domingo, 26 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 17


Pedro se estiró la corbata antes de mirar el Rolex. Llegaba tarde. No eran ciertamente los mejores augurios para su primer día de trabajo juntos. Cruzó el salón de la suite con vistas al mar que era temporalmente su hogar y esperó en la terraza contemplando el Pacífico. Las olas se estrellaban contra la arena con una fuerza constante, golpeándola antes de retirarse y volver a empezar. Sonrió. Incluso allí se acordaba de su familia. No se rendían nunca, pero tendrían que dar un paso atrás cuando se enteraran de lo de Paula. No debían enterarse demasiado pronto. Si presentaba una prometida a menos de un mes de su última discusión con su padre, el asunto parecería sospechoso.


Un tímido golpe en la puerta llamó su atención. Por fin había llegado. Abrió la puerta para dejarla pasar.


–¿Mucho tráfico? –le preguntó mientras entraba.


–Siento llegar tarde. Sí. Unos albañiles se toparon con una tubería general de agua justo después de que usted me llamara. Salir de la calle fue un caos.


Parecía arrebolada, aunque para ser alguien que seguramente se había quedado sin ducharse por las prisas, seguía mostrándose de un modo competente. Competente era el modo más amable de describir el traje beis sin forma que llevaba puesto aquel día. Trató de contener una sonrisa.


–¿Ocurre algo? –le preguntó ella.


–No, al menos nada que no se pueda rectificar –respondió él.


¿Por qué se vestía con unas prendas tan feas? Había visto su maravillosa figura con el vestido que había llevado puesto en el baile de disfraces, había sentido la rotundidad de sus curvas cuando la besó. Incluso en aquellos momentos las manos se le morían de ganas por apartar la tela de la chaqueta para darle forma con sus propios dedos.


–¿Qué te gustaría que hiciera hoy?–preguntó ella.


Estaba recta y muy alta con sus zapatos esperando sus órdenes. Pedro jugó con la idea de lo que ocurriría si él le pidiera que se quitara la ropa y la quemara, pero la descartó.


–Como mi asistente personal y mi prometida, se esperarán ciertas cosas de ti.


Ella palideció.


–Expectativas. De acuerdo. Tal vez sea mejor que hablemos de eso ahora. Creo que debería saber que hay ciertas cosas que no estoy dispuesta a hacer –añadió levantando la barbilla con gesto desafiante.


–Estoy seguro de ello –respondió él–, pero espero que esas cosas no incluyan ir de compras.


–¿Ir de compras? ¿Para usted?


–No. Para ti. Estoy seguro de que lo que llevas puesto era perfecto para tu antiguo puesto, pero yo espero un poco más de mis empleados más cercanos. Además, como mi prometida, la gente terminará hablando si sigues vestida con… con eso –añadió mientras la señalaba de la cabeza a los pies.


Pau se tensó al escuchar aquellas palabras.


–Tengo que tener mucho cuidado con mi presupuesto, señor Alfonso. Intento comprarme prendas que no se pasen de moda.


–No espero que pagues esas nuevas prendas, Paula. Considéralas un beneficio de tu nuevo puesto. Una asesora de imagen va a venir a reunirse con nosotros en breve. Se llama Patricia Adams. Tal vez hayas oído hablar de ella. Nos sacará esta mañana para empezar a prepararte para tu nuevo papel.


–¿Me voy a pasar todo el día de compras? –le preguntó ella muy sorprendida.


–Probablemente todo el día no. Estoy seguro de que la señorita Adams tendrá otras cosas pensadas para hacer que tu transformación sea completa.


–¿Y nos acompañará usted en esta… expedición?


Paula lo había descrito como si se tratara de un desagradable safari.


–Hasta las dos más o menos. Tengo reuniones esta tarde por lo que, a partir de ese momento, lo dejaré todo en vuestras manos. Sin embargo, te veré esta noche para cenar.


–¿Acaso tengo opción en todo esto?




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 16

 

Paula no tuvo que dar más explicaciones por la oportuna interrupción del teléfono. Levantó el auricular y se lo colocó entre el hombro y la oreja mientras servía los huevos revueltos de Facundo.


–Paula, soy Pedro Alfonso.


Habría reconocido aquella voz en cualquier parte. El vello de los brazos y de la nuca se le puso de punta por la excitación. Todo su cuerpo se tensó como respuesta.


–Buenos días –replicó ella tan fríamente como pudo. Colocó el plato sobre la mesa delante de Pedro antes de retirarse al salón.


–Mira, sé que es muy temprano, pero quería hablar contigo antes de que fueras al despacho y así ahorrarte el viaje.


–¿Ahorrarme el viaje?


¿Acaso ya no quería que trabajara para él? ¿Significaba que iban a despedir a Pedro de todas maneras?


–Necesito que te reúnas conmigo en el club de tenis de Vista del Mar. Daré aviso en recepción de que te estoy esperando. ¿Cuánto vas a tardar en llegar?


Paula sabía que el equipo de ejecutivos de Rafael Cameron que estaban trabajando en la absorción se alojaba en el club. Su amiga Sara Richards trabajaba en el restaurante y se lo había comentado. Paula miró el reloj que le habían regalado a su padre por treinta años de servicio en Industrias Worth. Si se daba prisa, podía llegar allí a las ocho y media, dependiendo del tráfico.


–Podría estar allí sobre las ocho y media –dijo mientras catalogaba mentalmente su guardarropa y decidía qué se iba a poner aquel día.


–A ver si puede ser antes.


Antes de que ella pudiera responder, se dio cuenta de que Pedro ya había colgado.


–Claro, jefe. Lo que usted diga –replicó mientras apretaba el botón de desconexión y regresaba a la cocina.


–¿Algún problema? –preguntó Pedro.


–No. Sólo tengo que reunirme con el señor Alfonso en el club esta mañana.


–Tal vez quiera probarte antes de que empieces a trabajar para él –comentó con voz desagradable.


Paula permaneció en silencio. No sabía para qué la quería. Podría ser cualquier cosa, pero, sorprendentemente, no tenía miedo sino más bien anticipación. Refrenó aquel sentimiento antes de que pudiera echar alas. Tenía que recordar que no podía elegir. Pedro Alfonso la tenía entre la espada y la pared. Lo que ella quisiera no significaba nada más allá de mantener a Pedro fuera de prisión.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 15

 


Cuando llegó la mañana, Pau estaba más que preocupada. Facundo no había ido a casa en toda la noche. A las cuatro de la mañana había perdido toda esperanza de conciliar el sueño y había hecho lo que siempre hacía cuando estaba estresada: limpiar. Cuando llegaron las siete y media, el cuarto de baño relucía, la cocina brillaba y todas las superficies de madera de la casa lanzaban destellos producto de la crema limpia muebles con olor a limón que su madre había utilizado siempre.


El aroma era, a su modo, un pequeño consuelo para ella. Se quitó los guantes y se dirigió con gesto agotado a la cocina para preparar café. Casi podía sentir la tranquilizadora presencia de su madre a su lado.


El rugido de la moto de Facundo frente a la casa la hizo salir volando hacia la puerta. La abrió de par en par y luego se quedó completamente inmóvil en el umbral. No sabía si él agradecería el alivio que sentía al verlo llegar a casa sano y salvo.


Facundo se dirigió lentamente hacia la puerta. Tenía el rostro agotado.


–Lo siento, Pau –dijo él mientras la tomaba entre sus brazos y la estrechaba entre ellos con fuerza–. Estaba tan enojado que tuve que pone espacio entre esta casa y yo, ¿sabes?


Ella asintió. Le resultaba imposible hablar con el nudo que tenía en la garganta. Él estaba en casa. Aquello era lo único que importaba. Lo condujo al interior de la casa y lo hizo sentarse en uno de los taburetes de la cocina. Entonces, se puso a hacer el desayuno. Mientras rompía los huevos en la sartén, él comenzó a hablar.


–Al menos, aún tengo trabajo.


–Así es –replicó Pau. Se dio cuenta de que Facundo aún desconocía su noticia. No se pondría muy contento cuando lo supiera. Respiró profundamente–. Hablando de trabajo…


–¿Qué? –preguntó Facundo inmediatamente, captando la intranquilidad de su hermana.


–Ayer me ascendieron…


–¿De verdad? Eso es genial –dijo él. Aunque dijo esas palabras, la falta de entusiasmo de su voz lo decía todo–. ¡Qué ironía! El mismo día que a mí me amonestan por escrito, a ti te ascienden. ¿Cuál es tu nuevo puesto?


–Se me ha ofrecido un puesto de asistente personal. Por ahora es algo temporal, pero espero que conduzca a cosas mejores en el futuro.


–Genial, Paula. ¿De quién eres asistente personal?


Se puso tensa. A su hermano no le iba a gustar aquel detalle.


Pedro Alfonso.


–Me estás tomando el pelo, ¿verdad? ¿De ese ser insufrible? Él era quien estaba a cargo del comité ayer. No lo has aceptado, ¿verdad? –dijo. Entonces, lo comprendió todo–. Sí lo has aceptado. Así fue como te enteraste de lo que me pasaba a mí.


–Tenía que hacerlo, Facundo. No me dejó opción alguna.


–¿Cómo? ¿Te obligó a aceptar un ascenso? Deberías haberle dicho que se lo metiera por donde le cupiera –replicó Facundo. Hizo un sonido de asco y sacudió la cabeza.


Pedro, te iba a mandar a la policía.


–Pero si te he dicho que yo no he hecho nada.


–Todas las pruebas te señalan a ti, Facundo. A menos que puedas demostrar lo contrario, él sujeta todos los hilos, incluso los míos –suspiró Pau mientras revolvía el cabello de su hermano–. No está tan mal. Tengo un aumento.


Prefirió no contarle el resto de las exigencias del señor Alfonso.


–A pesar de todo, no me gusta. No confío en ese tipo –gruñó Facundo mientras apartaba suavemente la mano de su hermana–. Espero que no hayas accedido a trabajar para él para que yo mantuviera mi trabajo.


Paula no respondió. Entonces, oyó el sonido de exasperación de su hermano.


–Lo has hecho, ¿verdad? ¿Cómo has podido acceder a algo así?


–Aún hay más –afirmó Paula.


–Claro que hay más. Con los hombres como él siempre hay más. ¿De qué se trata? ¿Acaso quiere retomar lo vuestro donde lo dejasteis allí por el mes de febrero? ¿Es eso?


–Algo por el estilo. No se lo puedes decir a nadie, Facundo. Prométeme que no le vas a decir ni una palabra de esto a nadie.


–Sí, claro. Voy a gritar por los tejados que mi hermana se está acostando con su jefe para salvar mi trabajo.


–¡No me estoy acostando con él! ¿Puedo recordarte que tengo que darte a ti las gracias por ponerme en esta situación? Me ha pedido que me haga pasar por su prometida, sólo durante un breve periodo de tiempo mientras que él soluciona un asunto.


–¿Su qué?



sábado, 25 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 14

 


Se sentía como si se estuviera ahogando. Quería creer a Facundo, pero Pedro Alfonso había resultado muy convincente, tanto que ella había accedido a participar en su charada para salvar el trabajo de Facundo.


–Entonces, ¿prefieres creerlo a él que a mí? ¿Es eso? ¿Sigues tan ciega por aquel beso del baile que ni siquiera quieres creer a tu propio hermano?


–Facundo, ese comentario está injustificado –replicó ella, pero no pudo evitar que la traición le sonrojara las mejillas.


Su hermano le había gastado bromas sin piedad sobre el beso del que había sido testigo en el baile, hasta que se había enterado exactamente de quién había sido el hombre que ella había besado. Pedro Alfonso era un hombre al que debía temerse. Nadie sabía cuál sería su recomendación para la ya extinta Industrias Worth y los rumores apuntaban a que el negocio se daría por concluido allí en Vista del Mar.


–No me lo puedo creer –dijo él, mirándola tan fijamente como si le hubieran salido dos cabezas–. Aunque me ha acusado de ser deshonesto, sigues estando loca por él, ¿verdad?


–Esto no tiene nada que ver conmigo –replicó ella tratando de volver al tema de conversación–, sino contigo. Te he hecho una pregunta muy sencilla, Facundo. ¿Lo hiciste tú?


–Ahora no importa lo que yo te diga –susurró él tristemente–. No me vas a creer, ¿verdad? Yo jamás seré lo suficientemente bueno, jamás podré demostrarte de nuevo que soy digno de confianza. No me esperes levantada. Voy a salir.


–Facundo, no te vayas, te lo ruego…


Sin embargo, la única respuesta de su hermano fue el portazo de la puerta principal a sus espaldas. Inmediatamente después, se escuchó el rugido de la motocicleta mientras se marchaba por la calle. Paula se llevó una temblorosa mano a los ojos y se secó las lágrimas que comenzaron a caerle por las mejillas.


Si Facundo era culpable de lo que Alfonso lo había acusado, ella haría todo lo que pudiera para proteger a su hermano, tal y como había hecho siempre. Pero si era inocente, ¿en qué diablos se había metido ella?



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 13

 


Paula aún seguía temblando cuando llegó al lugar en el que estaba aparcado su vehículo. Metió la llave en la cerradura y le dio el acostumbrado meneo antes de abrirla. Entonces, se montó en el vehículo y colocó la llave en el contacto. Desde que le robaron el coche hacía un año, la llave no encajaba bien con la cerradura de la puerta y con el contacto. Había tenido suerte de que, cuando recuperaron el coche a pocos kilómetros de su casa, aún se podía conducir. Uno de los amigos de Jason, que era mecánico, le había hecho las reparaciones necesarias a bajo precio, aunque el coche no había sido el mismo desde entonces. Estaba segura de que algún día la dejaría tirada, pero esperaba que aún quedara mucho para eso.


Descansó la cabeza en el volante. El coche no era lo único que ya no era lo mismo. ¿Cómo podía mirar a Facundo sin preocuparse sobre si volvería a meterse en líos? A pesar de lo que hubiera ordenado Pedro Alfonso, le diría a Facundo la verdad de lo que habían acordado. Por supuesto, siempre que guardara silencio al respecto.


No estaba deseando ver cómo estaría su hermano cuando regresara a casa después de enfrentarse al comité disciplinario, pero sabía que no se alegraría de su «compromiso». Suspiró, se irguió, arrancó el coche y se dirigió a su casa. Podría encontrar allí algunas respuestas o al menos consuelo al estar rodeada de las cosas de sus padres.


La pena la atravesó con un agudo y profundo dolor. Habían pasado diez años del accidente que se había llevado a sus padres y aún le dolía tanto como cuando la policía se había presentado en su casa para darles la noticia. Se preguntó dónde estarían en aquellos momentos si sus padres no hubieran muerto aquel día.


Sacudió la cabeza. No había razón para vivir en el pasado. El presente era lo que importaba. Hacer que todos los días fueran importantes. Cumplir con las obligaciones que había adquirido cuando tomó la decisión de no ir a la universidad y centrarse en criar a Facundo sola. A los dieciocho años, y cuando él tenía catorce, había sido una decisión monumental, una decisión que había cuestionado cada vez que tenía un problema. Sin embargo, los Chaves jamás se habían echado atrás. Se apoyaban unos a otros en lo bueno y en lo malo. Costara lo que costara.


Cuando Facundo llegó a casa, una hora más tarde de lo habitual, Paula estaba de los nervios. El sonido de la llave en la cerradura y el portazo no auguraba que pudieran tener una discusión racional.


–¿Te encuentras bien? –le preguntó cuando él entró en la cocina, donde ella estaba calentando las albóndigas y la salsa boloñesa de la noche anterior.


–Es increíble –respondió él–. Se me ha acusado de robar, pero no lo suficiente como para que me vayan a echar. Estoy sometido a una especie de vigilancia por parte del gran hermano.


–Lo sé –dijo ella tratando de mantener la voz tranquila.


–¿Que lo sabes? ¿Y no se te ocurrió decirme nada? ¿Advertirme en modo alguno?


–No pude hacerlo. Me lo dijeron justo antes de que tú te reunieras con el comité disciplinario.


Alfonso se sacó el teléfono móvil del bolsillo y lo agitó delante de la cara de Paula.


–Me podrías haber enviado un mensaje.


–No tuve oportunidad. En serio. Tienes que creerme. Lo habría hecho si hubiera podido.


Facundo se sentó en uno de los taburetes de la cocina. El viejo asiento de madera crujió a modo de protesta cuando él se reclinó hacia atrás y se mesó el cabello con la mano. Los ojos de Pau se llenaron de lágrimas. En momentos como aquel, Facundo le recordaba a su padre cuando era más joven. Lleno de inteligencia, energía y pasión. Mal encauzados.


Se agachó a su lado.


–Dime, ¿qué te dijeron?


Facundo miró al techo y lanzó una maldición.


–Ya sabes lo que me dijeron. Me acusan de robar dinero, pero no tienen pruebas de que fuera yo. Cualquiera hubiera podido hacer que ese rastro fuera en la dirección de otra persona. Me han tendido una trampa. Yo no haría algo así.


Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago al escuchar la voz de su hermano. Ella lo creía.


–¿Lo hiciste, Facundo? ¿Lo hiciste tú?


Facundo se puso de pie de un salto.


–No me puedo creer que tú me hagas una pregunta así. Te prometí que me mantendría limpio después de la última vez y así ha sido.


–El señor Alfonso me mostró las pruebas, Facundo. Me dijo que todo te señalaba a ti.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 12

 

Pedro casi no podía contener la excitación que se le fue extendiendo por todo el cuerpo. Paula había accedido. Durante unos instantes había creído que ella iba a negarse, que dejaría abandonado a su hermano sin importarle las consecuencias. Debería haberse imaginado que no sería así. Según había averiguado en sus investigaciones, Paula Chaves era una mujer muy leal. Todo el mundo hablaba muy bien de ella. Por mucho que se había esforzado, no había podido desenterrar nada en contra de su escurridiza Dama Española, a excepción de lo que su hermano le había entregado en bandeja de plata.


Y por fin era suya. Completamente suya.


–Me alegra oírlo –dijo él con una sonrisa–. Ahora, creo que será mejor si te marchas a casa. Te daré instrucciones por la mañana.


–¿Instrucciones?


–En lo referente a tus nuevos deberes, por supuesto. No has sido antes asistente personal de nadie, por lo que no espero que te acoples inmediatamente a tu papel. Además, por supuesto, tendremos que hablar también de tus obligaciones añadidas.


Un escalofrío le recorrió el cuerpo a Paula. ¿Repulsión? Pedro lo dudaba por el modo en el que ella había reaccionado durante el breve beso que de hacía unos minutos y por el fuego que se le había reflejado en los ojos cuando él le trazó el labio inferior con el dedo. Con una respuesta tan instintiva, tan sincera, sabía que las próximas semanas serían sin duda tan placenteras como había imaginado desde el momento en el que la vio.


Dio un paso hacia ella y trató de controlar la desilusión que sintió cuando vio que ella se apartaba. Sabía que ella se mostraría esquiva.


¿Qué mujer no lo sería dadas las circunstancias? Sin embargo, la tenía exactamente donde la necesitaba y ella no podía salir huyendo.


–No creo que necesite recordarte que este asunto es completamente confidencial. Por supuesto, habrá preguntas cuando se filtre nuestro compromiso, pero espero que podamos mantenerlas bajo control si nuestras versiones coinciden.


–Facundo y yo vivimos juntos. Al menos a él tengo que decírselo.


–Preferiría que no lo hicieras. Evidentemente, no puedo evitar que los dos habléis de las acusaciones que hay en contra de él, pero cuantas más personas sepan que nuestro compromiso es mentira, más probable será que termine descubriéndose.


–¿Acaso no lo comprendes? Facundo y yo vivimos juntos. No puedo ocultarle la verdad a él.


–Entonces, tendrás que convencerle de que haces esto por amor.


–Créeme si te digo que no tendrá ningún problema con eso. Sabe que lo quiero mucho.


–No. A él, no. A mí.


Paula soltó una carcajada que lo sorprendió. Por muy agradable que era el sonido, la razón distaba mucho de serlo. Pedro se puso a la defensiva.


–¿Tan difícil resulta creerlo? –le espetó él–. ¿No crees que podrás actuar con credibilidad?


–No, no. Me estás malinterpretando. No me conoces o si no jamás me habrías sugerido que podríamos fingir nuestro compromiso. Yo no salgo, no….


Ella dudó un instante.


–¿Decías que… ?


Paula levantó las manos y se señaló a sí misma.


–Bueno, mírame. Yo no soy la clase de mujer con la que tú saldrías en circunstancias normales, ¿verdad? No me muevo en tus círculos. Yo… yo soy yo –concluyó mientras se encogía dramáticamente de hombros.


–¿Quieres ver lo que veo yo cuando te miro, Paula?


Pedro mantuvo la voz muy baja.


–Veo a una mujer que esconde su verdadero yo al mundo entero. Alguien que tiene una profunda belleza interior que encaja perfectamente con la exterior. Alguien que sería capaz de sacrificar su felicidad por la de un ser querido. Veo a una mujer que no se da cuenta de hasta dónde llega su potencial. Y veo a una mujer a la que estoy deseando conocer íntimamente…


El rubor que cubrió la garganta y las mejillas de Paula resultaba tan intrigante como atractivo. ¿De verdad era tan inocente que se sonrojaba por aquella sugerencia? No habría pensando que aquel falso compromiso iba a ser puramente una apariencia, ¿verdad? Tenía que haber algún beneficio… para ambos.


–¿También me vas a obligar a acostarme contigo? –preguntó ella con la voz ligeramente temblorosa.


–No, no –respondió Pedro–. Te aseguro que no voy a obligarte a nada.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 8

 

Pedro respiró profundamente. Aquello tenía que salir bien, por lo que necesitaba elegir muy bien sus palabras.


–Tengo una proposición que podría proteger a tu hermano aquí y asegurarse que no se sepa nada de lo que ha estado haciendo y de evitar que todo quede permanentemente grabado en su expediente, lo que le beneficiaría en el caso de que quisiera marcharse a trabajar a otra empresa.


Pedro vio que los ojos de Paula se llenaban de esperanza y de repente sintió profundamente tener que manipularla así, un sentimiento que aplastó inmediatamente.


–¿De qué se trata? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Estamos dispuestos a lo que sea para proteger el puesto de Pedro aquí.


–No se trata de lo que los dos podáis hacer, aunque ciertamente él tendrá que trabajar más limpiamente a partir de ahora, sino más bien de lo que puedes hacer tú.


–¿Yo? No lo comprendo.


–Tu nombramiento como asistente personal mía tiene dos facetas. Por un lado, necesito a alguien con tus conocimientos y tu experiencia para que sea mi mano derecha mientras esté aquí. Por otro lado –añadió tras una pequeña pausa–, necesito que alguien, tú más concretamente, se haga pasar como mi prometida.


–¿Su qué? –exclamó ella. Se puso de pie inmediatamente con la sorpresa reflejada en sus expresivos rasgos.


–Ya me has oído.


–¿Su prometida? ¿Está loco? Eso es ridículo. Ni siquiera nos conocemos.


–Ah, bueno, yo diría que sí…


Pedro atravesó el despacho inmediatamente y se colocó delante de ella. El ligero perfume que ella llevaba, floral e inocente, completamente opuesto a la sensual criatura que él sabía que vivía bajo aquella mojigata apariencia, flotaba en el ambiente entre ellos. Pedro levantó la mano y trazó lentamente la atractiva línea del labio inferior.


–Deja que te lo recuerde…


No le dio más que un segundo para reaccionar. Recorrió la pequeña distancia que separaba sus labios de los de ella. En el instante en el que tocó su boca, supo que había estado en lo cierto a la hora de tomar aquel camino. Una poderosa excitación se adueñó de él cuando los labios de Paula se abrieron bajo la presión de los suyos. El sabor de la boca de Paula invadió sus sentidos y se adueñó de él. Tuvo que controlarse para no llevarle las manos al cabello y soltárselo de aquel horripilante recogido para poder recorrer su sedosa longitud con los dedos.


La razón salió victoriosa. Apartó los labios de los de ella con una fuerza que lo sorprendió incluso a él.


–¿Ves? Claro que nos conocemos y creo que podríamos resultar… bastante convincentes juntos.


Paula dio unos pasos atrás para alejarse de él. Temblaba de la cabeza a los pies. ¿Deseo? ¿Miedo? Tal vez una combinación de ambos.


–No. No lo haré. Está mal –afirmó ella sacudiendo la cabeza con vehemencia.


–En ese caso, no me dejas elección.


–¿Elección? ¿Para qué?


–Para asegurarme de que se recomiende que se presenten cargos formalmente contra tu hermano.