lunes, 15 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 20

 

«Te encontraré».


Las palabras se repetían en la cabeza de Paula. Era su cita favorita de su película favorita de todos los tiempos. Salvo que ahora, cada vez que la oía, pensaba en un gigante de mandíbula cuadrada y ojos verdes en vez de en Daniel Day-Lewis con un taparrabos.


Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua fría de la ducha cayera sobre ella.


«Te encontraré». Cuando un hombre como Pedro Alfonso te prometía eso, sabías que no estaba bromeando. Encontraría a un oso polar en una ventisca en el círculo polar ártico. Era el tipo de hombre… capaz.


No había nada tan sexy como un hombre capaz.


Cerró el grifo y se advirtió a sí misma que debía alejarse de esos pensamientos. Había una línea muy fina entre capaz e insoportable, y había vivido media vida con lo segundo.


Miró el reloj y dio un grito. El autobús del colegio de Alfonso dejaría al niño a las puertas de WildSprings en unos cuatro minutos.


Le llevó dos minutos vestirse y llegar al coche. Justo cuando iba a abrir la puerta, una columna de polvo entre los árboles llamó su atención. Un Nissan azul apareció en su camino y aparcó cerca. Una mujer de caballo rubio y mejillas sonrosadas asomó la cabeza por la ventana del conductor y luego abrió la puerta.


—¡Hola! Tú debes de ser la madre de Lisandro. Yo soy Carolina Lawson, la madre de Pablo.


¿Pablo? Paula se agachó para mirar en la parte trasera del Nissan.


Su hijo parecía absorbido en una discusión con un chico rubio más o menos de su edad. Junto a ellos había un perro con malas pulgas. Carolina Lawson medía un metro cincuenta y era casi tan ancha como alta. Pero su sonrisa era instantánea y su seguridad contagiosa. Paula estiró el brazo y le estrechó la mano.


—Espero que no te importe que haya traído a Lisandro a casa —dijo Carolina—. Quería presentarme para que supieras quién soy cuando venga a quedarse con nosotros.


—¿A quedarse? —¿su Lisandro?


Los chicos salieron del coche y el perro salió corriendo y comenzó a olisquear la hierba cercana. Carolina reprendió al animal cuando bautizó la barandilla con un chorro de orina.


Paula miró a su hijo, al que normalmente le costaba hacer amigos.


—¿Quieres quedarte a dormir?


—Las chicas se quedan a dormir —dijo Pablo—. Los chicos pasan el rato.


Paula se rio.


—Error mío.


—Esteban y yo estaremos en casa para vigilar, y puedes llamarnos si quieres —dijo Carolina.


Paula no estaba preparada para aquello. Su bebé jamás había dormido fuera y a ella no se le había ocurrido pensar que la primera vez fuese con una familia a la que no conocía. Su inseguridad debió de notarse, porque Carolina le entregó una tarjeta.


—Ésta es nuestra dirección y mi móvil está al dorso. ¿Te ayuda saber que Pablo es mi cuarto hijo? ¿Y que mi marido es policía en Quendanup?


Paula miró a su hijo y bajó la voz.


—¿Te gustaría quedarte a dormir, L?


—¡Pasar el rato, mamá!


Interpretó eso como un sí. Era difícil saber qué resultaba más conmovedor; el hecho de que Lisandro ya hubiera hecho un amigo o que intentara por todos los medios ser divertido delante de él. Y con un policía en la casa…


Se volvió hacia Carolina.


—Gracias por la oferta. Sí, me alegro de que…


No pudo decir más. Ambos niños comenzaron a saltar y a gritar, acompañados del perro, que no paraba de ladrar.


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