miércoles, 17 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 24

 


—¿Estás preparada para irnos?


Tras una noche de enfados y un día teniendo que hacer un esfuerzo por concentrarse en el trabajo, Paula estaba más que preparada. Cuanto antes empezaran, antes regresaría a casa. Se volvió hacia Pedro, que estaba de pie en su puerta.


—No sé si esto sigue calificándose como tarde. Ya casi es de noche.


—Pensé en mantenerme fuera de tu camino mientras estuvieras trabajando. Parecías ocupada. Además tienes que ver esto antes del anochecer para apreciarlo.


—¿Necesito algo? —preguntó ella.


—No.


Llevada por la costumbre, Paula agarró su mochila y cerró con llave la casa tras ellos. Estuvieran o no en el campo, renunciaría a su trabajo antes de dejarla abierta para cualquiera que pasara, incluso aunque Lisandro estuviera en casa de Pablo aquella noche. Pedro esperó pacientemente junto a su coche hasta que hubo terminado.


—¿Dónde vamos? —preguntó ella nada más subirse al coche.


—Hemos recibido informes sobre actividades de tráfico en la zona. Cacatúas y reptiles. Quería que vieses los lugares de cría para saber lo que tienes que buscar.


—¿Se trata de informes de aduanas? —Ella también había recibido una copia—. No sabía que nos afectara también a nosotros.


—Puede que no. Pero trata sobre el robo de cacatúas y tenemos una de las mejores reservas de colas rojas de la región. Eso nos convierte en objetivo.


—¿Así que es solo por precaución? —Lo miró desde el asiento del copiloto y advirtió un hematoma oscuro en su cuello—. ¿Qué te ha pasado?


—Me lesioné haciendo deporte.


—¿Y en qué tipo de deporte te haces eso?


—Espeleología.


Paula se quedó mirándolo. Explorar los abundantes agujeros naturales de la tierra en el suroeste de Australia era un pasatiempo especialmente peligroso.


—¿No puedes ver el fútbol como hace el resto de Australia?


Pedro sonrió.

 

—Me gusta el fútbol, pero me encanta la espeleología. Me gusta el silencio, la oscuridad. Ir a algún lugar donde nadie ha estado.


—Puedes quedarte oculto en la maleza y estar a oscuras y en silencio.


—No es lo mismo.


—¿Y qué otros pasatiempos cuestionables tienes?


—Tengo una buena colección de películas y cada vez me gustan más las novelas de misterio.


—¿Y cuando no estás inmerso en la cultura popular?


Pedro se quedó mirando fijamente la carretera frente a ellos.


—Vamos, Alfonso, confiesa.


—Hago kitesurfing —dijo finalmente.


Paula asintió.


—Desafiante.


—Y hago rápel.


—Ahora estás alardeando. Así que eso cubre los deportes bajo tierra, terrestres y acuáticos. ¿No haces puenting?


—Antes era famoso por lanzarme desde los helicópteros —ella frunció el ceño sin comprender—. Helicópteros militares.


—No me lo creo —dijo Paula negando con la cabeza.


—¿Qué?


—Eres un adicto a la adrenalina. Me cuesta encajar al hombre al que le gustan el silencio, la intimidad y las películas con el hombre que hace surf y estrangula a jabalís con sus propias manos.


—Bueno, no con mis propias manos… —dijo él con una sonrisa.


—¿Cuántos combates has visto? —preguntó ella.


—Aunque quisiera hablar de ello, que no quiero, casi todo lo que vi durante mi servicio es confidencial. No podría hablarlo contigo.


—¿Saltas desde los aviones y desciendes a los confines de la tierra como una manera de recrear tu tiempo en el ejército? ¿O como una manera de olvidarlo?


—Es un pasatiempo, Paula. La gente tiene pasatiempos.


—Yo tengo pasatiempos, pero no son tan extremos como los tuyos. ¿No hay nada más… ordinario que te interese?


—Me gusta cocinar. Desde que llegué aquí.


—¿De verdad? ¿Qué tipo de cosas?


—Lo que sea. Cordón bleu. Cocina cajun, armenia. Cualquier cosa que sea nueva.


Paula miró por la ventanilla e intentó contener una carcajada que sabía que le traería problemas.


—¿Qué? ¿Por qué parar ahora de compartir tus pensamientos? — preguntó él con sarcasmo.


—Es cocina extrema —contestó ella carcajeándose—. Te gusta sacarle el jugo a la vida, ¿verdad, Alfonso?


—No lo hago para ser aventurero.


—¿Y por qué lo haces?


El silencio cayó sobre ellos como las hojas en otoño.


—Solo para sentir algo.


Paula abrió la boca para preguntarle más, pero él habló primero.


—Ya hemos llegado.




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