Pedro se estiró la corbata antes de mirar el Rolex. Llegaba tarde. No eran ciertamente los mejores augurios para su primer día de trabajo juntos. Cruzó el salón de la suite con vistas al mar que era temporalmente su hogar y esperó en la terraza contemplando el Pacífico. Las olas se estrellaban contra la arena con una fuerza constante, golpeándola antes de retirarse y volver a empezar. Sonrió. Incluso allí se acordaba de su familia. No se rendían nunca, pero tendrían que dar un paso atrás cuando se enteraran de lo de Paula. No debían enterarse demasiado pronto. Si presentaba una prometida a menos de un mes de su última discusión con su padre, el asunto parecería sospechoso.
Un tímido golpe en la puerta llamó su atención. Por fin había llegado. Abrió la puerta para dejarla pasar.
–¿Mucho tráfico? –le preguntó mientras entraba.
–Siento llegar tarde. Sí. Unos albañiles se toparon con una tubería general de agua justo después de que usted me llamara. Salir de la calle fue un caos.
Parecía arrebolada, aunque para ser alguien que seguramente se había quedado sin ducharse por las prisas, seguía mostrándose de un modo competente. Competente era el modo más amable de describir el traje beis sin forma que llevaba puesto aquel día. Trató de contener una sonrisa.
–¿Ocurre algo? –le preguntó ella.
–No, al menos nada que no se pueda rectificar –respondió él.
¿Por qué se vestía con unas prendas tan feas? Había visto su maravillosa figura con el vestido que había llevado puesto en el baile de disfraces, había sentido la rotundidad de sus curvas cuando la besó. Incluso en aquellos momentos las manos se le morían de ganas por apartar la tela de la chaqueta para darle forma con sus propios dedos.
–¿Qué te gustaría que hiciera hoy?–preguntó ella.
Estaba recta y muy alta con sus zapatos esperando sus órdenes. Pedro jugó con la idea de lo que ocurriría si él le pidiera que se quitara la ropa y la quemara, pero la descartó.
–Como mi asistente personal y mi prometida, se esperarán ciertas cosas de ti.
Ella palideció.
–Expectativas. De acuerdo. Tal vez sea mejor que hablemos de eso ahora. Creo que debería saber que hay ciertas cosas que no estoy dispuesta a hacer –añadió levantando la barbilla con gesto desafiante.
–Estoy seguro de ello –respondió él–, pero espero que esas cosas no incluyan ir de compras.
–¿Ir de compras? ¿Para usted?
–No. Para ti. Estoy seguro de que lo que llevas puesto era perfecto para tu antiguo puesto, pero yo espero un poco más de mis empleados más cercanos. Además, como mi prometida, la gente terminará hablando si sigues vestida con… con eso –añadió mientras la señalaba de la cabeza a los pies.
Pau se tensó al escuchar aquellas palabras.
–Tengo que tener mucho cuidado con mi presupuesto, señor Alfonso. Intento comprarme prendas que no se pasen de moda.
–No espero que pagues esas nuevas prendas, Paula. Considéralas un beneficio de tu nuevo puesto. Una asesora de imagen va a venir a reunirse con nosotros en breve. Se llama Patricia Adams. Tal vez hayas oído hablar de ella. Nos sacará esta mañana para empezar a prepararte para tu nuevo papel.
–¿Me voy a pasar todo el día de compras? –le preguntó ella muy sorprendida.
–Probablemente todo el día no. Estoy seguro de que la señorita Adams tendrá otras cosas pensadas para hacer que tu transformación sea completa.
–¿Y nos acompañará usted en esta… expedición?
Paula lo había descrito como si se tratara de un desagradable safari.
–Hasta las dos más o menos. Tengo reuniones esta tarde por lo que, a partir de ese momento, lo dejaré todo en vuestras manos. Sin embargo, te veré esta noche para cenar.
–¿Acaso tengo opción en todo esto?
Tengo la impresión que va a haber algunos chisporroteos entre Pau y Pedro.
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