sábado, 25 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 12

 

Pedro casi no podía contener la excitación que se le fue extendiendo por todo el cuerpo. Paula había accedido. Durante unos instantes había creído que ella iba a negarse, que dejaría abandonado a su hermano sin importarle las consecuencias. Debería haberse imaginado que no sería así. Según había averiguado en sus investigaciones, Paula Chaves era una mujer muy leal. Todo el mundo hablaba muy bien de ella. Por mucho que se había esforzado, no había podido desenterrar nada en contra de su escurridiza Dama Española, a excepción de lo que su hermano le había entregado en bandeja de plata.


Y por fin era suya. Completamente suya.


–Me alegra oírlo –dijo él con una sonrisa–. Ahora, creo que será mejor si te marchas a casa. Te daré instrucciones por la mañana.


–¿Instrucciones?


–En lo referente a tus nuevos deberes, por supuesto. No has sido antes asistente personal de nadie, por lo que no espero que te acoples inmediatamente a tu papel. Además, por supuesto, tendremos que hablar también de tus obligaciones añadidas.


Un escalofrío le recorrió el cuerpo a Paula. ¿Repulsión? Pedro lo dudaba por el modo en el que ella había reaccionado durante el breve beso que de hacía unos minutos y por el fuego que se le había reflejado en los ojos cuando él le trazó el labio inferior con el dedo. Con una respuesta tan instintiva, tan sincera, sabía que las próximas semanas serían sin duda tan placenteras como había imaginado desde el momento en el que la vio.


Dio un paso hacia ella y trató de controlar la desilusión que sintió cuando vio que ella se apartaba. Sabía que ella se mostraría esquiva.


¿Qué mujer no lo sería dadas las circunstancias? Sin embargo, la tenía exactamente donde la necesitaba y ella no podía salir huyendo.


–No creo que necesite recordarte que este asunto es completamente confidencial. Por supuesto, habrá preguntas cuando se filtre nuestro compromiso, pero espero que podamos mantenerlas bajo control si nuestras versiones coinciden.


–Facundo y yo vivimos juntos. Al menos a él tengo que decírselo.


–Preferiría que no lo hicieras. Evidentemente, no puedo evitar que los dos habléis de las acusaciones que hay en contra de él, pero cuantas más personas sepan que nuestro compromiso es mentira, más probable será que termine descubriéndose.


–¿Acaso no lo comprendes? Facundo y yo vivimos juntos. No puedo ocultarle la verdad a él.


–Entonces, tendrás que convencerle de que haces esto por amor.


–Créeme si te digo que no tendrá ningún problema con eso. Sabe que lo quiero mucho.


–No. A él, no. A mí.


Paula soltó una carcajada que lo sorprendió. Por muy agradable que era el sonido, la razón distaba mucho de serlo. Pedro se puso a la defensiva.


–¿Tan difícil resulta creerlo? –le espetó él–. ¿No crees que podrás actuar con credibilidad?


–No, no. Me estás malinterpretando. No me conoces o si no jamás me habrías sugerido que podríamos fingir nuestro compromiso. Yo no salgo, no….


Ella dudó un instante.


–¿Decías que… ?


Paula levantó las manos y se señaló a sí misma.


–Bueno, mírame. Yo no soy la clase de mujer con la que tú saldrías en circunstancias normales, ¿verdad? No me muevo en tus círculos. Yo… yo soy yo –concluyó mientras se encogía dramáticamente de hombros.


–¿Quieres ver lo que veo yo cuando te miro, Paula?


Pedro mantuvo la voz muy baja.


–Veo a una mujer que esconde su verdadero yo al mundo entero. Alguien que tiene una profunda belleza interior que encaja perfectamente con la exterior. Alguien que sería capaz de sacrificar su felicidad por la de un ser querido. Veo a una mujer que no se da cuenta de hasta dónde llega su potencial. Y veo a una mujer a la que estoy deseando conocer íntimamente…


El rubor que cubrió la garganta y las mejillas de Paula resultaba tan intrigante como atractivo. ¿De verdad era tan inocente que se sonrojaba por aquella sugerencia? No habría pensando que aquel falso compromiso iba a ser puramente una apariencia, ¿verdad? Tenía que haber algún beneficio… para ambos.


–¿También me vas a obligar a acostarme contigo? –preguntó ella con la voz ligeramente temblorosa.


–No, no –respondió Pedro–. Te aseguro que no voy a obligarte a nada.




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