miércoles, 17 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 24

 


—¿Estás preparada para irnos?


Tras una noche de enfados y un día teniendo que hacer un esfuerzo por concentrarse en el trabajo, Paula estaba más que preparada. Cuanto antes empezaran, antes regresaría a casa. Se volvió hacia Pedro, que estaba de pie en su puerta.


—No sé si esto sigue calificándose como tarde. Ya casi es de noche.


—Pensé en mantenerme fuera de tu camino mientras estuvieras trabajando. Parecías ocupada. Además tienes que ver esto antes del anochecer para apreciarlo.


—¿Necesito algo? —preguntó ella.


—No.


Llevada por la costumbre, Paula agarró su mochila y cerró con llave la casa tras ellos. Estuvieran o no en el campo, renunciaría a su trabajo antes de dejarla abierta para cualquiera que pasara, incluso aunque Lisandro estuviera en casa de Pablo aquella noche. Pedro esperó pacientemente junto a su coche hasta que hubo terminado.


—¿Dónde vamos? —preguntó ella nada más subirse al coche.


—Hemos recibido informes sobre actividades de tráfico en la zona. Cacatúas y reptiles. Quería que vieses los lugares de cría para saber lo que tienes que buscar.


—¿Se trata de informes de aduanas? —Ella también había recibido una copia—. No sabía que nos afectara también a nosotros.


—Puede que no. Pero trata sobre el robo de cacatúas y tenemos una de las mejores reservas de colas rojas de la región. Eso nos convierte en objetivo.


—¿Así que es solo por precaución? —Lo miró desde el asiento del copiloto y advirtió un hematoma oscuro en su cuello—. ¿Qué te ha pasado?


—Me lesioné haciendo deporte.


—¿Y en qué tipo de deporte te haces eso?


—Espeleología.


Paula se quedó mirándolo. Explorar los abundantes agujeros naturales de la tierra en el suroeste de Australia era un pasatiempo especialmente peligroso.


—¿No puedes ver el fútbol como hace el resto de Australia?


Pedro sonrió.

 

—Me gusta el fútbol, pero me encanta la espeleología. Me gusta el silencio, la oscuridad. Ir a algún lugar donde nadie ha estado.


—Puedes quedarte oculto en la maleza y estar a oscuras y en silencio.


—No es lo mismo.


—¿Y qué otros pasatiempos cuestionables tienes?


—Tengo una buena colección de películas y cada vez me gustan más las novelas de misterio.


—¿Y cuando no estás inmerso en la cultura popular?


Pedro se quedó mirando fijamente la carretera frente a ellos.


—Vamos, Alfonso, confiesa.


—Hago kitesurfing —dijo finalmente.


Paula asintió.


—Desafiante.


—Y hago rápel.


—Ahora estás alardeando. Así que eso cubre los deportes bajo tierra, terrestres y acuáticos. ¿No haces puenting?


—Antes era famoso por lanzarme desde los helicópteros —ella frunció el ceño sin comprender—. Helicópteros militares.


—No me lo creo —dijo Paula negando con la cabeza.


—¿Qué?


—Eres un adicto a la adrenalina. Me cuesta encajar al hombre al que le gustan el silencio, la intimidad y las películas con el hombre que hace surf y estrangula a jabalís con sus propias manos.


—Bueno, no con mis propias manos… —dijo él con una sonrisa.


—¿Cuántos combates has visto? —preguntó ella.


—Aunque quisiera hablar de ello, que no quiero, casi todo lo que vi durante mi servicio es confidencial. No podría hablarlo contigo.


—¿Saltas desde los aviones y desciendes a los confines de la tierra como una manera de recrear tu tiempo en el ejército? ¿O como una manera de olvidarlo?


—Es un pasatiempo, Paula. La gente tiene pasatiempos.


—Yo tengo pasatiempos, pero no son tan extremos como los tuyos. ¿No hay nada más… ordinario que te interese?


—Me gusta cocinar. Desde que llegué aquí.


—¿De verdad? ¿Qué tipo de cosas?


—Lo que sea. Cordón bleu. Cocina cajun, armenia. Cualquier cosa que sea nueva.


Paula miró por la ventanilla e intentó contener una carcajada que sabía que le traería problemas.


—¿Qué? ¿Por qué parar ahora de compartir tus pensamientos? — preguntó él con sarcasmo.


—Es cocina extrema —contestó ella carcajeándose—. Te gusta sacarle el jugo a la vida, ¿verdad, Alfonso?


—No lo hago para ser aventurero.


—¿Y por qué lo haces?


El silencio cayó sobre ellos como las hojas en otoño.


—Solo para sentir algo.


Paula abrió la boca para preguntarle más, pero él habló primero.


—Ya hemos llegado.




martes, 16 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 23

 


Ninguno de los dos hablaba, pero parecían estar comunicándose en una especie de lenguaje de signos.


Paula sintió un vuelco en el corazón al ver a su hijo resplandeciente.


Los dos parecían muy cómodos en la presencia del otro.


¿Cómo sería sentirse cómoda en presencia de Pedro Alfonso? ¿Y qué sentiría si la mirase a ella como miraba a su hijo? Era una parte de él que nunca había visto.


Una parte que nunca había visto de ningún hombre.


Instintivamente sabía que Pedro podía ser tierno. La inesperada fantasía de aquellas manos cubiertas de barro recorriendo su piel la pilló por sorpresa. Su cuerpo respondió físicamente, como si unos dedos estuvieran deslizándose realmente por sus hombros.


Pedro se volvió y sus miradas se cruzaron.


—Lisandro —murmuró él sin dejar de mirar a Paula. El niño se dio la vuelta y la miró.


—Mamá…


—Lisandro —dijo ella tras aclararse la garganta—, no me has pedido permiso para venir aquí. Tienes deberes.


—Ahora no, mamá.


—Lisandro. A casa. Ahora.


El niño se volvió de nuevo hacia las ranas.


—Más tarde.


Pedro no había dejado de mirarla. Paula era plenamente consciente de su mirada, de su expectación. Ella era la coordinadora de la seguridad.


Tenía que ser capaz de manejar a su hijo.


—No volveré a repetirlo… —el corazón le latía con fuerza. Las palabras de su padre salían por su boca. Sintió la rabia creciente de un padre desafiado al mismo tiempo que revivía los recuerdos de una niña cansada de peleas.


Pero el niño ni siquiera se movió.


—Lisandro Chaves… mueve tu culo hasta casa ahora mismo.


En esa ocasión sí se movió, pero solo para mirarla con odio por encima del hombro. Esa expresión era tan familiar. Era la suya propia doce años antes.


—¿O qué? —preguntó Lisandro.


—O llamaré a Carolina Lawson y le diré que no te quedarás a dormir — lo amenazó con voz temblorosa.


Lisandro se puso en pie de un salto y gritó:

—¡Pasar el rato!


—Lo que sea. Lo anularé si no vuelves a casa y empiezas con los deberes de ciencias.


¿Por qué estaban discutiendo? Probablemente estuviese aprendiendo más allí, en la charca, de lo que las ciencias de cuarto curso podrían enseñarle. Aun así, Pedro seguía mirando, evaluando.


Lisandro pareció barajar sus opciones y se volvió hacia Pedro, que yacía a su lado quieto como una piedra.


Entonces pareció calmarse en un abrir y cerrar de ojos.


Estratégicamente.


—Adiós, Pedro.


—Nos vemos, colega —contestó Pedro con voz neutral—. Volveremos a hacer esto.


Lisandro asintió y después pasó airado junto a Paula sin mirarla a los ojos.


—Baja esos humos, Lisandro —dijo ella—. No te servirá de nada.


Se volvió para verlo marchar. Cuando confió en que estuviera realmente dirigiéndose hacia la casa, volvió a girarse hacia su jefe, humillada porque hubiese presenciado aquel altercado familiar. Pedro se había puesto en pie y estaba sacudiéndose la tierra de la ropa.


—Lo siento —dijo ella.


—Lo has repetido.


—¿Qué?


—A Lisandro. Después de decirle que no volverías a repetirle que hiciera sus deberes, lo has hecho.


—¿Y qué? Estaba poniéndome de los nervios.


—Estaba ignorándote.


—Gracias. Soy plenamente consciente de ello. ¿Vas a darme un sermón sobre paternidad?


—Depende. ¿Necesitas uno?


Paula se quedó con la boca abierta.


—Y tú sabes mucho sobre paternidad, por supuesto.


Él arqueó las cejas.


—Sé algo sobre niños pequeños. Sobre jovencitos. He entrenado a muchos de ellos. Y parece que yo sé mucho más que tú sobre mantener la disciplina.


—¿Me van a pagar por esto? —preguntó ella con las manos en las caderas—. Si vas a entrenarme para desarrollar mis habilidades, ¿entra dentro de la jornada laboral?


—Paula…


—¡No me digas cómo criar a mi hijo!


—Cuando dices que no vas a volver a decírselo y entonces lo haces, Lisandro gana. Lo recordará. Y lo usará en el próximo combate.


—Esto no es la guerra. Es una familia. Mi familia.


—A veces no hay diferencia. Es la misma psicología.


—Yo prefiero otro tipo de psicología. Una basada en el amor y la compasión, no en las amenazas y los castigos.


—Pues ya me dirás qué tal te va con eso —contestó él con una carcajada.


—Es un niño de ocho años, Pedro. No un soldado —al igual que lo había sido ella.


—La última vez que lo comprobé, solo uno de nosotros ha sido un niño de ocho años. Confía en mí cuando te digo lo que funciona con ellos.


—Confía tú en mí cuando te digo lo que funciona con mi hijo.


Pedro le mantuvo la mirada.


—El amor y la compasión han convertido a Lisandro en el chico que es. Es un chico genial. Pero va a empezar a apretarte las clavijas cada vez más. Va a ponerte a prueba. Intentará dominarte. Reconozco las señales.


Paula se dio la vuelta para seguir a su hijo colina arriba.


—Puede que tú fueras así, pero Lisandro no.


—Todos son así, Paula—dijo él—. Lo llevamos implícito. Estamos construidos para intentar hacernos cargo.


Ella se dio la vuelta.


—Si tan interesado estás en la paternidad, ¿por qué no engendras tu propia prole? Ve a avasallar a tus propios hijos.


Pedro subió corriendo la pendiente en tres zancadas y se colocó frente a ella para cortarle el paso. Le puso una mano en el hombro y dijo:

—Manejar a tu hijo no te convierte en una avasalladora.


Ella le quitó la mano de encima y lo miró rabiosa.


—Bueno, acosarme a mí sí te convierte a ti en uno. Y creo que hay muchas leyes sobre el lugar de trabajo que me protegen contra eso.


—Paula, no estoy intentando afectarte…


—Desde luego que no me afectas —contestó ella mientras se alejaba.


Mentirosa.


—Solo quiero ayudarte. Utilizar parte de lo que he aprendido durante los años.


Paula volvió a girarse y lo miró desde arriba.


—Muy bien, Sensei, pero este pequeño saltamontes no está interesado en tu sabiduría de dar cera, pulir cera. Gracias de todos modos.


Pedro maldijo mientras ella seguía ascendiendo por la colina, y luego le dio una orden.


—Lo de mañana por la tarde sigue en pie.


Ella simplemente levantó una mano furiosa y siguió su camino hacia la seguridad de su hogar.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 22

 

—¿Lisandro? —dijo Paula, y escuchó en el silencio.


Nada.


No era la mejor noche para aquello. Como si no estuviese ya suficientemente nerviosa, esperando que apareciese Pedro. Y Lisandro había decidido desaparecer después de la cena, justo cuando deberían estar preparando el proyecto de ciencias para el viernes.


No era la primera vez que hacía algo así.


—Niños —murmuró mientras se volvía hacia la casa.


Por suerte tenía la solución en aquellos casos. Algunas madres les daban a sus hijos teléfonos para saber dónde estaban; Paula le había dado al suyo un transmisor GPS. Aunque el niño no lo sabía. Decirle que estaba cosido al dobladillo de su mochila sería la manera más rápida de asegurarse de que el niño se olvidara siempre de llevársela.


Rebuscó en su maletín de trabajo y sacó su PDA. Era un teléfono con satélite, un escáner y un localizador GPS en uno. La navaja suiza del siglo XXI.


Obtuvo una señal casi inmediatamente. Situaba al niño a unos veinte metros de la cocina. Frunció el ceño y miró hacia el techo de madera que tenía sobre su cabeza. Maldición…


Al subir las escaleras confirmó sus sospechas. La mochila estaba tirada en un rincón de la habitación del ático. Iba a tener que hacerlo a la manera antigua. Guardó la PDA y salió por la puerta trasera de la casa. Miró hacia un lado, hacia el camino que conducía a la entrada del parque, pasando por el desvío de Pedro; luego miró al otro, hacia los árboles que conducían a la base de la hondonada.


A la charca de las ranas. Era donde ella estaría si fuera una fanática de los anfibios intentando escaquearse de los deberes. Y si Lisandro no llevaba su mochila significaba que había planeado quedarse cerca.


Giró hacia la izquierda y comenzó a caminar por el viejo sendero que conducía al fondo de la hondonada, donde estaban las zonas pantanosas.


Mientras se acercaba al fondo, oyó un ruido a su izquierda. Estuvo tentada de decir el nombre de su hijo, pero el silencio absoluto la detuvo. Si Lisandro estuviera cazando ranas, no apreciaría sus gritos, que harían que toda criatura viviente de las inmediaciones huyera en busca de cobijo.


Además, estaba siendo una madre tranquila, no una madre nerviosa y paranoica.


Esa madre no aparecería al menos hasta cinco minutos después.


Un destello rojo llamó su atención. Sus hombros se relajaron y comenzó a correr hacia su hijo. Pero de pronto apareció algo azul junto a él.


Un hombre de espaldas con una camiseta azul.


Pedro.


Lisandro sonreía. Pero no era la típica sonrisa educada para complacer a los adultos. Era la auténtica sonrisa de un niño entusiasmado, mientras miraba de un lado a otro hacia donde Pedro señalaba, tumbado junto a él frente a la charca de las ranas. Paula se detuvo y los observó.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 21



Los Lawson tardaron diez minutos en meterse en el Nissan junto con su perro loco. Cuando entró en casa con su hijo, Paula intentó imaginar qué cosas podrían ocurrir en una fiesta de pijamas. Otra experiencia más que no había vivido de niña. Frunció el ceño. ¿Acaso nunca la habían invitado a casa de nadie, o quizá había dicho tantas veces que no que las chicas de su clase habían dejado de preguntárselo? Sobraba decir que ella nunca había invitado a una. El coronel no solo no habría tolerado las risas de los niños en la casa, sino que ella no se los habría endosado.


—Mamá, ¿puedo llevarme las ranas a casa de Pablo? —preguntó Lisandro.


—No. Están felices donde están. No les gustaría que las llevaras a la escuela. Si quieres que Pablo las vea, puedes invitarlo aquí alguna vez.


—¡Oh, genial!


Que al niño no se le hubiera ocurrido invitarlo directamente resaltaba el hecho de que nunca había llevado a un amigo a casa en toda su vida.


Paula se sintió triste por ello. Añadió eso a la lista de cosas que sabía que le había quitado. Como unos abuelos, o la figura paterna que tanto necesitaba.


—¿Lisandro? —le preparó un sándwich mientras él se calmaba—. ¿Te apetecería eso? ¿Querrías invitar a Pablo a casa?


—¡Sí! Puede ver mi habitación. Y puedo enseñarle la charca de las ranas —un charco embarrado en la base de la hondonada con ranas salvajes.


El paraíso del niño.


Paula se relajó. Todavía el fantasma de su padre hacía que dudase de sí misma. De su capacidad como madre. Negó con la cabeza y se volvió hacia el chico.


—De acuerdo. Hablemos del proyecto de ciencias…





lunes, 15 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 20

 

«Te encontraré».


Las palabras se repetían en la cabeza de Paula. Era su cita favorita de su película favorita de todos los tiempos. Salvo que ahora, cada vez que la oía, pensaba en un gigante de mandíbula cuadrada y ojos verdes en vez de en Daniel Day-Lewis con un taparrabos.


Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua fría de la ducha cayera sobre ella.


«Te encontraré». Cuando un hombre como Pedro Alfonso te prometía eso, sabías que no estaba bromeando. Encontraría a un oso polar en una ventisca en el círculo polar ártico. Era el tipo de hombre… capaz.


No había nada tan sexy como un hombre capaz.


Cerró el grifo y se advirtió a sí misma que debía alejarse de esos pensamientos. Había una línea muy fina entre capaz e insoportable, y había vivido media vida con lo segundo.


Miró el reloj y dio un grito. El autobús del colegio de Alfonso dejaría al niño a las puertas de WildSprings en unos cuatro minutos.


Le llevó dos minutos vestirse y llegar al coche. Justo cuando iba a abrir la puerta, una columna de polvo entre los árboles llamó su atención. Un Nissan azul apareció en su camino y aparcó cerca. Una mujer de caballo rubio y mejillas sonrosadas asomó la cabeza por la ventana del conductor y luego abrió la puerta.


—¡Hola! Tú debes de ser la madre de Lisandro. Yo soy Carolina Lawson, la madre de Pablo.


¿Pablo? Paula se agachó para mirar en la parte trasera del Nissan.


Su hijo parecía absorbido en una discusión con un chico rubio más o menos de su edad. Junto a ellos había un perro con malas pulgas. Carolina Lawson medía un metro cincuenta y era casi tan ancha como alta. Pero su sonrisa era instantánea y su seguridad contagiosa. Paula estiró el brazo y le estrechó la mano.


—Espero que no te importe que haya traído a Lisandro a casa —dijo Carolina—. Quería presentarme para que supieras quién soy cuando venga a quedarse con nosotros.


—¿A quedarse? —¿su Lisandro?


Los chicos salieron del coche y el perro salió corriendo y comenzó a olisquear la hierba cercana. Carolina reprendió al animal cuando bautizó la barandilla con un chorro de orina.


Paula miró a su hijo, al que normalmente le costaba hacer amigos.


—¿Quieres quedarte a dormir?


—Las chicas se quedan a dormir —dijo Pablo—. Los chicos pasan el rato.


Paula se rio.


—Error mío.


—Esteban y yo estaremos en casa para vigilar, y puedes llamarnos si quieres —dijo Carolina.


Paula no estaba preparada para aquello. Su bebé jamás había dormido fuera y a ella no se le había ocurrido pensar que la primera vez fuese con una familia a la que no conocía. Su inseguridad debió de notarse, porque Carolina le entregó una tarjeta.


—Ésta es nuestra dirección y mi móvil está al dorso. ¿Te ayuda saber que Pablo es mi cuarto hijo? ¿Y que mi marido es policía en Quendanup?


Paula miró a su hijo y bajó la voz.


—¿Te gustaría quedarte a dormir, L?


—¡Pasar el rato, mamá!


Interpretó eso como un sí. Era difícil saber qué resultaba más conmovedor; el hecho de que Lisandro ya hubiera hecho un amigo o que intentara por todos los medios ser divertido delante de él. Y con un policía en la casa…


Se volvió hacia Carolina.


—Gracias por la oferta. Sí, me alegro de que…


No pudo decir más. Ambos niños comenzaron a saltar y a gritar, acompañados del perro, que no paraba de ladrar.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 19

 

Ante sus propias palabras, la luz se esfumó de sus ojos. Se nublaron con algo oscuro. Miró hacia el vehículo y luego se entretuvo en recoger las herramientas esparcidas por el suelo. Ella lo ayudó. Cuando todo estuvo recogido y no había razón alguna para quedarse, Paula se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.


Pedro llevaba minutos sin mirarla a los ojos.


—Debería marcharme. Gracias por la ayuda…


—De nada —seguía sin mirarla. Se dio la vuelta y miró hacia el coche, aparcado al pie de la colina. Paula frunció el ceño. ¿Qué había dicho? ¿Por qué le importaba? Aquel hombre no era nada para ella, solo su jefe.


Pero sí le importaba.


Suspiró y se apartó de él.


Pedro sintió la pérdida de sus ojos grises con forma de almendra. No era dolor lo que había visto en aquella mirada; estaba demasiado protegida para eso. Era cautela. Confusión. Y algo más, algo más antiguo que a él no le pertenecía. Pero se sentía un canalla de igual modo.


—Lo siento, Paula. No estoy enfadado contigo.


—¿Con quién estás enfadado? —su respuesta susurrada llegó hasta él con la brisa cálida. Ansiosa. El brillo jocoso de su mirada había desaparecido. Otra cosa más que había matado en el mundo. Era una pregunta razonable, pero imposible de contestar. ¿Acaso no había pasado años intentando contestarla? Había tenido mucho tiempo. En algún momento había empezado a parecerle más fácil dejar de pensar en ello.


—¿Nadas? —le preguntó.


—¿Por qué?


—Si nadas, no lo hagas en los embalses que hay alrededor de la casa. Ven aquí. Este es el mejor para nadar.


—Eso ya lo había visto.


—Nada aquí —¿por qué estaba obsesionado con aquello?


—Eso suena como una orden.


—¿Eso tendría más impacto?


—Preferiría que me lo pidieras.


Pedro se metió las manos en los bolsillos.


—Lo siento. Deformación profesional.


—Puedes sacar a un hombre del ejército…


—¿Qué sabes sobre el ejército?


—Unidad. Escuadrones. Dios. Patria —contestó ella—. No deja mucho lugar para ser humano.


—¿Conoces el código?


—Yo vivía con el código.


Su mueca de tristeza resultó delatadora. Él conocía bien el precio personal que pagaban los soldados para honrar ese ideal. La familia venía en un pobre quinto puesto detrás de la unidad. Los hombres que te mantenían con vida, que te respaldaban.


O que se suponía que lo hacían.


A pesar de todo lo que aquellos preciosos ojos parecían saber sobre la pérdida, dudaba que supieran lo mismo sobre la traición. Las cosas que él había visto, las cosas que había hecho. Las cosas que otros habían hecho y que él nunca había logrado olvidar. Ella no tenía ni idea.


—Te lo estoy pidiendo, Paula. Si Lisandro y tú nadáis, por favor, hacedlo aquí. ¿De acuerdo?


—Es tu propiedad —contestó ella encogiéndose de hombros.


Pedro se sintió profundamente aliviado.


—¿Qué haces esta noche?


Ella parpadeó ante el súbito cambio de tema.


—Ayudar a Lisandro con un proyecto de ciencias.


—El viernes entonces. Hay algo que me gustaría mostrarte en los terrenos —y lo había. Pero sobre todo era una excusa para pasar más tiempo con ella, para sentarse junto a ella y pensar en lo agradable que sería poder olvidarlo todo—. ¿Puedes reunirte conmigo por la tarde?


—¿Dónde?


—Te encontraré.


Ella asintió y Pedro se dirigió colina abajo hacia el embalse de agua verdosa en el que nadaba a diario, tratando de bautizarse a sí mismo para empezar de nuevo.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 18

 

Y así, sin más, acabó todo. Había compartido su vergüenza con alguien.


La última persona con la que habría esperado hacerlo, pero él no se había extrañado ni la había juzgado. No había nada salvo compasión en sus ojos verdes.


—¿Puedo hacerte yo una pregunta? —preguntó ella.


—Quizá.


—¿En qué rama del ejército estabas?


—Si te lo dijera, tendría que matarte —contestó él con una carcajada.


—Hablo en serio.


—¿Acaso importa?


—No, pero siento curiosidad.


—Pues no la sientas.


—Oye, yo acabo de desnudarme para ti. Lo mínimo que podías hacer es decir una sílaba.


—Tienes una manera muy curiosa de expresarte, Paula —dijo él.


Sin desanimarse, Paula contempló sus hombros anchos hasta que el silencio se hizo tangible. Pedro suspiró y se giró para mirarla.


—Estaba en las Fuerzas de Ataque Taipán. Asalto táctico y extracción. ¿Por qué sonríes?


Taipán. Tenía sentido. Podía imaginárselo sobre una Zodiac todo camuflado a medianoche.


—Solo disfrutaba del placer momentáneo de saberlo todo. Ocurre muy pocas veces.


—¿Y eso es bueno?


—Tengo un hijo de ocho años que disfruta señalando cada vez que me equivoco —se parecía a su abuelo.


El se carcajeó y su sonrisa pareció sincera.


—Ya he terminado —dijo. Se quitó los guantes, se limpió las manos en los vaqueros y regresó a su postura habitual, una cabeza y media por encima de ella. Paula se dio cuenta de lo acostumbrada que estaba a mirarlo de abajo arriba. A pesar de haber sido siempre bajita, probablemente aquélla fuese la única vez en que se había sentido… frágil.


La idea hizo que se apartara de él.


—De acuerdo. Bueno, gracias. Supongo que debería estar agradecida de que la naturaleza nos dotara a uno de los dos con músculos.


De nuevo esa sonrisa.


—Hay más en la vida aparte de fuerza bruta. Además, prácticamente has reparado la verja tú sola. Yo solo he llegado al final y soy el héroe.