Y así, sin más, acabó todo. Había compartido su vergüenza con alguien.
La última persona con la que habría esperado hacerlo, pero él no se había extrañado ni la había juzgado. No había nada salvo compasión en sus ojos verdes.
—¿Puedo hacerte yo una pregunta? —preguntó ella.
—Quizá.
—¿En qué rama del ejército estabas?
—Si te lo dijera, tendría que matarte —contestó él con una carcajada.
—Hablo en serio.
—¿Acaso importa?
—No, pero siento curiosidad.
—Pues no la sientas.
—Oye, yo acabo de desnudarme para ti. Lo mínimo que podías hacer es decir una sílaba.
—Tienes una manera muy curiosa de expresarte, Paula —dijo él.
Sin desanimarse, Paula contempló sus hombros anchos hasta que el silencio se hizo tangible. Pedro suspiró y se giró para mirarla.
—Estaba en las Fuerzas de Ataque Taipán. Asalto táctico y extracción. ¿Por qué sonríes?
Taipán. Tenía sentido. Podía imaginárselo sobre una Zodiac todo camuflado a medianoche.
—Solo disfrutaba del placer momentáneo de saberlo todo. Ocurre muy pocas veces.
—¿Y eso es bueno?
—Tengo un hijo de ocho años que disfruta señalando cada vez que me equivoco —se parecía a su abuelo.
El se carcajeó y su sonrisa pareció sincera.
—Ya he terminado —dijo. Se quitó los guantes, se limpió las manos en los vaqueros y regresó a su postura habitual, una cabeza y media por encima de ella. Paula se dio cuenta de lo acostumbrada que estaba a mirarlo de abajo arriba. A pesar de haber sido siempre bajita, probablemente aquélla fuese la única vez en que se había sentido… frágil.
La idea hizo que se apartara de él.
—De acuerdo. Bueno, gracias. Supongo que debería estar agradecida de que la naturaleza nos dotara a uno de los dos con músculos.
De nuevo esa sonrisa.
—Hay más en la vida aparte de fuerza bruta. Además, prácticamente has reparado la verja tú sola. Yo solo he llegado al final y soy el héroe.
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