.


-Pues te diría que no vas a conseguir que yo me meta en un disfraz y te acompañe.


-Venga, solo será una hora o así y no hace falta que te disfraces. Aunque con la cara que tienes ahora mismo, te iría muy bien un disfraz de buldog -le dijo riéndose a carcajadas.


-No, Paula, de verdad -parecía estar convencido-. Entiéndeme, perdí a los niños en un restaurante, imagínate lo que podría pasar en mitad de la calle.


-Ya te dije que eso no fue culpa tuya, no debí dejarte tanto tiempo solo. De todas formas, te entiendo.


Y era cierto, lo entendía perfectamente y no quería presionarlo para que hiciera nada que no quisiera. Por mucho que ella quisiera que Pedro fuera parte de la familia, él seguía viéndola como dos personas diferentes: Paula la madre y Paula la amante. Había tenido la esperanza de que se fuera integrando poco a poco, pero lo cierto era que lo que había hecho había sido ponerse aún más en tensión cuando estaban con los niños. No obstante, sabía que presionarlo no iba a ayudarla.


-Lo siento, Paula -le dijo con sonrisa cariñosa.


-Está bien, Alfonso. Compórtate como un aguafiestas, yo te quiero de todos modos.


De pronto se dio cuenta de lo que acababa de decir y se le quedó el corazón en vilo. Estuvo a punto de rectificar y decirle que estaba bromeando, pero entonces se acordó de Freud y se dio cuenta de que esas cosas no se decían en broma. Tenía que aceptarlo, sí que lo quería, aunque quizá no debería habérselo soltado de esa manera. Sí, lo amaba y no sabía cómo no se había dado cuenta antes. Pedro la hacía reír, la animaba para que luchara por sus sueños y jamás se había burlado de ella, ni la había herido como lo había hecho Aldo.


Pero no, no debería habérselo dicho así. Estaba claro que eso era lo último que él quería escuchar en aquel momento. Lo supo por la expresión de su rostro.


-Bueno, tengo que irme corriendo. Voy a… saltar por el precipicio más cercano -dijo saliendo de allí a toda prisa.


Estaba claro que ella misma seguía siendo su peor enemigo.



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