lunes, 15 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 19

 

Ante sus propias palabras, la luz se esfumó de sus ojos. Se nublaron con algo oscuro. Miró hacia el vehículo y luego se entretuvo en recoger las herramientas esparcidas por el suelo. Ella lo ayudó. Cuando todo estuvo recogido y no había razón alguna para quedarse, Paula se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.


Pedro llevaba minutos sin mirarla a los ojos.


—Debería marcharme. Gracias por la ayuda…


—De nada —seguía sin mirarla. Se dio la vuelta y miró hacia el coche, aparcado al pie de la colina. Paula frunció el ceño. ¿Qué había dicho? ¿Por qué le importaba? Aquel hombre no era nada para ella, solo su jefe.


Pero sí le importaba.


Suspiró y se apartó de él.


Pedro sintió la pérdida de sus ojos grises con forma de almendra. No era dolor lo que había visto en aquella mirada; estaba demasiado protegida para eso. Era cautela. Confusión. Y algo más, algo más antiguo que a él no le pertenecía. Pero se sentía un canalla de igual modo.


—Lo siento, Paula. No estoy enfadado contigo.


—¿Con quién estás enfadado? —su respuesta susurrada llegó hasta él con la brisa cálida. Ansiosa. El brillo jocoso de su mirada había desaparecido. Otra cosa más que había matado en el mundo. Era una pregunta razonable, pero imposible de contestar. ¿Acaso no había pasado años intentando contestarla? Había tenido mucho tiempo. En algún momento había empezado a parecerle más fácil dejar de pensar en ello.


—¿Nadas? —le preguntó.


—¿Por qué?


—Si nadas, no lo hagas en los embalses que hay alrededor de la casa. Ven aquí. Este es el mejor para nadar.


—Eso ya lo había visto.


—Nada aquí —¿por qué estaba obsesionado con aquello?


—Eso suena como una orden.


—¿Eso tendría más impacto?


—Preferiría que me lo pidieras.


Pedro se metió las manos en los bolsillos.


—Lo siento. Deformación profesional.


—Puedes sacar a un hombre del ejército…


—¿Qué sabes sobre el ejército?


—Unidad. Escuadrones. Dios. Patria —contestó ella—. No deja mucho lugar para ser humano.


—¿Conoces el código?


—Yo vivía con el código.


Su mueca de tristeza resultó delatadora. Él conocía bien el precio personal que pagaban los soldados para honrar ese ideal. La familia venía en un pobre quinto puesto detrás de la unidad. Los hombres que te mantenían con vida, que te respaldaban.


O que se suponía que lo hacían.


A pesar de todo lo que aquellos preciosos ojos parecían saber sobre la pérdida, dudaba que supieran lo mismo sobre la traición. Las cosas que él había visto, las cosas que había hecho. Las cosas que otros habían hecho y que él nunca había logrado olvidar. Ella no tenía ni idea.


—Te lo estoy pidiendo, Paula. Si Lisandro y tú nadáis, por favor, hacedlo aquí. ¿De acuerdo?


—Es tu propiedad —contestó ella encogiéndose de hombros.


Pedro se sintió profundamente aliviado.


—¿Qué haces esta noche?


Ella parpadeó ante el súbito cambio de tema.


—Ayudar a Lisandro con un proyecto de ciencias.


—El viernes entonces. Hay algo que me gustaría mostrarte en los terrenos —y lo había. Pero sobre todo era una excusa para pasar más tiempo con ella, para sentarse junto a ella y pensar en lo agradable que sería poder olvidarlo todo—. ¿Puedes reunirte conmigo por la tarde?


—¿Dónde?


—Te encontraré.


Ella asintió y Pedro se dirigió colina abajo hacia el embalse de agua verdosa en el que nadaba a diario, tratando de bautizarse a sí mismo para empezar de nuevo.


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