martes, 16 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 22

 

—¿Lisandro? —dijo Paula, y escuchó en el silencio.


Nada.


No era la mejor noche para aquello. Como si no estuviese ya suficientemente nerviosa, esperando que apareciese Pedro. Y Lisandro había decidido desaparecer después de la cena, justo cuando deberían estar preparando el proyecto de ciencias para el viernes.


No era la primera vez que hacía algo así.


—Niños —murmuró mientras se volvía hacia la casa.


Por suerte tenía la solución en aquellos casos. Algunas madres les daban a sus hijos teléfonos para saber dónde estaban; Paula le había dado al suyo un transmisor GPS. Aunque el niño no lo sabía. Decirle que estaba cosido al dobladillo de su mochila sería la manera más rápida de asegurarse de que el niño se olvidara siempre de llevársela.


Rebuscó en su maletín de trabajo y sacó su PDA. Era un teléfono con satélite, un escáner y un localizador GPS en uno. La navaja suiza del siglo XXI.


Obtuvo una señal casi inmediatamente. Situaba al niño a unos veinte metros de la cocina. Frunció el ceño y miró hacia el techo de madera que tenía sobre su cabeza. Maldición…


Al subir las escaleras confirmó sus sospechas. La mochila estaba tirada en un rincón de la habitación del ático. Iba a tener que hacerlo a la manera antigua. Guardó la PDA y salió por la puerta trasera de la casa. Miró hacia un lado, hacia el camino que conducía a la entrada del parque, pasando por el desvío de Pedro; luego miró al otro, hacia los árboles que conducían a la base de la hondonada.


A la charca de las ranas. Era donde ella estaría si fuera una fanática de los anfibios intentando escaquearse de los deberes. Y si Lisandro no llevaba su mochila significaba que había planeado quedarse cerca.


Giró hacia la izquierda y comenzó a caminar por el viejo sendero que conducía al fondo de la hondonada, donde estaban las zonas pantanosas.


Mientras se acercaba al fondo, oyó un ruido a su izquierda. Estuvo tentada de decir el nombre de su hijo, pero el silencio absoluto la detuvo. Si Lisandro estuviera cazando ranas, no apreciaría sus gritos, que harían que toda criatura viviente de las inmediaciones huyera en busca de cobijo.


Además, estaba siendo una madre tranquila, no una madre nerviosa y paranoica.


Esa madre no aparecería al menos hasta cinco minutos después.


Un destello rojo llamó su atención. Sus hombros se relajaron y comenzó a correr hacia su hijo. Pero de pronto apareció algo azul junto a él.


Un hombre de espaldas con una camiseta azul.


Pedro.


Lisandro sonreía. Pero no era la típica sonrisa educada para complacer a los adultos. Era la auténtica sonrisa de un niño entusiasmado, mientras miraba de un lado a otro hacia donde Pedro señalaba, tumbado junto a él frente a la charca de las ranas. Paula se detuvo y los observó.




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